lunes, 29 de diciembre de 2008

Capitulo 12

Elisa Leagan se estiró sobre el enorme y suave lecho. Su cabello castaño rojizo bañaba las sedas de su almohada. Al tiempo que exhalaba profundamente, la joven pudo percibir la fragancia de maderas que Buzzy había dejado sobre sus sábanas y en su piel. Los ojos marrones de la joven brillaron de placer al recordar la noche anterior, transcurrida en brazos del joven. Buzzy era, sin lugar a dudas, el mejor amante que ella había tenido jamás.

Un tímido golpe en la puerta anunció la llegada de su desayuno y la joven se sentó para recibir a la sirvienta. Era casi medio día y Eliza estaba tremendamente hambrienta. Una joven con uniforme negro y delantal blanco entró a la habitación con una gran charola. Fruta, algo de avena, un paz tostado con mermelada de moras y jugo de naranja componían el desayuno de la dama. A un lado de la charola, el periódico y un tabloide dedicado a las celebridades esperaban su turno para complacer a la joven con un chisme jugoso.

Eliza tomó el tabloide en una mano y el jugo de naranja en la otra, sin poner atención a la joven que le servía. La señorita Leagan nunca dirigía su voz a los sirvientes para agradecerles por sus servicios. Ella solamente les hablaba para darles órdenes. De repente, los ojos cafés de la joven fueron atraídos por la foto de un atractivo joven en la primera plana.

“Terrence Grandchester . . . ¿Muerto en batalla?” era el sugestivo título debajo de la fotografía.

Eliza dejó el vaso a un lado y leyó las nuevas con ávidos ojos. El artículo explicaba que después de un año de estar en Francia, nadie sabía nada acerca del joven actor, ni siquiera su amigo y socio Robert Hathaway, o su propia madre. El periodista especulaba que Grandchester podría haber sido tomado prisionero o muerto en batalla.



Esta es una buena noticia para Neil – pensó Eliza con una sonrisa burlona en los labios – ¡Lo lamento querido Terri, pero eso te mereces por ser tan estúpido! ¡Ay Candy, eres una maldición para los hombres que amas . . .! ¡Todos ellos se mueren! ¡Eres una verdadera desgracia!

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Aquella misma mañana, pero unas cuantas horas más temprano, William Albert Andley estaba ya trabajando en su oficina y esperando a su sobrino Archibald, quien estaba empezando a involucrarse en los negocios de la familia. El joven magnate, vestido en un impecable traje gris con corbata de moño, miraba a los periódicos, concentrándose en la sección de finanzas con todo su interés. El día afuera estaba hermosamente soleado y él se había sentido tentado a dejar sus deberes de lado para dar una cabalgata en su vasta propiedad de Chicago. Pero si quería alcanzar su meta pronto debía de trabajar continuamente y sin reposo. Albert podía ver con claridad que el fin de la Gran Guerra se avecinaba, y junto con él, la puerta que lo llevaría a la libertad estaba empezando a abrirse.

Antes de concentrarse en su trabajo, Albert había leído con gran diversión un artículo en cierto tabloide que George le había traído, pensando que cierta noticia podría resultar interesante para su jefe. Los brillantes ojos azules del joven se rieron con la nota sensacionalista. Él tenía muy buenas razones para no prestar atención a las especulaciones que se presentaban en la publicación.

En uno de los cajones de su escritorio, guardada con una pila de otras cartas escritas con un trazo femenino, había una nueva misiva que había llegado de Francia tan sólo unos días antes. En ella, su querida protegida le contaba la historia de su sorpresivo reencuentro con Terrence. Por lo tanto, él sabía bien que su viejo amigo no solamente estaba vivo, sino que en las mejores manos que podía encontrarse. Sin embargo, como Candy le había pedido que guardara el secreto de la presencia de Terri en el hospital, Albert no había dicho ni una palabra a nadie acerca del curioso incidente.



Solamente espero que ellos puedan aprovechar esta maravillosa oportunidad – pensó el joven con una sonrisa optimista.



Una mujer de mediana edad vestida en uniforme de empleada doméstica entró a la enorme alcoba con paso agitado. En la habitación, sobre una elegante cama con dosel y cubierta con delicado encaje y sábanas de seda, una mujer rubia de unos cuarenta años descansaba con un libro entre sus manos.



¡Señora, señora! – llamó la mujer - ¡No va a creer esto! ¡Santo Cielo

¿Qué pasa Felicity? – demandó la dama sobre el lecho, alarmada por la vehemencia de la doméstica.

¡Dos cartas, señora! ¡De Francia! – contestó la sirvienta jadeante.

El rostro de Eleanor Baker se iluminó al escuchar el sonido de la palabra Francia. La mujer se puso de pie abruptamente y con un movimiento nervioso arrebató los papeles de las manos de la sirvienta. ¡Sí! ¡Era verdad! Solamente necesitó ver al primero de los dos sobres por una fracción de segundo para entender que se trataba de una carta de su hijo.¡Después de un largo año de silencio! ¡Después de todas las lágrimas que había derramado cada noche pensando que él podía estar muerto! ¡Después de todas las veces que se había visto forzada a ignorar las insistentes preguntas de los reporteros sobre su hijo! ¡Después de todos esos rumores que había tenido que soportar, los cuales especulaban acerca de la posible muerte del joven actor! . . . . ¡Finalmente, una carta de Francia estaba en sus manos!



¿No va usted a leer la carta, señora? – preguntó Felicity conmovida y sinceramente preocupada por el hijo de su patrona.

Sin responder audiblemente, la mujer tomó la carta de su hijo y nerviosamente abrió el sobre. Sus ojos iridiscentes devoraron con ansiedad cada palabra mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.



¿Cómo está el joven señor Grandchester? – preguntó la sirvienta urgentemente -¿Se encuentra él bien, señora?

¡Ha sido herido! – dijo la mujer con un grito sofocado.

¡Santo Cielo! ¡Santo Cielo! – exclamó la doméstica con gran alarma.

Pero se está recuperando, Felicity ¡Él dice que está bien! – informó la actriz y luego permaneció callada por un buen rato. Más lágrimas bañaban su rostro.

¿Qué más dice, señora? – demandó la sirvienta con la confianza que le daban los más de 20 de servicio al lado de la señora Baker. Felicity, más que una sirvienta, había sido la amiga y paño de lágrimas de la famosa actriz. Había estado a su lado durante los difíciles días del embarazo de Eleanor, la había acompañado cuando Elenor sufrió la pérdida de su hijo, y había seguido con ella durante los largos años de soledad que la actriz había tenido que vivir a consecuencia de la fama que disfrutaba – Por favor, señora ¿Acaso quiere matar a mi pobre corazón?¿Qué más dice él?

¡Ay Felicity! – dijo la mujer sollozando abiertamente - ¡ Me está pidiendo perdón! ¡Dice que lamenta mucho haber partido del modo en que lo hizo y que se siente avergonzado por ello! ¡No puedo creer lo que estoy leyendo, Felicity!

¡Ay señora! – jadeó de nuevo la sirvienta – Yo sabía que su hijo es un hombre bueno que tarde o temprano reconocería que había sido injusto con usted.

Sé que Terri es un buen muchacho ¡Pero a veces es tan testarudo e imposiblemente orgulloso como lo era su padre! Nunca pensé que aceptaría su error, pero gracias a Dios que lo hizo y alabado sea su nombre porque mi hijo está sano y salvo – concluyó la mujer mientras doblaba la carta y la ponía de nuevo en el sobre después de haberla leído varias veces.

Pero señora – objetó la sirvienta - ¿Qué hay de la otra carta? ¿De quién es?

La rubia tomó la misiva en sus largas y blancas manos y cuando sus ojos vieron el nombre del remitente sus hermosos ojos azules se salieron prácticamente de sus órbitas. Sin responder a las insistentes preguntas de Felicity, Eleanor abrió la segunda carta con el mismo nerviosismo y leyó el contenido a una asombrosa velocidad, una, dos y tres veces antes de que pudiese emitir palabra para informar a su curiosa amiga.

Eleanor se llevó la mano derecha a la frente, aún sin creer lo que había leído varias veces. Su pasmo solamente podía compararse con su gran alegría.



Por favor, señora, tenga compasión de mi y dígame – rogó Felicity al límite de su resistencia.

Querida Felicity, ahora más que nunca antes, creo en el destino – dijo la actriz- esta carta es suficiente explicación para entender el arrepentimiento de Terri. Solamente hay una persona en este planeta que puede tener ese efecto en él. Dios bendiga a la criatura que me escribió ¿Tienes idea de quién es?

¡No! – dijo Felicity sin encontrar solución al misterio.

La mujer que ocupa el corazón de Terri.





Después de la batalla del río Marne en el mes de junio, todo empezó a marchar mal para los alemanes. Una epidemia de gripa atacó sus tropas y el hambre y la desesperación hicieron lo propio. Pero el General Ludendorff era un hombre que no se rendía fácilmente, razón por la cual preparó una nueva ofensiva en dos direcciones, una sobre el Reims y otra sobre Flandes. No obstante, el General Foch fue informado de los planes del enemigo con anticipación, y atacó a los alemanes antes de que éstos pudiesen movilizarse. Aquella fue la última ocasión que Ludendorff tuvo la oportunidad de atacar a la ofensiva. El resto del año tendría que sufrir el poderoso contra ataque de las fuerzas británicas, francesas y americanas combinadas, todas ellas comandadas agresivamente por Ferdinand Foch.

El objetivo de los Aliados para el verano de 1918 era reducir las líneas alemanas en tres puntos. Uno sobre la región del río Marne, la otra sobre el río Amiens, algunas millas al sur de Arras, y una tercera sobre Saint Miel, cerca de Verdún. Para el inicio del otoño, los nombres de Arras y Saint Miel tendría un significado especial para los oídos de Candy que ella no sospechaba.

Durante el mes de julio y hasta el inicio de agosto, las armadas americana y francesa pelearon valientemente para arrojar al enemigo de la región del Marne obteniendo un gran éxito. Los alemanes se replegaron hacia el norte y para la primera semana de Agosto, la amenaza sobre la capital francesa era ya solamente parte de la historia. París no cabía en sí del entusiasmo y los países aliados sintieron, por la primera vez en cuatro años, que la victoria estaba cerca. En agosto 6 Ferdinad Foch fue nombrado Mariscal de Francia.





Un hombre alto vestido de negro caminaba a lo largo de los corredores del hospital cargando una bolsa y mirando alrededor, como buscando un lugar en especial. Sus brillantes ojos oscuros denotaban una clara vivacidad mientras que sus pasos seguros hablaban de su aplomo. El hombre tenía un papel en la mano izquierda al cual ojeaba de vez en cuando mientras miraba a los números de cada pabellón por el cual pasaba. Cuando llegó al pabellón A-12 se detuvo inmediatamente y con una ligera sonrisa en los labios entró en él.

El hombre alto y barbado vagó a través del pasillo y entre las camas, hasta que llegó al final del pabellón. Sentado cerca de un gran ventanal, con los pies descansando despreocupadamente sobre una mesa de noche, otro hombre leía el periódico con aparente interés.



Parece que las cosas van muy bien para los Aliados en el Frente Occidental ¿No es así, sargento? – Preguntó el hombre del traje negro y al sonido de su voz de bajo el hombre en la silla levantó los ojos del periódico para ver a aquél que le había dirigido la palabra.

¡Padre Graubner! – dijo Terrence con una brillante sonrisa - ¡Qué agradable sorpresa! – saludó el joven mientras quitaba sus pies de la mesa moviéndose lentamente para tratar de incorporarse.

¡No, no, Terrence! – se apresuró a decir el hombre mayor – quédate ahí, debes cuidar tus movimientos, hijo.

Sin prestar atención a la preocupación del sacerdote, Terri tomó un bastón el cual descansaba sobre el muro cerca de él y con movimientos orgullosos se puso de pie para saludar a su amigo.



Como puede usted ver padre,- explicó estrechando la mano de Graubner – estoy bastante bien para ser alguien que casi abandona este mundo. Solamente cojeo un poco pero también eso pasará. Disculpe mi falta de cortesía y tome asiento – ofreció el joven señalando a la silla mientras él mismo se sentaba en la cama.

¡Muy impresionante! – se río el sacerdote sentándose y dejando en el suelo la bolsa que llevaba cargando – De todas las cosas que he visto en esta guerra, tu recuperación es una de las más felices – dijo él alegremente – Estoy realmente muy contento de verte sano y salvo.

