lunes, 29 de diciembre de 2008

Capitulo 11

Las palabras más difíciles de decir

Patty se sentó en frente de su tocador mirando en el espejo italiano cómo sus mejillas se sonrojaban, mientras que su pecho se movía aún con agitación por debajo del escote de su vestido de seda amarilla. Se llevó su mano enguantada hacia la cara, sintiendo a través de la tela el pulso de su corazón aún alterado y palpitante. Era como si un clamor incontrolable hubiese invadido su interior.

Se quitó los guantes para mirarse las manos con ojos soñadores. En su mano izquierda la chispa blanca de una gema le guiñaba los ojos con brillos deslumbrantes. Dejó escapar un profundo suspiro y una sonrisa se dibujó en su rostro. Entonces, un tímido golpe en la puerta le hizo regresar de sus ensoñaciones. La joven se sintió un tanto molesta con la intromisión.



¿Quién es? – preguntó no muy dispuesta a abrir la puerta.

Soy yo, Annie, - contestó una dulce voz - ¡Por favor, Patty, ábreme, tenemos que hablar!

Patty sonrió sintiéndose aliviada de que su visitante fuese Annie. De hecho, la joven dama era la única persona que Patty realmente quería ver en aquel momento. A penas si podía esperar para compartir con su amiga las maravillosas nuevas que tenía.

Por lo tanto, Patty se levantó animadamente y corrió a abrir la puerta para su amiga.



¡Ay, Patty! – jadeó Annie una vez que hubo entrado a la alcoba y Patty hubo cerrado la puerta asegurándose de que disfrutaban de absoluta privacidad – ¡Tienes que contarme todo, niña! ¿De qué hablaron? ¿Qué dijo él?

Ambas amigas se sentaron sobre la gran cama y se tomaron de las manos sin poder hablar por unos instantes.



Vamos, Patty, cuéntame – insistió Annie.

¡Ay Annie, no sé cómo esperar! – chilló Patty con un destello de gozo iluminándole el rostro.

¡Empieza por enseñarme ese anillo! – señaló la joven mientras tomaba la mano de Patty entre las suyas.

¿No es hermoso? – preguntó Patty mientras el brillo del diamante danzaba en las niñas de sus ojos.

¡Oh sí, toda una belleza y en forma de corazón! – comentó Annie con una risilla nerviosa – ¡Nunca pensé que Tom pudiese tener un gusto tan delicado! Pero ahora, chica, suelta todo ¿Cómo fue que se te declaró? ¡Me tienes que decir todo!

Patty se sonrojó furiosamente y bajó los ojos en un tímido gesto. Su corazón comenzaba de nuevo a latir con rapidez ante el solo recuerdo del momento en que Tom finalmente había reunido el valor de confesarle sus sentimientos y pedirle su mano en matrimonio. Albert estaba visitando la mansión de Lakewood, así que la Tía Abuela Elroy había organizado una tertulia en su honor. Tom había sido invitado y durante la velada, el joven y Patty habían dejado al grupo para dar una caminata por el rosal.



Annie – comenzó Patty a explicar – Nunca creí que yo pudiese sentir algo como esto una vez más. Pensé que jamás volvería a amar de nuevo, pero esta noche . . . él me tomó las manos en las suyas y me dijo cuánto me ama . . . y yo . . .

¿Sí. . . . Patty. . .? – instigó Annie, deleitada ante la felicidad de su amiga.

Me di cuenta de que siento lo mismo por él – continuó la joven – ¡Comprendí que me he enamorado de él y ahora no puedo negarlo más!

¿Qué dijo él? – preguntó Annie ansiosa de escuchar el más nimio detalle.

¡Ay, él estaba tan nervioso! – respondió Patty riendo – Casi tartamudeó al empezar, pero finalmente me dijo que se enamoró de mi desde la primera vez que nos vimos en el Hogar de Pony.

¡Lo sabía, lo sabía! – dijo Annie con aire triunfal mientras estrujaba una almohada llevada por la emoción del momento – Pero dime, ¿qué pasó después?

Me preguntó si yo alguna vez sería capaz de pensar en un pobre huérfano como él, a un nivel más allá de la simple amistad . . .

¿Dijo eso el muy tontito?

Empezó a decir no sé qué tonterías acerca de mi linaje y sus orígenes.

¿Y qué le contestaste?- preguntó Annie intrigada

¡Le dije que a mí no me importaban esas cosas y luego él enmudeció!

¡AAAAYY! – chilló Annie mordisqueándose las uñas.

Entonces yo . . . le dije . . .- Patty se detuvo dudando.

¿QUÉ? – preguntó Annie ansiosa.

Que lo amo – dijo Patty finalmente escondiendo el rostro entre sus manos.

¡Ay Dios! ¡Ay Dios! – exclamó Annie con voz de júbilo - ¡Soy tan feliz por ti! Dime . . .¿Cómo te lo pidió?

Patty levantó su rostro y Annie pudo ver que estaba aún más encendido.



Tomó mis manos así – comenzó Patty tomando las manos de su amiga – y me preguntó si yo me casaría con él, y luengo sacó una cajita de su chaqueta y me enseñó el anillo . .. y entonces . . .

¿Sí? – dijo Annie preguntándose por qué su amiga se había detenido y estaba de nuevo desviando su mirada.

¡Ay Annie! Yo . . . – contestó Patty pero no pudo continuar sin llevarse ambas manos a la cara – ¡Dejé que me besara! – dijo finalmente arrojándose a los brazos de su vieja amiga.

Annie recibió a su amiga con toda su ternura pero también totalmente conmovida ante la confesión de Patty. Annie recordaba bien cómo las monjas les habían enseñado una interminable lista de cosas que una dama debía y no debía de hacer, durante el tiempo que las jóvenes habían estudiado en el Colegio San Pablo. Tal vez la regla más impactante de todas había sido aquella que decía claramente: una dama jamás admite el beso de un caballero salvo que sea en la mano o bien que dicho caballero sea su legítimo esposo. Annie tenía también en su memoria la conversación que había sostenido con Patty y Candy aquella tarde de otoño, después de la clase.

Las jóvenes estaban discutiendo la lista de reglas, una por una, y Candy se divertía burlándose de cada aseveración, hasta que llegaron a la regla del beso. Annie sugirió que esa regla le parecía muy apropiada y Patty había estado de acuerdo. Sin embargo, Candy solamente había sonreído con una mirada soñadora en sus ojos verdes y después de un rato había dicho con tono insolente mientras se tiraba en la cama: “¡La Hermana Gray puede decir eso porque nunca ha estado enamorada!”

Annie recordó que esa había sido la última conversación que las tres habían compartido antes del incidente con Terri en los establos.



¿Crees que hice mal? – preguntó Patty aún en los brazos de Annie.

Bueno, supongo que debes estar pensando en la lista de reglas de la Hermana Gray, ¿No? – insinuó Annie tomando las manos de Patty mientras encaraba a su amiga.

Umm . . . pues . . . sí, un poco . . – admitió Patty mirando a su amiga directamente a los ojos.

¿Sabes, Patty? – dijo Annie dudosa – A través de los años me he dado cuenta de que todas esas reglas son muy poco prácticas ¿Recuerdas cómo Candy se burlaba de ellas?

¡Oh sí! ¡Como si la estuviera mirando ahora mismo! - Respondió Patty sonriendo –Una semana después de esa lección ella huyó del Colegio.

¡Exacto! – dijo Annie con una risita sofocada ante el recuerdo – ¡La Hermana Gray casi sufre una embolia después de aquel susto!

Las dos jóvenes empezaron a reírse furiosamente hasta doblar sus cuerpos con las carcajadas. La conversación murió por un rato mientras las chicas dejaban fluir sus recuerdos. Poco a poco se extinguió la risa y la charla continuó.



Después de todas las cosas atrevidas que Candy ha hecho en su vida – comenzó Annie – no creo que un inocente beso sea tan malo – dijo por último y Patty se puso seria nuevamente.

Y debo admitir que fue . . . – se atrevió a decir

¿Cómo? – preguntó Annie curiosa

¡Placentero! – contestó Patty tímidamente



Aquella noche en la soledad de su habitación, Annie Britter miró hacia las estrellas y se preguntó por qué en todos los años de su relación con Archie, él nunca había tratado de besarla. De repente un frío estremecimiento invadió su alma dejándola inexplicablemente deprimida.



Entre todas las bellas mañanas estivales que han nacido sobre el planeta Tierra, aquella que saludó a Terrence Grandchester cierto día de Julio, parecía la más arrobadora y bendita de toda la historia humana. El joven se había sentado en la ventana y observaba cómo la aurora pintaba sus más encantadores colores sobre el cielo mientras él escuchaba las voces internas en su corazón.

Revisó en su mente las diferentes emociones que había experimentado en toda su vida, y después de su análisis, concluyó que aquellas cosas que estaba sintiendo entonces formaban una mezcla de sentimientos que jamás había vivido antes, a pesar de que había esa sensación de déjà vu invadiendo la atmósfera.



Casi cuatro años viviendo en las profundidades de la desesperanza – pensó – y de repente, me encuentro contemplando la posibilidad de la felicidad ¿Acaso solamente me estoy engañando, o es verdaderamente real?

Recordó su ensombrecida infancia y los largos quintos domingos, en los cuales todos los niños del colegio recibían la visita de sus padres y salían con ellos. Todos excepto él, por supuesto. El niño naturalmente vivaz y entusiasta que había sido a la edad de tres años, cuando aún vivía en Nueva York, agonizó lentamente en el severo colegio, durante esos domingos, esperando que algún día el tan añorado padre apareciera para llevarlo de paseo por Londres, pero ese sueño tan anhelado jamás se hizo realidad, y el aquel niño finalmente murió dejándolo con el corazón endurecido de un chico mayor que no confiaba en nadie.

El último amigo que podía recordar era un chico de su edad que había conocido cuando muy pequeño durante el tiempo que había vivido en Nueva York. Más tarde, en el Colegio, su padre le había advertido no intimar con sus compañeros de clases, temeroso de que el niño pudiese confiar en alguno de sus amigos el secreto de su origen, algo que debía ocultarse por el honor de la familia. Ansioso de complacer a su padre, el joven Terrence había obedecido al Duque ganándose una reputación de tipo raro y lúgubre. No obstante, conforme el tiempo pasaba, él se dio cuenta de que nada que hiciera o dijera podría llegar a ganarle la atención de su padre, así que el joven decidió que estaba bien tan solo como se encontraba y cerró las puertas de su corazón por años, en una especie de protesta por el inexplicable abandono del cual era objeto.

