lunes, 29 de diciembre de 2008

Capitulo 15

Despedidas y Cambios de Ruta

El tren había llegado a la estación y el paisaje entero parecía ajetreado y caótico. Hombres descargando pertrechos, personal médico llevando a los heridos en camillas sucias, suministros regados por el suelo, confusión, gritos e irritación reflejado en muchas caras. Un grupo de soldados jóvenes con vendas en los ojos y uniformes en mal estado caminaban en fila, uno detrás el otro, entre las cajas con municiones y ametralladoras nuevas. Cada hombre llevaba el brazo derecho sobre el hombro de su compañero con el fin de guiar sus pasos hacia el tren. Un hombre que no había sido cegado por el gas de iperita conducía el grupo a lo largo de la plataforma.

Yves no podía observar el cuadro pero percibía la atmósfera de fastidio y expectación que se filtraba en el aire. Un par de enfermeros lo habían ayudado abordar el tren y estaba ya instalado en uno de los asientos, esperando la salida de la tren. Con las yemas de los dedos palpó el vidrio de la ventana y pensó que era irónico estar sentado cerca de ella, cuando no podría ver el paisaje y el clima era ya demasiado frío para que él disfrutara de la brisa con la ventana abierta. El viaje a Paris sería largo y aburrido, sobre todo con la pierna herida y la imposibilidad leer en el camino.





Yves, - llamó la voz de Terri detrás él y el joven doctor volvió el rostro en la misma dirección de donde había venido la voz, - pensé que no lo lograría- el actor dijo jadeando mientras respiraba pesadamente como si hubiese estado corriendo.

¡No sabía que me ibas a extrañar tanto!- Yves bromeó al escuchar las palabras de Terri.

Eso quisieras francesillo, – repuso el otro joven con una sonrisa socarrona – sólo vine hasta aquí para hacerte un favor.

Qué amable de tu parte, – replicó Yves aún en tono de guasa. - ¿De qué se trata?

El correo acaba de llegar y hay una carta para ti. Aparentemente viajó a diferentes destinos antes de llegar hasta aquí finalmente – explicó Terri poniendo la misiva en las manos del joven médico.

¿De quién es? – preguntó el hombre curioso y un poco frustrado por no poder leer la carta por sí mismo.

No lo vas a creer, – se rió Terri entre dientes muy divertido con la situación - ¡Nunca me imaginé que ustedes dos fueran tan buenos amigos!

¿Qué quieres decir? Vamos Grandchester, sólo dime de quién es la carta.

Terri puso una mano sobre el asiento e inclinó su cuerpo para susurrar al oído de Yves en un tono travieso.



¡Una dama! – dijo juguetonamente.

¿Quién? ¡Nada más dime y deja de jugar como un niñito estúpido! – exigió Yves perdiendo lo que le quedaba de paciencia.

La Señorita Ceño Fruncido en persona ¡Quién lo diría! – Terri se carcajeó muy divertido.

¿La Señorita Ceño Fruncido?

También conocida como la enfermera Hamilton, querido amigo, – explicó Terri dando rienda suelta a su risa.

¿Flammy? – preguntó Yves asombrado - ¿De verdad?

Ciertamente. Si quieres puedo leer en voz alta para ti. Pero no seré responsable si el contenido es demasiado personal.

¿Podrías ya dejar eso, Grandchester? – ordenó Yves molesto - ¡Dios mío, puedes ser un verdadero dolor de cabeza si te lo propones! Y no gracias, ya me las arreglaré después.

Está bien, ni una palabra más sobre el asunto – Terri replicó aún sonriente, pero comenzando a recobrar la seriedad. – Así es como correspondes a mi atención después de la larga distancia que tuve que correr sólo para que tú tuvieras la carta. Pero no te preocupes, ya estoy habituado a tus modales ingratos.

Gracias entonces – respondió Yves relajándose un poco.

Terri pensó en ese momento que era asombroso el modo en que las tensiones entre los dos se habían suavizado después de la horrible experiencia que habían vivido juntos y los días que ambos habían compartido en el hospital ambulante. El joven aristócrata estaba complacido al ver que los resentimientos parecían haber desaparecido y aunque no eran los grandes amigos podían decir que a la postre la desconfianza mutua se había desvanecido. El tren se sacudió hacia delante un poco y el empleado de la estación gritó que estaban a punto de partir. La hora de decir el último adiós había llegado.



Bueno, creo que eso es todo – Terri dijo con simpleza – Te deseo lo mejor, Bonnot.

Lo mismo digo – replicó Yves amigablemente – y una vez más . . . gracias . . . por todo lo que hiciste por mi – dijo el joven con un poco de dificultad.

Ni lo menciones – Terri respondió seriamente. – Si las cosas hubiesen sido distintas podríamos haber sido grandes amigos, pero me alegro que conseguimos minimizar nuestras diferencias. Espero que puedas encontrar la mujer indicada. De verdad lo mereces, – concluyó el aristócrata sinceramente.

Gracias, – respondió el médico, – y tú cuida de Candy.

Lo haré, – replicó Terri estrechando la mano izquierda que el joven doctor le ofrecía, sabiendo que el actor no podía usar la mano derecha. – Adiós, Yves Bonnot.

Adiós, Terrence Grandchester, – dijo Yves antes de que Terri lo dejara solo en el vagón.

El joven sintió entonces cómo el tren comenzaba a moverse. Luego, escuchó a alguien caminando con muletas que se sentaba a su lado balbuceando un tímido hola con un acento sureño.



Buenas tardes – dijo Yves al hombre que sería su compañero de viaje – Mi nombre es Bonnot – se presentó amablemente.

Gordon, Jeremy Gordon, de Nuevo Orleáns – respondió el hombre con voz cascada.

Los dos hombres comenzaron una conversación casual mientras el tren avanzaba dejando atrás la improvisada estación y se adentraba en los bosques. Después de un rato, Yves rasgó el sobre que aún tenía en las manos y dirigiéndose a Gordon le pidió:



Sabe usted, señor Gordon – le dijo a su compañero – tengo una carta de una amiga mía aquí conmigo, pero como usted puede ver obviamente, me es imposible leerla por mi mismo ¿Le molestaría hacerlo por mi?

Por supuesto, hombre – replicó el soldado tomando la carta en sus callosas manos y empezando a leer.

“Querido Yves . . .”





Sombreros de estilos diferentes, guantes, enaguas, zapatos, pañuelos blancos, vestidos, sombrillas de encaje, y mil objetos femeninos más, estaban esparcidos por toda la recámara. Las dos mujeres trabajaban diligentemente empacando cada uno de los artículos tan rápido como les era posible, pero a pesar de sus esfuerzos más y más piezas de ropa continuaban apareciendo de la nada. Patty había estado en Illinois por más de un año y durante ese tiempo había sucumbido en muchas ocasiones a la fiebre de compras de Annie.

“ – De verdad deberías comprarte este sombrero, Patty,- solía decir Annie – Simplemente luces preciosa con él.”

Y Patty usualmente cedía a sus debilidades femeninas y terminaba siguiendo el consejo de Annie. Pero en esos momentos la joven estaba pagando el precio de sus pecadillos ya que tenía que decidir lo que estaba llevando consigo en su viaje a Florida y lo que dejaría en la casa de Annie. Después de todo, no tenía caso llevarse todo cuando estaba planeando regresar a Illinois después de las fiestas decembrinas.

El Sr. y la Sra. O’Brien habían decidido que su hija había estado lejos por demasiado tiempo y siendo que era ya noviembre estaban esperando que Patty regresara a Florida para pasar la Navidad con ellos. Al principio el Sr. O’Brien había pensado en ir a Chicago para acompañar a su hija en su viaje de regreso, pero la madre de él le había convencido de que era mejor si él dejaba esa misión en las manos de ella. De ese modo, él no descuidaría sus negocios y ella tendría la ocasión de divertirse y visitar a los amigos de Patty en Chicago. El Sr. O’Brien no sospechaba que Patty y su abuela Martha habían planeado ese viaje con varios meses de anticipación.

Cuando Tom le pidió a Patty ser su esposa, la joven le escribió inmediatamente a la Sra. Martha O’Brien contándole las noticias. La anciana se sentía muy emocionada y feliz por los planes de su nieta, pero también entendía que, al contrario de su primera relación de noviazgo, esta vez Patty no contaría con la aprobación de sus padres debido al origen de Tom. Por lo tanto, la anciana señora le contestó a Patty advirtiéndole acerca de los problemas que ella y su novio seguramente enfrentarían tan pronto como los O’Brien se enteraran del compromiso de Patty con un granjero.

Ambas mujeres decidieron entonces que sería más sabio esperar hasta el vigésimo primer aniversario de Patty, por inicios de Noviembre, de modo que aún si el Sr. y la Sra. O’Brien no quisiesen aceptar a Tom en su familia, ellos ya no tendrían ningún derecho legal para impedir los planes de la pareja.

De ese modo, Martha viajó hasta Chicago y más tarde a Lakewood para conocer a Tom y preparar los últimos detalles de su plan. Tom viajaría con ambas damas para conocer a los padres de Patty y pedir la mano de la joven en matrimonio. Si los O’Brien no querían aceptar, entonces Patty y Tom simplemente se casarían sin su aprobación. Martha estaba dispuesta a apoyar a su nieta aún en contra de los deseos de su hijo.



Mi familia arruinó mi vida forzándome a casarme con un hombre que yo no amaba – decía la viejita mientras ayudaba a Patty a doblar un hermoso vestido de lana que iban a empacar – Nunca tomé una decisión por mí misma. Primero mis padres decidían la ropa que yo iba a usar, cómo debía yo comportarme, lo que era bueno que yo aprendiera, la gente que debía conocer. Más tarde fue mi esposo quien controló mi vida, y así perdí mi juventud y mis sueños. Ni siquiera pude dar mi opinión sobre la educación de mi propio hijo. Su padre escogió la escuela donde estudiaría, la profesión que él ejercería y la mujer que desposaría. Un día me di cuenta de repente que mi hijo se había convertido en un frío y frívolo esnob que yo no reconocía como mi pequeño muchachito. Era un completo extraño para mi. Y cuando te enviaron al Real Colegio San Pablo pensé que iban a hacer exactamente lo mismo contigo.

Pero afortunadamente conocí al alguien ahí- comentó Patty sonriendo abiertamente, mientras miraba una fotografía entre sus manos.

Lo sé, querida, - replicó Martha sonriendo – nunca deja de asombrarme lo mucho que cambiaste desde que conociste a Candy. Conforme el tiempo pasa, aumenta tu madurez y confianza en ti misma, más y más.

Nunca seré heroína de guerra – dijo Patty con una risita mientras enseñaba a su abuela la foto donde Candy aparecía con tres soldados en el hospital del campamento – pero sé ahora que no es un pecado ponerse de pie y decirle al mundo que yo también puedo pensar por mi misma y decidir sobre mi propio destino.

Esa es la actitud que tienes que mantener, querida – exclamó la anciana con gesto animado. – Yo solamente quiero ver la cara de tu padre cuando se de cuenta de que ya no eres un bebé que él puede manejar a su antojo. Lástima que tu abuelo a no está con nosotros para ver también su expresión ¡Por San Jorge que sería un cuadro muy gracioso

¡ABUELA! ¡No jures en vano! – la regañó la joven con una risita, pero luego en un tono más serio agregó; – ves todo como si fuese sólo una broma, pero debo confesarte que estoy algo asustada. Sé que mamá y papá se pondrán tan molestos conmigo que tal vez no los vuelva a ver después de casarme.