A mí también me alegra, padre – se rió Terrence – pero dígame, ¿cómo es que usted está en Paris? Pensaba que estaría todavía en el Frente.

De repente el rostro del cura se tornó serio y dejó escapar un suspiro.



Bueno, hijo – explicó – Debo estar haciéndome viejo, eso es todo. Nuestro perspicaz doctor Norton encontró un problemilla con este corazón mío y envió una carta a mis superiores soltándoles todo ese cuento ¡Ese doctor entrometido! – se quejó el hombre – Me enviaron de regreso inmediatamente y en este momento se está tratando de decidir lo que finalmente harán conmigo ahora que la medicina dice que ya no puedo andar viajando por todo el Mediterráneo.

Siento mucho oír eso – dijo Terri preocupado.

No lo sientas Terrence – replicó el cura negando con la cabeza – A lo mejor sería bueno para mi establecerme . . . ¡Quién sabe! Puede que hasta me den una parroquia finalmente, después de todos estos años de vagabundear de aquí para allá – añadió sonriendo – pero no es para hablar de mi que he venido. Tus superiores estaban a punto de enviarte tus cosas y yo me ofrecí a hacerlo personalmente, así que aquí están.- dijo el hombre señalando a la bolsa

El joven actor dirigió sus grandes ojos claros hacia el objeto sobre el piso y un rayo de luz brilló en la superficie azul denotando cuan agradable la sorpresa había sido para él.



Puedo ver que te alegra ver tus pertenencias – comentó Graubner complacido de haber sido útil – Ahora, después de todo el trabajo que sufrí por tu causa, Terrence – bromeó el sacerdote - ¿Puedo saber qué es lo que hay en esa bolsa? ¿Acaso hay piedras?

El joven se río alegremente con el comentario del sacerdote y luego le pidió ayuda para abrir la bolsa.



Déjeme que le muestre, padre – dijo Terri con la luminosa sonrisa de un niño que abre un regalo de Navidad.

El joven metió la mano en la bolsa buscando ansiosamente un objeto hasta que sintió con placer una superficie pulida. Sus dedos acariciaron un objeto metálico calmando así su temor de haber perdido su pequeño tesoro. Una vez que estuvo seguro que su talismán musical estaba en su lugar, el joven sacó un libro, un segundo, y un tercero . . . Pronto, sobre la cama había una pequeña colección de guiones teatrales y una carpeta de piel con un montón de papeles, algunos de ellos en blanco, otros emborronados con una elegante escritura masculina.

El sacerdote miró los guiones con ojos asombrados.



¿Estás estudiando todas estas obras, Terrence? – preguntó Graubner maravillado con la selección.

Bueno, solamente uno o dos personajes de cada una- respondió el joven casualmente.

¡Uno o dos! – dijo Graubner estupefacto – Debes de tener una memoria prodigiosa.

Eso es algo que se da por hecho cuando se habla de un actor, padre – replicó Terri con simplicidad – uno no puede darse el lujo de olvidar una línea, especialmente cuando se trabaja con teatro clásico. Además, se supone que un actor debe tener un amplio repertorio, entre más papeles sabemos de memoria, mejor.

Ya veo – dijo el cura mirando cada título - ¡Ah, Rostand!- exclamó el hombre complacido de encontrar a un autor francés en la selección del joven – No me irás a decir que quieres hacer el papel de Cyrano. No creo que ese papel te vaya muy bien...

¿Por qué no? – preguntó Terri divertido con el interés del sacerdote en su segundo tema favorito.

Ummm ... Me temo que tu apariencia es demasiado gallarda para el papel . . .y tal vez tu nariz carece de... la talla adecuada, debo decir – se rió el hombre.

¡Usted sí que es gracioso, padre! – sonrió el joven mostrando una perfecta dentadura blanca – pero se sorprendería al ver las maravillas que un buen maquillaje puede hacer para ayudar a un actor de escasa nariz como yo.

Ambos hombres continuaron riendo y bromeando mientras el sacerdote revisaba las obras.



La dama del Mar y Brandde Ibsen; Julio César de Shakespeare, Una mujer sin importancia de Wilde – leyó el hombre mayor – Puedo ver que tienes gusto por la crítica social y la tragedia – comentó.

Terri encogió los hombros con un gesto despreocupado.



¡Ah, Salomé! – exclamó Graubner con rostro soñador – Recuerdo cuando Oscar Wilde presentó esta obra en París hace mucho tiempo, la gran Sarah Bernhardt hizo el papel principal. Fue la apoteosis, especialmente porque Wilde se tomó el trabajo de escribir el manuscrito original en francés.

¿Estuvo usted en el estreno, padre? – preguntó Terri interesado . . . y la conversación siguió por un buen rato ocupándose de aquel evento histórico.

Sabe usted, padre – dijo Terri casualmente más tarde – yo no estaba planeando traer todo esto conmigo a Francia, pero mi director y socio prácticamente me forzó a hacerlo. Creo que fue su forma muy personal de decirme que esperaba que yo regresara.

Entonces debe apreciar tu trabajo – sugirió el hombre de mayor edad.

Sí, y también es un buen amigo – añadió Terri recordando la bondad de Robert Hathaway – Fue la única persona que creyó en mi cuando yo era menos que un don nadie.

Entiendo . . . ¡Hey! ¿Qué es esto? ¿La fierecilla domada?- preguntó el sacerdote confundido – esta obra rompe con el tenor de todas las demás.

Esa fue elegida por Robert – admitió Terri sonriendo – Dijo que el papel de Petruchio sería perfecto para mi, pero en ese entonces no me gustó mucho la idea . . .pero ahora . . . es diferente – añadió él con un brillo centelleante en los ojos – Ahora, creo yo, me simpatiza la idea de hacer algo de comedia también. . .

¡Vaya, vaya! – se carcajeó sofocadamente Graubner - ¿Qué es lo que sucede Terrence? Ciertamente has cambiado en estos dos meses.

Bueno padre – dijo Terri volviendo el rostro hacia la entrada del pabellón – usted está a punto de conocer las razones de mi cambio repentino . . . ¿Padre? ¿Alguna vez ha visto a un ángel? – preguntó con un susurro travieso.

¡Ciertamente no! – se sonrió el sacerdote intrigado – Me temo que no he sido lo suficientemente santo para ganar esa gracia

Muy bien – dijo Terri divertido – prepárese entonces porque esta clase de oportunidades sólo se dan muy rara vez a los ojos humanos – añadió señalando a la entrada.

Desde el umbral, moviéndose espontáneamente en su uniforme azulado con un delantal blando y su característico cabello rubio peinado en un rodete, apareció Candice White empujando el carrito del almuerzo.

Aún desde la distancia Graubner comprendió en una sola mirada quién era la joven. La descripción dado por Terrance en la oscura trinchera, la noche previa a la Batalla del Río Marne, había sido tan precisa que no fue difícil para el astuto sacerdote reconocer a la joven, sin importar que nunca la hubiese visto antes en toda su vida.



Ella es . . . – balbuceó el hombre sin poder recobrarse de su pasmo.

Sí, padre – musitó Terri con orgullo - ¡Mi ángel!

¡Qué asombrosa coincidencia!- fue la primera cosa que Graubner pudo decir, pero un segundo después estaba corrigiéndose – o tal vez, no ha sido una coincidencia...

La joven finalmente llegó hasta la cama de Terri encontrando con sorpresa que su paciente tenía una visita . . .y un sacerdote . . .¡Entre toda la gente del mundo!



Buenas tardes – saludó ella con una sonrisa preguntándose interiormente qué era lo que esa sacerdote podría estar haciendo con Terri.

¡Buenas tardes, señorita! – respondió Graubner con su habitual tono amable.

Terri adivinó la confusión de Candy y encontró que el rostro desconcertado de la joven era maravillosamente encantador, pero a pesar del placer que le daba mirar esa expresión en la cara de la muchacha, el joven se apresuró a explicar la situación.



Candy, este es mi amigo, el padre Graubner. Tuve el honor de conocerlo en el Frente, él estaba luchando en la guerra . . .con su estilo muy personal, por supuesto – lo presentó Terri.

Ya veo – replicó Candy con una miranda de entendimiento. Durante su experiencia en el hospital ambulante la joven se había familiarizado con los sacerdotes y reverendos que ayudaban en el Frente, por lo tanto comenzó a comprender la situación con aquella explicación. Aún así, era todavía difícil para ella el entender cómo Terri se había hecho amigo de un sacerdote cuando él nunca había sido un creyente ferviente – Mi nombre es Candice White Andley – se presentó ella misma.

Erhart Graubner, señorita, realmente estoy encantado de conocerla, señorita Andley.

La joven y el sacerdote se estrecharon las manos e instantáneamente una corriente de simpatía corrió entre los dos. A pesar de ello, Candy no pasó mucho rato con los dos hombres, porque tenía otras mil cosas que hacer antes de que su turno terminase. Así que los dejó solos de nuevo, y ellos continuaron con la conversación que habían interrumpido con la llegada de la joven.



¿Qué piensa usted padre? – fue la primera frase que dijo Terri cuando Candy había ya desaparecido.

¡Um Himmels Willen! – dijo el hombre asombrado- ¡Querido amigo, si yo fuese 30 años más joven y tuviese una profesión diferente, te puedo confesar que no estaría aquí aconsejándote cómo conseguir a la chica, porque yo mismo estaría pensando en cómo conseguirla para mi! – concluyó con una sonrisa pícara en los labios.

Y que lo diga – sonrió Terri con un dejo de burla – Eso es precisamente lo que alguien más está haciendo: trabajando y pensando mucho en cómo alejarla de mí.

Ah, ya veo – replicó el sacerdote – el joven doctor está también por aquí.

¡Peor que eso!- dijo Terri frustrado- ¡Él es mi doctor! ¡El colmo de mi desgracia! Pero estas cosas solamente me pasan a mi.

¡Vamos, vamos, Terrence!- comentó Graubner tratando de animar al joven – esa actitud no te ayudará en nada. No todo es tan malo. De hecho, ya es más que milagroso que estés vivo y cerca de ella. Además, tengo otra sorpresa para ti – añadió el hombre.

¿Qué es?

Bueno, me preguntaba si extrañas aquel hermoso anillo de esmeralda que solías tener.

Como puede ver – explicó Terri mostrando al sacerdote su mano desnuda – alguien debió haberlo robado mientras estaba inconsciente.

El sacerdote miró al joven con una expresión de satisfacción en su rostro barbado.



No es así, hijo – señaló Graubner – fui yo quien te lo quitó previendo que alguien más débil que yo, pudiera caer en la tentación. Planeaba encontrar un modo seguro de enviártelo, pero ya que estoy aquí, me alegra regresarlo a tus manos – y diciendo esas últimas palabras el hombre se llevó la mano derecha al bolsillo interior de su saco y extrajo la joya, la cual inmediatamente entregó a su dueño.

¡Muchas gracias padre! – respondió Terri agradecido – Estaba extrañando este pequeño objeto. Es, de alguna forma, significativo para mí.

Acabo de ver el par de ojos que seguramente inspiraron el capricho de conseguir semejante joya.

Me ha pillado nuevamente, padre – respondió Terri con una sonrisa enigmática.

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Era uno de esos días soleados de agosto en París. A lo largo del parque situado a un par de cuadras del Hospital Saint Jacques, una joven vestida de blanco caminaba lentamente con ambas manos enterradas en los bolsillos de su falda. Aun cuando su sombrero de paja cubría su rostro de los rayos solares, era posible ver que estaba profundamente triste. Un complicado torrente de emociones se movía en su alma, nuevos sentimientos que no había experimentado antes la atormentaban con acuciosa fuerza.



¿Por qué trato de engañarme? – Candy pensaba mientras vagaba perezosamente alrededor del parque rodeado de robles - ¡No importa cuánto me esfuerzo por ignorarlo, él me tiene en el puño de su mano! Al menor de sus movimientos lo seguiría hasta el fin del mundo . . .¡Ay, Terri, te amo tanto!

La joven suspiró melancólicamente, sentándose en una de las bancas de hierro sombreada por el verde follaje de un antiguo roble.