Pero el año que había conocido a Candy las cosas cambiaron dramáticamente. Ella había aparecido en el preciso momento en que él se sentía como el más miserable de los seres humanos sobre la tierra, para enseñarle que alguien podía aún quererle. Requirió algún tiempo, pero poco a poco la vivaz jovencita abrió los cerrojos de su corazón hasta que cada puerta se abrió de par en par y él se encontró expuesto a la luz del amor. Pero el amor que ella hizo nacer en su interior era algo nuevo. Algo diferente a todo lo que jamás había sentido. Entonces, no era suficiente estar al lado de ella y hablar, sino que había esa urgente necesidad de llenarse los brazos de ella, sentir la piel satinada de sus manos cada vez que las podía atrapar en las suyas, y beber de su boca los más dulces sabores.

En aquellos tiempos él siempre buscaba el más ínfimo roce, pero ella era tan difícil y huidiza que algunas veces a él se le agotaba la paciencia. A pesar de ello, tenía que admitir que todo aquel flirteo había sido extremadamente delicioso y cada vez que recordaba aquella época sabía que no podría haber sido mejor.

Más tarde, la larga separación vino y con ella los años de añoranza comenzaron. Pero aquellos habían sido tiempos de expectativas alentadoras y cada mañana él se levantaba para pensar que algún día volvería a verla. Años después, el propio Terri se había admirado de lo seguro que se había sentido entonces de que ella aún le recordaría con cariño. Lo más lógico hubiese sido pensar que ella podría olvidar al antiguo compañero de escuela y remplazarlo con un nuevo amor, pero en su corazón él estaba cierto de que ella sentía lo mismo que él.

Cuando ellos finalmente se volvieron a ver y a través de cartas intercambiaron promesas de amor, él atravesó por una época que nunca hubiese podido imaginar. Era una clase de angustia y excitación al mismo tiempo. Tal vez eso había sido lo más cercano a la felicidad que él había estado . Pero tal bienaventuranza no duró mucho. El dolor que había experimentado en su infancia se había tornado insignificante y fútil frente a la pena que tuvo que enfrentar después del accidente de Susana.

Casi cuatro años de la más oscura de las noches, subiendo y bajando en la montaña rusa de la depresión. Los cerrojos de su corazón se cerraron todos juntos de una buena vez y él encontró cierta estabilidad en aquella tristeza. En aquel estado de la mente el corazón no se arriesgaba a ser lastimado porque se encontraba ya muerto. Si algunos rastros de vida le quedaban, éstos habían sido asesinados el día en que había recibido las noticias del supuesto compromiso de Candy. Así que, no había forma de ser lastimado nuevamente.

Al menos, eso era que lo que había pensado hasta el día en que Candy había reaparecido en su vida. Entonces la depresión y las noches sin sueño habían vuelto y lo habían condenado a semejante estado anímico por meses. Por último, un día él se despertó en un gran cuarto blanco y una vez más su vida había cambiado inesperadamente. Tantas cosas parecían estar sucediéndose por segunda vez, pero al mismo tiempo todo era diferente y nuevo.

Era una extraña mezcla. Había ese gozo de tenerla cerca cada día, justo como en el Colegio, y también esa continua interrogante de: “Me quiere, no me quiere” Podía sentir nuevamente esa terrible urgencia de tenerla cerca de su cuerpo, un nuevo y dulce coqueteo flotaba en el aire y las esperanzas se habían renovado. Igual que en el pasado . . . . pero, era también diferente, y esas diferencias lo lastimaban.

En contraste con la primera experiencia, esta vez no había un rival muerto que pudiese, a la postre, ser fácilmente vencido. Todo lo contrario, el rival estaba sano y salvo, y lo peor de todo era que el hombre tenía muchas ventajas sobre él: no estaba atado a una cama, tenía libertad de movimientos para acercarse a ella a cualquier hora, y lo más importante, Yves no tenía que ser perdonado, entre el joven médico y Candy jamás habían pasado cosas tristes, no se le podía culpar de nada. Mientras que Terri creía que, si llegaba a tener una nueva oportunidad con Candy, tendría primero que obtener su perdón. Pero reunir el coraje para externar semejante confesión, era para él, la cosa más difícil de decir.

Encima de todo ello, tenía que admitir que sus ansias naturales lo podían traicionar en cualquier momento. Había deseado a Candy por tanto tiempo y tenerla siempre tan cerca era una tentación difícil de resistir. Las cosas siempre habían marchado mal para él cuando se trataba del amor. Los días del colegio habían sido tiempos de descubrimiento, pero no los más adecuados para encontrar alivio para sus ansiedades, ambos eran muy jóvenes entonces y ella había sido siempre tímida y evasiva. Después de entonces, cuando se habían vuelto a ver en Nueva York, su culpabilidad había pesado más que su deseo y no se había atrevido a acercarse a ella, sabiendo que continuar alimentando memorias nuevas haría la inminente separación aún más difícil. Y había tenido razón, aquel último abrazo en las escaleras del hospital todavía le dolía por dentro.

Pero ahí estaba otra vez, esa fuerza instigadora, y para su mayor desasosiego, ahora todas esas necesidades eran aun más fuertes que antes. Todo era culpa de la muchacha por ser tan . . . tan . . ¡Tan diabólicamente bella! ¿Cómo podría esperarse que un hombre se comportara como un caballero cada vez una mujer así lo ayudaba a llegar a la silla de ruedas y él podía abrazarla muy de cerca?



“¡Oh Dios! ¿Cómo puede la Gloria estar tan cerca del Infierno?- se dijo mientras fruncía el ceño ante la sola idea.

Pero la mañana era casi tan hermosa como la mujer en su corazón y la certeza de que ella estaría con él en unos minutos más era una expectativa tan dulce, que él estaba seguro de que ninguna otra mañana había sido tan abrumadoramente bella como aquella. No pudo evitar una sonrisa que apreció lentamente en sus labios.



Siempre es reconfortante ver cómo el sol reaparece otra vez en el horizonte ¿No es así? – dijo una voz femenina detrás de él - ¡Buenos días!- susurró ella y fue como si el mundo hubiese detenido su inexorable giro para ellos dos.

Buenos días – correspondió el la sonrisa ahogándose en el verde lago de sus ojos.

¿Cómo llegaste ahí? – preguntó ella divertida con la travesura de él.

Bueno . . .yo . . . – tartamudeó el joven sin estar listo para dar explicaciones de cómo había dejado la cama alcanzado la ventana.

Vamos, Terri, - se rió ella – no es que hayas cometido un crimen, pero aún debes de ser cuidadoso con tus movimientos. Ahora, ven acá, te ayudo a llegar a la cama – concluyó extendiendo la mano hacia él.

Entonces ella se acercó a él y el muchacho le pasó el brazo por los hombros mientras trataba de levantarse en un solo pie. Aquella era la rutina que silenciosamente habían disfrutado durante los días previos desde que ella había regresado a trabajar al pabellón en que Terri se encontraba asignado. Ella siempre se sonrojaba ligeramente y su corazón empezaba a latir con mayor rapidez por esos breves instantes, mientras que él aspiraba con todas sus fuerzas el perfume de la muchacha. De ese modo ambos jóvenes redescubrían como su mutuo calor no había cambiado sus reconfortante radiación. El embrujo duraba hasta que él se sentaba y entonces tenía que soltarla, sin tener más excusas para retenerla en su abrazo. Pero aquella bendita mañana fue diferente. Tal vez era el efecto de la aurora, o tal vez porque la luz estallaba en rayos dorados sobre los cabellos de ella, o quizá fue porque algunas veces el corazón no puede acallar sus gritos. Aquella vez él la retuvo por un rato sosteniéndola por los brazos. Ella trató de retirarse; no obstante él no la soltó y ella tuvo miedo de que él pudiera escuchar el salvaje golpeteo de su corazón.

Él la miró a los ojos deseando encontrar en aquellas profundidades de color esmeralda un signo que le diera las fuerzas para revelar lo que tenía en su corazón. Pero el tumulto de sus propios temores lo cegó, evitándole a su razón el comprender los evidentes sentimientos en la mirada de la joven.



¿Algún problema? – preguntó ella sin poder dejar los brazos de él.

Es sólo que. . .- musitó él

¿Qué? -. Preguntó ella en un susurro.

Estaba pensando que . . . – comenzó a explicar mientras decía para sus adentros: “pensaba que estoy más enamorado de ti que nunca antes”

Pensabas que . . . – lo animó ella a hablar tratando de comprender lo que él quería decirle

Que me siento tan bien este mañana que hasta podría bailar, - replicó él confesando solamente parte de sus pensamientos.

Ante el comentario del joven ella sonrió suavemente



Creo que tendrás que esperar para eso, Terri – replicó

Entonces . . . – continuó él mientras disfrutaba de la embriagante brisa del su aliento, tan cerca estaban el uno del otro – cuando ya esté bien . . .¿Bailarás conmigo? Quiero decir, para recordar los viejos tiempos- rogó él afanoso.

Ella bajó los ojos temerosa de que éstos pudiesen delatar el torbellino de su alma.



Sí, claro Terri. – murmuró tratando de liberarse de las manos del muchacho, pero aún así él no desistió.

Prométeme que lo harás - exigió él, hundiendo su penetrante mirada azul en la de ella.

Lo prometo, Terri – replicó la joven – pero ahora, déjame traerte el desayuno ¿Te parece bien?

Sí, muy bien – dijo él soltándola finalmente.

En la distancia, un par de ojos grises observaron la escena sin saber si sentir enojo o dolor.



¡Maldito americano! – pensó él – ¡Tiene tantos trucos bajo la manga! Y para él es tan fácil llamar la atención de ella al ser su paciente. Pero yo todavía tengo unas cuantas cartas que jugar – se dijo el médico así mismo mientras se ajustaba la corbata, alistándose para la jornada de trabajo.

La anciana encargada de la limpieza que estaba a la mitad de su tarea cotidiana y que había observado silenciosamente ambos lados de la historia, sonrió para sus adentros:





Le bel Américain, un; le gentil médecin, zéro.

(El americano apuesto, uno; el médico gentil, cero)

El hospital Saint Jacques se encontraba en un viejo edificio del siglo XVI, con severos y espesos muros, largos corredores y un jardín interior rodeado de columnas dóricas. En el centro del jardín había un plácido cerezo que florecía fielmente cada año por la época estival, iluminando así aquel rincón encantador con su presencia florida y proyectando sombras refrescantes sobre las pocas bancas que estaban colocadas alrededor del jardín.

Aquella tarde después de su turno, Candy se sentó en una de esas bancas, completamente exhausta por su cansada rutina pero también demasiado excitada como para irse a su cuarto. La vista del albo follaje del árbol tenía un efecto apaciguador en la joven y ella había pensado que le serviría para encontrar cierto alivio para sus continuas ansiedades.