Eso podría pasar, querida, – Martha aceptó con un suspiro.- Esperemos que ellos acaben por comprender tus sentimientos algún día. Aunque si eso no sucede, con un esposo como Tom y con todos tus amigos de tu parte, no creo que llegues a sentirte sola jamás – dijo la mujer alegremente.

Lo sé, abuela. Pero dime, ¿Aceptarás la oferta de Tom de irte a vivir con nosotros a la granja? – preguntó Patty con entusiasmo.

Todavía lo estoy pensando – respondió la anciana con una mirada ladina en sus ojos aún brillantes – Tengo otras ofertas, ¿sabes?

¿Qué clase de ofertas, abuela? – preguntó Patty intrigada por la mirada traviesa en el rostro de la anciana.

Bueno, no quiero salarlo, pero . . .- Martha dijo con reticencia.

¡Vamos, dilo, abuela!

Está bien, está bien, – confesó la mujer. – Le pregunté a la Srta. Pony si a ellas les gustaría tener una nueva socia que les ayudara con el orfanato. Tanto ella como la Hermana María hacen un trabajo tan bueno que sería maravilloso si más niños pudieran ser aceptados. Pero ellas necesitan otra mano y algunas de mis ideas para transformar al Hogar de Pony en una institución más grande.

¡Ay abuela! ¡Me asustas cuando veo esa mirada en tus ojos! – dijo Patty sorprendida.

¡Tú también podrías ayudar! Se necesitarán sangre nuevas y energías en este proyecto. Ahora . . . ¿Dónde está ese abrigo azul que dijiste que querías llevar contigo? – preguntó la mujer tratando de encontrar el abrigo en aquel desorden que tenían a su alrededor.

Está en el cuarto de Annie ¿Podrías ir a traerlo, abuela?

¡Grandioso, y le pediré al mayordomo que nos traiga un poco de té y pastas! – sugirió la anciana con una risita traviesa.

Las llaman galletas aquí en América, recuérdalo ¡Ay abuela, tú lo único que quieres es una oportunidad para coquetear con el mayordomo! – repuso la joven.

¿Acaso no tiene una sonrisa encantadora? – comentó Martha pero Patty no tuvo tiempo de continuar regañando a su pícara abuela porque la anciana ya estaba fuera de la habitación tratando de encontrar al mayordomo de los Britter.

Patty suspiró resignadamente mientras continuaba su tarea empacando sus medias. Solamente necesitaba estar sola por breves instantes para empezar a pensar en Tom. Las cosas que se habían dicho el uno al otro la última vez que habían estado juntos, la sensación de la mano de ella en las manos de él y el beso que habían compartido estaban tan frescos en su memoria que su corazón había comenzado a latir más rápido al tiempo que ella cerraba los ojos y sonreía.



¿Cómo está el clima en la tierra de los sueños? – preguntó Annie quien había entrado al cuarto cuando se dio cuenta de que Patty estaba demasiado perdida en sus ensoñaciones como para contestar a sus tímidos golpeteos en la puerta.

¿Mmmm? ¿Qué dijiste? – respondió Patty sorprendida por la presencia de Annie.

Dije que es hora de regresar de tus sueños . . . ¡Tengo noticias de Francia! – dijo la joven dama blandiendo un sobre rosa.

¡¡Santo cielo!! ¿¿Qué es lo que dice?? ¡Vamos Annie, ábrelo! – urgió Patty a su amiga.

La joven morena obedeció a las demandas de su amiga y con dedos nerviosos rasgó el sobre para extraer la carta de su interior.





Septiembre 20

Querida Annie:

Espero que todo vaya bien para ti y tu familia cuando esta carta llegue a tus manos. Si me preguntas sobre mi, debo decirte que nunca he estado mejor. Si alguna vez creí que había conocido la felicidad, ahora reconozco que estaba equivocada. No tenía idea de lo que realmente significaba hasta hace unos días . . .

Al tiempo que Annie continuaba la lectura ambas jóvenes abrían sus ojos con asombro, jadeando e intercambiando miradas de pasmo con cada línea. Hasta entonces, Candy no le había confiado a nadie más que a Albert, la Srta. Pony y la Hermana María el hecho de que Terri estaba en Francia y que había estado hospitalizado durante tres meses en el mismo lugar que ella estaba trabajando. Así que, la carta que contaba toda la historia tomó a ambas mujeres por sorpresa.



¡ Simplemente no puedo creer esta historia! – exclamó Patty cuando Annie terminó de leer la carta por la tercera ocasión - ¿No es asombroso? . . .Quiero decir, ellos se encontraron allá . . . ¿Tienes la más ligera idea de cuántas posibilidades tenían para reencontrarse? ¡¡Debió haber sido el destino!! – exclamó la joven sirviéndose algo de agua para calmar su estupor.

Comprendo, Patty – contestó Annie con un tono melancólico – Supongo que el amor de ellos estaba simplemente predestinado. Me alegro por ella.

¿Por qué entonces suenas tan triste? – preguntó Patty notando el tono lastimero de su amiga.

Annie se puso de pie y caminó hacia la ventana mientras sus ojos color de miel seguían la caída de las hojas secas desde un fresno cercano.



¿No lo ves, Patty? – dijo la muchacha finalmente, después de un largo silencio. – Por años estuve tan cegada por mi amor hacia Archie y mi egoísmo, que no supe cómo ser una verdadera amiga para Candy.

¿Pero qué estás diciendo Annie? Creo que ya hemos discutido este asunto antes ¿Por qué no acabas de entender que tú siempre has sido una excelente amiga para Candy y para mi? – reconvino Patty.

¿De verdad crees eso Patty?- preguntó Annie encarando a Patty y esta última pudo ver que el rostro de su amiga estaba ya bañado en lágrimas – ¿Si yo fui tan buena amiga cómo es que no me di cuenta de que Candy solamente fingía ser fuerte y feliz durante estos tres años?

¿Annie, a dónde quieres llegar? – se preguntó Patty frunciendo el ceño.

¡Esta carta, Patty! – gimió la morena dejando caer los papeles al piso. – Candy suena tan contenta en estas líneas como no lo había estado por largo tiempo, y yo, su mejor amiga, no me había dado cuenta de que ella estaba sufriendo al estar separada y lejos de Terri! ¡Yo pensé que ella había superado ese amor imposible! ¡Y ya la ves! ¡Se casó con él! Esto quiere decir que ella lo amó en silencio, sufrió y lloró en silencio por tres años y yo nunca estuve ahí para apoyarla! ¡Esa es la clase de mejor amiga que soy! – barbotó la joven estrujando las cortinas con manos temblorosas. El rostro de Annie reflejaba su frustración y desilusión.

¡Annie! No te culpes de manera tan amarga. No fuiste solamente tú quien fue engañada por el valor de Candy. Yo tampoco tenía idea de sus sentimientos – dijo Patty poniéndose de pie y acercándose a su amiga.

No, Patty, no se puede comparar tu situación con la mía – afirmó la chica sombríamente. – Tú sufriste pruebas tan difíciles que nadie puede condenarte por no haber estado al lado de Candy cuando ella lo necesitaba. Pero yo . . . – Annie no pudo terminar la frase porque sus sollozos no le permitían emitir palabra.

Annie – fue todo lo que Patty pudo decir limitándose a abrazar a su amiga.

Annie se aferró a los brazos de Patty y derramó sus lágrimas de arrepentimiento por un rato. Su mente voló hacia los años de su infancia. Se vio a sí misma escribiendo la última carta que envió a Candy cuando ambas tenían seis años. Ella sabía entonces que aquellas líneas iban a lastimar a su querida amiga hasta la médula, pero la pequeña Annie no tenía el valor ni para confrontar a su madre adoptiva, ni para mantener contacto clandestino con Candy.



¡Yo . . . siempre todo se reduce a mi misma! – pensó Annie avergonzada – Siempre he estado tan ocupada tratando de mantenerme sana y salva que rara vez he pensado en los demás.

Repentinamente Annie sintió que su alma alcanzaba el fondo de un oscuro túnel donde ella había estado vagando durante los meses anteriores, desde que Archie había roto con ella. La joven pensaba que no era posible vivir en una situación peor que aquella que estaba soportando. Vio a su alrededor y se percató que aún más que el rechazo de Archie, lo que realmente le estaba haciendo daño era que ella se odiaba a sí misma. Annie suspiró preguntándose si algún día encontraría el coraje necesario para emprender el interminable viaje que la llevaría a encontrar la salida de la trampa de sus propios temores.



Patty – Annie susurró apartándose de los brazos de su amiga – gracias por tu comprensión . . . Yo . . . . yo aprecio tu apoyo.

De nada, Annie. Para eso son las amigas. – replicó Patty con sincera simpatía reflejada en sus ojos café oscuro, pero incapaz de ayudar a su amiga en aquella batalla personal. Por su propia experiencia Patty sabía que la única persona capaz de salvar a Annie, era la misma Annie.

Había sido una noche muy ocupada en el hospital. Candy había estado trabajando en el turno de la noche y estaba a punto de terminar el vendaje de un paciente que le había pedido dejarlo un tanto más flojo. El hombre, de un poco más de veinticinco años, había inventado esa excusa para tener la atención de la joven por unos minutos más. Candy lo sabía, pero pretendía ignorarlo, tan habituada estaba ya al continuo coqueteo de sus pacientes.



Cuando eres la primera mujer que ellos ven después de semanas o meses de estar enterrados en un trinchera, no esperes que te traten como a su abuelita – solía ella pensar, pero aún así siempre se sentía un poco incómoda con toda esa atención masculina.

¿Tiene usted novio, señorita Andley? – preguntó el hombre con una mirada traviesa mientras Candy pensaba lo que debía responder ante tal pregunta, sabiendo que su matrimonio debía mantenerse en secreto.

Si, tengo novio, Sr. McGregor – fue la respuesta final de Candy.

¿Y dónde está ese hombre afortunado? – insistió el hombre con una sonrisita socarrona.

Candy levantó los ojos del vendaje y miró al hombre con orgullo.



Esté en el Frente, sirviendo en el Ejército Americano – respondió ella.

¿Y se le extraña? – preguntó McGregor. – Porque yo podría ofrecerme para consolarla mientras él está lejos, Señorita Andley.

Sí, le extraño con todo mi corazón. Su ofrecimiento es muy amable, Sr. McGregor, pero no gracias. Aunque usted debería estarle pidiendo a Dios que nadie le esté haciendo la misma oferta a su esposa allá en Inglaterra, –Candy regañó al hombre e iba a decir aún más para detener los avances atrevidos del soldado, pero una voz gritando en el corredor la interrumpió.

¡¡ Se acabó!! ¡¡Se acabó!! – gritó un joven médico británico que irrumpió en el pabellón impetuosamente.

¿Está usted loco Dr. Cameron? – repuso Candy. – Es aún muy temprano y muchos pacientes están durmiendo ¿Quiere acaso interrumpir su sueño?

¡Santo Cielos, Srta. Andley, todos tienen que estar despiertos ahora! – explicó el hombre sin aliento - ¡Se acabó, la guerra se acabó! Acaban de firmar el armisticio hace dos horas ¡Recién lo dijeron en la radio!

¿Lo dice en serio, doctor?- preguntó McGregor incrédulo.

Absolutamente ¡Nunca he dicho nada con más seriedad en toda mi vida!- contestó el médico y pronto el pabellón completo estaba de pie, desgañitándose y riendo de alegría.