Aún recuerdo con cuánto ahínco traté de olvidarte, Terri – pensaba ella – Llené mi vida de tantas cosas por hacer que siempre terminaba el día totalmente exhausta. De ese modo podía finalmente evitar esas largas noches en las cuales esos pensamientos sobre ti no dejaban de martillar en mi cabeza una y otra vez. Todo ese trabajo y mis amigos ayudaron mucho a hacerle frente a la vida después de nuestro rompimiento, pero muy en el fondo yo sabía que estaba incompleta, que algo por dentro estaba vacío . . . seco . . . muerto . . . en medio de una terrible soledad. Mi pobre Annie trató tantas veces de encontrarme pareja con todos los muchachos que conocía, pero . . . simplemente no puedo estar con otro hombre . . Me siento un tanto . . . incómoda. Como el otro día en que salí con Yves. Fue una idea acertada que Flammy fuera con nosotros. No se qué hubiese hecho si ella no hubiera estado ahí ¡Pero contigo, Terri, todo es tan diferente! Cada palabra que compartimos, cada sonrisa, todas nuestras miradas me hacen sentir como si hubiera terminado un largo viaje y hubiese finalmente llegado a casa . . . ¡Sin embargo, Ay Terri, eres todo un enigma!

Me muero aquí por tu causa . . . y tu sólo pareces jugar interminablemente. Hace un par de meses yo me sentía optimista y pensaba que tal vez podríamos tener una segunda oportunidad. . .y ciertamente has sido muy dulce conmigo . . .¡Pero no sé qué es lo que estás esperando, Terri!¡Si solamente esas dos pequeñas palabras fueran pronunciadas por tus labios me tendrías directo en tus brazos sin vacilación! Mi corazón se muere por oír de tu voz que todavía me amas, que a pesar de la distancia, has pensado en mi tanto como yo he pensado constantemente en ti. Aún cuando te creía prohibido. . . . Pero siempre te vas por las ramas y yo ya no sé lo que realmente sucede contigo . . .¡Terri, esto es tan difícil de soportar!

Y estos extraños sentimientos en mí. Ciertamente no ayudan en nada ¡Simplemente no se qué es lo que me sucede cuando estás cerca de mi! Años antes, en el Colegio, siempre negué con todas mis fuerzas que me atraías y no lo acepté hasta que abandonaste Inglaterra. No obstante, todo aquello que sentí en el Colegio, y aún después, cuando te vi de nuevo en Nueva York, todo palidece y luce débil ante estos nuevos y confusos sentimientos que traspasan mi corazón hasta la médula. ¡Terri, Terri! ¡Si mi alma se quema en el fuego del infierno, tuya y solamente tuya será toda la culpa! ¡¿Oh Dios mío, por qué tiene Terri que ser tan deslumbrante?!

Su mente no podía olvidar lo que había pasado unas cuantas horas antes. Candy estaba ayudando a uno de sus pacientes, el cual había quedado ciego a causa de una bomba de iperita, a escribir una carta para su familia en Canadá. La cama de dicho paciente estaba situada muy cerca de la de Terri, y desde su posición, la joven podía ver al actor mientras él estudiaba sus diálogos calladamente. Era una de esas mañanas calurosas de verano y Terri se había quitado la camisa.



Escribe también – dictaba el paciente – que recibí todas las cosas que me enviaron ...

¡Oh sí! – susurró Candy mientras sus ojos vagaban sobre aquellos músculos bien definidos que bañaba la luz matinal. Largos y fuertes brazos en los cuales ella se desfallecería gustosa, anchos hombros, esbelta cintura, piel bronceada que ella había llegado a acariciar cada vez que le cambiaba los vendajes, la breve cicatriz en su hombro derecho que era un recordatorio de una de las tres balas . . . y aquellos labios que se movían suavemente mientras él memorizaba sus diálogos, labios que, sin saberlo, jugueteaban con el agitado corazón de la joven. Fue entonces cuando ella sintió un pinchazo en el pecho.

¡Va a mirarme en un segundo más! – pensó ella advertida por la conexión interna que ella tenía con él, pero la cual la misma joven no alcanzaba a reconocer.

Candy bajó los ojos justamente una fracción de segundo antes de que el joven aristócrata dirigiera sus ojos azules hacia ella. La muchacha pretendió estar totalmente concentrada en la carta que escribía.

La joven sintió que sus manos flaqueaban mientras trataba desesperadamente de sostener la pluma. La fuerza de la mirada del hombre sobre ella no le permitía controlar su ansiedad.



Leonard – dijo ella nerviosamente - ¿Podrías disculparme? No me siento muy bien hoy ¿Podríamos terminar esta carta mañana?- rogó ella y antes de que el joven pudiera decir palabra Candy había dejado el pabellón y estaba ya corriendo a través de los pasillos del hospital. - ¿Qué me está pasando? – pensaba ella sintiendo como sus mejillas se sonrojaban furiosamente – ¡Quiero huir y al mismo tiempo . . no puedo dejar de verme en sus brazos!

Sentada en la solitaria banca, la mente de Candy jugueteaba una vez más con el recuerdo de todas las veces durante aquellos tres meses, en que él la había abrazado con la excusa de su pierna lastimada. La joven vivió de nuevo las emociones, el aroma, el calor, la certeza de su pulso acelerado, y como ya se encontraba vencida por sus propios sentimientos no opuso resistencia cuando sus memorias la llevaron una vez más al oculto recuerdo de aquel beso.



Fue hace seis años – continuó ella en sus pensamientos – ¡Seis años y todavía lo siento en mi piel, como si hubiese pasado solamente hace un instante! – suspiró ella mientras rozaba ligeramente sus labios con las yemas de sus dedos – Éramos sólo unos niños entonces – pensó ella cerrando los ojos al tiempo que su curiosidad femenina ardía dentro de ella con una pregunta alarmante – Me pregunto . . . me pregunto cómo besarás ahora - se atrevió ella a pensar asombrándose a sí misma con su osadía – Y aún más . . . Me pregunto cómo sería vivir a tu lado, como imaginé antes tantas veces ¿Cómo sería compartir contigo cada pequeña alegría, cada prueba angustiante, tu éxito y tu derrota, todas esas manías insignificantes que yo sé que tienes? . . . Tu obsesión por mantener todo en orden, tu pasión por la equitación, tu amor por la poesía, tu insistencia en comprar mil camisas blancas, en todos los estilos y materiales, y ese incomprensible y terco hábito de embromarme. . . Ciertamente me embromarías hasta la muerte, pero estoy segura que lo disfrutaría enormemente . . .¿Cómo sería esperarte cada noche, compartir tu mesa . . .y tu cama? ¿Qué se siente al despertar en tus brazos, Terri? – suspiró la joven extasiada, pero pronto una oscura sombra cruzó sus ojos de malaquita – Pero en unos cuantos días dejarás el hospital y tal vez no te vuelva a ver jamás ¿Qué es eso que tienes Terri, que solamente tú puedes hacer estallar en mi este calor que me invade el cuerpo y me confunde? ¿Cómo puedo sentirme tan feliz y tan deprimida al mismo tiempo

¡Santo cielo, Candy, ciertamente te estás volviendo loca! – se censuró ella misma sintiendo la suave brisa bajo el roble.

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El correo había llegado trayendo cartas de América aquella mañana, pero Candy decidió guardarlas en su bolsillo para leerlas a su gusto cuando su turno hubiese terminado. Durante toda la mañana miró repetidas veces a su bolsillo, y en más de una ocasión estuvo tentada a abrir aquellos sobres antes de tiempo; sin embargo, no cedió ante su impaciencia.

Después de un duro día de trabajo la joven corrió a su banca favorita en el jardín interior del hospital para devorar las nuevas que encerraban aquellas misivas. Sus grandes ojos verdes brillaron de gozo mientras paladeaba el sabor de los fuertes lazos que unían su corazón con sus amados amigos y familia adoptiva en la distante América. Con cada línea, la joven verificaba que no importaba cuán lejos pudiese estar de casa, un pedacito de las riberas del lago Michigan viviría siempre en su corazón.



¿Buenas noticias? – preguntó una voz profunda detrás de ella y Candy no tuvo que voltear para saber quién le estaba hablando.

Sí, noticias de casa – contestó con una suave sonrisa - ¿Quieres oírlas? – inquirió ella, mirando finalmente a los ojos verdi-azules que estaban frente de ella.

Terri, en una camisa azul pastel y pantalones beige, estaba parado cerca de ella, descansando ligeramente su peso sobre un bastón. Candy pensó que el joven lucía casi totalmente recuperado de aquella forma, y su corazón no pudo evitar sentir un torzón doloroso dentro de su pecho, cuando recordó de nuevo que la eminente separación estaba cada día más cercana.

El joven se sentó al lado de ella y miró con curiosidad a un sobre largo con un elegante sello en el frente.



Ésa, supongo, debe ser de Albert – dijo sonriendo al recordar al viejo amigo que no había visto en años.

Y estás en lo correcto – respondió Candy alzando su ceja izquierda y asintiendo ante la sospecha de Terry.

¿Qué es lo que dice? – preguntó el joven actor.

De repente, Terri miró a los ojos de Candy y un sentimiento de déjà vu le invadió el corazón ¿Qué no había él hecho esa pregunta acerca de una carta de Albert, hacía mucho tiempo atrás?



Muchas cosas – empezó ella a explicar, tratando de calmar los furiosos golpeteos en su pecho - ¿Sabes, Terri? He estado preocupada por Albert durante los últimos dos años – dijo la joven confiando en Terri un secreto que ella había mantenido sólo para sí misma durante largo tiempo. De alguna forma, el dirigir la conversación hacia su querido tutor, la ayudaba a olvidarse de otros sentimientos más alarmantes que gritaban dentro de ella.

¿Por qué? – preguntó Terri también interesado en encontrar un modo de relajar la tensión - ¿Pasa algo malo con él?

Una cosa, Terri – suspiró Candy tristemente - ¡Albert no es feliz con su vida!

Ser un poderoso millonario no le está muy bien ¿No es así? – adivinó Terri asintiendo con la cabeza en señal de entendimiento.

Exactamente. Albert ha estado enfrentando sus responsabilidades como jefe de la familia por casi tres años, hasta el día de hoy, pero ha sido casi un infierno para él. Aunque nunca se ha quejado de ello, yo sé que muy dentro de él, Albert siente que ha traicionado todo aquello en lo cual él creía – señaló la joven.

Conozco ese sentimiento – murmuró Terry tan quedamente que Candy apenas pudo entender sus palabras – ¡Es muy triste ver cómo la vida destruye nuestros sueños de juventud . . .todas esas esperanzas que alguna vez creímos invencibles! – sugirió Terri con pena.

No hables así, Terri – se apresuró ella a responder – ¡Todavía creo que podemos siempre luchar por nuestros sueños, aún en medio de la tormenta! No importa cuánto insistan los demás en que ya no tiene caso seguir luchando, debemos siempre batirnos para alcanzar nuestros más anhelados sueños, Terri.

Terri miró a Candy mientras una sonrisa se dibujaba en el rostro masculino. Ella siempre tenía ese poder de iluminarlo todo.



Tal vez debas decirle eso a Albert – sugirió Terri.

Ahora él ya no necesita de mis consejos – continuó Candy radiante – En esta carta me confía que, tan pronto como la guerra termine, dejará los negocios de la familia en manos de Archie y de George. Entonces, Albert seguirá sus sueños en África, tal vez también vaya a la India.

Me alegra oír eso – dijo Terri sinceramente – al menos nuestro mutuo amigo vivirá para hacer realidad el sueño que compartió conmigo en el pasado. Siendo franco contigo, Candy , me siento un tanto apenado por haber perdido contacto con Albert durante estos años ¡He sido muy ingrato con él!

Nunca es tarde para acercarse a un amigo – dijo ella sonriendo - ¿Por qué no le escribes?

Esa idea suena bien – respondió él riendo - ¿Dónde vive ahora?

En la mansión de los Andley, en Chicago – contestó la joven.

¿Tú vives con los Andley?- preguntó él curioso.

No, Terri, yo vivo por mi cuenta, en el mismo departamento que solía compartir con Albert- replicó la joven con orgulloso acento.

¿Cómo es que tu estirada y aristocrática familia te permite vivir sola? – preguntó él en parte riéndose burlonamente y en parte admirando el sentido de independencia de la joven. Candy era una interminable fuente de sorpresas para él.

Albert me da la total libertad de hacer con mi vida lo que me parezca mejor – dijo ella casualmente pero mostrando una gran sonrisa ante el recuerdo de su más querido amigo y tutor.