Candy se sentó al tiempo que estudiaba cuidadosamente el árbol frente de ella. Pensó por un momento que sería una buena idea el treparlo, pero la corta talla del árbol la hizo desistir de sus planes.



En mi próxima licencia iré a un lugar abierto donde pueda trepar un gran árbol. – se dijo a si misma.

¿Interrumpo tus ensueños? – preguntó una suave voz masculina detrás de la joven, la cual ella pudo reconocer inmediatamente.

En lo absoluto – dijo ella sonriéndole a Yves, quien estaba de pie a unos pasos de ella, con su bata blanca descansando con descuido sobre su hombro. El joven médico había terminado su turno y estaba a punto de salir. La suave luz del ocaso reflejaba sus tonos dorados en sus cabellos negros como el ala de un cuervo, al tiempo que jugaba trucos iridiscentes en sus ojos gris claro.

¿Puedo acompañarte entonces, aunque sea por un rato? – preguntó él acercándose a la joven.

Candy asintió con la cabeza, temiendo secretamente ese nuevo encuentro con el joven, quien se había vuelto más audaz en sus avances desde que Terri se encontraba cerca. Candy no podía culparlo porque sabía bien que Yves estaba percibiendo naturalmente la fuerte influencia que el joven actor tenía sobre ella y eso, obviamente, había despertado los celos del médico.

Yves se sentó al lado de Candy y observó al árbol por un rato sin saber cómo empezar.



Candy – dijo él finalmente - ¿Has pensado en mi invitación?

Candy evadió la mirada insistente de Yves instantáneamente, bajando sus ojos. La verdad era que no había tenido tiempo de pensar acerca de la invitación del joven doctor, tan ocupada había estado su mente con el constante peligro de la proximidad de Terri.



Yo . . . yo – comenzó ella – No se todavía si tendré ese día libre – dijo usando la primera excusa que se le vino a la cabeza.

Podrías verificar eso, ¿No?- sugirió Yves con una sonrisa comprensiva – Yo trabajaré doble turno por tres días para poder tener todo el día libre – añadió.

¡Oh! No deberías esforzarte tanto de esa forma – comentó la rubia sabiendo por experiencia propia cuán difíciles y cansados podían ser esos dobles turnos – No me gustaría que te enfermaras por eso – dijo la joven sinceramente preocupada por la salud de su amigo mientras alcanzaba el brazo del joven en un gesto amistoso.

El joven sintió cómo el toque de la muchacha le quemaba el brazo y tuvo que luchar con todas sus fuerzas para resistir el impulso de abrazarla.



Tal vez sea una buena idea enfermarme- dijo con tristeza- tal vez así pueda conseguir tanta atención de tu parte como lo logra Grandchester – terminó en lo que fue casi un reproche

Candy se sorprendió con el comentario de Yves, pero no encontró las palabras para responder a su insinuación.



¿Puedo preguntarte algo? – continuó él hablando.

¿Sí? – replicó Candy temiendo lo que podría venir.

¿Es cierto que tú y Grandchester son viejos amigos? – interrogó él sin poder contener sus dudas por más tiempo.

Candy miró a Yves directamente a los ojos, aún sorprendida de la información que el joven tenía y adivinando claramente de quién la había conseguido.



Fue Terri quien te lo dijo ¿No es así? – preguntó ella con voz inquisitiva

Así que ahora es Terri ¿Eh? – dijo él cáusticamente – Entonces en claro que él estaba diciendo la verdad.

Bueno, sí – contestó Candy un tanto molesta por el tono que Yves había usado – Nos conocimos en al escuela cuando éramos adolescentes. No es una novedad que le llame Terri, de esa forma le llamaban todos los chicos en aquel tiempo, eso es todo – admitió ella.

Yves se arrepintió de su comentario mordaz cuando se dio cuenta de cómo había reaccionado Candy e inmediatamente trató de adoptar una actitud que lo disculpase.



Candy – comenzó- no tenía intención de entrometerme en tu vida. Perdóname si dije algo que pudiera molestarte. Es sólo que no puedo ignorar el modo en que él te mira. Créeme, esas miradas de él hacia ti no son las de un viejo amigo.

La joven se pasmó ante la afirmación de su amigo. Era para ella una total sorpresa que alguien más que ella misma se hubiese dado cuenta del constante galanteo de Terri para con ella.



No deberías de tomar a Terri tan en serio – dijo Candy después de un rato y con un dejo de tristeza en su voz- Él siempre es así, pero solamente está buscando una oportunidad para embromar a todo el mundo a su alrededor. Le encanta jugar con todos y debe estar jugando contigo también.

¡No me interesan sus hábitos perniciosos – dijo Yves frunciendo el ceño – pero no me gustaría que él te lastimase de ninguna forma.

La rubia miró a Yves sintiendo simpatía por los sinceros sentimientos del joven hacia ella. Sin embargo, Candy estaba consciente de cuán tarde era ya para que alguien intentase evitar que ella saliera lastimada. La muchacha no había conocido otro estado del alma desde que había roto con Terrence.



Gracias, Yves – dijo ella mientras se ponía de pie – Estaré bien, no te preocupes por mi. Sé bien que Terri está solamente jugueteando y pasándosela bien mientras está en el hospital. No hay nada serio al respecto, pero ahora debo irme para descansar un rato, tu deberías hacer lo mismo. Ve a casa y disfruta a tu familia.

El joven saltó de la banca en la que se encontraba para alcanzar a la muchacha y asirle el brazo. En cosa de segundos estaba tan cerca de ella que la joven podía sentir el agitado ritmo de la respiración del muchacho.



Candy, por favor – rogó él con voz trémula – Dime que pensarás acerca de mi invitación a las celebraciones del Día de la Bastilla.

Lo haré Yves, - replicó ella al mismo tiempo que trataba de liberarse de la mano de Yves – Á demain – dijo ella sonriendo ( Hasta mañana, en Francés)

À demain- respondió Yves viendo cómo la joven desaparecía en los corredores – À demain, mon amour – dijo para sus adentros.

Era ya muy tarde. Ella no sabía cómo había sucedido pero se de repente se encontraba de nuevo en el jardín del hospital, sentada en la banca justo frente del cerezo. Sus cabellos rubios estaban sueltos y esparcidos por toda su espalda, la luna llena centelleaba sobre sus rizos dorados. Ella se miró dándose cuenta para su gran zozobra que solamente vestía su camisón, el cual era demasiado delgado y se sostenía a su cuerpo simplemente por dos breves tirantes, revelando sus redondeados y blancos hombros.



Es una hermosa noche ¿No lo crees? – dijo una voz masculina en un susurro.

La joven saltó ante el sonido de la voz de Yves a su lado.



Pero no es tan hermosa como tú, querida mía – se atrevió él a decir cerrando la distancia entre ellos con un solo impulso de su cuerpo.

Yves . . . – masculló ella, sin reconocer aquellas maneras tan audaces en el joven que era usualmente reservado y amable.

Debes de entender que la paciencia de un hombre tiene sus límites – murmuró él mientras sus manos alcanzaban las mejillas de Candy, forzándola a mirarlo directamente en los ojos – ¡Te necesito tanto! – dijo él y esa vez las reacciones de la joven no fueron tan rápidas como los propios movimientos de Yves. Antes de que pudiera decir algo los labios del joven estaban ya sobre los de ella, lloviendo delicados y suaves besos.

Candy trató de escapar del abrazo de Yves, pero él respondió sosteniéndola con más fuerza. Ella incluso trató de empujarlo violentamente; sin embargo, el cuerpo de la muchacha no respondía a sus órdenes. Estaba paralizada en los brazos de Yves. En el interior de la rubia, una salvaje explosión de diversos tipos de emociones estalló en todas direcciones. Candy se sentía confundida con sus propias reacciones, quería escapar de los brazos del joven, sintiendo que algo estaba muy mal. Pero de repente, su olfato se vio invadido por un suave perfume de lavanda, un calor familiar envolvió su cuerpo y un dulce sabor a canela, que ella no podía olvidar, reclamó su boca mientras el beso profundizaba su fuerza convirtiéndose en un intercambio más íntimo, cuando el hombre separó los labios de ella para explorar dentro de su boca. La joven comenzó a sentir un cambio en su propio humor y se sorprendió disfrutando el encuentro. De un rechazo franco había pasado a una total entrega. El beso que había sido solamente una caricia ligera sobre su boca, un inocente encuentro de labios, había madurado en una apasionada posesión en la cual el hombre que la tomaba estaba bebiendo de su misma alma. De pronto, todo lo que estaba mal había desaparecido, y todo parecía estar maravillosamente bien.

Ella se abandonó a sí misma en aquel abrazo y sus brazos se entrelazaron alrededor el cuello del joven, mientras sus dedos se enredaban en su cabello castaño, presionándolo aún más cerca de su cuerpo con una ansiedad que ella nunca antes había conocido. Candy había esperado mucho tiempo por aquel beso que se consumía lentamente por instantes que parecían ser eternos, hasta que los labios del hombre se separaron de los suyos y ella pudo verse en sus ojos azules. Para entonces, ella estaba plenamente consciente de que los brazos que la estrechaban tan fuertemente no eran los de Yves. El apasionado beso, al cual ella se había rendido instintivamente, había tenido un sabor diferente, un sabor que ella conocía bien.



¿Ya ves Candy? – dijo Terri con voz aterciopelada – después de todo este tiempo aún eres mía, sólo mía . . .mía aún en tus sueños, mi dulce niña pecosa.

Candy se despertó abruptamente de su sueño. Ella apenas si podía respirar mientras su alterado corazón marchaba a una velocidad peligrosa, latiendo con fiereza como un motor fuera de borda. Su cuerpo entero se encontraba cubierto de un profuso sudor y su cabellos estaba húmedo y enredado, en total desorden.

La joven dejó la cama mientras observaba a su callada compañera de cuarto, temerosa de haber despertado a la joven de su tranquilo sueño. Pero Flammy, quien estaba durmiendo pacíficamente como un ángel, estaba totalmente ajena a los juegos artificiales que explotaban en la mente de Candy aquella noche. La rubia abrió la ventana esperando que la brisa nocturna pudiera sofocar las alarmante flamas que su sueño había encendido dentro de ella. Pero no fue suficiente.



¡Dios mío! – se dijo ella mientras sentía el aire veraniego en la piel - ¡Fue como si realmente Terri me hubiese . . . – pero no pudo continuar con sus ideas - ¡Vamos Candy, contrólate o no podrás mirarle a la cara mañana por la mañana! – se reconvino a sí misma.