Candy dejó a los pacientes y salió al corredor. Todos estaban ahí, celebrando y felicitándose mutuamente mientras se abrazaban los unos a los otros porque la lucha que había durado por más de cuatro años había finalmente concluido, y con ella, el creciente número de pérdidas humanas a lo largo de la frontera francesa. Algunas botellas de champaña habían aparecido de la nada y los doctores, las enfermeras y aún los pacientes estaban ya brindando, sin poder contener su alegría con el mismo gozo ingenuo con que los niños disfrutan la mañana de Navidad



¡Vamos a casa, Srita Andley! – gritaba uno de los pacientes sostenido en unas muletas al lado de Candy.

¡De regreso a casa! – Candy pensó feliz - ¡Ay Terri, vamos a casa!

El mismo día pero al otro lado del Atlántico, el sol se estaba ya poniéndo y Albert acababa de terminar su diaria cabalgata. El joven llevaba su caballo hacia los establos con pasos macilentos, cuando uno de los caballerangos corrió a su encuentro agitando su sombrero en el aire. Sus palabras se atropellaban unas con otras de modo que Albert no pudo entenderle hasta que el hombre estuvo prácticamente en frente de él.



¡Jesús, María y José, Sr. Andley! – dijo el hombre atropelladamente - ¡La guerra ha terminado!

¿Estás seguro? – preguntó Albert asiendo al caballerango de la manga de su camisa con energía.

Sí, señor ¿Significa eso que la Srta. Andley estará pronto de regreso? – preguntó el hombre con interés, porque todos los sirvientes en la casa eran leales a la joven heredera que siempre había sido amable y afectuosa con ellos.

¡Por supuesto que sí!- replicó Albert riendo mientras sus ojos azules brillaban con la luz de la estrella de la tarde y en su interior se revolvía un pensamiento: “Mi día ha llegado!”

En París la celebración parecía no tener fin. La gente había salido a las calles, las iglesias habían hecho repicar sus campanas por horas y el vino corría libremente en todas las bocas. En el Hospital San Jacques Julienne lloraba mientras se abrazaba a Flammy con todas sus fuerzas. Aquellos pacientes que podían caminar estaban bailoteando y celebrando en los pasillos y corredores mientras gritaban a todo pulmón “¡A casa! ¡ A casa!” una y otra vez, cada uno en su lengua madre.

Irónicamente, Flammy, quien estaba aún abrazando a su amiga, no se podía sentir identificada con la algarabía general.



¿A casa? – se preguntaba - ¿Para qué?

En el interior de su recámara con las luces apagadas y mirando por el balcón cómo el rosedal perdía sus pétalos con la brisa otoñal, Archie, quien estaba pasando unos días en la mansión de Lakewood, escuchaba las noticias en la radio, las cuales anunciaban el armisticio.



La guerra ha terminado, – pensaba melancólicamente – pero este evento no me traerá lo que yo esperaba – se decía mientras bajaba los ojos, sin poder contener las lágrimas – Todo lo contrario, solamente significa que tendré que enfrentar la dolorosa experiencia de verla en los brazos de mi rival.

En Busunzy, la misma noche, un joven caminaba a lo largo de los corredores del hospital del lugar, mirando a la luna detrás de las nubes grises que surcaban el cielo y pensó que el satélite nunca había estado más hermoso que aquella noche. El joven se despejó el rostro de las hebras castañas que habían comenzado a crecer y le molestaban la frente, al tiempo que su cuerpo se reclinaba en el muro. Se llevó la mano izquierda al bolsillo y extrayendo un sobre rosa perfumando con el aroma de esas mismas flores, lo besó con ternura.



Vamos a casa, mi amor – dijo Terri tratando de recordar el sabor de los labios de Candy.

Los días que siguieron a la partida de Patty fueron especialmente solitarios para Annie Britter. La joven se hundió en un estado depresivo que la hacía sentir que todos sus intereses más caros se habían tornado vanos e inútiles. Alarmada por la insistencia de la joven en quedarse en su cuarto por largas horas, la madre intentó forzar a Annie a salir y aún planeó organizar una tertulia, pero la joven morena le suplicó a su padre que la excusara de la innecesaria pena de asistir a esos eventos sociales, obteniendo finalmente el apoyo del buen hombre. El Sr. Britter comprendía que su hija estaba a punto de alcanzar un punto en su vida que le exigiría cambiar de ruta y pensó que era mejor darle tiempo, a fin de que ella pudiese descubrir sus propias soluciones para los problemas que estaba enfrentando.

Las hojas secas caían de los fresnos en la vasta propiedad de los Britter y Annie pasaba sus tardes tratando de aliviar sus penas con el crujido de las hojas muertas sobre el jardín. Daba largas caminatas durante horas a la orilla del lago, buscando dentro de su corazón, confrontando aquellas líneas oscuras que no le gustaban en el retrato de su alma y muchas veces se comparaba a sí misma a aquellas hojas secas que el viento arrastraba. Habían crecido lozanas, verdes y lustrosas durante el verano anterior, pero una vez que los días fríos de otoño hicieron su aparición, esas mismas hojas habían volado sin rumbo, hacia un futuro incierto, lejos, muy lejos del robusto árbol que solía protegerlos.

Candy había sido su árbol fuerte durante todo el verano de su infancia y adolescencia, pero cuando Annie había tenido que enfrentar las frías bofetadas de la vida, la joven se había convertido en una simple hoja seca y fea. Annie no se gustaba a sí misma, y aún si su reflejo en el espejo era hermoso y joven, ella sabía que el interior no correspondía a su apariencia física. Annie aceptó que la imagen deslumbrante de su amiga de la infancia siempre palidecía frente a la belleza de su alma, porque, al contrario de ella, Candy no había confiado en el dinero para forjarse la vida. Eso era lo que hacía a Candy la mujer fuerte y auténtica que era. Esa era la razón que la había hecho inolvidable en el corazón de Terri.

Conforme pasaban los días y Annie continuaba con estas reflexiones, poco a poco llegó a una conclusión. Era tiempo de que ella comenzara a cambiar aquellas cosas que no le gustaban en sí misma. Tiempo de empezar a pensar en los demás y ya no tanto en su persona, tiempo de darle la espalda a los ídolos que había adorado en el pasado e iniciar la jornada que la llevaría al reencuentro consigo misma.

Cierta tarde durante una de esas caminatas, Annie se detuvo en seco, miró al paisaje dorado y en ese momento decidió que su día había llegado. Regresó a su cuarto y ahí, ayudada por la tímida luz de una vela, escribió una carta a una mujer que nunca había visto en toda su vida, pero quien sería un personaje importante en el capítulo de su historia personal que la joven estaba a punto de comenzar.





Annie estrujó el pedazo de papel en su bolsillo. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no iba a ser nada fácil y se detuvo en silencio por unos segundos, justo frente a la puerta de la recámara de su madre, sintiéndose aún renuente a llamar. Alzó su rostro hacia el techo y cerrando los párpados pensó en Candy por la centésima vez aquella noche.



Nunca imaginé que esto podría ser tan difícil, Candy – se dijo a sí misma - ¿Cómo has logrado salir adelante tu sola durante tanto tiempo? ¡Oh Dios mío, ayúdame a hacer esto!- dijo en un susurro mientras se persignaba y finalmente tocaba a la puerta.

Adelante, – llamó una voz femenina desde el interior de la recámara.

Annie entró en la cámara delicadamente decorada y vio a su madre sentada ante su secreter, vestida con una bata de seda azul que acentuaba su piel blanca y cabellos dorados.



¡Annie, querida! – llamó la mujer a su hija dulcemente. – Pensé que estabas tocando el piano en el salón rosa, – comentó ella casualmente.

Eso hacía, madre, pero . . .- la muchacha dudó sintiendo que sus temores comenzaba a apoderarse de su corazón. – Necesitaba hablar contigo . . .

Está bien, querida – replicó la mujer dejando la silla frente a su escritorio y sentándose en un sofá cercano - ¿Qué es lo que tienes que decirme?

Verás, mamá – Annie comenzó sentándose cerca de su madre – He estado pensando en comenzar a hacer nuevos planes, siendo que . . . siendo que no me voy a casar como esperábamos.

La mujer miró a su hija mientras una sonrisa compresiva se dibujaba en su rostro aún bello.



¡Mi niña! – dijo la Sra. Britter. – Eso es justamente lo que yo quería oír de ti. Ya basta de llanto. Yo ya tengo algunas ideas fabulosas para esta temporada . . . Iremos a la ópera, al teatro y a cada gala y tertulia. Debes ser vista en todas partes . . .

Mamá . . . – Annie interrumpió a la Sra. Britter quien estaba ya dejándose llevar por su entusiasmo.

Los planes que tengo son diferentes, – dijo la joven tímidamente.

Tonterías, Annie – replicó la mujer mayor enfáticamente. – Yo sé lo que tienes que hacer ahora. Es necesario que todos vean que no te estás muriendo por ese hombre que no vale la pena. Todo lo contrario, tienes que ser la dama más hermosa esta primavera, amada y admirada por cada hombre y blanco de la envidia de todas las mujeres. Sólo déjalo en mis manos.

Annie bajó la cabeza apretando sus manos una contra otra mientras su madre hablaba. Clavó la vista sobre sus delicados zapatos de raso adornados con diminutas violetas y un gracioso moño, como si el valor para hablar estuviese escondido en algún lugar de la superficie lila de su calzado.



Madre, siento mucho defraudarte en esta ocasión, – la tímida joven se atrevió a decir mirando a su madre con tristeza reflejada en sus ojos, – pero no tengo planes de permanecer en Chicago. Creo que es tiempo para que yo comience a hacer cosas más útiles que pasar mis noches de fiesta en fiesta.

¿Y que piensas hacer en lugar de eso? – preguntó la Sra. Britter pasmada con la reacción de su hija.

Annie sacó el papel del bolsillo de su falda y lo mostró a su madre con tímido gesto. La mujer leyó el artículo de periódico que su hija le había entregado y cuando lo hubo terminado de leer, levantó los ojos del papel con una mirada inquisitiva.



No entiendo, Annie ¿Qué tienes tú que ver con esta mujer en Italia? – preguntó confudida la Sra. Britter.

Estoy interesada en su trabajo con niños que sufren retraso mental, – afirmó la joven comenzando a sentir que una sensación cálida cubría sus mejillas. – A mi . . . a mi me gustaría ir a Italia para estudiar con ella.

Pero . . . ¿Para qué? – cuestionó la madre de Annie incapaz de comprender las intenciones de su hija.

Quiero aprender cómo trabajar con ese tipo de niños y después regresar a América para abrir una escuela, como las que ella tiene en su país. Aquí tratamos a esos niños como si no fueran capaces de aprender nada. Pero el trabajo de esta mujer prueba que pueden hacer grandes progresos – explicó Annie y su voz se tornó repentinamente vehemente.

¿Quieres decir que quieres estudiar para . . . para trabajar? ¿Quieres decir tener un empleo? – preguntó la Sra. Britter estupefacta.

Sí, madre. No creo que mi vida sea de utilidad alguna por el momento . . . . Otras mujeres están marcando la diferencia demostrando que pueden . . .

¡Ya he escuchado ese ridículo discurso antes! – la dama se puso de pie visiblemente molesta ante las palabras de su hija – ¡Y no es otra sino Candice que te ha metido esas ideas en la cabeza! ¡Siempre supe que su amistad no te iba traer nada bueno! ¡Ahí lo tienes, estás hablando como una sufragista desquiciada! ¡No mi hija, Annie . . . no una Britter! – barbotó la mujer con vehemencia pero aún guardando la compostura.