Ustedes han llegado a ser muy íntimos amigos ¿Verdad? – sugirió él con un ligero dejo de celos en el fondo de su corazón. Interiormente, Terri se censuró a sí mismo por dejar que tales sentimientos en contra de un querido amigo, como lo era Albert, anidasen en su alma, aunque fuese sólo un instante.

Sí, ciertamente – respondió ella pensando en todo el pasado común que unía su vida con la de Albert – Hemos pasado muchas cosas juntos. Él ha sido mi consejero y mi paño de lágrimas durante las pruebas más difíciles de mi vida ¡Es mucho más que mi tutor! Creo que es el hermano mayor que nunca tuve y me parece que él siente lo mismo por mi – explicó ella mientras miraba hacia el cielo, el cual le recordaba los ojos azul claro de Albert.

Supongo que lo extrañarás cuando finalmente deje América – sugirió Terri con voz nostálgica.

Sí. Sin embargo, lo prefiero lejos de casa pero feliz y satisfecho que viviendo una vida miserable y haciendo algo que realmente odia – dijo ella con vehemencia.

Eso suena muy sensato de tu parte, aunque venga de una metiche incorregible como tú – trató él de bromear para aligerar el tono serio de la conversación.

¡Ya vas a empezar! - chilló ella haciendo un puchero, siguiendo el juego.

Vamos, dime ¿Quién te envía esta carta en este cursi sobrecito azul y con perfume de violetas? – preguntó el hombre tomando con dos dedos una de las cartas mientras cubría su nariz con la otra mano, haciendo como si el perfume del sobre le provocase náuseas.

¡Trae acá eso! – chilló ella juguetona y con un rápido movimiento recuperó la carta de las manos de Terri – Ésta carta es de Patty.

¡Ah, ya veo, la “gordita” con lentes tiene predilección por las violetas, le queda muy bien, siendo tan tímida . . .! - bromeó él muy divertido.

¡Ya estuvo bueno, bobo! – se rió ella alegremente - ¡Cuántas veces tengo que decirte que Patty no esta “gordita”!

Está, bien, está bien . . . . ¿Ahora podría esta reportera aquí conmigo decirme lo que aquella distinguida y joven dama, sol de belleza, le cuenta en su carta? – dijo él inclinando el torso en una reverencia burlona.

Bueno, te sorprenderá saber que - dijo Candy ignorando la mofa en los ojos de Terri – ¡Patty va a casarse pronto! Conoció a mi amigo Tom, y ambos se enamoraron ¿No es romántico?

Tom es el chico que creció contigo y que tiene una granja ¿No es así? – preguntó Terri asombrando a Candy con su prodigiosa memoria.

Eso es correcto ¡Es increíble que te acuerdes de él. Debo haberte platicado sobre Tom una sola vez!- mencionó ella, sin poder contener su sorpresa.

En el Derby, querida. Aquella vez que te gané la apuesta – dijo él traviesamente mientras una idea cruzaba por su mente - ¡Por cierto! Nunca me pagaste aquella apuesta. Hasta donde yo recuerdo me prometiste lustrar mis botas. Tengo un buen par allá arriba si todavía quieres cumplir tu promesa – dijo el carcajeándose.

¡Cómo si fuera hacerlo! – respondió Candy con dignidad levantando su naricita hacia el cielo.

De cualquier modo, me alegra escuchar que Patty finalmente dejó atrás el pasado – dijo él después de un rato, notando que Candy, quien estaba a su vez jugando a hacerse la ofendida, no iba a hablarle si él no lo hacía primero.

A mí también – replicó Candy suavizando el tono – ¡Si la guerra termina pronto asistiré a dos bodas cuando regrese a casa! – señaló ella con entusiasmo.

¿Dos bodas? – preguntó Terri intrigado - ¿Qué se va a casar “el elegante”?

Eso espero – dijo Candy mientras blandía un tercer sobre de color lila - Aquí, Annie me cuenta de la graduación de Archie, ¿Ves? Creo que él le propondrá matrimonio uno de estos días ¡Annie va a ser la chica más feliz sobre la tierra! ¡Ya veo a Annie en su vestido de novia justo como ella siempre lo ha soñado!- suspiró Candy.

¡Oh Dios! ¡Archie es verdaderamente un hombre con suerte! ¡Obtiene un título universitario, recibe el liderazgo de una gran fortuna, lo cual creo que le complacerá muchísimo porque él siempre ha sido del tipo burgués, y encima de todo eso, se casará con la mujer que ama! – dijo Terri con un dejo de tristeza en la voz.

Él verdaderamente se lo merece – señaló Candy con real simpatía hacia su querido primo- En nuestra adolescencia ambos sufrimos terriblemente con la pérdida de nuestros más amados parientes. Verás, perder a Stear fue especialmente difícil para Archie, Ahora que las cosas parecen ir finalmente tan bien para él y que sentará cabeza al lado de Annie, no puedo más que sentirme muy feliz por ambos.

Supongo que así es – murmuró Terri melancólicamente – ¿Sabes Candy? La gente piensa que soy un hombre exitoso, allá en América, porque cada vez que subo al escenario el teatro se llena y al final de cada obra el pública se complace con mi trabajo. Los reporteros andan siempre tras de mi, mis fotos aparecen en las revistas, periódicos y tabloides, tengo una confortable casa en un lindo vecindario de moda. . . Y además de todo eso, mi padre murió el año pasado y a pesar de todas nuestras diferencias, al final nos reconciliamos de algún modo y él me dejó parte de su fortuna. Así que ahora soy lo que la gente llama un hombre acaudalado. Si quisiera podría dejar de trabajar por el resto de mi vida y vivir decorosamente. No obstante, también tengo una próspera carrera. Algunos me dirían que soy un hombre afortunado; sin embargo, envidio a tus amigos Archie y Tom porque pronto ellos tendrán la única cosa que realmente hace la felicidad de un hombre . . . una esposa a quien amar y quien te ame, y una familia propia – concluyó él con tristeza.

Candy estaba sorprendida frente aquel repentino arranque de sinceridad por parte de Terri. La joven sintió mucho escuchar acerca de la muerte del Duque, por supuesto, pero el triste tono en la voz de Terri, denotando su desilusión ante la vida, la lastimaba aún más. Su mente buscó una razón para la infelicidad el joven y extrañamente, encontró una sola explicación.



Extrañas a Susana ¿No es verdad? – preguntó mirando hacia el cerezo. Secretamente, la joven se sintió avergonzada por el inesperado brote de celos que había sentido al interpretar la tristeza de Terri. Era difícil para ella reconocer que estaba celosa de una muerta. Finalmente, Candy entendía lo que había sentido Terri con respecto a Anthony.

Por su parte, Terri estaba más que asombrado con la reacción de Candy ¿Qué no podía ella ver que no era Susana la mujer en sus pensamientos?



Quisiera poder decirte que la extraño . . . como un hombre debe extrañar a la mujer que se suponía amaba . . . – replicó él después de un rato de silencio – y ciertamente siento mucho su muerte, Candy, pero . . .

Pero . . . – lo animó ella a seguir.

No soy el herido y nostálgico novio, que mucha gente cree – confesó él con voz enronquecida – Yo . . . yo jamás me enamoré de Susana. Si me hubiese casado con ella, no sería más feliz de lo que soy ahora. Sin embargo, puedo decir que extraño su amistad.

Candy desvió la mirada que tenía clavada en el cerezo para ver directamente a los grandes ojos azules de Terri, como buscando una respuesta para las dudas que le asaltaban al corazón. La revelación que él le acababa de hacer le había cambiado los esquemas que ella había construido en su cabeza durante los años anteriores, desde el rompimiento. De pronto, lo que ella había creído ser blanco se había tornado negro.



¡No me mires como si fuera un monstruo Candy! – dijo Terri creyendo que ella estaba escandalizada con su confesión – Antes, solía sentirme avergonzado por mi incapacidad para amar a Susana. Ahora comprendo que no somos señores de nuestros propio corazón, así de sencillo. No estoy feliz porque ella murió, pero la verdad es que nuestro matrimonio hubiera sido un fracaso. Sé que puedo sonar muy crudo, pero esa es la verdad de las cosas. Debo confesarte que necesité de la ayuda de alguien más sabio que yo para finalmente ver mi relación con Susana desde un punto de vista más objetivo.

Candy, aún enmudecida por la sorpresa, recordaba entonces la única conversación que ella había sostenido con Susana. Repasó en su memoria las cosas que habían sido dichas y las promesas que se habían hecho mutuamente.



Yo sostuve mi promesa – pensó la joven – ¡Derramé lágrimas de sangre, pero cumplí con mi promesa! ¡Me hice a un lado! Y tú Susana, tú prometiste hacerlo feliz . . .¿Qué pasó entonces? . . . ¿Acaso solamente contribuimos juntas a hacer su vida miserable? ¿Fue acaso, después de todo, un error?

¡Candy! – dijo Terri una vez más devolviendo a la rubia a la realidad - ¿Me estás escuchando?

¿Eh? Ummm, Sí...- masculló ella aún confundida.

Antes de que Candy pudiese reaccionar Terri le había tomado la mano izquierda en sus manos.



No te sientas mal por Susana, Candy – susurró él – Ella murió en paz consigo misma y con el resto del mundo. Yo hice todo lo que estaba en mis manos para hacerla feliz. Tal vez no tuve éxito en todos los aspectos, pero te puedo asegurar que hice mi mejor esfuerzo. Mi conciencia está ahora libre de la culpabilidad que sentía en el pasado a causa del accidente. Y, hasta dónde me concierne, yo estoy . . . estoy bien ahora. Las cosas han sido algo difíciles, pero hoy acaricio ciertas esperanzas . . . – Terri se detuvo por un segundo, sintiendo que el momento de abrir su corazón ante Candy había llegado finalmente.

¡Señorita Andley! – la llamó una voz proveniente del corredor, que hizo que Candy saltara en su asiento, rompiendo a su vez el encanto del momento – ¡La necesitamos en la sala de emergencias ahora mismo!

Candy se puso de pie abruptamente. Se excusó e inmediatamente salió corriendo hacia el hospital mientras Terri permanecía en el jardín maldiciendo su suerte por quitarle de las manos la perfecta oportunidad para sincerarse con la joven.





Era uno de esas quietas tardes estivales en las cuales el calor hace que los sentidos entren en letargo y consecuentemente la gente reduce sus actividades, buscando el reposo en cualquier rincón refrescante disponible. Annie Britter se sentó en una de las bancas de hierro en el invernadero de su madre. Llevaba puesto un ligero vestido de tira bordad española en color azul claro con un cinturón de raso blanco alrededor de su diminuta cintura. Tenía su bordado y un libro para pasar el tiempo mientras esperaba la visita regular de su novio. Sin embargo, había algo en la atmósfera que no le permitía sentirse a gusto.

Desde el día en que Patty le había dicho sobre su primer beso con Tom, la joven morena había estado ponderando su relación con Archibald. Con los ojos de la mente la muchacha había visto de nuevo su primer encuentro con el joven millonario en los días de su pubertad. La primera vez que lo había visto había sido en una fiesta en la casa de los Leagan. Esa ocasión el centro de atención de Archie no había sido otro que Candy. Un par de años después en el Colegio, una vez más Archie solamente estaba interesado en Candy e ignoraba por completo a la chica de cabellos oscuros. A pesar de su reticencia, Annie tenía que admitir que si no hubiese sido por la intervención de Candy, Archie nunca hubiese sido su novio y esa certeza, aún cuando no la había molestado antes, estaba empezando a incomodarla.



¿Qué hubiese pasado si Candy no se hubiera hecho a un lado? ¿Qué hubiese pasado si ella no se hubiera enamorado de Terri en aquel entonces? – se preguntó Annie inquisitivamente – Y Archie . . . ¿Me hubiese él cortejado si Candy no hubiera hecho de cupido entre nosotros?

La joven dejó escapar un profundo suspiro mientras se servía un vaso de té helado. El frío líquido refrescó su garganta pero su mente continuó torturándola con negros pensamientos.



Durante todos estos años que hemos estado juntos Archie siempre ha sido muy gentil conmigo – pensó – pero a veces lo siento distante, como si hubiesen cosas dentro de él que yo no puedo alcanzar. Muy frecuentemente, cuando estamos solos, sus ojos se pierden en la nada como si estuviera buscando algo . . .o a alguien . . . Antes, esos momentos eran raros y él siempre regresaba de sus devaneos con una sonrisa y conversando con vivacidad. No obstante, últimamente Archie está más y más distraído, y a veces triste. ¿Ay, Archie, qué está pasando contigo?