Y con este último pensamiento decidió tomar una ducha para apagar sus inquietudes.





Mientras el agua fresca corría por el cuerpo de Candy, trazando las delicadas líneas de su silueta, otra alma luchaba con sus propios demonios ocultos y sus emociones más apremiantes. No obstante, las formas en que nuestras mentes revelan sus secretos durante las misteriosas horas del sueño, cambian sus matices y acentos dependiendo de múltiples factores. Lo que había encendido los fuegos inconfesables de Candy durante sus sueños, era una pálida sombra comparado con las imágenes que asaltaban la mente de Terri durante su tan escaso sueño. Desafortunadamente, el joven ya estaba habituado a esos sueños torturantes que mórbidamente lo engañaban con aparentes placeres iniciales pero que siempre terminaban en venenosas pesadillas.

Él se sintió sumergido en una profunda e increíblemente dulce suavidad. Era como si cálidas olas lo bañaran, sanando mágicamente las heridas de su corazón, y de pronto, no había ni pasado ni futuro, tampoco verdad o mentira, o dolor, o derrota; solamente un paradisíaco presente, en el cual su alma vibraba en una cadencia hipnotizante, junto con los movimientos rítmicos de su cuerpo. Sensaciones eléctricas de la piel desnuda que llegaba a la volátil superficie de una alberca llena de nácar y pétalos de rosas, con la rosa misma entre sus brazos, temblando en un abrazo interminable. Chispas doradas por todos lados, voces calladas murmurando hechizos amorosos, el sonido de un gemido lejano haciendo durar sus notas en sus oídos, y entonces él supo que había una cosa semejante al cielo sobre la Tierra. Sólo para oír, un segundo más tarde, a una voz amada gritando un nombre que no era el de él.

El nombre monosilábico lo arremetió como una daga en el corazón y entonces regresó al infierno, una vez más, despertando de un sueño tan perfecto que maliciosamente había esperado hasta el último instante para liberar su ponzoña de pesadilla. Terri se despertó de su sueño maldiciendo a sus subconsciente que no le permitía alcanzar un goce completo ni siquiera mientras dormía. Se sentó en la cama y con la mano izquierda trató de servirse un vaso de agua de la jarra que descansaba sobre la mesa de noche.

El frío líquido corrió por su garganta aplacando sus latidos irregulares pero sin disminuir el amargo sabor de la pesadilla en la cual ella llamaba el nombre de otro hombre.



¡Odioso francesillo! – pensó él arrojándose pesadamente sobre la almohada – ¡Tenía que arruinar el mejor sueño que he tenido en años! Ahora no podré dormir por el resto de la maldita noche.

Levantó sus ojos y miró a la pálida luna detrás de las nubes nocturnas.



¡Oh Candy! – suspiró -¿Qué tengo que hacer para lograr que te enamores de mi nuevamente?

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A veces los fantasmas que atormentan nuestras almas durante la noche desaparecen a los primeros rayos de la aurora, y ante la gloria matinal nuestros miedos emprenden la retirada para dejar lugar a nuevas esperanzas. A pesar de la inquieta noche que había pasado, Terri vio la luz del nuevo día con optimismo cuando una figura blanca apareció en la puerta del pabellón.

Sabiendo que él sería el último en recibir la atención de la joven esperó silenciosamente mientras observaba su rutina diaria. Ella solía saludar cálidamente a cada uno de sus pacientes, revisaba el reporte médico, administraba los medicamentos, cambiaba la ropa de cama con extremo cuidado, tomaba la temperatura, y mil y una pequeñas tareas más, siempre sazonando su trabajo con una sonrisa y algunas palabras de aliento y ánimo. Candy sabía sobre la vida personal de cada uno de sus pacientes, les preguntaba si habían recibido noticias de sus parientes, les ayudaba a escribir cartas si los enfermos no eran capaces de hacerlo por sí mismos, o bien, escuchaba atentamente las historias que los soldados le contaban con entusiasmo.

Terri podría haber estado mirando a Candy por una eternidad, siempre fascinado por la espontaneidad natural de la joven y la usual chispa que brillaba en sus ojos y perenne sonrisa.



Entre más te miro, Candy – pensaba – más me enamoro de ti

Justo en frente de la cama de Terri había un nuevo paciente. Un joven de su misma edad, que había sido terriblemente herido por la explosión de un granada, las llamas habían quemado cada centímetro de piel desde el pecho hasta los muslos. Había sido un verdadero milagro que hubiese sobrevivido a la explosión, pero tal vez encontrar la muerte sea un destino mejor en esos casos, tan miserablemente doloroso parecía ser su sufrimiento.

Candy trataba a ese paciente con una dulzura muy especial y era claro que el sólo momento de alegría que tenía aquel pobre joven durante sus tristes días, era cuando el ángel rubio lo visitaba, retiraba los vendajes con el más tierno de los cuidados, lavaba cada herida y la cubría con ungüento. Frente a la horrible vista de aquella piel consumida por las quemaduras Terri no podía controlar un sobrecogimiento, pero Candy permanecía impávida mientras sus manos trabajaban diligentemente y su voz no cesaba de conversar para distraer la atención del paciente.

Terri sentía un poquito de celos al ver la dulzura con que la joven trataba a su vecino, pero aquel sentimiento era suave e inocente, ya que él sabía que la bondad de Candy era algo que había nacido para ser compartido. El joven reconocía que no podía monopolizar una joya como esa, pero en lo que se refería a Yves. . . .eso era algo totalmente diferente.



Buenos días, niña pecosa – dijo él cuando ella finalmente se acercó a su cama

Candy se tragó su nerviosismo cuando le escuchó llamarla de la misma forma que en su sueño de la noche anterior. Pero después de tomar un segundo respiro logró reunir las fuerzas que necesitaba para continuar con su rutina. Aquella mañana ella tenía buenas noticias para el joven actor. Con manos lentas Candy retiró los vendajes del hombro derecho de Terri y tocó la piel que rodeaba la cicatriz.



¿Te duele? – preguntó mientras presionaba ligeramente en el área.

¿Cómo puede doler una caricia? – sugirió él con ojos traviesos.

¡Compórtate serio, Terri! – lo regañó ella –Trata de levantar el brazo ahora – ordenó la joven en tono imperioso.

El joven obedeció y siguió el resto de las instrucciones mansamente, pero sin que su rostro perdiera esa endiablada sonrisa.



Entonces doctora, ¿Cuál es su diagnóstico? – preguntó después de que ella había terminado su inspección, mientras deseaba secretamente que el contacto físico no se hubiese terminado nunca.

No es mi diagnóstico, sino el de Yves – dijo ella mirando el reporte médico.

Bueno, en ese caso, ¿Qué dice ese respetado médico? – preguntó Terri burlón.

Que puedes empezar a usar muletas por breves instantes. No te lastimarás el hombro a menos que abuses de ellas – dijo ella sonriendo.

¿Quieres decir que me puedo deshacer de la silla de ruedas? – preguntó él visiblemente contento con la idea.

Sí, así es. De hecho, si quieres, esta tarde cuando termine mi turno, podría llevarte al jardín para que pruebes las muletas. Has estado encerrado entre estas cuatro paredes por más de un mes, ya es tiempo que tomes algo de aire fresco ¿Tú que crees?

Que es la mejor oferta que he recibido en mucho tiempo – respondió él sonriendo.

Sí, ya has estado aquí por un buen rato – dijo ella mientras una idea le venía a la cabeza- Por cierto, Terri, en todo este tiempo no has escrito ni una línea para nadie ¿No escribes cartas para nadie en América? ¿No le escribes a tu madre?

Era la primera vez que Terri se había quedado sin palabras que decir, pero entonces, un anciano doctor que estaba inspeccionando a uno de los pacientes, llamó a Candy salvando al muchacho de dar explicaciones sobre el asunto.



Tengo que irme ahora – dijo ella – pero regresaré esta tarde. ¿Está bien?

Es una cita entonces – contestó él guiñando un ojo









Este lugar es inesperadamente hermoso – dijo Terri mirando al pequeño jardín lleno de jazmines, pensamientos, petunias y tímidas caléndulas, iluminadas por los rayos dorados del ocaso – Nunca me hubiese imaginado que pudiera existir un rincón como este en un edificio tan severo.

La joven que lo acompañaba se sentó en una de las bancas de piedra mientras contemplaba las suaves sombras que proyectaba el cerezo sobre el suelo adoquinado. La tarde era plácida y refrescante. La mezcla de las fragancias florales penetraba los sentidos haciendo que la mente vagase en placenteras ensoñaciones. Terri miró las coloreadas mejillas de la joven a su lado y no pudo evitar recordar las secretas sensaciones que había disfrutado en su sueño la noche anterior . . . antes de que se convirtiese en pesadilla, por supuesto.

Candy volvió el rostro y en una fracción de segundo los ojos de ambos se encontraron. Las miradas permanecieron fijas la una en la otra, cautivos en sus brillos acuosos. La chica y el joven se sorprendieron a sí mismo ante su incapacidad de detener la corriente eléctrica entre los dos. Sin embargo, con gran esfuerzo ella finalmente logró romper el encantamiento con sus palabras.



Bueno, creo que deberías empezar a practicar – dijo ella poniéndose de pie mientras tomaba las muletas que descansaban sobre la banca – Hora de dejar esa silla de ruedas, ven aquí , te doy una mano.

Terri tomó la mano de Candy en las suyas para levantarse en un pie. Un minuto después el joven probaba las muletas mientras la muchacha le seguía a un solo paso de distancia.



Esto se siente mucho mejor – comentó él disfrutando aquella nueva sensación de independencia.

¡No exageres, Terri! – le advirtió ella cuando se dio cuenta de que él aumentaba la velocidad peligrosamente – Tómalo con calma.

Pero el joven no escuchó las advertencias de la chica y continuó moviéndose hasta que una de las muletas se atoró en la vereda adoquinado haciéndole perder balance. Ella lo notó y corrió a sostenerlo antes de que él se cayera.



¡Qué deliciosa excusa para disfrutar de otro abrazo robado! – pensó Terri cuando sintió que los brazos de Candy rodeaban su cintura, y las manos del joven inmediatamente se cerraban alrededor del cuerpo de la muchacha.

Él reclinó su peso sobre el cerezo atrayendo a Candy hacia su pecho hasta que ambos estaban prácticamente sellados uno contra el otro en una posición muy comprometedora. Él pudo inhalar el suave perfume del cabello de ella, unas cuantos rizos dorados rozaban su mentón con la brisa vespertina al tiempo que él inclinaba su cabeza.