¡Madre! – la joven exclamó sin saber qué más responder.

Esta discusión concluye aquí, Annie, – afirmó la Sra. Britter con frialdad. – Mañana veremos a la modista para que puedas ordenar tu guardarropa para la siguiente primavera. Tienes que encontrar marido este año ¿Me entendiste?

Hasta ese momento la joven había permanecido callada, sentada sobre el sofá y apretando el artículo de periódico que su madre había tirado al suelo. Annie resintió cómo su madre había culpado a Candy tan fácilmente. Repentinamente, la joven se dio cuenta una vez más, que la vida la estaba forzando a decidir entre seguir el ejemplo de su mejor amiga para así convertirse en una mujer que pudiera sentirse orgullosa de si misma, u obedecer a los deseos de su madre como siempre había hecho en el pasado.

Annie amaba a su madre y sentía la necesidad de recibir su aprobación para los nuevos proyectos que quería realizar. Por otra parte, también temía la inminente confrontación con la testaruda mujer que era su madre. Por un segundo, ella pensó que tal vez todas esas cosas que había planeado no eran muy razonables después de todo. Tal vez era mejor idea obedecer a su madre y olvidarse de los cambios que quería hacer en su vida. Sin embargo, el recuerdo de Candy siendo humillada en la casa de los Leagan, aquella tarde, cuando la niña rubia la había salvado de las maliciosas travesuras de Neil y Eliza, echándose toda la culpa estoicamente, vino a la mente de Annie.

La muchacha alzó lentamente su cabeza oscura como el ala de un cuervo, al tiempo que sus ojos color de miel enfocaban la elegante figura de su madre. En las profundidades acuosas de sus pupilas una creciente flama de determinación comenzaba a brillar con fuerza desconocida.



Madre, les amo a ti y a papá con todo el corazón. – comenzó calmadamente. – Siempre te he obedecido y seguido tus consejos, pero me temo que esta vez no será posible para mi llenar tus expectativas. Mi decisión está ya hecha y no voy a ceder.

La Sra. Britter se volvió para mirar a su hija directamente a los ojos, aún sin creer las palabras que Annie acababa de pronunciar.



¿Qué estás diciendo? – preguntó la mujer con voz cascada.

Digo que ya he hecho arreglos para estudiar en Italia con la Sra. Montessori. Le escribí y ella me ha aceptado como su alumna para el próximo año. No voy a buscar marido como tú quieres porque siento que aún no estoy lista para una nueva relación. Por ahora quiero estudiar, y si piensas que Candy tiene algo que ver con esta decisión mía estás en lo cierto, pero no en el modo que tú crees.

¡Por supuesto! ¡A quién más se podría culpar! – gritó la Sra. Britter perdiendo el control por la primera vez -¡Esa mujercita indecente! ¡Escapándose del colegio!¡Viviendo sola en un departamento! ¡Trabajando como si realmente necesitara el empleo! ¡Marchando a un país extranjero sin el consentimiento de su familia! ¡Arriesgando la vida y el honor de su familia! ¡Y ahora se casó, tomando la decisión por ella misma, sin siquiera pedir permiso de su tutor! ¡Sólo Dios sabe si realmente ese hombre se casó con ella! Tal vez termine deshonrando a su familia teniendo un hijo sin padre.

¡Ya basta, madre! – gritó Annie. La ira y la indignación brillaban en su cara sonrojada - ¡Dices que Candy es inmoral sólo porque siempre ha seguido los llamados de su corazón!¡ Se escapó del colegio porque tuvo el valor de darse cuenta de que la educación que recibía ahí no le era útil! ¡Vivía sola en un departamento porque es independiente y no necesita a su familia para sobrevivir! ¡ Tiene un empleo porque quiere ayudar a los otros! ¡Se fue a Francia porque quería servir a su país y si tú la condenas porque se casó tomando la decisión por su cuenta, es porque estás ciega al amor verdadero! Ella es una mujer maravillosa que yo admiro y no tiene nada de qué avergonzarse. Y en lo referente a mi decisión, tengo que reconocer que Candy es quien me inspiró con su buen ejemplo, pero no tiene ni la menor idea de mis planes – Annie se detuvo por un segundo, sus manos estaban temblando y las lágrimas corrían por sus mejillas, pero su expresión era sorprendentemente segura – ¡Si estás buscando a alguien a quien culpar, entonces cúlpate a ti misma, madre! – dijo ella en un reproche.

¿Qué quieres decir? – preguntó la Sra. Britter aún conmocionada por la explosión inusual de Annie.

Quiero decir que me diste amor, una educación, todo lo que el dinero puede comprar y aprecio todo eso, pero nunca, nunca, me ayudaste a encontrar mi propio camino. Me hiciste creer que solamente tendría valor casándome con un hombre rico, que mi éxito estaba supeditado al éxito del que fuese mi marido, que todo el sentido de mi vida debía ser definido por un hombre y no por mi misma ¡ Me hiciste darle la espalda a la mejor amiga que Dios me dio! ¡Me hiciste mentir sobre mi origen como si fuese un pecado haber nacido pobre y sin padres! ¡Yo siempre fui débil y nunca me enseñaste a conquistar mis miedos y ser fuerte! Cuando Archie rompió conmigo tú me dijiste que siempre habías sabido que él no me amaba de verdad . . . . ¿Entonces por qué no me hiciste enfrentar la realidad? ¡Dices que Candy es inmoral, pero nosotros no somos mejores que eso viviendo siempre en la mentira!

¡Mocosa malagradecida! – vociferó la Sra. Britter levantando la mano para abofetear a su hija, pero fue detenida en el aire por otra mano más fuerte.

No hagas algo que lamentes después, – dijo el Sr. Britter quien había entrado al cuarto alarmado por las voz encolerizada de su esposa, pero cuya presencia no había sido notada por las dos mujeres que estaban demasiado abrumadas por el peso de las palabras que se estaban diciendo la una a la otra.

¡No tienes idea de las cosas que Annie me ha dicho! – se quejó la mujer en medio de las lágrimas.

Si te refieres a los planes de Annie, estoy al tanto de todo, – contestó el Sr. Britter tanquilamente.

¡¡Lo sabías!! ¡Lo sabías y no me dijiste palabra! – reclamó la madre de Annie incrédula.

Pensé que este era un asunto que Annie tenía que hacer por sí misma, – apuntó el hombre soltando la mano de su esposa.

Pero debiste haberle dicho que toda esta idea de Italia no es un plan coherente, – insistió la Sra. Britter.

Todo lo contrario, querida, yo seré el primero en apoyarla.

Pero . . .- la mujer tartamudeó sintiendo que todo su mundo comenzaba a colapsarse.

Annie, cariño, – el Sr. Britter se dirigió a su hija con su tono más dulce - ¿Podrías dejarnos solos a tu madre y a mi? Necesitamos hablar en privado por un rato.

Sí, papá – la joven asintió caminando hacia la entrada de la recámara, pero antes de cerrar la puerta tras de sí, la joven miró a su madre con ojos llorosos – Perdóname madre, pero no puedo renunciar a este sueño ahora. Es la única cosa mía que realmente tengo – dijo finalmente, dejando solos a sus padres.

Mientras Annie Britter caminaba a lo largo del corredor, aún sentía el acre sabor de la discusión que había tenido con su madre, pero con cada nuevo paso que daba, su corazón se sentía más ligero y libre. Levantó la cabeza sabiendo que era tiempo de extender sus alas.





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Después de las victorias de Argona y Flandes fue solamente cuestión de tiempo para que los diplomáticos alemanes comprendiesen que no podían esperar más para firmar el armisticio. Cuando las hostilidades cesaron el 11 de noviembre los aliados estaban avanzando hacia Montmédy sobre la frontera francesa y durante el resto del mes las tropas solamente esperaron sus órdenes para entrar al territorio alemán.

Aunque la guerra había prácticamente terminado, los Aliados no habían concluido con su trabajo. Las tropas triunfantes tendrían que ocupar los países vencidos y aún los elementos voluntarios tenían que permanecer en el viejo continente hasta que los Aliados hubiesen establecido sus cuarteles en Alemania, Turquía, Austria y el Norte de África. Sin embargo, la vida tenía otros planes para Terrence Grandchester.

Cuando el armisticio fue firmado en noviembre 11, Terri había estado en Buzuncy durante una semana, recuperándose de la herida en su brazo. Dos días después del evento histórico, el joven recibió una carta con el sello de los Estados Unidos en la cual el gobierno de su país le felicitaba por el valor demostrado en batalla y le notificaba que había sido dado de baja del Ejército Norteamericano. La carta incluía una serie de boletos de tren y barco para su retorno a América.

El joven sostuvo los papeles en sus manos abrumado por la noticia, aún sin poder digerir que toda aquella pesadilla había terminado y que estaba libre para continuar su vida. Repentinamente se dio cuenta de que tenía que comenzar a tomar una larga serie de decisiones con respecto a su futuro inmediato y que había que hacerlo tan pronto como fuese posible. Así pues, descuidadamente se quitó el cabestrillo que le sostenían el brazo deshaciéndose de él para comenzar a escribir el texto de varios telegramas que planeaba enviar de inmediato.

Un par de días después, Terri llegó a París esperando ver a Candy en el Hospital San Jacques. Sabía que las posibilidades de encontrarla ahí no eran mucha siendo que la guerra había terminado. Ella podía haber sido enviada a América o a cualquier otra área de Francia antes de su regreso, porque aún se requería de ayuda médica en todo el país. No obstante, él esperaba verla de nuevo, aunque fuese sólo por unas horas antes de su partida a Inglaterra.

Al tiempo que el carruaje que lo llevaba a lo largo de las calles parisinas avanzaba en su camino, el joven sentía que su corazón se aceleraba con la perspectiva de tener a Candy de nuevo entre sus brazos. Trató de imaginarse las palabras que podría decirle, pero terminó riéndose de sí mismo, sabiendo perfectamente que en semejantes momentos las palabras nunca salen del modo que las planeamos y la mayor parte de las veces no son suficientes para expresar los sentimientos del corazón.

Desafortunadamente, las sospechas de Terri no estaban erradas y cuando llegó al hospital se enteró por Julienne y Flammy que Candy estaba en Arras y que probablemente tendría que quedarse ahí por cierto tiempo. Las damas cumplieron su promesa de no decirle a Terri que Candy había estado trabajando en el hospital ambulante, pero animaron al joven a continuar con su viaje, asegurándole que su esposa se reuniría con él en América muy pronto.

Esa misma noche Terri tomó el tren y luego el barco hacia Dover donde Marin Stewart, su administrador, le estaba ya esperando.













La Sra. O’Brien sostuvo la mano de su hija mirando con deleite a exquisito anillo en el dedo de Patty.



¡Comprometida! ¡ Ay querida, estoy tan feliz por ti! – exclamó la mujer alegremente - ¿Quién es él?

Sí, esa es exactamente la pregunta en la que estaba pensando – comentó el Sr. O’Brien quien estaba sentado en una poltrona de cuero estilo francés mientras sorbía su coñac favorito de un delicada copa – Quiero creer que es un joven de una buena familia ¿Cuándo vamos a conocerlo, cariño?

Patty suspiró profundamente sabiendo que el momento que temía tanto había llegado finalmente. En su mente vio el rostro sonriente de Tom y luego una voz que ella no había escuchado en mucho tiempo resonó desde el fondo de su corazón.