Con puntualidad británica Archie llegó a la mansión de los Britter. Primero saludó a la Sra. Britter quien tomaba el té con unas amigas y después de cumplidas las formalidades el joven fue escoltado hasta el invernadero por una de las domésticas, quien regularmente servía de chaperona durante los encuentros de la joven pareja. Cuando hubieron llegado al edificio de cristal, la sirvienta tomó su lugar habitual, sentándose en una banca desde una prudente distancia, mientras el joven se unía a la muchacha que lo esperaba impacientemente.

Los ojos café claro de Annie se llenaron de la luz del amor cuando percibieron al elegante joven que caminaba hacia ella con pasos refinados. Como siempre, Archie estaba impecablemente vestido de pies a cabeza. Un traje de hilo beige claro con una camisa blanca perfectamente almidonada y una corbata color ocre completando su atuendo. No obstante, bajo aquella flemática y caballerosa apariencia un confuso corazón latía salvajemente, terriblemente asustado del paso que estaba por dar.

El joven besó la mano de la joven dama, y como de costumbre, ella se ruborizó ligeramente. Entonces, ambos se sentaron en la banca de hierro y Annie sirvió el té mientras comentaba las trivialidades del día. A pesar de ello, el aire parecía cargado de un ánimo extraño, una sensación de incomodidad que Annie no podía describir pero que ciertamente sentía.



Annie- dijo el joven después de un rato de silencio – Me gustaría hablar contigo acerca de un asunto muy serio. De hecho, es la razón principal de mi visita hoy.

El rostro de la joven fue oscurecido por una negra sombra cuando escuchó el tono de voz que Archie había usado, pero no dijo una sola palabra y solamente asintió con la cabeza indicando a su novio que podía continuar.



Antes que nada – comenzó el joven caballero, sintiéndose como el asesino de un pajarito indefenso – Debo decirte que pienso que eres una mujer maravillosa, te admiro y te quiero profundamente . . .

Pero . . . – preguntó Annie, quien ya estaba presintiendo la tormenta que se cernía sobre su vida.

Yo . . . yo he estado buscando en mi corazón últimamente . . . – dudó él – y por una razón que no tengo muy clara – mintió – la idea de nuestra boda no me parece ser la más correcta . . . Mi mente está confundida, difusa . . . y . . . y no creo que deba ofrecerte mis votos de amor eterno si todavía conservo dudas en mi alma.

Annie se quedó callada con una increíble serenidad reflejada en sus facciones exquisitas. Sin embargo, sus ojos denotaban el cúmulo de emociones que estaban explotando dentro de ella.



¿Estás diciéndome que quieres cancelar la boda? – murmuró con el corazón en un hilo. A pesar de que Annie había adivinado las dudas de Archie con respecto a su relación, no podía creer que él le estaba insinuando la idea de un rompimiento.

No exactamente Annie – respondió Archie avergonzado – Yo sólo . . . estoy pidiéndote que nos demos un tiempo para estar separados y pensarlo bien . . .antes de tomar una decisión tan importante como la del matrimonio.

La joven sintió que su corazón se rompía en mil pedazos dentro de su pecho. El dolor era tan agudo y profundo que por una extraña razón las lágrimas no acudían a sus ojos. Repentinamente, parecía que las piezas de un rompecabezas encontraban su lugar preciso y ella podía ver la imagen completa, imagen que ella se había rehusado a mirar durante seis años. Annie sintió que la embargaba la desesperación.



¿Qué es lo que te hace dudar, Archie? – preguntó ella con una voz tan débil que era sólo un susurro – Quiero decir...¿Es algo en mi que no te gusta? . . . Por favor, dime si es eso . . . y te prometo que voy a trabajar para cambiarlo . . .- rogó ella lastimeramente.

No, Annie- respondió Archie sintiéndose miserable- No es así, querida . . . es algo en mi que tengo que enfrentar solo . . . No sería justo para ti si me casara contigo ahora, sintiendo esta confusión en mi corazón . . . Por favor, entiende que necesito tiempo para pensar.

¿Pensar en qué?- preguntó Annie mientras su voz se convulsionaba en sollozos, pero las lágrimas no aparecieron en sus ojos - ¿No se supone que esta clase de cosas solamente se sienten, no se piensan? – preguntó levantándose de la banca, sin poder ver al rostro del joven por más tiempo.

Tal vez ese es el problema, Annie – se atrevió a decir Archie – Que no siento del modo en que debería.

Esa fue la estocada que dolió más en el corazón de Annie, aquella que finalmente mató sus esperanzas y al mismo tiempo la misma que encendió el fuego de su enojo ¿Cómo tenía Archie el valor de decirle eso después de tanto tiempo? ¿Por qué había esperado tanto para decirle la verdad? Si todo entre ellos había sido una mentira...¿Por qué sostenerla hasta el último momento?



¿Me quieres decir que después de haber sido pareja por seis años, – preguntó a modo de reproche sin mirar a los ojos del joven- cuando todos están esperando recibir la notificación formal de nuestra boda, cuando todos nuestros conocidos y amigos en Chicago saben que soy tu prometida, cuando mi madre y yo ya hemos empezado a bordar mi ajuar . .. es ahora exactamente que te das cuenta de que tus sentimientos hacia mi no son lo suficientemente fuertes como para casarte conmigo, Archie? ¿Crees que eso es justo para mi? – preguntó con su acostumbrado amable acento pero con un dejo de resentimiento y dureza en su voz.

El joven se quedó mudo, sin poder contestar a los reproches de la muchacha. Él sabía que ella tenía todo el derecho de exigirle una mejor explicación, pero no encontraba la forma de confesarle a la joven que su amor por otra mujer era más grande y abrumador que aquel que él sentía por su prometida.



¿Por qué no simplemente me dices que no me amas más? – dijo ella sin ambages, dejando escapar un sollozo sofocado - ¿Por qué no me dices que nunca me has amado?

¡Annie, no es así, querida mía! – trató él de explicar, pero siendo que sus sentimientos no eran claros ni para él mismo, no pudo seguir adelante.

No digas nada, Archie – le pidió ella – Supongo que le debes una explicación a mis padres, pero en lo que a mi concierne no quiero verte más ¡Por favor, vete!

El joven bajó su cabeza coronada de cabellos claros, lleno de vergüenza y sin poder decir más, salió del lugar. Cuando Annie no pudo escuchar ya los pasos de Archie en la distancia, cayó de rodillas mientras sus manos temblorosas asían con nerviosa fuerza el cojín de terciopelo sobre la banca de hierro. La sirvienta se acercó inmediatamente para ayudar a la joven dama, pero ella se rehusó a ser consolada. Finalmente, sus ojos dejaron escapar las lágrimas contenidas.

El llanto de la joven morena invadió el invernadero mientras ella llamaba un nombre con desesperación.



¡Ay Candy, Candy! – gritó con pungente dolor – ¡Quiero verte Candy! ¡Te necesito aquí!- pero solamente el silencio respondió al llamado de Annie. Por primera vez en su vida, Annie tendría que enfrentar una prueba por sí sola.

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La joven puso unas tijeras, una charola, una jarra con agua, un peine y una navaja sobre el carrito. El supervisor la había regañado porque uno de sus pacientes no tenía el corte de cabello militar reglamentario. Por lo tanto, estaba determinada a forzar a ese hombre terco que se había rehusado a dejarse cortar el cabello. Aquella era una tarea que todas las enfermeras hacían regularmente con sus pacientes en el hospital.

Caminó lentamente por el pasillo empujando el carrito mientras trataba de ajustarse su cofia de enfermera y arreglar algunos ricitos rubios que escapaban de su pulcro peinado. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no iba a ser nada fácil, pero no estaba dispuesta a arriesgar su reputación profesional por causa de un joven irracionalmente obstinado.

La muchacha se acercó a la cama del hombre tratando de reunir todo su valor para mantenerse seria. Ahí estaba él, sentado sosegadamente en al cama mientras escribía con rápidos y firmes movimientos de su muñeca derecha. Estaba completamente vestido y lucía tan saludable que ella no pudo evitar recordar que Yves Bonnot le había dicho que el paciente pronto abandonaría el hospital. De hecho, estaba casi totalmente recuperado, y así lo había asentado el doctor en su reporte médico. En cosa de unas cuantas semanas, tal vez antes, el joven recibiría la orden de regresar al Frente.

La muchacha corrió las cortinas que separaban la cama de las demás haciendo un ruido característico que logró que el hombre desprendiera sus ojos del papel. Él miró a la mujer frente de sí y movido por un impulso natural sus ojos brillaron con alegría.



¡Hola! – saludó el joven con una sonrisa.

Hola – replicó ella en su tono más serio- Vengo a hablar contigo de cierto asunto, algo que deberías haber hecho hace ya tiempo.

¿De verdad? – preguntó él divertido con la expresión seria en el rostro de la muchacha, expresión que se veía tan extraña en una cara que él siempre veía alegre y despreocupada.

Esto es serio, Terri – dijo la rubia dándose cuenta de que una vez más él estaba empezando a jugar – Tienes que dejarme cortarte el pelo. ¡Mira nada más! ¡Si te llega hasta el cuello! No parece que estuvieras en el ejército.

Y no lo estoy, Candy – respondió él juguetón – Estoy en el hospital y no veo la necesidad de cortarme el cabello tan seguido. Déjalo así, ya me las arreglaré después – concluyó dirigiendo la mirada hacia la carpeta que tenía sobre las piernas.

La rubia cruzó los brazos sobre el pecho en un gesto de fastidio, pero no iba a darse por vencida tan fácilmente.



¡Terrence! – le llamó ella sabiendo que él comprendería por el nombre que había usado para dirigirse a él, que no estaba dispuesta a juguetear – No estoy bromeando ¡Dije que te cortaría el pelo y lo voy a hacer! – le advirtió tomando las tijeras y el peine que tenía en el carrito.

Terri observó los ojos de la joven y como pudo leer en ellos una total determinación, respondió con una mirada retadora.



No, no lo harás – contestó poniéndose de pie rápidamente.

Entonces el hombre se incorporó frente a ella cuán alto era. Mirando a aquel hombre de gran talla y buena condición física Candy comprendió que no iba a ser nada fácil forzarlo a hacer algo que no quería, especialmente si resultaba ser dos veces o tal vez tres veces más fuerte de lo que ella era. La joven pensó luego que podría ser buena idea cambiar de estrategia.



Terri, por favor – rogó en un tono más dulce – en verdad tengo que hacer esto.

¡Ah! Ahora percibo un pequeño cambio en esa mal portada actitud tuya, jovencita – replicó él burlón.

El mal portado aquí no soy yo – contestó ella comenzando a perder la paciencia.

¡Oh sí! ¡Eres tú! – continuó él que se estaba dando la divertida de su vida – Ahora, ¿Qué te parece si nos deshacemos de esa arma tan peligrosa? – dijo e inmediatamente arrebató las tijeras de las manos de la muchacha con un movimiento rápido.

Cuando ella se dio cuenta de que él le había quitado las tijeras con tanta facilidad, internamente se reprochó por haber sido tan descuidada con las reacciones siempre impredecibles de Terri.



¡Trae acá esas tijeras! – ordenó la rubia.

Ven y consíguelas por ti misma – la retó él alzando el brazo para asegurarse de que la joven no pudiese alcanzar las tijeras.

¡Eres un bribón! – gritó ella sin poder contener una risilla que de cierto modo animó al joven a continuar el juego.

El muchacho se balanceó para atrás y para adelante evitando los intentos desesperados de Candy para recuperar las tijeras. De buenas a primeras, ambos eran otra vez una pareja de adolescentes jugando en el bosque, persiguiéndose el uno al otro en medio de sonrisas y alegres carcajadas. Fue entonces cuando Candy hizo un inesperado movimiento. Saltó para alcanzar las tijeras dando un traspié atolondradamente y antes de que ninguno de los dos pudiera hacer algo para evitar el accidente ella cayó sobre él empujándolo con todo su peso.

El joven se bamboleó hacia atrás, pero tratando de evitar un desastre mayor cayó sobre la cama que estaba a sus espaldas. Él logro amortiguar la caída sosteniendo su torso con el codo izquierdo. Y repentinamente ahí estaba él, con los brazos llenos de Candy, con la muchacha virtualmente echada sobre de él ¿Podríamos culparlo por las cosas que siguieron?