Hemos estado así antes ¿No es así? – murmuró él al oído de ella provocando escalofríos en todo el cuerpo de la muchacha.

Candy se congeló en el abrazo, saboreando la calidez de Terri y la abrumadora dicha de sus brazos rodeando su cintura. Ella no había estado tan cerca de él en mucho, mucho tiempo, y hubiese querido que el embrujo de aquel poder hipnotizante que él tenía sobre ella se prolongase para siempre. La joven sentía unas ganas casi irrefrenables de reposar su cabeza sobre el pecho del joven, pero . . . ¿Podía ella confiar en él para confesarle sus sentimientos? ¿Podía ser que él aún sintiese lo mismo? ¿O acaso se trataba de uno más de sus juegos? Sin embargo, ella no tuvo que tomar ninguna decisión al respecto de cuánto podía confiar en Terri en aquel preciso instante, porque unos pasos viniendo del corredor la forzaron a abandonar los brazos del joven, para no ser sorprendida en semejante postura con uno de sus pacientes.



Por favor, Terri – logró ella decir cuando se hubo separado del abrazo del joven – trata una vez más, pero esta ocasión sé más cuidadoso – rogó ella dando un paso hacia atrás. El asintió en silencio mientras se maldecía a sí mismo por no ser capaz de hablar.

¿Por qué es todo esto tan difícil? – pensó él mientras continuaba desplazándose – Es como si mis quijadas estuvieran atoradas y no puedo reunir el valor para decirle lo que siento.¡Ay, Dios! Me estoy comportando peor que un adolescente.

La joven continuó caminando detrás del hombre por un rato, pero pronto él se acostumbró a caminar con las muletas y ella le aconsejó parar la práctica. No era buena idea agotar al paciente la primera vez.

Ambos se sentaron sobre la banca de piedra a observar las últimas luces del atardecer que coloreaba el cielo veraniego al tiempo que una desvanecida luna creciente comenzaba a aparecer en el firmamento, tomada de la mano con la estrella de la tarde. Permanecieron en silencio por minutos incontables, sin saber por qué la hora del crepúsculo siempre los subyugaba de aquel modo cada vez que estaban juntos, como si el lazo mágico que los unía pudiese revelarse mejor durante aquella misteriosa hora del día.

Candy no pudo evitar el pensar en otros atardeceres que habían compartido en el pasado y su mente voló inmediatamente al verano inolvidable que habían pasado juntos, en condiciones más alegres y despreocupadas, tan diferentes a aquellas que estaban viviendo entonces, cuando tenían que cargar el peso de la recién ganada adultez y la triste historia de encuentros y separaciones que habían vivido a través de los años.

Por una de esas raras conexiones que tejen la red de nuestros recuerdos, Candy se acordó entonces de la pregunta que Terri no había contestado en la mañana y decidió entonces que era un momento propicio para volverla a plantear.



Terri – comenzó ella rompiendo el silencio.

¿Ahh?- masculló él aún bajo el influjo de aquella clase de trance.

¿Por qué no le has escrito a tu madre? – preguntó ella a sin ambages, mirándolo con ojos inquisitivos.

Terri volvió el rostro para mirarla. Sintió que había sido violentamente arrebatado de sus meditaciones placenteras con semejante pregunta. De entre todos los asuntos que el podía haber tratado, aquel era el que Terri menos deseaba enfrentar, y Candy era ciertamente la última persona sobre la Tierra que él hubiese escogido para discutir semejante cuestión, sabiendo de antemano que él acabaría, tarde o temprano, perdiendo la discusión ante la persuasiva muchacha.



Eso es algo que no te importa- dijo él evadiendo los ojos insistentes de la joven, temiendo que ella terminase por traspasar las fronteras de sus secretos más íntimos si él continuaba sosteniendo su mirada por más tiempo.

A pesar de su reticencia, su corazón lo forzó a recordar aquel asunto sin resolver que él había dejado tras de sí en Nueva York, desde el año anterior.

Cuando Terri había regresado a América después de los funerales de su padre y los días que había pasado en Escocia, su madre le había invitado a cenar con ella cierta noche. Madre e hijo no se habían visto durante meses. Terri había estado muy ocupado con su Hamlet, con la enfermedad y muerte de Susana y finalmente con su viaje a Inglaterra, mientras que su madre también había estado viajando en una gira por el Oeste del país.

La velada había transcurrido en una atmósfera relajada, no se habían dicho muchas palabras, pero una vez más, aquella era la forma en que madre e hijo se comunicaban usualmente, diciendo más con sus silencios que con las palabras. Era como si los largos años de separación que ellos habían tenido que soportar durante la infancia de Terri, les hubiesen ayudado a desarrollar un lenguaje silenciosos. No obstante, Eleanor sintió que en ese tácito diálogo, a pesar de la aparente calma del joven, su hijo aún sufría, como lo venía haciendo desde tiempo atrás.

Eleanor sabía bien la causa del dolor de su hijo pero no podía entender por qué él no hacía nada para liberarse de aquella pesada carga. Por mucho tiempo ella se había guardado su opinión para sí, consciente de la tendencia de su hijo a esconder sus sentimientos de todo el mundo, inclusive de ella. Pero aquella noche ella percibió una tristeza tan grande en Terri que no pudo contenerse.



Terri – se había ella aventurado a decir - ¿Puedo preguntarte algo, hijo?

Sí - había contestado él mientras bebía el agua de su copa.

¿Cuánto tiempo más piensas llevar luto? – preguntó mirando el traje negro que llevaba el joven.

No estoy de luto, madre – replicó él dejando la mesa, temiendo un poco que su madre se atreviese a mencionar el tema que no estaba dispuesto a discutir.- Visto de negro porque me gusta.

Terri se había sentado sobre el gran sofá en la sala de su madre, esperando que la actriz no insistiese en la conversación, pero sus esperanzas pronto probaron ser vanas.



Entonces, Terri – continuó ella - ¿Cuánto tiempo vas a esperar antes de empezar a hacer una vida propia. Es hora de que dejes atrás esos malos recuerdos sobre Susana ¿No crees? – preguntó posando su mano en el hombro del joven mientras se sentaba a su lado sobre el elegante canapé.

Bueno, tengo nuevos proyectos, si eso es a lo que te refieres – respondió él sin mirar directamente a los ojos azul verdoso de su madre.

¿Acaso tus proyectos incluyen el amor? – se atrevió ella a inquirir.

Como si hubiese sido pinchado en una herida aún abierta, Terri se había puesto de pie para moverse hacia la ventana, sin ser capaz de encontrar la calma, perseguido por la preocupación de su madre.



No madre, no incluyo el amor en mis planes – había dicho él melancólicamente mientras miraba distraídamente a través de los vidrios de la ventana.

Terri . . . – la mujer había dudado pero finalmente logró reunir el valor para expresar sus pensamientos - ¿Alguna vez has reconsiderado buscarla . . .?

No se de quién estás hablando – había contestado él violentamente volviendo el rostro para lanzar a su madre una de sus furiosas miradas de advertencia.

Eleanor Baker era usualmente una mujer amable y de suaves maneras, pero ya se había esforzado terriblemente para conseguir el valor de hablar con su hijo y siendo que ya había comenzado, planeaba continuar la discusión hasta sus últimas consecuencias.



Sí Terri, sabes muy bien de quién estoy hablando – dijo ella en un tono enérgico que rara vez usaba fuera del escenario – Lo sabes bien porque no hay otra mujer en la que tú pienses que no sea ella.

No quiero continuar esta conversación, madre – le advirtió él, controlando aún su temperamento. Él no estaba dispuesto a pasar por la penosa explicación del compromiso de Candy, creyendo, en el fondo de su corazón, que las penas que no confesamos duelen menos porque pretendemos que no están presentes.

Pero yo creo que debemos hablar ahora – insistió Eleanor.

¡Por favor, madre, te ruego que comprendas! – replicó él con su último resquicio de paciencia.

¿Comprender? – preguntó ella asombrada - Me esforcé en comprender y respetar tus decisiones en el pasado, aunque sufrí terriblemente al verte devastado. Intenté respetar tu enfermizo sentido del deber, incluso hice mi mejor esfuerzo para aceptar tu compromiso.

Nunca te gustó Susana ¿No es así? – había dicho él tratando desesperadamente de desviar la dirección de la conversación.

No, nunca me gustó, esa es la verdad – había ella respondido con aire serio – Nunca me hubiese podido gustar alguien que te estaba haciendo sufrir de esa forma, hijo. No soy del tipo de madres posesivas ¡Dios sabe que te dejé ir cuando tu padre me prometió que tendrías un mejor futuro a su lado! No es ahora, cuando ya eres un adulto, que voy a empezar a ponerme celosa. Si hubieses amado a Susana yo hubiera sido la primera en apoyar y aprobar tu compromiso con ella, así como aprobé tu relación con . . .

¡Cállate! – gritó él sin dejar que ella mencionara el nombre que lo atormentaba como un puñal calvado en el corazón - ¡Nunca menciones ese nombre! ¡Nunca!

Pero, Terri – insistió la mujer mientras sus delicadas facciones mostraban su confusión y dolor – No entiendo por qué te castigas de ese modo cuando podrías tomar un tren a Chicago e ir en busca de tu felicidad. Yo sé que tú todavía . . .

¡YA ES SUFICIENTE, MADRE! – estalló él, la ira se dibujaba en su rostro como su madre no lo había visto en años – Dije que no quería hablar acerca de esto porque no tiene sentido hacerlo. El pasado se acabó y ahora tengo que mirar hacia adelante, y en mi futuro solamente puedo ver esto – concluyó él mientras sacaba de su chaqueta un papel que entregó en manos de su madre.

Eleanor leyó el documento sin dar crédito a sus ojos. Cuando levantó aquellas estrellas azules, aún hermosas, estaban llenas de lágrimas y su mano temblorosa dejó caer al suelo el trozo de papel.



¿Qué has hecho hijo mío? – dijo ella sintiendo que en un popurrí de enojo y dolor la embargaba- ¿Por qué te diriges a tu muerte cuando podrías buscar la vida, Terri?

Me he enrolado para defender este país que he adoptado como mío, porque es también el tuyo, porque yo nací aquí y es aquí donde he encontrado mi propio camino – dijo él con vehemencia – ¡Pero puedo ver que no apruebas mi patriotismo, de la misma forma en que pareces desaprobar todas las decisiones que tomo!- estalló él enojado.

¡¿Cómo podría aprobar esta locura?! – lloró ella desesperada - ¿Cómo te atreves a pedirle a una madre que acepte que su único hijo vaya a la guerra? ¡Eres cruel, Terri, muy cruel! – concluyó rompiendo en amargo llanto.