¡Vamos Patty, no tengas miedo! – fueron las palabras de Candy haciendo eco en los oídos de la joven morena.

La muchacha levantó los ojos mirando a los de su padre.



Su nombre es Thomas Stevenson y es uno de los mejores amigos de Candy – explicó Patty.

Si es amigo de la Srita. Andley entonces debe ser parte de una familia prestigiada y rica – comentó la Sra. O’Brien muy contenta con la explicación que ella misma había inventado.

Bueno, mamá - dudó Patty. – Puedo decirte que Tom es un buen hombre que ha heredado una fortuna que su padre acumuló honestamente, y él ha logrado administrarla con sabiduría desde que el Sr. Stevenson murió.

Eso es todo lo que quería oír, – replicó el Sr. O’Brien muy contento, dejando su copa en una mesita cerca de él. – Me gustaría conocer a este Sr. Stevenson tan pronto como sea posible. Hay muchas cosas que tengo que discutir con él, – añadió por último.

Él ya está en la ciudad, papá, – respondió Patty mientras retorcían la tela de su falda negra – Él quiere hablar con ustedes dos y arreglar los detalles de la boda con su consentimiento.

¡Eso es maravilloso, mi amor! – chilló de gusto la Sra. O’Brien. – Pero tenemos que darnos suficiente tiempo para preparar todo y decidir si haremos la ceremonia aquí en los Estados Unidos o en Inglaterra.

Pero . . . – Patty dijo tímidamente – hay algo que todavía tienen que saber sobre Tom.

El Sr. O’Brien miró a su hija con una ligera sospecha en los ojos. No le gustaba el tono en la voz de su hija. La joven sonaba exactamente igual a aquel día en el cual se había atrevido a decir algo en contra de la decisión de mandarla al Real Colegio San Pablo. En aquel tiempo la niña estaba demasiado apegada a su abuela y el Sr. O’Brien temía que el inusual modo de ser de su madre fuera una influencia peligrosa en la educación de la jovencita. Afortunadamente, él había sabido manejar la situación en ese momento y haría lo mismo si este Sr. Stevenson no resultaba ser el hombre que Patty merecía.



Sí, Patty, continúa, – el padre animó a hablar a su hija.

El padre de Tom era granjero. Hizo su fortuna criando ganado y eso mismo es lo que Tom hace, – Patty dijo a sus padres, mirando cómo sus caras se transfiguraban mientras ella hablaba – Además, Tom no era el hijo biológico del Sr. Stevenson sino que fue adoptado. De hecho, creció en el mismo orfanato que Candy y Annie, hasta que tuvo ocho años.

¡Un granjero! ¡Un granjero adoptado de sabe Dios qué oscuro origen! – jadeó la Sra. O’Brien pasmada por las palabras de su hija.

¿Cómo te atreviste a involucrarte con semejante hombre, Patricia? ¿Estabas loca acaso? – reprochó el Sr O’Brien visiblemente molesto con las noticias, las cuales eran peor de lo que esperaba.

Tom no es un criminal, padre ¡No me avergüenzo de mi amor por él! – respondió Patty asombrada con la vehemencia de sus propias palabras. – Nunca te quejaste de mi amistad con Candy y Annie, y sabías bien que ellas fueron adoptadas también.

¡Eso es algo totalmente diferente! – gritó el Sr. O’Brien aún más encolerizado con la reacción de su hija. – Tus amigas no van a emparentar con nosotros. Además, eras novia de Alistair Cornewell, quien era un Andley auténtico ¡Qué pena que no sepas honrar su memoria enamorándote del primer mentecato que se cruza por tu camino!



Las últimas palabras del Sr. O’Brien entraron en los oídos de Patty rompiendo el último y endeble hilo que contenía sus resentimientos en contra de sus padres. Sin saberlo, el padre de Patty había construido un muro entre sí mismo y su hija y en aquel momento la joven comprendió que la separación definitiva era inevitable. Solamente una persona que no tenía ni la más mínima idea de quién era Patty y lo que ella sentía, podía haber dicho cosas tan hirientes e injustas acerca de los dos hombres que ella había amado.



Padre, no sabes lo que estás diciendo, – replicó Patty con ojos encendidos. – Amo y honro la memoria de Stear más de lo que tú te puedes imaginar, pero si piensas que él se sentiría ofendido por mi amor hacia Tom, te equivocas. Stear era mucho más de lo que tú sabes. Era un hombre bondadoso y sensible que nunca permitió que los prejuicios controlaran su corazón. Conocía a Tom y estaba orgulloso de ser su amigo. Sé que Stear estaría feliz por mi, y si tú me amaras cómo él lo hacía, también te alegrarías.

No puedo reconocer a mi hija en esta mujer que me está hablando, – barbotó el Sr. O’Brien.

¡Por supuesto que no pueden hacerlo, ni tú, ni tú! –dijo Patty bañada en lágrimas dirigiéndose a su dos padres – ¡Ustedes nunca se dieron el tiempo para conocerme! ¡Para conocer a la verdadera Patty que habita en este corazón! Me alejaron de la abuela, la única persona que se había acercado a mi mientras ustedes estaban muy ocupados en sus negocios y responsabilidades sociales. Me enviaron a esa escuela donde me habría muerto de melancolía y soledad si no hubiese sido por una chica. Misma persona que ahora ustedes ven con desprecio porque es huérfana, pero que me demostró más amor y comprensión que ustedes dos juntos.

¡Patty, querida! ¿Qué estás diciendo?- chilló la Sra. O’Brien sin poder comprender los reproches de su hija.

¡Estoy diciendo la verdad, madre! Es triste, pero tenemos que afrontarla – Patty dijo entre sollozos.

Estás fuera de ti ahora, Patricia, y no puedes pensar claramente, – replicó el Sr. O’Brien haciendo un gran esfuerzo por mantenerse calmado. – Mañana hablaré con ese Sr. Stevenson y le diré que el compromiso entre él y tú no puede ser. Luego, haremos arreglos para regresar a Inglaterra después del invierno y encontraremos un buen marido para ti allá.

Patty escuchó las palabras terminantes de su padre sabiendo que el momento más decisivo había llegado. Tenía que decidir justo entonces si iba a obedecer las disposiciones de su padre y darle la espalda a Tom o romper su relación con sus padres, tal vez por el resto de su vida.



Hemos estado solos por mucho tiempo, Patty – las palabras de Tom hacían eco en los oídos de Patty – Sin embargo, te prometo que no será así nunca más. Nuestro amor hará que los recuerdos tristes se desvanezcan. Juntos, crearemos una nueva historia.

La joven suspiró profundamente como si sintiera una nueva fuerza en su corazón. En ese instante ella hizo su decisión final.



No voy a regresar a Inglaterra, padre, – Patty repuso enjugándose las lágrimas con uno de sus pañuelos bordados – Yo . . . yo me voy a casar con Tom en enero. Ustedes serán bienvenidos a la ceremonia si quieren asistir – la joven dijo a sus atónitos padres.

¿Cómo osas desafiar mis órdenes? – exclamó el Sr. O’Brien indignado - ¡Tú vas a hacer lo que yo decida!

Padre, madre, – Patty dijo solemnemente mirando a sus dos padres mientras se ponía de pie. – Quisiera me disculparan por mi ofuscación hace unos instantes.

Bien, querida. Me alegra escucharte decir algo razonable finalmente – replicó la Sra. O’Brien aliviada.

No, madre. No es lo que tú crees, – respondió la joven. –Lamento haberme dejado llevar de esa forma, pero no me arrepiento de las cosas que dije porque son verdad. Desafortunadamente yo me he convertido en una persona que ustedes no pueden comprender. Pensamos tan diferente que nuestra relación es casi imposible. Los respeto como mis padres, pero no puedo complacer sus deseos. Deben recordarles que no soy más una niña pequeña. He llegado a la mayoría de edad y son legalmente libre para tomar mis propias decisiones.

Si no me obedeces, Patricia, entonces puedes olvidarte de que eres una O’Brien, – amenazó el padre de Patty como último recurso frente a la sorprendente oposición de su hija.

Realmente siento mucho escuchar eso, pero no esperaba otra cosa, padre, – replicó Patty bajando la cabeza. – No voy a cambiar de opinión – concluyó con determinación.

¡Entonces lárgate en este preciso instante! – vociferó el hombre perdiendo su tono flemático.

Por favor, cariño – rogó la Sra. O’Brien sin saber si debía apoyar a su hija o a su marido - ¡No puedes echar a tu hija a la calle!

No te preocupes, madre, – dijo Patty con una mirada compasiva hacia su madre – No estoy sola, la abuela me recibirá en su casa hasta que me case con Tom. Nosotras ya sabíamos que las cosas terminarían de este modo.

¡Grandioso! ¡Mi hija y mi madre confabulándose en contra mía! Ahora vete, Patricia, vete de esta casa. No quiero verte de nuevo en toda mi vida,- dijo el hombre abruptamente.

No te preocupes, padre, – dijo Patty fríamente. – No me tomará mucho tiempo empacar de nuevo.

Y con esta última frase la joven dejó la habitación en dirección de su recámara. Empacó de nuevo las maletas que había a penas comenzado a deshacer, pensando que mientras doblaba sus vestidos, sus padres estaban discutiendo amargamente en el salón principal. A pesar de lo triste que era la situación, Patty sabía que dejar a sus padres era lo mejor que podía hacer. Ella había reencontrado la felicidad perdida y no la iba a dejar ir.





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Después del día de Acción de Gracias, la Sra. Elroy había ordenado a su ejército de sirvientes el comenzar la laboriosa tarea de decorar la casa solariega de los Andley para la Navidad. Así pues, verdaderas hordas de adornos rojos, verdes y dorados, guirnaldas, flores de noche buena, ángeles y demás ornamentos por el estilo emergieron de las arcas que la Sra. Elroy guardaba en el inmenso ático de la casa, y por todas los salones las sirvientas trepadas en escaleras limpiaban y decoraban hasta el último rincón.

Afuera de la mansión, los jardineros y unas cuantas docenas de otros sirvientes trabajaban diligentemente arreglando la fachada de la casa con miles de luces blancas. George Jhonson estaba mirando a través de la ventana de su oficina privada en la casa, admirando la titánica labor que hacía esa gente cuando pudo distinguir, en la distancia, a una gran limosina que avanzaba a lo largo de la vereda principal que llevaba a la casa. Cuando el auto estuvo lo suficientemente cerca, George reconoció de inmediato el emblema de los Britter sobre el cofre de la limusina. Algunos segundos después, el vehículo se detuvo justo a la entrada de la casa y una joven dama de cabellos oscuros y sedosos salió del auto.



¡Anne Britter! – pensó Jhonson – Me pregunto por qué está aquí. . .

La joven fue recibida en el acto por el viejo mayordomo quien la escoltó hasta el salón principal, donde la dejó a solas. La muchacha se quedó de pie en medio de la enorme habitación, retorciendo nerviosamente los encajes que adornaban sus guantes. Levantó los ojos y miró sobre la formidable chimenea de mármol un hermoso retrato que mostraba a los tres principales herederos de la fortuna Andley: William Albert, Archibald y Candice White. A pesar del disgusto de la tía abuela Elroy, Albert había insistido en incluir a Candy en el retrato y siendo que Archie había apoyado la idea de su tío, la anciana no había tenido más opción que aceptar que el gran retrato al óleo fuera parte de la decoración oficial.