El joven miró en los ojos de la muchacha y pudo notar su confusión. Se veía tan adorablemente seductora de esa forma, aturdida y nerviosa en sus brazos. La tentación de abrazarla con más fuerza y besar aquellos labios que inconscientemente le estaban ofreciendo su voluptuosa suavidad, era casi insoportable. Tenía que hacer algo para controlar sus impulsos o de lo contrario ya no sería responsable de sus actos. Por supuesto, él no tenía ni la más mínima idea de lo que pasaba por el corazón de la joven.

Allí estaba ella. Perdida en el perfume de su piel, rodeada por los brazos que la hacían sentir completa. En medio de su bochorno, ella comprendió que no había lugar donde pudiese sentir aflorar su femineidad tan plenamente, como solamente pasaba en aquellos brazos que en ese momento la rodeaban ¿Pero qué hace una muchacha en una situación así cuando está tan terriblemente asustada y confundida?



¡Por San Jorge! – logró él decir finalmente, buscando desesperadamente una salida para aquella situación desconcertante – El servicio del hospital ha mejorado mucho en unos pocos meses ¡ Primero me mandan a la Bruja Mala para asustarme de muerte, y ahora tengo a Ricitos de Oro en mis brazos!

¡Eres un ordinario! – chilló ella empujándolo e incorporándose inmediatamente – No entiendo cómo pudiste pasar tanto tiempo en el Real Colegio San Pablo y nunca haber aprendido modales.

Él también se levantó de la cama con una mirada furiosa en los ojos. Para Terrence Grandchester, el rechazo había sido siempre una cosa muy dura de soportar.



¡Vamos Candy! ¿Por qué siempre tienes que ser tan quisquillosa? ¡Miles de chicas hubieran matado por estar en tu lugar! Si quisiera aprovecharme de una chica solamente tendría que chasquear mis dedos y podría tener a cualquier mujer que yo desease – fanfarroneó él descaradamente.

Aquello fue el fin de todo. Si Candy tenía un defecto, ese era su excesivo sentido de la dignidad. La sardónica expresión en el rostro del hombre solamente empeoró las cosas y pronto el mal carácter de la joven estaba ya fuera de control.



¡Muy bien Sr. Modestia, siga usted adelante y empiece a chasquear sus diez dedos porque los va a necesitar! – gritó ella airadamente quitándole las tijeras de las manos.

Candy empujó su carrito por el pasillo sintiendo cómo cada ojo en el pabellón la miraba con curiosidad. Los otros pacientes no había podido mirar lo que había pasado porque ella había corrido las cortinas previamente, pero con seguridad habían escuchado la pelea y estaban preguntándose qué era lo que Grandchester podría haberle hecho a la joven como para que ella reaccionara tan violentamente. Como si Candy no hubiese tenido suficiente con el humor negro de Terri, ahora tenía que soportar el ardiente sonrojo en su cara mientras éste cubría sus mejillas hasta hacerla lucir como una linda amapola en verano.





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Yves Bonnot estaba deprimido. Las cosas no le habían salido muy bien. Candy había estado más evasiva que nunca antes, pero la había visto varias veces hablando con el “maudit ricain” (maldito americano) con gran familiaridad. Aún más, lo peor de todo había pasado sólo unos días antes. El joven médico había cobrado el valor para invitar a la joven a un baile de gala que iba a tener lugar muy pronto. El Mayor Vouillard había sido promovido al grado de Coronel y por esa razón estaba ofreciendo una cena-baile a todos los oficiales y sus amigos. La ocasión sería muy importante porque Vouillard pertenecía a una familia de cierto prestigio social y toda la Alta Sociedad parisina con seguridad estaría presente en la velada.

Desafortunadamente, Candy había declinado la invitación con el mayor tacto posible, pero con firme determinación. Yves pensaba que aquello era el fin de todos sus esfuerzos. Deseaba que Marius Duvall estuviese aún vivo para escuchar sus consejos sobre el asunto, pero el buen doctor se había ido para siempre y el joven tenía que enfrentar aquella situación por sí solo.

Cómo si su deprimido humor hubiese sido poco, el joven había recibido aquella mañana una notificación que le preocupaba inmensamente. Su tiempo para ganar a su dama se estaba reduciendo a pasos acelerados.

Yves suspiró melancólicamente mientras caminaba por el corredor. Estaba en uno de esos momentos de las más tristes ensoñaciones. Mitad caminando en este mundo, mitad flotando en su propio y triste universo. Fue entonces cuando tropezó con una joven rubia con la cara bellamente encendida y un centelleo de furia en la mirada.



Buenos días Yves – dijo con un tono extraño que él no pudo interpretar.

Bonjour, Candy – replicó él esperando que ella continuase su camino sin ningún otro comentario como estaba haciendo desde días recientes.

Y ella ciertamente estaba a punto de hacerlo así hasta que una mala idea le vino a la mente y volvió sobre sus pasos.



Por cierto, Yves – dijo la joven con una inflexión de enojo en la voz- he pensado acerca de tu invitación y acepto. Pasa por mi a las 9 pm. Estaré lista – concluyó ella a secas dejando al joven detrás de si antes de que él pudiese decir algo.

¡Bien! – fue lo único que el alcanzó a contestar antes de que Candy se alejara por el corredor.

El joven se quedó parado por un rato, sin entender lo que acababa de suceder. La muchacha estaba extrañamente molesta o enojada, eso era obvio, pero entonces . . .¿Por qué había aceptado la invitación cuando primero se había negado tan enfáticamente?



¡Mujeres! – pensó – Nunca las entenderé. Pero no me importa. Ella dijo que iría conmigo y esta vez voy a jugar mi última carta.

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Era una de esas raras ocasiones en que los turnos de Candy, Julienne y Flammy coincidían y las tres se encontraban descansando al mismo tiempo. Las tres mujeres estaban disfrutando de una charla femenina en la intimidad de la habitación de Flammy y Candy, hablando de mil y un cosas, fútiles y profundas, a la vez ¿Acaso Nancy estaba saliendo con un hombre? ¿ Era posible que el paciente de la cama 234 saliera de su depresión? ¿No sería buena idea conseguir uno de esos nuevos sombreros con una pluma azul que se estaban poniendo de moda aquel año?¿ Acaso Gerard le había escrito a Julienne? ¿ Debía Flammy cambiar su estilo de peinado?

Las mujeres hablaban con vivacidad, o al menos dos de ellas lo hacían, porque la joven rubia estaba participando en la conversación sin mucho entusiasmo. En su mente, recordaba el pleito que había tenido con Terrence aquella mañana.



¡Es un patán y un tonto! ¡Se merecía una bofetada después de ese comentario tan vulgar! –se decía ella a sí misma – Pero . . . tal vez . . . fui demasiado dura con él . . .¿O no? – continuó ella pensando tristemente - ¡Fui yo quien se cayó sobre de él! ¡Qué bochornoso! – recordó sonrojándose ligeramente – Y debo admitir que él no intentó nada cuando estábamos ahí en la cama . . . Si tan sólo no hubiese abierto su gran boca yo me hubiese excusado y puesto de pie inmediatamente. Para estas horas ya habríamos olvidado el incidente . . . ¿Estás segura? – le preguntó una voz interior - ¿Habrías olvidado que estuviste tan cerca de él? ¿No era su fragancia muy dulce a tus sentidos? – se detuvo por un segundo odiándose a sí misma por estar tan perdida en su amor por Terrence – Como si realmente me importase – contestó Candy a su voz interior, con intención defensiva – No me importan todas esas chicas que él dijo poder tener . . . que él seguramente tiene allá en América. . .

¡Candy! ¿Me estás escuchando? – preguntó Julienne una vez más.

¿Sí? – contestó Candy distraída.

Estábamos comentando sobre el baile de gala que ofrece el Coronel Vouillard – replicó Flammy con aparente desinterés – Julienne decía que le gustaría ir . . – continuó la joven de cabellos oscuros.

¡¡LA GALA!! – gritó Candy cubriéndose las mejillas con ambas manos como si hubiese visto un fantasma - ¡Santo cielo! ¿¿Qué he hecho??

No fue hasta aquel momento que Candy finalmente digirió las consecuencias de sus actos. Había estado tan molesta a causa de su discusión con Terri que aún no se había dado cuenta de que había aceptado la invitación de Yves en el calor de su ira ¿Qué estaba pensando ella en aquel instante cuando se encontró a Yves en el corredor? ¿Qué tenía en la mente cuando le dijo que iría con él al baile? Años después, cuando Candy llegó a ser mayor y tener más experiencia en la vida, llegó a reconocer que sus demonios internos había finalmente aflorado a la superficie de su corazón en aquella hora haciéndola reaccionar en una especie de venganza que ella no meditó. Pero su mente le jugó una mala pasada, borrando de su cabeza la memoria de lo que había hecho durante el resto del día, hasta que la conversación con sus amigas la había forzado a enfrentar la realidad.



¿Sucede algo malo Candy? – preguntó Julienne preocupada – palideciste de repente ¿Y qué fue eso que dijiste sobre el baile?

¡Ay, todo está mal! – replicó Candy alarmada- Acabo de hacer la cosa más estúpida ¿Qué voy a hacer ahora? – preguntó a sus amigas.

Si nos explicas lo que has hecho, tal vez podríamos ayudarte ¿No crees Candy? – señaló Flammy con su usual tono reposado.

¡Me avergüenzo de mí misma! – fue lo único que Candy alcanzó a decir mientras movía su cabeza de izquierda a derecha.

¡Tranquilízate, muchacha! – aconsejó Julienne dando de palmaditas en el hombro de Candy – Ahora contrólate y dinos lo que pasó.

Candy levantó su cabeza para dirigir sus ojos verdes a Julienne primero, y luego a Flammy.



Chicas, ustedes va a pensar que soy un monstruo – dijo Candy empezando a hablar.

Vamos Candy, nadie aquí va a verte como un monstruo – respondió Flammy que empezaba a perder su paciencia – Solamente habla y dinos lo que ha sucedido.

Bueno, yo . . . tuve un pleito con Terri el día de hoy – dijo la rubia con mirada triste.

Eso no es algo nuevo – se rió sofocadamente Julienne pero como notó que Candy estaba realmente alterada, la mujer hizo un gran esfuerzo por contener sus carcajadas - ¿Y cuál fue el problema esta vez, puedo preguntar?

No quisiera hablar de ello ahora, pero fue precisamente por esa pelea que después hice algo que no debía haber hecho – explicó Candy bajando los ojos.

¡Ay Candy no dramatices y dinos expresamente lo que hiciste! – comentó Flammy

Yo . . . yo estaba tan enojada con Terri . . . que . . .cuando – la rubia dudó mientras se estrujaba las manos una contra la otra - cuando vi a Yves en el corredor justo después de la discusión . . . No sé qué fue lo que me pasó . . . yo . . . le dije a Yves que iría con él al baile de gala del Coronel Vouillard – finalizó la joven su confesión.

Las dos mujeres miraron a Candy con caras estupefactas. Simplemente no podían creer lo que habían escuchado. Julienne levantó una ceja mientras un extraño destello brilló en el rostro de Flammy, el cual intrigó a Candy por un segundo.



Pero tú ya le habías dicho a Yves que no irías a la fiesta con él ¿No fue así? – preguntó Julienne con un tono dulce pero firme - ¿Por qué hiciste eso mi niña? – inquirió mientras extendía su brazo alrededor de los hombros de Candy.

¡Ay, Julie! – lloró la rubia – No sé por qué . . .Yo estaba . . . tan enojada con Terri . . y sentí . . .tantas y tan diferentes cosas aquí adentro – dijo tocando su pecho –¡No tengo idea de lo que me pasó!

La mujer mayor abrazó a Candy susurrándole palabras dulces para calmarla, como si se tratase de un bebé.



Tal vez, inconscientemente, tú todavía piensas que podría ser buena idea darte una oportunidad con Yves – sugirió Flammy con un tono inexpresivo al tiempo que se volvía para ver distraídamente por la ventana – y es posible que eso sea lo mejor que puedas hacer. Ese Grandchester es un busca pleitos – murmuró en una voz casi inaudible mientras la expresión más triste aparecía en su rostro bronceado.

No, no es eso – replicó Candy apartándose del abrazo de Julienne – Más que nunca antes estoy convencida de que mi relación con Yves jamás funcionaría.