Entonces, tal vez el mundo esté mejor si yo desaparezco de él – había él replicado acremente mientras caminaba hacia la puerta principal, buscando en su bolsillo las llaves de su auto.

¿A dónde vas, Terri? – preguntó la mujer casi en un grito cuando se dio cuenta de que el joven se marchaba.

Ya cenamos y siendo que debo partir la próxima semana, tengo muchos asuntos que arreglar antes de ese día.

¡Espera un minuto, Terri! -. Había gritado la mujer corriendo detrás del joven hasta alcanzar a asir su brazo - ¿Por qué solamente te dedicas a correr hacia tu destrucción, Terri, hijo mío?

Porque aquí dentro – había dicho él apuntando a su pecho – yo ya estoy muerto, madre ¿Quién sabe? Tal vez esta guerra le de un nuevo sentido a mi vida.

No puedo aceptar esto, estás equivocado, Terri, tan equivocado – había dicho ella entre sollozos – Estás corriendo hacia la dirección opuesta ¡Es hacia Candy a donde deberías haberte dirigido!

Finalmente el nombre había sido mencionado. Aquellas dos breves sílabas penetraron los oídos de Terri y su furia reprimida durante la discusión llegó al fin a desbordarse.



¡TE DIJE QUE TE CALLARAS! – vociferó él soltándose de las manos de su madre que aún le sostenían el brazo - ¿Cuándo aprenderás a respetar mis decisiones? No tienes ni la menor idea de las cosas que han pasado ¡No tienes derecho a intentar sermonearme!

¡Tengo el derecho y la obligación de advertirte sobre tus propios errores, hijo! – había dicho ella en un último intento por apelar al buen juicio de Terri.

¡Llegas tarde, por unos cuantos años, madre! – replicó él cáusticamente - ¡Adiós!

Y con aquellas últimas palabras él había dejado la casa, saltando a su auto, sordo a los ruegos de su madre, ciego a su propio dolor.

Terri había dejado América sin volver a ver a la actriz y malinterpretando los motivos que la movían, sintiendo que aún su propia madre era incapaz de comprenderlo, añorando a la única alma que había conocido, capaz de alcanzar su corazón como nadie lo había hecho. Sin embargo, en aquellos días, el creía que inclusive Candy le había dado la espalda al casarse con otro hombre. Lo peor de todo era que él no podía culpar por semejante infortunio a ninguna otra persona que no fuese él mismo. Él había sido quien la había dejado ir.

Terri no había dirigido ni una simple nota a su madre en todo el tiempo en que había estado en Francia, y durante los primeros meses se había rehusado deliberadamente a pensar en el asunto. A pesar de esto, desde que había vuelto a ver a Candy el invierno anterior, Terri no había sido capaz de ignorar el recuerdo de aquella última discusión con su madre. No podía olvidarse con cuánta insistencia ella le había rogado buscar a Candy, y él obviamente se sentía terriblemente estúpido cuando se dio cuenta de que su madre había tenido razón.

No obstante, el joven nunca había sido bueno en el difícil arte de pedir perdón. Luego entonces no había logrado reunir el valor de escribir una carta expresando su arrepentimiento por su comportamiento, reconociendo sus errores. Y ahora, la única persona sobre el planeta quien tenía el poder de forzarlo a hacer lo que había evitado hasta entonces, estaba a punto de descubrir su pecado.



Terri – insistió Candy - ¿No me oyes?

Ahh...sí ... – tartamudeó él mientras la voz de Candy lo devolvía al presente.

Entonces contesta a mi pregunta – dijo la joven con decisión, clavando en Terri el verde fuego de sus pupilas - ¿Por qué no le escribes a tu madre?

Bueno, no he tenido tiempo – respondió él sin pensar en lo que estaba diciendo y notando un segundo después cuán tonta había sido su excusa.

¡Seguramente crees que soy estúpida, Terri! – reconvino Candy visiblemente molesta – Has estado en cama por más de un mes y me dices que no has tenido tiempo ¿Podrías explicarme desde cuándo te volviste tan ingrato y poco afectuoso con tu madre?

Las voces internas de Terri le gritaron fuertemente: “¡Vamos! ¡Ríndete! Sabes bien que ella tiene razón”. Pero su orgullo se levantó con mayor fuerza gritándole : “Si claudicas ahora, estarás escribiendo esa carta esta misma noche, y eso es algo que tú no quieres hacer ¿O sí?”



Veo que no has cambiado Candy – replicó él finalmente con una sonrisa burlona- sigues siendo la misma entrometida que una vez conocí ¿Podrías preocuparte de tus propios asuntos en lugar de andar jugando a la doctora corazón todo el tiempo?

¿Conque esas tenemos? – respondió ella mientras la sangre comenzaba a hervirle en las venas - ¡Tú tampoco has cambiado mucho! Sigues siendo el mismo egocéntrico y engreído mocoso que trata a su madre como si la pobre estuviese hecha de piedra ¿Se te ha ocurrido que ella podría estar sufriendo lo indecible, temiendo que te ha pasado lo peor?

¡No sabes nada sobre las cosas que han pasado entre mi madre y yo! ¡No tienes ningún derecho a hablarme así! – explotó él enojado – Y si soy solamente un mocoso engreído, ¿Podrías decirme qué fue lo que alguna vez viste en un tipo como yo que me hizo creer que te importaba?

¡Eso es exactamente lo que me estoy preguntando ahora, Terrence! – contestó ella acremente mientras se ponía de pie, sin darse cuenta cómo sus últimas palabras habían lastimado a Terri – Pensé que habrías madurado un poco en todo este tiempo, pero ya veo que estaba equivocada ¡Muy bien, si quieres pasar el resto de tu vida alejándote de esa mujer maravillosa que es tu madre, que sea como gustes, tonto!- y diciendo esta última frase conclusiva Candy se dio la media vuelta y empezó a caminar.

¡Hey tú, enfermera pecas” – gritó él enojado - ¿Me vas a dejar aquí? ¿Cómo regreso a la cama?

¡Ya sabes el camino! – dijo ella por último mientras desaparecía en los corredores del hospital dejando tras de sí a un joven pasando el peor berrinche de toda su vida.

¡Cómo puede ser tan estúpido! – pensaba Candy la mañana siguiente mientras jugueteaba con su desayuno, sin estar realmente dispuesta a comérselo - Después de todos estos años y él todavía no alcanza a entender que tiene por madre a una mujer maravillosa. Si solamente él supiese . . . .pero no puedo decírselo ¡ No puedo!

La mente de Candy voló tres años atrás, cuando había visto a Terri trabajando con una compañía teatral ambulante. Él estaba totalmente borracho y muy lejos de ser el brillante actor que ella sabía él podía ser. El sólo recuerdo de esa ocasión la hacía sentir la más profunda tristeza y hubiese querido detener a su mente antes de enfrentarse con esas memorias, pero la máquina de su corazón ya estaba andando y no obedecía a sus mandatos.

Sintió de nuevo la oscura desesperación, la impotencia, la frustración, y sí, aún cierta clase de un incomprensible sentido de culpa. Ella había visto con sus propios ojos lo que su corazón se rehusaba a creer, el irónico espectáculo de un joven que lucía lamentablemente devastado y vergonzosamente perdido en el alcoholismo, ni siquiera una sombra del actor excepcional que él había sido desde la temprana edad de 17 años.

La incredulidad, la negación fueron seguidas de un sentimiento de decepción y por breves momentos se había sentido traicionada por el hombre que amaba. A pesar de que él le había prometido que sería feliz, estaba destruyendo su carrera y su vida en el fondo de una botella de whisky barato ¿Cómo se atrevía? . . . Pero el resentimiento no podía durar mucho tiempo en un corazón lleno de amor y al poco rato ella culpó a su destino por forzarlos a ambos a enfrentar un dilema semejante. Candy llegó inclusive a preguntarse en esos momentos si había tomado la decisión correcta allá en Nueva York.

Sin embargo, la compleja mezcla de sentimientos no terminó ahí, como en un carrusel, ella cambió su dolor en ira hacia la multitud irrespetuosa que abucheaba a Terri. Segundos después sucedió el milagro y repentinamente él había vuelto en sí, actuando como solamente él sabía hacerlo. Aquel increíble gesto de él le había dado a la joven el valor de dar un paso atrás y salir del teatro antes de que sus fuerzas se viniesen abajo y ella no pudiera ya resistir la tentación de hablar con él después de la función. No tenía caso tener otro encentro dulce y amargo al mismo tiempo, que seguramente terminaría en una nueva separación. Candy estaba totalmente segura de que su relación con Terrence había sido solamente un sueño del que ambos ya habían despertado. Los sueños se desvanecen y la cruda realidad nos golpea la cara. Esa había sido la dura lección que la vida le había enseñado, una y otra vez, con cada nuevo e infortunado giro de su destino.

Fue entonces cuando había visto a Eleanor Baker. La pobre mujer había dejado Nueva York para seguir a su hijo en su loco vagar, esperando encontrar el modo de ayudarlo a salir de aquella pesadilla en la cual él mismo se había hundido. Sin embargo, Eleanor no había encontrado las fuerzas para enfrentarse al joven, temiendo su inmediato rechazo y su total negativa a ser ayudado por alguien. La actriz pensaba que si Terri se enteraba de que su madre estaba al tanto de su caída, eso le causaría un dolor y una vergüenza mucho mayores, y por lo tanto, ella se había limitado a seguir a su hijo y asistir a sus presentaciones cada noche, sin encontrar la forma de ayudar al joven.

Pero aquella ocasión, las cosas habían sido diferentes y en medio de la oscuridad la mujer había encontrado la razón para el cambio repentino en su hijo, mientras estaba en el escenario. Ahí, de pie entre la multitud, se encontraba una figura con ingobernables rizos dorados que Eleanor jamás olvidaría. La actriz comprendió inmediatamente, mejor aún que la joven pareja, lo que había pasado en el teatro.

Candy recordaba claramente su entrevista con la actriz minutos después de la actuación de Terri. No podía borrar de su memoria cuán fervientemente Eleanor había insistido en que Terri seguramente había visto a la joven rubia en la penumbra del teatro. La madre de Terri creía que había sido la presencia de Candy lo que había inspirado el súbito cambio en el joven, pero Candy no daba crédito a esa especulación.



Aún si él no la vio claramente – había dicho la actriz – Él debió haber entendido en aquel momento que la mujer que realmente él ama es usted.