Annie admiró una vez más los brillantes ojos verdes que la miraban con expresión bondadosa desde el retrato, pensando que el artista había hecho un buen trabajo en capturar la dulzura de Candy sobre el lienzo. Sin embargo, detrás de la deslumbrante sonrisa que su amiga mostraba en la pintura, Annie notó algo que antes no había podido ver. Era una clase de aire ausente, tal vez melancolía, que Annie descubrió por primera vez.



Debes de haber sufrido tanto, mi querida Candy, – pensó Annie, – pero te prometo que no te fallaré de nuevo. Esta vez, no voy a permitir que nada perturbe la felicidad que mereces.

Srta. Britter, – la llamó el mayordomo, forzando a Annie a abandonar sus reflexiones internas – El Sr. Cornwell dice que la recibirá gustoso ¿ Podría, por favor acompañarme? – preguntó el hombre con tono artificial.

La mujer y el mayordomo caminaron por largo rato a lo largo de corredores lujosamente decorados hasta legar a una puerta blanca que el hombre abrió para que Annie entrara en la habitación. Era el cuarto que Archie usaba como su oficina personal. El joven estaba parado detrás de un escritorio de caoba y cuando la dama entró, se aproximó unos cuantos pasos para saludarla con un asentimiento de su cabeza rubia. Estuvo a punto de inclinar su rostro para besar la mano de Annie pero ella simplemente estrechó la mano de Archie en un mudo gesto que le hizo saber al joven que semejante galantería estaba de sobra entre los dos, luego ella retiró su mano inmediatamente.



Debes estar preguntándote qué hago aquí, – dijo Annie iniciando la conversación.

Bueno, para ser franco la respuesta es si, – replicó Archie con tono inexpresivo, – pero debes pensar que me estoy volviendo un majadero. Por favor, toma asiento, Annie – ofreció el hombre mostrándole a la joven un sillón frente a su escritorio.

No tomaré mucho de tu tiempo, Archie . . . Archibald – afirmó ella tan fríamente como pudo. – Es sobre Candy que he venido a hablar contigo, – barbotó ella yendo directamente al grano.

Archie se sintió un tanto incómodo con el cambio de actitud en la siempre dulce chica quien repentinamente se mostraba tensa y distante, como si la presencia del joven la estuviera molestando. Internamente, Archie se sintió culpable de semejante transformación en una Annie que usualmente era afable.



¿Acerca de Candy? – preguntó Archie intrigado, cuestionándose si Annie se había dado cuenta de que él había roto con ella por causa de Candy, y estaba ahí esa mañana para reprochárselo.

Sí. Imagino que ya estás al tanto de que ella se casó en Francia, – dijo Annie dándose cuenta de que el tema no era del agrado de Archie. Aún así, ella sabía que no podía evitarse. Inmediatamente, una sombra de desasosiego cruzó por el rostro del joven y Annie supo que sus sospechas no habían estado erradas.

Así es – afirmó él simplemente.

Entonces comprenderás que ya que la guerra ha terminado, Candy y Terri regresarán pronto a América, – continuó ella, pero Archie aún no comprendía a dónde Annie quería llegar.

Supongo – replicó el joven con frialdad mientras daba ligeros golpecitos con los dedos sobre la pulida superficie de su escritorio.

Bueno – continuó Annie con un callado suspiro que Archie apenas pudo percibir. – Quiero que todo sea perfecto para Candy cuando ella regrese. Ella y Terri no tuvieron una luna de miel y cuando lleguen no me gustaría que Candy comenzara de nuevo a preocuparse por nosotros en lugar de disfrutar de su nueva vida con su esposo. Creo que ella siempre ha cuidado de todos nosotros y ahora ella merece gozar de un tiempo para sí misma.

¿Y qué sugieres que hagamos para lograr que Candy y su . . . famoso marido sean felices para siempre? – inquirió Archie no sin un dejo de ironía en su voz. Annie lo notó y tuvo que hacer un gran esfuerzo para responder.

Bien, estaba pensando – se decidió a continuar su explicación en lugar de responder al sarcasmo de Archie, – que deberíamos evitarle a Candy el enterarse de nuestro rompimiento. Al menos por un tiempo.

¿Qué ganaríamos con ocultar la verdad? – preguntó Archie, más y más molesto con los deseos de Annie.

Puedo ver que no te gusta la idea de mentir, – replicó Annie conteniendo las lágrimas con todas sus fuerzas, – pero no es por mi que te estoy pidiendo hacer esto, sino por Candy. Sabes que ella nos ama a los dos y estaba esperando que . . . – dudó ella.

Nos casáramos, – se atrevió a decir Archie para terminar la frase.

Sí, – continuó la joven morena tratando de reunir las fuerzas para obtener lo que había decidido lograr – y como nos ama tanto sé que se entristecerá mucho por esta situación. Me gustaría que fingiéramos que todo marcha bien . . .

¿Y cuánto tiempo duraría esa comedia? – preguntó Archie sin ambages.

No mucho. Sólo dame un mes para que Candy y Terri comiencen a ajustarse a su nueva vida y para que yo arregle las cosas para mi viaje a Italia – explicó la joven despertando la curiosidad de Archie.

No creo que un viaje de placer por Italia sea una buena idea ahora que la guerra acaba de terminar. El país seguramente está en medio de un verdadero caos ¿Has pensado en eso? –cuestionó Archie pensando en algo diferente a su propia amargura hacia Terri por la primera vez durante la entrevista.

No será un viaje de placer, – dijo Annie levantando la cabeza mientras una tímida flama ardía en su interior – Voy a Italia a estudiar. Es posible que me quede por allá por un largo tiempo.

Ya veo, – fue todo lo que el asombrado Archie pudo decir.

Cuando Candy se de cuente de nuestro rompimiento quiero que ella vea que ambos estamos bien y con muchos proyectos. Tú tienes que encargarte de tus negocios y yo estaré muy ocupada en Europa – se detuvo Annie por un momento y reuniendo fuerzas agregó. – Por favor, Archibald, piensa que no es por mi . . . ni por Terri . . Hazlo por Candy.

El joven miró a Annie con ojos estupefactos. En ese momento era ya claro para él que la muchacha podía ver a través de su corazón como si él estuviera hecho de cristal. Ella lo sabía todo. Suspiró bajando los ojos y finalmente claudicó.



Está bien, Annie – aceptó el joven. – Jugaremos tu juego . . . por amor a Candy.

¿Aceptas, entonces? . . . ¡Bien! – dijo la joven aún sin poder creer que había convencido al joven tan fácilmente -. De modo que es un trato – añadió poniéndose de pie y ofreciendo su mano al hombre frente de ella con un gesto enérgico.

Un trato . . . sí, eso es lo que tenemos entre los dos ahora . . . sí – respondió él estrechando la mano de Annie más y más sorprendido con sus reacciones.

Hay algunos detalles que todavía tenemos que acordar – explicó la joven mientras caminaba hacia la puerta seguida del caballero, – pero si no te molesta, haré esos arreglos a través de Albert en su debido tiempo y él te informará.

¡Así que ya metiste a Albert en esta comedia! – dijo él azorado.

Él siempre ha estado ahí para apoyar a Candy, – contestó la joven con una mirada penetrante, – como tú y yo nunca lo hemos hecho. No veo por qué él se negaría a ayudarme con esto, si todo es para bien de Candy. Por supuesto que él aceptó inmediatamente. Buenas tardes, Archibald, y gracias otra vez por tu ayuda – concluyó ella categóricamente

Déjame pedirle al mayordomo que te acompañe a la puerta, – logró decir el hombre, sin saber cómo responder a las últimas afirmaciones de Annie.

No, gracias , ya sé el camino – dijo ella finalmente dándole la espalda a Archie y alejándose por el corredor. Annie dejó detrás de si a un hombre quien a penas si podía creer que la niña tímida que había conocido en su pubertad se estaba convirtiendo en una persona tan diferente.

¡Has cambiado, Annie! . . . Todos estamos cambiando tanto que me temo que no seremos capaces de reconocernos los unos a los otros muy pronto – dijo él dejando escapar un profundo suspiro.

Annie Britter subió a su limusina y cuando abandonaba ya la inmensa propiedad volvió la cara para ver la casa solariega en la distancia.



Así que no estaba equivocada – pensó tristemente, dejando finalmente que sus lágrimas rodaran con libertad. – Tú nunca olvidaste a Candy y ahora estás sufriendo, mi querido Archie, - sollozó la joven sin poder contener su dolor. – No te llenes de resentimientos hacia Terri, Archie, no podemos culparlos por nuestros sentimientos frustrados y amores no correspondidos Ninguno de nosotros planeó que las cosas resultaran de ese modo.

La joven continuó llorando en silencio durante su camino de regreso a casa, preguntándose cuándo la fuente de las lágrimas que derramaba por Archibald Cornwell terminaría por secarse.





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Era una plácida y fría mañana hacia fines de noviembre. El espíritu de la estación estaba ya flotando en el aire y los vecinos estaban muy ocupados decorando sus casas para las fiestas. El joven miró los jardines aún verdes y bien cuidados, los porches decorados con guirnaldas y las luces en las cornisas, los alféizares de las ventanas y lo tejados. La atmósfera estaba ya a tono con la Navidad tradicional norteamericana. Era casi un sueño sentirse en casa y respirar esa conocida fragancia de Long Island. El auto continuó avanzando a lo largo de una callada área residencial hasta que, en la distancia, él pudo distinguir la casa a la cual se estaba dirigiendo.

El vehículo se detuvo en frente de una elegante casa victoriana que dominaba el paisaje del suburbio con sus líneas sobrias. El joven salió del auto y una vez que le hubo pagado al conductor del taxi por sus servicios, caminó con pasos firmes hacia la entrada principal de la casa.

Felicity Parker estaba verificando las provisiones que el mensajero acababa de llevar. En todos los años que había trabajado como ama de llaves, la mujer nunca había perdido un centavo o descuidado ninguna de sus responsabilidades. Había cinco sirvientas en la casa, además de un jardinero y un chofer, todos ellos eran dirigidos por su mano suave pero eficiente y Felicity estaba orgullosa del buen trabajo que siempre había hecho.

Las cuidadosas manos de la dama estaban en el proceso de certificar la calidad de las manzanas cuando sonó el timbre de la puerta principal. Miró al reloj de la cocina y se preguntó quién podría estar llamando a la puerta a una hora tan indecente. Eran las once de la mañana pero la dueña de la casa jamás recibía a nadie antes del almuerzo.



Veré quién está tocando – dijo la sirvienta que estaba ayudando a Felicity con la lista de compras.

No, querida – replicó la mujer mayor – déjamelo a mi. Debe ser un periodista novato que piensa que puede conseguir una entrevista así como así. Yo me encargaré de ponerlo en su lugar – y diciendo esto, la mujer dejó su delantal sobre la silla y arreglando su cabellos se dirigió al comedor, luego a la sala y finalmente al vestíbulo.

Felicity organizó mentalmente cómo trataría con su reportero imaginario. Sin embargo, cuando abrió la puerta encontró que ciertamente había un joven ahí parado, pero no exactamente el que ella esperaba. Justo en frente de ella, vestido con el uniforme verde de la infantería de los Estados Unidos, había un hombre de unos veintitantos años con cabello castaño y ojos azules que la miraban con una expresión traviesa. Felicity dio un pequeño grito de asombro y casi se desmayó con la sorpresa.



¡Santo Cielo! – chilló - ¡Es un sueño! ¡Mi niño! ¡No puedo creer que estés aquí – lloriqueó la mujer echando los brazos al cuello del joven - ¡Me alegra tanto verte sano y salvo!