Entonces estás usando a Yves para darle celos a Terrence – sugirió Flammy con tono acusador, mirando a su amiga directamente a los ojos.

¡Ay,no! Nunca fue esa mi intención . . .- la rubia se apresuró a explicar – No sé por qué le dije eso a Yves, tal vez yo . . .yo . . .- Candy se quedó sin palabras, sin poder realmente encontrar una explicación para su comportamiento.

¡Vamos, Candy!- dijo Julienne tratando de animar a su amiga – No busques explicaciones para los misterios del corazón. Lo hiciste pero ahora lo lamentas ¿No es así?

¡Oh sí! – asintió Candy – creo que voy a cancelar esa cita.

No, no vas a hacer eso, jovencita – replicó Julienne autoritativamente – Si conozco bien a Yves, para estas horas ya debe haber confirmado tu asistencia al baile. Si cancelas ahora la cita sería muy bochornoso para él. No es bien visto hacer ese tipo de cosas en una ocasión tan formal.

Tienes razón, Julie – aceptó Candy decepcionada.

Pero, tú vas a tomar ventaja de la situación , Candy – añadió Julienne con una ligera sonrisa.

¿Yo voy a tomar ventaja?

¡Claro que sí! Vas a usar esta oportunidad para hablar con Yves con el corazón en la mano y aclarar las cosas entre ustedes. Estás segura de que no estás interesada en otro hombre que no sea ese obstinado americano ¿No es así? – continuó la mujer.

Desearía decirte que no es así . . . pero . . . no puedo negarlo. Estás en lo correcto Julie.

Y piensas que sentirías de la misma forma aún si el Sr. Grandchester no está realmente interesado en ti ¿No es así?

Estás en lo correcto – contestó Candy sintiendo que todo el peso del mundo caía sobre sus hombros.

Entonces, es hora de que le digas a Yves de una vez por todas, que no tiene ya esperanzas. Le va a doler pero me temo que no tienes otra opción. Así que, entre más pronto puedas resolver esta ambigüedad entre ustedes, mejor ¿No lo crees Flammy? – preguntó la mujer dirigiéndose a la otra morena que había permanecido en silencio por un rato.

Creo que es lo más recto que se puede hacer en este caso – masculló Flammy.

Tienes razón Julie – aceptó Candy bajando la cabeza – no sé de dónde voy a sacar el coraje para romper el corazón de Yves, pero no hay otra alternativa. Por otra parte, ustedes dos me tienen que prometer algo.

¿Qué? – preguntaron las dos jóvenes morenas al unísono.

Que Terri no se enterará de que voy a salir con Yves.

¿Por qué no? – preguntó Julienne confundida.

No quiero usar a Yves de ninguna manera. No era mi intención. Por favor prométanme que él no se enterará – rogó la joven con su expresión más convincente.

Mis labios están sellados- replicó Flammy cruzando sus labios con sus dedos.

¿Julie?- instigó Candy a la mujer que permanecía reticente.

¡Está bien, está bien! No le diré nada al hombre desalmado ¡Por esta cruz!

¡Ay chicas, no sé lo que haría sin ustedes! – dijo Candy conmovida mientras daba a sus amigas un fuerte abrazo.





La belleza es un arma, una moneda internacional, una trampa peligrosa, un poderoso veneno que frecuentemente ciega la razón de hombres y mujeres. Sin embargo, la consideramos un don y la buscamos porque es también la más refinada de las creaciones de la mente humana. La belleza está, después de todo, dondequiera que la queramos recrear. A veces podemos encontrar belleza en una noche callada, en las nerviosas alas de una mariposa o en la suave respiración de un bebe durmiendo. A pesar de ello, hay también una idea colectiva de belleza que cambia con el tiempo y la cultura. Aquella noche, Candy era sin lugar a dudas, un ejemplo perfecto de la idea occidental de belleza . . .aunque ella lo ignoraba, siempre preocupada por las pecas en su nariz, las cuales eran apenas unas cuantas manchitas color palo de rosa que le daban a su rostro especial carácter y encanto. Pero Candy no tenía la más ligera idea de que tenía en sus manos un poder semejante, y por lo tanto no sabía como utilizarlo.

El maquillaje era casi una novedad en aquellos tiempos, reservado a las actrices y mujeres fáciles. De hecho, no se pondría de moda hasta después de la guerra. Así que Candy no usó más que su acostumbrado polvo y perfume de rosas aquella noche. No obstante, la joven era una de esas raras bellezas nacidas para ser exhibidas “au naturel”. La más blanca piel de sus mejillas de porcelana, agraciada por un rubor natural y el delicado rosa de sus labios provocativos no necesitaban ningún artificio para seducir. Tampoco la luz de sus profundos ojos verdes que unían el brillo de las esmeraldas y las sombras de la malaquita.

Candy se había preguntado qué vestido podría ser más apropiado para el baile, pero para sus dos amigas había sólo un candidato.



El vestido verde que recibiste como regalo de cumpleaños, por supuesto – había sido la inmediata sugerencia de Julienne y Flammy había estado de acuerdo a pesar de su usual indiferencia hacia la moda y otros temas de interés femenino.

Así que aquella noche Candy se probó el vestido que había estado confinado en un rincón de su closet desde que lo había recibido la primavera anterior. Con gran horror la joven descubrió que el escote era realmente profundo y que además dejaba los hombros al descubierto. Candy se miró en el espejo y la simple visión la hizo sonrojarse. A los veinte años su cuerpo había madurado completamente y aquel vestido, más allá de sus sedas verdes y encajes negros, no dejaba dudas al respecto de los atributos de la joven.



¡No puedo usar esto! – se dijo ella en voz alta.

¡Claro que puedes! – replicó Julienne mientras le arreglaba el cabello a Candy.

Pero...

Deja de ser tan ridículamente tímida, el vestido es simplemente magnífico, luces como un sueño ... y no te muevas – la regañó la morena – Sabes, creo que debemos dejar tu cabello suelto. Es tan increíblemente hermoso que merece que lo luzcas en toda su gloria... Solamente usaré un moño y unas horquillas aquí ¿Tú qué crees Flammy?

¡Ay Julie! De todas formas luciría bonita – comentó la otra morena quien estaba ocupada planchando sus uniformes.

Ustedes dicen eso porque son mis amigas, pero deberían ver a mi amiga Annie, ella sí que es una gran belleza – dijo Candy sonriendo.

No discutiré con una ciega – respondió Flammy sacando la lengua.

A las nueve de la noche Candy estaba lista. Julienne le había prestado una gargantilla de perlas cultivadas con un dije de obsidiana y unos pendientes que le hacían juego, únicas joyas valiosas que tenía la mujer. Un abanico de encaje de Bruselas el cual había sido regalo de Flammy para la ocasión, zapatillas de raso y guantes largos blancos completaban el atuendo. El largo cabello ensortijado caía en caprichosos rizos sobre sus hombros y espalda, brillando en chispitas doradas bajo las luces artificiales del cuarto.

Un golpe en la puerta les dijo a las mujeres que la hora había llegado. Candy miró a sus amigas aún indecisa, pero las dos la animaron con la mirada. Luego entonces, la rubia respiró hondo y levantando su falda de seda para dar el paso se acercó a la puerta.



Buenas noches Yves – saludó Candy cuando abrió la puerta.

El joven se quedó estupefacto por un rato, asombrado al ver cómo el ángel se había convertido en una diosa. Sus ojos y mente tuvieron que esforzarse para enfocarse en la nada, en donde los encantos de Candy no turbaran su razón.



Buenas noches, Candy – logró decir después de unos segundos de lucha interna para controlarse - ¡Mon Dieu, estás deslumbrantemente hermosa esta noche! – comentó sin poder ocultar su admiración.

Gracias, Yves, tú también luces muy bien esta noche- le dijo ella pagando el cumplido y no estaba mintiendo - ¿Nos vamos ya? – sugirió tratando de liberar su tensión.

Por supuesto, buenas noches, chicas- dijo Yves al tiempo que ofrecía su brazo a Candy quien tímidamente lo aceptó bajando la mirada.

¡En verdad es una belleza fuera de este mundo!- comentó Flammy cuando la pareja hubo partido cerrando la puerta y dejando a las dos morenas solas en el cuarto – Y siempre tan cariñosa y encantadora. Todo mundo la ama por dondequiera que ella va . . . No hay forma de que yo pudiese competir con eso – concluyó tristemente.

Ma chère Flammy – exclamó Julienne abrazando a su amiga, completamente consciente del terrible dolor en el corazón de la joven.

Mientras tanto, un joven muy orgulloso caminaba junto a una elegante dama a lo largo de los corredores del hospital dirigiéndose a la entrada principal. Los pasajes estaban virtualmente vacías y Candy rogaba a Dios para no encontrarse con ninguno de sus conocidos en el camino. Pero sus plegarias no fueron escuchadas en aquella ocasión. Cuando hubieron dado la vuelta en la última de las esquinas una figura bien conocida por ambos se tropezó con la pareja.



Buenas noches, Sra. Kenwood – asintió Yves saludando a una anciana en uniforme de enfermera

Buenas noches Dr. Bonnot, Candy ¡Qué maravillosamente lucen esta noche! . . .¿A dónde se dirigen? – preguntó la Sra. Kenwood con una sonrisa de curiosidad.

Al baile de gala del Coronel Vouillard, señora, y la señorita Andley me está haciendo el honor de acompañarme – contestó Yves orgullosamente mientras Candy sentía que el piso debajo de sus pies desaparecía para tragársela.

Ya veo . . . ¡Diviértanse mucho, mis jóvenes amigos, y bailen toda la noche! – les deseó la anciana sinceramente mientras continuaba su camino, agitando la mano en un gesto amigable.

Candy continuó caminando al lado de Yves pero su mente empezó a dar vueltas vertiginosamente. Laura Kenwood era la enfermera más vieja del hospital. Se trataba de una dulce y amable viuda irlandesa con un gran corazón pero con un solo defecto, usualmente hablaba demasiado y no tenía la menor idea de lo que era el tacto . . . pero lo peor de todo era que la Sra. Kenwood era también la enfermera de Terri en el turno de la noche. Sí, la Sra. Kenwood era “Mamá Ganso”. Así que Candy empezó a temblar como una adolescente que teme ser descubierta por su padre en una cita prohibida.



¿Te encuentras bien, Candy? – preguntó Yves mientras abría la portezuela para que la joven subiera al auto - ¡Palideciste!

Yo. . . yo estoy bien . . .Debe ser el calor . . .Está muy calurosa la noche ¿No lo crees? – tartamudeó ella.

¡Así es! Agosto en Paris siempre es así – asintió el joven con una dulce sonrisa.

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Era una noche quieta, cálida y estrellada. La canción de un ruiseñor podía oírse en la lejanía mientras la luna llena iluminaba el pabellón con rayos plateados. Por alguna razón que no podía comprender, Terrence Grandchester estaba inquieto. Sin importar hacia dónde se diese vueltas en la cama no podía conciliar el sueño. Se quitó la camisa de noche y hasta el vendaje que cubría su herida en las costillas. Leyó por un rato, caminó en círculos alrededor de la cama, miró por la ventana e incluso, por primera vez en años, tuvo el deseo de tener un cigarrillo en la boca. Entonces sacó de la valija a su vieja compañera metálica y empezó a tocar una tonada. Pero nada parecía funcionar aquella noche.



¿Pero qué ha hecho Sr. Grandchester? – preguntó una grave voz femenina detrás de él – Se ha quitado los vendajes . . . ¡Debe estar loco! – le reconvino la anciana en uniforme blanco.

El joven volvió la cabeza para ver a la mujer y le regaló con una sonrisa para disculparse.



Sra. Kenwood – replicó – La herida ya está cicatrizada, no tiene caso que use el vendaje por más tiempo. Además, hace demasiado calor esta noche.

Nada de eso, jovencito – insistió la anciana amonestándolo – Aunque pueda parecer cicatrizada por fuera, por dentro los tejidos pueden estar aún débiles. Debe de dejarse puesto el vendaje hasta que el doctor le autorice dejar de usarlo. Ahora, sea un buen niño y déjeme ponerle las vendas otra vez – dijo Laura Kenwood en su habitual tono amable, la tiempo que sonreía.

Terri miró a la mujer un tanto fastidiado por su insistencia, pero no se quejó y obedeció sumiso.



Es una linda noche ¿No es así? – comentó la mujer tratando de comenzar una conversación mientras vendaba al joven de nuevo – Veo que no puede dormir esta noche.