La joven no pudo evitar derramar un par de ocultas lágrimas sobre su desayuno mientras recordaba aquellas palabras en los labios de la madre de Terri ¡Ah, cómo deseaba ella que esas palabras pudiesen ser ciertas entonces, cuando la vida los había vuelto a reunir una vez más! Pero la reacción de Terri a sus preguntas la noche anterior le habían hecho creer que ella ya no significaba para lo él lo mismo que en el pasado.



¡Ay, señora Baker! – pensó Candy tristemente – Me temo que a pesar de los años, no conozco mejor a Terri. A veces es muy dulce y un minuto después se convierte en una fortaleza inexpugnable que no puedo traspasar. Y además, esos rastros de amargura y melancolía en el fondo de sus ojos cuando cree que no lo estoy mirando ¿Qué significan? ¿Por qué siempre tiene que ser tan enigmático? – se quejó ella internamente - Si solamente pudiera decirle cuán preocupada estaba su madre en aquella ocasión – continuó ella en sus pensamientos- tal ver así pudiera él entender cuan profundamente ella debe estar sufriendo por él ahora . . . Pero no puedo decirle a Terri que lo vi en aquel teatro, en aquellas condiciones. Se sentiría avergonzado, incómodo . . ¡No puedo usar ese argumento!

La joven dejó a un lado su tenedor en un gesto de visible frustración pero un segundo después, una firme resolución tomó forma en su mente.



¡Si él no le escribe, lo haré yo! – dijo la joven recordando que la madre de Terri le había dejado su dirección, la cual ella había guardado en un directorio de bolsillo que siempre cargaba consigo. – ¿Y cómo le explico a una madre que su hijo no le quiere escribir? -se preguntó – Tendré que mentir entonces . . .¡Ay, Terri, si solamente no fueras tan difícil!- pensó mientras descansaba su mejilla sonrosada sobre la palma de su mano izquierda con una expresión de tristeza en sus hermosas facciones.

¿Por qué tan triste esta mañana? – preguntó una familiar voz masculina detrás de ella.

Candy alzó sus ojos para encontrar unas pupilas gris claro que lo miraban con profundo afecto.



Bueno, supongo que nuestro trabajo es un tanto decepcionante, a veces – mintió ella al sonriente Yves que tenía en frente.

El joven se sentó en el lugar vacío cercano a Candy y colocó la charola con su propio desayuno sobre la mesa.



¡Dímelo a mí! – dijo él con una risa sofocada -. Es por eso que debemos de encontrar formas de divertirnos y olvidar, aunque sea por un rato, todas las pesadas responsabilidades que la medicina nos fuerza a llevar en los hombros ¿No crees? – añadió él con una sonrisa.

¡Tienes razón! – admitió ella con una triste inflexión en la voz

Entonces . . . ¿Qué me dices al respecto de mi invitación? – preguntó él casualmente- El 14 de Julio es en dos días más y no me has dicho nada al respecto todavía.

Candy había pensado acerca de la invitación de Yves en varias ocasiones, y de alguna forma se sentía reticente a aceptarla. En el fondo de su corazón la joven sabía que entre más tiempo le dedicase a su incierta relación con el joven médico, más lastimados terminarían ambos al fin de cuentas. Antes de que Terri reapareciera en su vida aquella noche del invierno, cuando el destino la había llevado al campamento Americano, Candy había imaginado que a pesar de su corazón roto, había una remota posibilidad de una relación con Yves. Pero desde aquella noche, Candy no podía pensar en nadie que no fuese Terrence. Su presencia en el hospital era un recordatorio diario de los persistentes sentimientos que él le inspiraba, una constante prueba de su incapacidad para amar a otro hombre. No obstante, ella se sentía sola y las confusas emociones que explotaban en ella cuando estaba cerca de Terri, aunque realmente seductoras, no la ayudaban mucho a disminuir su angustia. Al contrario, la compañía de Yves siempre le había traído paz. Tal vez si ella podía al menos alejarse por un día, podría después reordenar sus pensamientos para enfrentar el difícil asunto de Terri y su madre. . .



Bueno, Yves – comenzó ella con voz dudosa - he pensado que podría ser una buena idea aceptar tu invitación.

¿De verdad? – dijo el joven sin poder reprimir su alegría.

Sí... eh... de hecho, pero... - continuó ella.

¿Pero?

Estaba pensando que podría ser una buena idea si llevamos a Flammy con nosotros, porque, verás . . .

¿Qué? – preguntó el joven pasmado, mientras una expresión de incredulidad se reflejaba en su rostro.

Bueno, Yves . .- se esforzó Candy al explicar sus motivos – Flammy ha estado trabajando muy duro últimamente, doblando turnos una y otra vez, y finalmente tendrá un día libre este 14 de julio, igual que yo, y me dijo el otro día que le gustaría salir. Yo no le he mencionado que tú ya me habías invitado . .. y bien . . .de cierta forma yo . . .- continuó la joven con tono indeciso mientras miraba la expresión en el rostro del médico – yo estaba pensado que nosotros . . . quiero decir, Flammy y yo, podríamos ir contigo . . . ¿Estarías de acuerdo con eso?

Salir con Flammy Hamilton como chaperona no era exactamente la idea que Yves tenía de una cita, y por supuesto, se sintió decepcionado con la sugerencia de Candy. Por otra parte, si re rehusaba a llevar a Flammy con ellos, la tan esperada cita podría no darse jamás, porque si Candy seguía su naturaleza altruista como siempre lo hacía, terminaría pasando el día con “la pobre de Flammy” en lugar de salir con él . . .y estaba también el constante peligro del coqueteo de Grandchester . . .¡No! ¡Aquella era una excelente oportunidad de acaparar la atención de Candy y hacerla olvidarse del odioso “ricain” ( nombre peyorativo con que los franceses se refieren a los americanos)

Creo que es buena idea – dijo Yves finalmente, una vez que su cabeza hubo ponderado todas las anteriores consideraciones – Invítala también, y si ella acepta nos iremos alrededor de las 11 o 12 para comer juntos en algún lugar del Barrio Latino y después iremos a la feria para comenzar con la diversión . . .¿Te parece?

¡Eso sueno muy bien! – dijo Candy recuperando la sonrisa mientras se olvidaba por un momento de sus preocupaciones por Terri y su madre - ¡Gracias Yves, eres un encanto, amigo! – dijo ella lanzándole un cumplido al tiempo que se levantaba de la mesa.

El doctor y la enfermera dejaron la cafetería del hospital para continuar con su trabajo. El resto de la mañana tendría que enfrentar otra vez la cotidiana tragedia de heridos y muerte, pero en el fondo de sus corazones, otras turbulencias más allá de la insensatez de la guerra ocupaban su atención. Si bien, las preocupaciones de Candy e Yves eran de algún modo distintas una de la otra.





La mañana del 14 de Julio fue soleada y espléndida, pero Terri no podía apreciar su belleza de la misma forma que no podía encontrar la calma desde su última pelea con Candy. Durante cuatro largos días sus encuentros con la rubia habían sido fríos y distantes. En contra de su usual jovialidad, Candy le había a penas dirigido unas cuantas palabras, y ya que él no usaba más la silla de ruedas, el contacto físico entre ellos había sido prácticamente nulo. Su cuerpo pedía a gritos el más ligero roce tanto como su alma necesitaba de nuevo ver su sonrisa. Desafortunadamente, él conocía perfectamente bien el remedio que podía dar fin a sus angustias, pero no estaba dispuesto a admitir su derrota escribiendo una carta y expresando su arrepentimiento por su desagradable despliegue de rudeza la noche que ellos habían conversado en el jardín.

El arrogante joven no tenía idea de cuán caro sería el precio que debería pagar por su orgullo hasta que vio a Julienne trabajando en el lugar de Candy aquella mañana.



Buenos días, señor Grandchester ¿Cómo se encuentra? – preguntó la mujer en su musical acento francés.

¿Dónde está Candy? – fue la primera cosa que pudo decir él como respuesta al saludo de Julienne, y la mujer no pudo refrenar una tímida sonrisa de asombro ante la vehemencia del joven.

¡Relájese, Sr. Grandchester – replicó ella con una risita – La enfermera favorita de todos está solamente tomándose un día libre. Sé que puede sonar raro, pero aún enfermeras dedicadas como Candy necesitan un respiro de vez en cuando – sugirió Julienne mientras revisaba el reporte médico.

Ya veo – dijo Terri con un tono de decepción tan profundo que conmovió el corazón de la mujer hasta la médula.

Si él supiese lo que Candy está haciendo ahora, creo que este pobre hombre o estallaría en llanto o montaría en cólera – pensó ella mientras servía el desayuno- Pero pensándolo bien, se lo merece por ser tan testarudo – concluyó ella recordando lo que Candy le había contado sobre su última pelea con Terri.

Julienne terminó su trabajo con el joven aristócrata y continuó con su rutina diaria dejando a Terri en sus oscuras deliberaciones.

Terri trató de tomar una siesta matinal pero fue inútil; luego intentó leer el periódico para seguir los movimientos de los Aliados en el Frente Occidental, pero no logró concentrar su atención en la lectura; finalmente, decidió levantarse y dar una ojeada a través de la ventana para ver si encontraba algo con que distraerse. Pronto se daría cuenta de que esa no había sido tampoco una muy buena idea.

Justo unos minutos después de que el joven se había sentado en la ventana, sus ojos presenciaron cómo dos jóvenes vestidas con trajes blancos y lindos sobreros de paja se subían a un carro convertible. Él pudo distinguir los cabellos castaños sobre la espalda de una de las chicas, pero la sombra de una rama no le permitía ver a la otra joven claramente. Entonces, vio a un hombre de cabellos oscuros en el asiento del conductor e inmediatamente reconoció a Yves en un impecable traje beige. Un mal presentimiento le asaltó al corazón y miró de nuevo a la segunda joven, esta vez la luz brilló sobre su cabeza al tiempo que ella se quitaba el sombrero para usarlo como abanico, descubriendo una cabellera dorada arreglada en una cola de caballo que le llegaba hasta la cintura. ¡Era Candy!

De repente la desagradable realidad le saltó a los ojos: ¡Candy, su Candy, estaba saliendo el día 14 de julio, el día festivo más importante de Francia, con el deleznable francesillo!

Arrebatado por un ataque de ira presionó con dedos nerviosos el botón que llamaba a la enfermera de turno. Un minuto más tarde, Julienne estaba a su lado preguntándole si había algún problema.



¿Sí, señor Grandchester? ¿En qué puedo ayudarle? – dijo ella en su habitual tono dulzón.

Podría usted explicarme, como si yo fuese un niño de seis años – comenzó el joven, con el disgusto reflejado en cada una de sus palabras – ¿Qué diablos hace Candy allá abajo en el auto de Yves Bonnot? – preguntó mientras señalaba la ventana

Julienne abrió sus claros ojos color miel de par en par mientras se reía para sus adentros ante la reacción de Terri.