¡También me alegra verte, Felicity – replicó el joven abrazando a su antigua nana, genuinamente feliz de volverla a ver.

¡Ay Dios! ¡Ay Dios! – la mujer jadeó sin aliento - ¿Cuándo llegaste? ¿Estás bien? ¡Escuchamos que habías sido herido! Debiste habernos avisado con tiempo que venías ¡Ahora tu madre va a tener un ataque cardiaco con la sorpresa! – dijo Felicity trastabillando las palabras mientras se soplaba con la mano.

Bueno, eso lo tenemos que ver, – replicó el joven sonriendo ante el parloteo de la mujer – ¿Pero no piensas que sería mejor que me invitaras a entrar? Está algo frío aquí afuera ¿Ves? – añadió guiñando el ojo a la dama que inmediatamente lo hizo pasar.

¿Qué pasa, Felicitiy? ¿Por qué estás gritando de esa forma? – preguntó una voz que venía del estudio y un segundo después una mujer en una bata negra y con un gran libro en la mano apareció en la sala.

Eleanor Baker dejó caer el libro al piso llevándose una mano a la boca, aún sin poder pronunciar palabra. Sus ojos iridiscentes se llenaron de lágrimas mientras contemplaba en silencio la figura de Terrence de pie frente a ella, justo en medio de la sala. Mismo lugar en que lo había visto por última vez dos años antes.



Madre, – Terri le dijo con voz temblorosa - ¡He regresado! – fue todo lo que fue capaz de decir al tiempo que su madre extendía sus brazos hacia él.

¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Terri, mi querido niño! – gritó la mujer mientras lo abrazaba, agradeciendo a Dios por la gracia de tener a su hijo de regreso. Ella comprendió entonces que sus noches de insomnio habían terminado.

¿Me perdonarías por haberte causado tantas penas? – preguntó el joven mientras su madre aún lloraba en sus brazos.

El gozo de este día paga por cada lágrima que hemos podido derramar, Terri – contestó la mujer sabiendo que acababa de decir la mejor línea de su vida hasta ese entonces.

Aquel fue un día de fiesta en la casa de los Baker y Felicity Parker, por primera vez en su carrera como ama de llaves, no pudo pensar en las provisiones que quedaron totalmente olvidadas en la cocina. La buena mujer estaba tan conmovida por los acontecimientos que decidió dejar la responsabilidad en manos de la cocinera mientras ella se tomaba unas píldoras para calmar su azorado corazón. Después de todo, ya no era tan joven como antes.





Una suave brisa recorría la ciudad la tarde cuando Candice White llegó a París. Sin saberlo, el carruaje en que viajaba la llevó a lo largo del Boulevard Saint Michelle, forzándola a vivir de nuevo la tarde que había pasado al lado de Terri. Una vez más contó los días que tendría que esperar mientras viajaba a Inglaterra y luego a Nueva York. Si lograba tomar el barco en Liverpool como había planeado, estaría en casa para el siete de diciembre ¡Apenas si podía esperar a que llegara ese día!

Tan pronto como la guerra hubo terminado ella había pedido su baja, pero no recibió respuesta en algunas semanas. Sin embargo, cuando ya casi había perdido la esperanza y empezaba a aceptar que tendría que pasar las fiestas navideñas en Francia, recibió la autorización para regresar a casa. La joven leyó y leyó varias veces aquellas breves líneas en las cuales el gobierno de su país le agradecía por sus valiosos servicios, y a pesar de eso lo único que ella podía comprender mientras la lágrimas rodaban por su mejillas, era que estaría pronto con aquellos que amaba, celebrando la Navidad como lo había prometido a todos sus amigos el año anterior.

Candy trató de memorizar cada paisaje de la ciudad que cruzaba de camino al Hospital San Jacques. El Barrio Latino, el Sena, Montmartre, los puentes de piedra, los Campos Elíseos, la Plaza de la Concordia, el Jardín de Luxemburgo, cada lugar estaba ligado a un recuerdo que siempre viviría en su memoria. El año y medio que había pasado en Francia no había sido nada fácil, pero no se podía quejar. Dios la había bendecido de muchas formas en ese tiempo.

No tomó mucho tiempo antes de que el carruaje dejara atrás el parque cerca del hospital y Candy supo que había llegado a su destino. Nunca le había gustado decir adiós a sus amigos, pero comprendía que no había otra opción. La joven se detuvo frente al viejo edificio y trató de reunir el valor que necesitaba y luego entró al hospital.

Julienne y Flammy estaban tan contentas de ver a su amiga que casi ni pudieron hablar al principio, pero no lo necesitaron porque Candy estaba tan emocionada que no les dejó hablar por un buen rato, parloteando y riéndose como una alondra en primavera. Les contó sobre sus últimos días en el frente, las cosas que había vivido y cuánto había extrañado a todos en el hospital, y ya que el entusiasmo de la rubia no parecía acabarse, pronto hizo que las dos jóvenes morenas se sintieran azoradas por su ilimitada provisión de energías y sonrisas.

No obstante, Julienne logró explicarle a Candy que su esposo Gérald había sido dado de baja por una herida y se encontraba recuperándose en un hospital de Lorena. Ella estaba esperando recibir licencia definitiva para poder viajar a esa región y finalmente reunirse con él allá. Candy pudo notar que el rostro de su amiga estaba repentinamente más joven y radiante. El velo de tristeza que había cubierto su expresión durante todo el tiempo que la había conocido había desaparecido para revelar a la verdadera Julienne, aquella que no tenía que temer por la vida de su esposo a cada minuto del día. Candy admiraba a su amiga aún más, sabiendo por experiencia propia cómo se sentía tener a alguien amado luchando en el frente. La rubia había sufrido esa condición por unos meses, pero su amiga había soportado la situación por largos años.



Estoy tan contenta por ti ,Julie, – Candy le dijo sonriente – Ahora podrás volver a pensar en adoptar un niño. Prométeme que lo harás.

Por supuesto que lo haré, – replicó Julienne devolviendo la sonrisa – La próxima vez que vengas a Francia serás bienvenida en la casa de los Bousenniéres y seguramente conocerás a nuestro hijo o hija.

Eso dalo por hecho, – dijo Candy a Julienne y luego volviéndose a Flammy le preguntó a la morena sobre sus planes para el futuro.

Sabes, Candy, he estado pensando mucho acerca de regresar a Chicago – Flammy respondió dudosa. – Aunque realmente quiero ver a mi familia, ha pasado tanto tiempo desde que los vi por última vez que no estoy segura si me sentiré bien viviendo con ellos, además . . .

¿Además qué? – preguntó Candy suspicazmente, notando en los ojos oscuros de Flammy una nueva chispa que no había estado ahí nunca antes.

Flammy quiere decir que tiene un nuevo amigo y no está muy segura de querer dejar Francia tan pronto, – explicó Julienne ayudando a Flammy a expresar lo que sentía.

Candy le lanzó a ambas morenas una mirada interrogadora. El rubor en las mejillas de Flammy y la malicia en los ojos de Julienne le hicieron comprender enseguida lo que ellas querían decir.



¡No es lo que estás pensando, Candy! – Flammy se apresuró a aclarar cuando se dio cuenta de que la mente soñadora de Candy ya estaba fabricando un cuento romántico. – Estamos comenzando a ser amigos, eso es todo.

Eso están haciendo ¿Eh? – Candy sonrió con malicia – Tú e Yves, supongo que quieres decir.

Bueno, sí – Flammy masculló, – él regresó al hospital, pero esta vez como paciente.

¿Fue herido? – preguntó Candy inmediatamente preocupada cuando escuchó que su amigo estaba en el hospital y no precisamente trabajando.

Si, aparentemente la pasó mal en el frente. Una bala le rozó una pierna y estará temporalmente cegado debido al efecto de los gases de iperita, pero sobrevivirá, – Julienne le informó a Candy en detalle. – Desde su llegada nuestra amiga aquí presente lo ha cuidado muy bien.

¡Cielo Santo, chica! – Candy exclamó alegremente – Esto es lo que lo llamo escrito en el cielo.

¡Ay, Candy! – rezongó Flammy. – No exageres las cosas. Sólo somos amigos, ya te lo dije.

Está bien, está bien, – respondió Candy con un suspiro.- Dejemos que el tiempo diga la última palabra en el asunto, – admitió, pero internamente deseó con todo el corazón que la vida pudiera al fin recompensar a Flammy por los sufrimientos pasados.

Las mujeres le preguntaron a la rubia si quería ver a Yves, pero ella se rehusó, pensando que era aún muy pronto para volverse a encontrar. Era mejor dejar que las heridas internas del joven sanaran completamente antes de que pudieran verse de nuevo.

Candy también fue informada de la visita de Terri a París y se sintió muy desilusionada cuando se dio cuenta de que podían haber viajado juntos de regreso a América si ella hubiese recibido su baja días antes. Entonces supuso que había sido de nuevo uno de esos fallidos encuentros que ellos dos habían sufrido una y otra vez en el pasado. No obstante, trató de animarse lo mejor que pudo pensando que tenían toda una vida por compartir.

Más tarde, al término de un par de horas de conversación, Candy se dio cuenta de que tenía que partir si no quería perder su tren. La joven miró a las dos queridas amigas que habían compartido con ella casi dos años de buenos y malos momentos, llenos de lágrimas, risas, peligro, penas y gozo. No sabía cuándo podría volver a verlas, tal vez pasarían muchos años antes de ese momento, tal vez ese día nunca llegaría. Esta última posibilidad le dejaba un hoyo en el corazón, porque cada vez que decimos adiós a un amigo, la pérdida nos deja un espacio vacío en el alma que no puede ser llenado con la llegada de un nuevo compañero.

A pesar de ello, Candy había aprendido que las despedidas y partidas son una parte de la vida humana que no podemos evitar y con esta convicción abrazó por última vez a sus dos amigas. Las tres mujeres lloraron en un abrazo triple, y aún Flammy no pudo contener sus emociones al tiempo que agradecía a Candy una y otra vez por su obstinado cariño que había terminado por conquistar la amistad de la joven morena, a pesar de su resistencia. La rubia, conmovida hasta el alma, deseó a sus amigas lo mejor para los años venideros y finalmente dejó el hospital San Jacques caminando lentamente a lo largo de los antiguos corredores y cuando pasó por el jardín interior, sus ojos fueron atraídos por el milagro de una florecita que aún resistía a las congeladas ráfagas del otoño. Candy tomó la flor consigo presionándola dentro de su misal, como un recuerdo del país donde había calmado sus penas, hecho nuevos amigos, recobrado las esperanzas perdidas y reencontrado el verdadero amor.

La joven fue también a ver al Padre Graubner, pero el buen hombre había sido enviado a Lyon para hacerse cargo de una iglesia. Así que ella no le pudo ver por última vez y pensó que tal vez así era mejor, porque hubiera sido muy difícil decirle adiós a un hombre a quien ella sentía deberle tanto.

Por último, el día primero de diciembre, Candy estaba en Liverpool, esperando por le barco que la llevaría de regreso a Nueva York.

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George Jhonson estaba de pie cerca de su jefe, mientras el joven firmaba un interminable número de documentos. La pluma de Albert garrapateaba cada página con rítmico paso y de vez en cuando lanzaba una mirada al gran reloj de la enorme oficina, con un claro fastidio reflejado en sus facciones. George recordó en ese momento cuando 20 años antes, el padre de Albert lo había traído por primera vez a su oficina, como su joven protegido, para comenzar a instruirle e involucrarlo en el complejo mundo de los finanzas y los negocios especulativos. William Andley había sido siempre un hombre honorable y bondadoso, totalmente dedicado a sus empresas, las cuales manejaba bajo los más estrictos principios morales. El hombre disfrutaba su trabajo con tal pasión que era contagioso, y George, habiendo aprendido el negocio como su pupilo, había adquirido el mismo entusiasmo. William Andley nunca miraba al reloj cuando estaba trabajando.

Albert firmó el último de los papeles y reclinándose en su silla se estiró cuan largo era con una mirada interrogadora que George comprendió en seguida.



Sí, señor – dijo el hombre asintiendo con la cabeza que ya tenía algunas hebras plateadas en la melena que habías sido siempre tan negra como la noche más negra – En unos minutos más los accionistas llegarán.

Sabes, George. – comentó el hombre rubio, – estaba pensando que me has ayudado en toda esta enorme tarea pero nunca me has dado tu opinión sobre las decisiones que he tomado.

Bueno, nunca ha preguntado, Sr. Andley – respondió el hombre con llaneza.

Ahora lo hago, – replicó Albert - ¿Crees que estoy haciendo lo correcto?

El impasible rostro de George esbozó una leve sonrisa y sentándose en un sillón en frente de Albert finalmente habló:



Sabe usted señor. Yo trabajé para su padre desde mi juventud y en todo ese tiempo tuve el privilegio de observarlo hacer tratos e idear modos de mejorar los negocios familiares que él, a su vez, había heredado de su padre. Siempre lo vi lleno de energías y entusiasmo. Amaba su trabajo y disfrutaba cada segundo que invertía en esta oficina hasta que tuvo que dejarnos. Sin embargo, cuando yo lo veo trabajar a usted, a pesar de todo el talento que usted obviamente tiene para hacer negocios, puedo decir con certeza que no disfruta su trabajo sino que lo sufre como si fuese un castigo ¿Me equivoco, señor? – preguntó el hombre mirando directamente a los ojos celestes de Albert.

Estás en lo correcto, – respondió Albert con una carcajada sofocada.

Entonces, señor, no debe dudar. El Sr. Cornwell hará un excelente trabajo porque él es como su abuelo.

Albert sonrió sintiéndose mejor al tiempo que se daba cuenta que aquel hombre prudente que había sido algo así como un hermano mayor para él, aprobaba sus decisiones.



Creo que ya es hora – Albert dijo parándose. – Enfrentémoslos.

Y con esta última aseveración ambos hombres dejaron la oficina y se dirigieron a la sala de juntas, con el fin de asistir a la reunión de socios que Albert había convocado.

Cuando entraron al salón, todos estaban ya esperándolos, incluyendo a la Sra. Elroy quien miraba a su nieto con una mirada inquisitiva, preguntándose qué era tan importante como para llamar a los socios.

William Albert tomó su lugar y con voz calmada dio una detallada explicación sobre el estado de las empresas Andley. El joven continuó por más de una hora informando sobre los cambios que había hecho en la compañía desde que se había hecho cargo de su destino tres años antes. Clarificó los recientes movimientos y las nuevas adquisiciones y finalmente añadió un reporte prospectivo sobre el futuro de la compañía para los siguientes cinco años. Cuando hubo terminado su discurso hizo una pausa por un segundo y después de tomar algo de agua anunció:



Durante todo este año he estado trabajando con mi sobrino Archibald Cornwell, – Albert empezó, mirando a Archie que estaba sentado a su izquierda – y ahora él esta completamente familiarizado con las operaciones de la compañía. Sabiendo lo hábil que es, y siendo el tercero en la línea de sucesión – saben ustedes que la Srita. Candice Audrey, quien es la segunda en línea, no está interesada en los negocios – he decidido dejarlo a cargo de la presidencia, – sentenció Albert.

La Sra. Elroy abrió la boca pero no pudo moverla aún cuando trato de articular una queja. Albert continuó su discurso explicando a los accionistas que él estaría viajando por un largo tiempo, y de ahí su decisión de dejar el negocio de la familia en manos de Archie.

Albert había llevado a Archie a cada junta, evento social e importante transacción a las que él había tenido que asistir durante un año. Por lo tanto, todos los hombres en la habitación conocían al joven millonario que había probado en más una ocasión ser un hombre de negocios astuto e inteligente. Así que, ninguno protestó por la decisión de Albert, sino que lo apoyaron con alegría. Algunos de ellos inclusive pensaron que el estilo más agresivo de Archibald Cornwell podría ser aún más conveniente para los intereses de la compañía.

Cuando la junta hubo terminado los accionistas se pusieron de pie para felicitar a Archie, pero la Sra. Elroy permaneció en silencio mirando a su nieto y bisnieto con frialdad.



Quiero hablar contigo en privado, William,- dijo la anciana mientras se levantaba y dejaba la sala de juntas con aire altanero. – Estaré esperándote en la oficina de tu padre, – anunció caminando hacia la puerta con pasos parsimoniosos.

Albert tomó unos minutos más para despedir a los miembros de su familia, uno por uno, y cuando hubo concluido con el último, el joven dejó a Archie y a George en el salón. Estaba consciente de que finalmente había llegado la hora de enfrentar a su abuela. El joven caminó lenta pero firmemente a su oficina, tratando de mantenerse concentrado en el objetivo en el cual había soñado dirigirse por largo tiempo.



¿Podrías decirme por favor por qué estás tomando esta decisión descabellada, William? – preguntó la anciana tan pronto como su nieto entró a la oficina. – Simplemente no puedo creer que estés dejando a Archie solo, dando la espalda a tu familia de esta forma tan irresponsable, – reprochó la vieja amargamente.

Toma asiento, abuela – le suplicó Albert mientras él mismo se sentaba en un sofá. – Sé bien que estás molesta y tal vez tengas derecho a sentirte así, siendo que no te dije con anticipación lo que estaba planeando hacer, – mencionó él.

¡No estoy molesta, William, sino profundamente herida por tu comportamiento! – gimió la mujer.

Lo sé, abuela, y te ofrezco mis disculpas, aunque pienso que esto fue la cosa más conveniente que yo podía hacer, - continuó Albert con firme convicción en su voz.

Yo te diré lo que sería conveniente, muchachito testarudo, – gritó la dama encolerizada – ¡Sería conveniente que te olvidaras de esa estúpida idea de viajar, que te concentraras en nuestros negocios, encontraras una mujer decente para casarte, tuvieras un matrimonio respetable y en ese mismo proceso encontraras un marido para esa hija adoptiva tuya antes de que deshonre a la familia casándose con un don nadie sin fortuna ni linaje!

Tienes todo muy bien planeado ¿No es así, abuela? – preguntó Albert empezando a perder la paciencia con la anciana. – Pero me temo que mis proyectos jamás coincidirán con los tuyos. Lo siento mucho, pero no voy a vivir mi vida como tú lo deseas.

¡Ay William, no sabes cuánto me alteran tus palabras! – la mujer chilló llevándose una de sus manos al pecho – ¡Tú y esa chiquilla perniciosa van a matarme uno de estos días!

Albert miró cómo la anciana había palidecido de repente y no pudo evitar el asombrarse ante las habilidades histriónicas de su abuela. Desafortunadamente para la Sra. Elroy, su nieto ya había visto su brillante actuación antes.



Abuela, por favor escúchame, – replicó Albert en su tono más dulce, tratando de recuperar la paciencia perdida, – sé que el honor y el orgullo de la familia son muy importantes para ti y que te sientes amenazada cuando alguien no parece encajar en tus ideas preconcebidas de compostura y propiedad. Siento muchísimo no poder llenar tus expectativas, pero no está en mi naturaleza el ser un hombre de negocios.

¡Pero tu abuelo y tu padre fueron brillantes en los negocios! – la dama insistió – Tú tienes que continuar con la tradición y mantener la fortuna familiar.

No “tengo” que hacerlo, abuela – Albert defendió su postura con más vehemencia – Hice mi mejor esfuerzo para adaptarme y solamente me hice a mi mismo muy infeliz. Créeme, después de tres años, casi cuatro, de tratar con todo mi corazón me di cuenta de que solamente me estaba engañando a mi mismo.

Pero lo habías hecho tan bien hasta ahora, – Elroy dijo aún renuente a aceptar la realidad.

¡Sí, pero no es lo que realmente me hace sentir feliz y completo! – dijo el joven más y más convencido de cada una de sus palabras. – Las finanzas y los negocios estuvieron bien para mi padre, pero no para mi. No puedo continuar aquí, mintiéndome a mi mismo y a todos los demás. Ya tengo veintiocho años, abuela, y tengo que encontrar mi camino, o más bien, reencontrarlo, porque ya lo había hallado hace siete años. Pero renuncié a mis sueños por amor a ti. Creo que ya es tiempo que empiece a pensar en mi mismo.

¡Es culpa de esa hospiciana! – la dama dijo entre sollozos. Su voz se había vuelto una mezcla de frustración y resentimiento. – Desde que llegó a la familia todo ha sido tragedia!

¡Eso no es verdad! – barbotó Albert defensivamente – Todo lo contrario, ella ha sido la mejor amiga que jamás he tenido ¡La única que siempre ha comprendido mi forma de ser! ¡La única que arriesgó su reputación para ayudarme cuando yo estuve enfermo de amnesia! Y si tú pudieras entender mis sentimientos como ella lo hace, entonces estarías contenta por mi, en lugar de estar aquí, tratando de hacerme sentir culpable!

¡Nunca la aceptaré como parte de nuestra familia! ¡Siempre la culparé de poner en contra mía a todos mis nietos! – gritó la mujer acremente.

Albert se quedó en silencio por un rato, mirando a su abuela con dolor y decepción.



¡Que sea como tú quieres, abuela! – replicó en tono inexpresivo – Candy nunca ha necesitado de nuestra familia para abrirse paso, especialmente ahora que . . . – Albert se detuvo pensando que no era el momento para decirle a su abuela más noticias que pudieran ser demasiado sorpresivas para ella. – Espero que en el futuro no lamentes las palabras que acabas de decir, pero te advierto, abuela, si quieres conservar mi respeto y el cariño de Archie, nunca hagas nada en contra de Candy ¡Porque nunca te lo perdonaríamos!

¡Ay Dios! – vociferó la anciana - ¡Creo que mi corazón ya no puede resistir más!

No te preocupes, abuela, – replicó Albert flemáticamente. – Haré que mi secretaria llame a un doctor para ti, – dijo el joven y caminó hacia la puerta, pero a medio camino se detuvo y volviéndose hacia la anciana añadió, – por cierto, desde ahora en adelante estaré viviendo en Lakewood hasta mi partida para Europa el próximo febrero. Por favor, no cuentes conmigo para las fiestas navideñas.

Y con estas últimas palabras Albert abandonó la oficina dejando a su abuela haciendo el más grande berrinche que había sufrido en años.

1 comentario:

  1. waoooooo..........ya se acaba..........no lo puedo creer...la mas grande historia que he leído.....y gracias a ti........es que finalmente...la historia de Candy y Terry no estaban totalmente perdidas....ahora ya con un acercamiento muy especial entre ambos...es que ahora finalmente....calme mis ancias de ver Candy una y otra vez....ahora ya sabiendo un lindo final....porfavor...dime tu nombre...quiero saber quien la escribió....y agradecerte por tu nombre........=D gracias!!!! saludos!!!!

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