Mon Dieu ! – se dijo a sí misma - Il est tellement jaloux! ( ¡Dios mío! ¡De verdad está celoso!)

Bien, eh...ummm...- tartamudeó, sin saber qué respuesta podía dar a semejante pregunta – Escuché que Flammy y Candy irían con Yves a las celebraciones del 14 de julio. Deben de estar dirigiéndose ahora a “La rive gauche”. Es un día festivo, ¿sabe usted?- concluyó ella con su tono más inocente.

¡Demonios!¡Sé muy bien que es un día festivo! – explotó encolerizado – ¡¡Lo que quiero saber es por qué ella sale con ese maldito comedor de ranas!!

¡¡Señor Grandchester!! – gritó Julienne escandalizada con el lenguaje del joven – ¡Debo recordarle que entiendo su lengua lo suficiente como para resentir su uso de palabras vulgares y si usted se está refiriendo a Yves con ese apodo peyorativo porque es francés, entonces yo también me siento igualmente ofendida!- concluyó ella indignada.

Terri reconoció entonces que una vez más había dejado a su temperamento ir más allá de los límites de la prudencia y se sintió terriblemente avergonzado de su comportamiento.



Le ofrezco mis disculpas, Madame Boussenières – dijo él bajando la cabeza – No era mi intención ofender su sensibilidad. Me temo que mi carácter me traiciona con demasiada frecuencia ¿Podría usted disculpar mi rudeza? – rogó él con una voz tan sincera que Julienne no pudo evitar el perdonarlo.

Está bien, Sr. Grandchester, mientras no vuelva a ocurrir, acepto sus disculpas – replicó – y en lo que se refiere a Candy, no creo que usted deba de armar todo este alboroto. Ella solamente salió con unos amigos en su día libre. Tal vez usted deba aprovechar este tiempo para reflexionar un poco – se aventuró a sugerir sorprendiendo a Terri con sus comentarios y finalmente concluyó – Ahora, si no me necesita más, debo continuar con mis obligaciones – dijo al tiempo que dejaba solo al joven. –

Mientras se alejaba Julienne se decía: “ Moi, je te comprends maintenant, Candy. Il est presque impossible se résister à ce jeune homme!” (¡Ahora te entiendo Candy ! Es prácticamente imposible resistirse a este jovencito)

La joven mujer dejaba a sus espaldas a un frustrado y apesadumbrado aristócrata, refunfuñando amargamente en contra de su propio orgullo, consumiéndose lentamente en las llamas de los celos más feroces.

La anciana de la limpieza, quien una vez más había presenciado toda la escena, sonrió ligeramente mientras pensaba:



Gentil médicine, un; bel Américain, un: match nul- se rió suavemente.

(Doctor gentil, uno; americano apuesto: uno. Empate)

La anciana levantó los ojos de su trapeador para mirar como el joven tomaba pluma y papel del cajón de su mesa de noche y comenzaba a escribir. Permaneció en la misma posición un largo rato hasta haber terminado la carta. Como si el tarea hubiese requerido todo su esfuerzo, una vez concluida la misiva, se acostó y cayó dormido.





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La misma historia de los días anteriores comenzó a representarse la siguiente mañana cuando Candy entró de nuevo al pabellón de Terri. La joven lo saludó con frialdad, fijando sus ojos en el reporte médico y dirigiéndose al hombre usando monosílabos. Dios sabía cuán difícil era para Candy el pretender indiferencia hacia el hombre que amaba, pero ella estaba determinada a forzarlo hasta que finalmente admitiese su derrota y accediese a escribirle a su madre. Pero, la joven no tenía idea de cuán efectivos y rápidos ya habían sido sus esfuerzos.

Aprovechando la fingida preocupación de Candy por el reporte médico, Terri estudió las líneas del rostro de la joven con cuidado. Se sentía aún tremendamente celoso de Yves, quien había disfrutado de la vista de su hermosa presencia por todo un día. Pero si Terri era franco consigo mismo, tenía que admitir que había sido todo culpa de su mal carácter. Él mismo se sorprendía de haber podido resistir la frialdad de Candy por casi una semana, pero no estaba dispuesto a continuar en la misma situación por el resto de su vida. De hecho, estaba ya listo a hacer las paces con la joven justo entonces. Por lo tanto, respiro profundamente y finalmente habló.



Candy – comenzó.

¿Sí? – fue la sola respuesta de la joven mientras miraba al termómetro como si fuese la cosa más importante del mundo.

Creo que necesito que me hagas un favor – dijo él en su tono más dulce, derribando así, sin saberlo, las primeras defensas en las barricadas de Candy.

¿Qué clase de favor? – preguntó la rubia tratando de ocultar sus emociones

Necesito que alguien deposite una carta en el correo, por mi – replicó él con el mismo tono meloso.

Los ojos de Candy desviaron su atención del instrumento que sus manos sostenían para enfocarse directamente, por la primera vez en días, en el rostro del joven. Dirigió con la mirada una pregunta muda que Terri entendió inmediatamente.



Sí – dijo él audiblemente – Le he escrito a mi madre, como tú sugeriste – concluyó esperando ver la reacción de la joven ante sus palabras, y ésta no se hizo esperar por mucho. En unos cuantos segundos las últimas barreras habían derretido muros helados y ahí estaba de nuevo, la misma dulce Candy que él siempre había conocido, mirándolo con su usual bondad.

¡Oh Terri, estoy tan feliz de que hallas recapacitado! – replicó ella con voz cantarina - ¿Dónde está la carta? – preguntó

En el cajón – contestó él señalando la mesa de noche con su pulgar derecho.

La joven movió su mano para alcanzar la manija del cajón, pero cuando ya estaba sobre el mueble y antes de que pudiese jalar el cajón, la mano de Terri interceptó la de ella con apretón cálido y fuerte.



Candy – murmuró él – Yo . . .yo también quiero disculparme – dijo con dificultad

La joven enfermera comprendió inmediatamente el terrible esfuerzo del joven y aceptó sus palabras con una mirada tan cariñosa que Terri no pudo ignorar.



Estabas en lo correcto, Candy – continuó él hablando, alentado por la actitud de ella – soy un mocoso engreído, demasiado orgulloso como para escribirle a su madre diciéndole cuan arrepentido estoy de haber sido cruel con ella cuando decidí enrolarme en el ejército. Ella estaba preocupada por mi y yo tomé su inquietud como desaprobación.

Está bien, Terri – dijo Candy secretamente gozando del toque de Terri en su mano, el cual ella había extrañado terriblemente durante los días anteriores- no tienes que darme explicaciones acerca de las cosas que pasaron entre tu madre y tú.

Yo creo que sí- continuó él – y también creo que debo pedir tu perdón, por ser tan grosero contigo la otra noche. Tú solamente tratabas de ayudar, como siempre lo haces, y yo te traté irrespetuosamente ¿Podrías perdonarme? – preguntó él con ojos suplicantes mientras tomaba con ardor las dos manos de Candy entre las suyas

Si la joven estaba aún renuente antes de aquel último ruego, después de que Terri le mirara de esa forma, ella acabó por derretirse completamente.



Yo también me porté grosera contigo y dije algunas cosas . . .que no sentía realmente – replicó ella con una triste sonrisa – Te perdono si tú me perdonas también ¿Es un trato? – dijo tratando de bromear para sobreponerse a la atmósfera de profunda intimidad que súbitamente les había rodeado.

Es un trato. Aquí está la carta – respondió él tomando el sobre del cajón y entregándoselo a la joven, quien simplemente lo puso en su bolsillo y continuó con su trabajo.

Dime algo – preguntó Terri unos minutos después mientras Candy que estaba sentada en una silla cercana, anotaba algo en el reporte médico.

¿Qué?

¿Qué hubieses hecho si yo nunca hubiera escrito esa carta? – preguntó él travieso.

La joven se puso de pie sosteniendo en sus brazos la carpeta al tiempo que sonreía ampliamente al joven.

No debes preguntar por lo que yo hubiese hecho – respondió ella mientras comenzaba a alejarse lentamente – sino qué fue lo que hice.

¿Qué hiciste, Candice White? – preguntó Terri adivinando cierta picardía en la mirada de Candy.

Escribí a tu madre hace tres días, Terri – dijo ella sin más preámbulos.

Terri estaba totalmente perplejo con la respuesta, por unos segundos trató de encontrar la mejor manera de responder al atrevimiento de ella, pero solamente una pregunta pudo salir de sus labios.



¿Cómo le hiciste para enviar esa carta? ¿Cómo averiguaste la dirección de mi madre? – preguntó confundido

Eso, querido amigo, - replicó Candy con la más deslumbrante de sus sonrisas mientras salía del pabellón – es secreto femenino.

Terri dejó escapar un profundo suspiro mientras miraba desaparecer a la joven a través de la entrada del gran galerón. El joven desplomó la cabeza sobre las almohadas sintiendo una dulce sensación de alivio que invadía su alma y mente. Realmente no importaba cómo Candy había conseguido la dirección de su madre. En realidad no le preocupaba que ella se hubiese otra vez entrometido en su vida enviando una carta sin su autorización. De hecho, él estaba complacido al darse cuenta de la preocupación de Candy con respecto a su persona. Lo verdaderamente importante era que en aquel momento las barreras entre ellos se habían derribado finalmente... No había sido tan difícil después de todo... si solamente fuese así de fácil confesar que el pleito que habían tenido el otro día no era la única cosa de la que se arrepentía... Pero... ¿Cómo le dices a tu ex-novia que te sientes horriblemente arrepentido por haberla dejado ir? ¿Cómo confiesas que nunca has podido superar la pérdida?

4 comentarios:

  1. awww esta super!!
    aww aunque Yves tambien es muy lindo! <3
    pro Terry le gana! XD
    haha seguire leyendo......

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  2. Wow!!!
    Me recuerda mucho a varias situaciones!!!
    buaaaaa.... Terry y Candy... como siempre me tienen leyendo mas y mas!!!

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  3. es imposible creer como esta historia me tiene en un mar de ilusiones y fantasias... mi anime predilecto por completo... mi furtracion infantil... adolescente... lo adoro!!

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  4. no hay duda....la mejor historia de todos-...q me tienen tan intrigada....la pasión de Terry por Candy y los penetrantes sentimientos de Candy hacia Terry,,,,,amo a Terry....es tan guapo,apuesto y sigue siendo el mismo altanero rebelde y caprichoso,cual toda dama desea tenerlo,incluso Candy....=D gracias por todo!!!! saludos!!!

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