Bueno, sí – admitió Terri aceptando la conversación como una buena alternativa para olvidar su desasosiego irracional de aquella noche.

¡Ay, esta guerra es totalmente estúpida! – continuó Laura - Hombres jóvenes y apuestos como usted deberían de estar divirtiéndose, cortejando a las muchachas, disfrutando de la vida, y no en el Frente matándose los unos a los otros, o aquí, caminando en círculos como leones enjaulados – sentenció con una risita sofocada.

Tiene razón señora Kenwood – aceptó Terri mirando a la anciana dama con simpatía.

Se es joven una sola vez, mi niño – comentó la mujer suspirando profundamente – Me preocupa mucho ver como su generación es abusada en esta lucha. Pero esta noche, al menos, sentí un alivio, ¿Sabe usted, hijito?

¿Y puedo saber por qué? – preguntó Terri tratando de mantener la conversación.

Bueno, vi al menos que un joven iba a pasar un buen rato esta noche, como debe de ser. Verá, cuando venía hacia acá me encontré al doctor Bonnot en los corredores. Estaba vestido formalmente, realmente deslumbrante con su uniforme de gala y todo, de camino al baile de gala del Coronel Vouillard. Por supuesto iba radiante con la joven que llevaba al brazo – sonrió la mujer soñadoramente – Y déjeme decirle que Candy era una verdadera visión de belleza esta noche . . . Ummm, creo que el vendaje está listo – comentó la mujer atropelladamente – Ahí tiene, no se lo vuelva a quitar, por favor, y trate de dormir, hijo – terminó diciendo en una confusa lluvia de palabras que Terri apenas si pudo comprender.

El joven aristócrata, quien había permanecido en shock por unos segundos, finalmente logró organizar sus pensamientos y tratando de usar todo el autocontrol que era capaz de fingir cuando estaba en el escenario, interrogó a la anciana antes de que ella lo dejase para continuar con su trabajo.



Sra. Kenwood- preguntó– usted dijo que Candy se veía hermosa esta noche cuando iba con Yves Bonnot a la fiesta ¿Eso fue lo que dijo?

¡Claro que sí! Debería de haberla visto, hijo. Se veía despampanante – contestó la mujer inocentemente.

Luces, risas y música inundaban el lujoso salón abarrotado con hombres en uniforme de gala y mujeres en elegantes trajes de noche. Guirnaldas verdes y grandes moños con los colores de la bandera francesa decoraban el lugar cuidadosamente iluminado por múltiples candelabros. Había una larga mesa de buffet cubierta con un mantel impecablemente bordado, y coronado con toda clase de bocadillos y bebidas. A lo largo del salón, meseros vestidos en librea servían champaña a los galantes caballeros que orgullosamente mostraban las medallas en sus pechos y a las damas que blandían sus abanicos con coquetería. La gente parecía disfrutar mucho a pesar de las tensiones vividas durante esos días en el Frente, olvidando en aquel mágico instante de la celebración que cientos de kilómetros al norte, los Aliados estaban luchando desesperadamente en la Quinta Batalla de Arras, para arrojar a los alemanes del territorio francés.

Un grupo de damas de mediana edad interrumpieron su conversación por un momento cuando una joven pareja entró en el salón causando la general admiración entre los invitados. Cada ojo masculino en aquel lugar se deleitó ante la vista de la joven dama en el gallardo vestido verde que caminaba graciosamente junto a un joven oficial.



Esa es la heroína americana – dijo una de las damas en el grupo.

¿La joven que salvó al grupo que se quedó varado en la nieve? – inquirió una mujer rubia y alta – Ciertamente es muy hermosa, debo admitirlo.

¿Pero de dónde consigue un vestido así una simple enfermera como ella? Me pregunto – comentó una tercera dama de cabellos blancos arreglados en un rodete, mientras usaba sus impertinentes para examinar mejor al atuendo de la joven.

Bueno, mi esposo cree que ella viene de una rica familia americana – señaló la primera dama que era la esposa de Vouillard.

¿Y cómo sabe él eso? – preguntó la dama rubia.

Dice que su familia tiene conexiones con el Mariscal Foch – dijo la Sra. Vouillar contenta de ser la posesora de un chisme tan jugoso.

Muy impresionante ¿Y quién es el joven teniente que viene acompañándola? – preguntó la anciana de los cabellos blancos.

Uno de los médicos del hospital militar – apuntó la Sra. Vouillard - ¿Está mono, no?

¡Y no tiene mal gusto! – se rió la dama rubia y su comentario despertó las carcajadas generales en el grupo.

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El corazón de Yves a penas si podía caber en su pecho. Observaba cómo la mayoría de los hombres en el baile le miraban con un dejo de envidia en sus ojos y él sabía que la deslumbrante dama cuya mano descansaba en su brazo era la causa de las codiciosas miradas masculinas. El joven notó también que Candy se desenvolvía con soltura y confianza en aquella atmósfera de la alta sociedad. Yves ignoraba que, aunque a ella le desagradaba el protocolo de la rígida élite, la joven estaba familiarizada con él. La maravilla del asunto era que la muchacha había logrado preservar su frescura y espontaneidad a pesar del acartonado mundo en el cual había vivido desde la edad de doce años.

La joven pareja se mezcló con los otros invitados, bebió, comió y charló con el resto del personal médico que había sido invitado, mayormente médicos y sus esposas o prometidas. Candy hizo su mejor esfuerzo por aparentar calma y entusiasmo logrando cierto éxito en su intento. Sin embargo, internamente se encontraba incómoda y no podía sacarse de la cabeza a un par de ojos azules. Adicionalmente a sus constantes pensamientos sobre el hombre en su corazón, la joven estaba también preocupada por la conversación que sabía debía de enfrentar y las palabras que debía decirle a Yves aquella noche.



¿Te gustaría bailar? – preguntó Yves sonriendo cuando la orquesta empezó a tocar el primer vals de la noche.

La joven asintió con la cabeza aceptando la invitación al tiempo que dejaba su copa sobre la mesa y ponía su mano en el brazo que el joven le ofrecía. Yves estaba desbordante de alegría al tener a la joven de sus sueños en sus brazos durante el baile, pero también él buscaba desesperadamente una oportunidad para hablar con ella en privado. A pesar de ello, se dijo a sí mismo que esa conversación podía esperar para más tarde, así que simplemente se concentró en disfrutar del momento mientras sus ojos devoraban cada línea en la primorosa figura de Candy y su cuerpo se ensimismaba en el dulce placer de saborear la cercanía con el cuerpo de la muchacha. Después del vals la pareja bailó las cuadrillas, danza que la joven usualmente disfrutaba mucho y posteriormente se unieron de nuevo a su grupo de colegas.

A la media noche Vouillard hizo uno de aquellos discursos que él siempre disfrutaba mucho pero que la audiencia sufría indeciblemente. No obstante, como él era el director del hospital y el anfitrión en esa ocasión, nadie se quejó. Aunque el hombre habló interminablemente, al final de su perorata todos lograron despertarse para recibir las últimas palabras de Vouillard con un aplauso.

- Gracias, damas y caballeros – dijo Vouillar sonriente – Ahora, quisiera agradecer a la persona que ha sido mi más grande apoyo durante casi toda mi vida, me refiero a mi esposa Christine. Querida Chris, me gustaría invitarte a bailar algo que yo sé que te gusta mucho.- dijo dirigiéndose a su esposa que tuvo la gracia de sonrojarse ligeramente ante los cumplidos de su marido.

Vouillar le hizo una señal a la orquesta y ayudando a su esposa a levantarse le tomó la mano y la llevó hasta el centro del salón. Poco a poco otras parejas comenzaron a unirse a los anfitriones.

Yves se volvió para mirar a la joven a su lado y la invitó de nuevo a bailar.



Creo que estoy algo cansada – dijo Candy tratando de excusarse para evitar otro vals en el cual Yves tendría que tomarla en brazos.

Pero si apenas si hemos bailado un poco, Candy – insistió él sonriendo afablemente – ¿Cómo puedes haberte cansado tan pronto al bailar, cuando puedes soportar horas de trabajo en cirugía?

Está bien – replicó ella admitiendo su derrota – Pero no te quejes si te piso – advirtió.

La joven pareja se puso de pie y caminó lentamente hasta el centro del salón. La música tenía carácter pero era dulce al mismo tiempo. Era un gracioso y elegante vals con una majestuosa línea melódica. Candy notó que Yves era verdaderamente un bailarín consumado. Ella estaba, de hecho, empezando a disfrutar el baile mientras la orquesta tocaba con aire vivaz, cuando de repente sus ojos vedes fueron interceptados por un par de pupilas grises, y ella pudo leer en ellas el profundo amor que el dueño de aquellos ojos sentía por ella. La joven comprendió entonces que tenía que hablar pronto. La situación que estaban viviendo no era justa para Yves. Siempre es mejor enfrentar la verdad, sin importar cuán dolorosa pueda ser, que vivir una mentira.

Candy siguió el paso de Yves e internamente decidió que esa era la última vez que bailaba con él en su vida. Su noble corazón se entristeció con la perspectiva, sabiendo que estaba a punto de perder a un amigo. Sus pies continuaron siguiendo la música hasta que la última nota murió en los violines. Candy no vería otra vez en varios años aquella abierta sonrisa en el rostro de Yves.



¿Sabes? Me gustaría salir a tomar un poco de aire fresco – pidió Candy cuando la orquesta comenzaba a tocar otra pieza. La muchacha estaba realmente buscando la ocasión para hablar en privado con el joven, ignorando que él también intentaba buscar la ocasión para decirle lo que había en su corazón.

Los jóvenes salieron del salón hacia el balcón. Afuera, la luz de las estrellas se confundía con los faroles de la ciudad dormida, y una vez que Yves hubo cerrado la puerta tras de sí, los ruidos de la fiesta se redujeron, dejándolos solos con el silencio nocturno.

Ambos permanecieron callados por un momento. Ninguno de los dos se sentía capaz de iniciar la conversación que de alguna forma temían, aunque cada uno por diferentes razones.



Yves, quiero agradecerte por invitarme – logró ella decir, siendo la primera en hablar – Realmente me la estoy pasando muy bien – añadió sinceramente.

Quien te debe agradecer por hacerme el honor de acompañarme, soy yo – replicó él mirándola con devoción.

Ella respondió con una tímida sonrisa y luego un bochornoso silencio reinó entre ellos, pero Candy recordó el consejo de Julienne y una vez más ganó el valor necesario para hablar.



Me gustaría decirte algo – ambos dijeron al unísono, sorprendiéndose el uno al otro con la coincidencia.

El hombre y la mujer se rieron del incidente por un breve instante antes de que pudieran continuar con la conversación que quería comenzar.



Las damas primero ¿No es así? – dijo ella tratando de tomar la iniciativa.

Eso es verdad – aceptó Yves – pero esta vez me gustaría cambiar los roles y ser el primero en hablar ¿Te molestaría?

Candy se quedó muda por un segundo interminable. En el fondo de su alma tenía miedo de las intenciones de Yves y quería evitar una inútil confesión amorosa que solamente terminaría por lastimarlos más. Sin embargo, los ojos del joven rogaron con tan fuertes súplicas que ella no pudo negarse a su petición.



Adelante – concedió ella.

El rostro del joven se iluminó bajo el destello de las estrellas mientras trataba de reunir el arrojo necesario para abrir su corazón.



Candy – comenzó – Ha pasado casi un año desde nuestra última conversación en el parque. Entonces te prometí que sería tu amigo y esperaría pacientemente sin importar cuán fuertes fueran mis sentimientos hacia ti. He cumplido mi promesa todo este tiempo, pero ahora, ciertas circunstancias me están forzando a volver a tocar el tema. Creo que es el momento adecuado para definir nuestra relación.

Candy se quedó boquiabierta cuando se dio cuenta de que sus presentimientos no habían estado equivocados. Por lo tanto, la muchacha tenía que detener aquella confesión.



Precisamente – interrumpió ella con el tono más dulce que tenía mientras sus ojos se clavaban en el piso – Creo que es un buen momento para aclarar las cosas entre nosotros.

Entonces parece que estamos empezando a coincidir – replicó él con una tímida sonrisa, buscando en la oscuridad la mano de la joven que descansaba sobre el barandal y tomándola entre sus manos con ternura.

Me temo que no es así – contestó Candy pausadamente , mientras retiraba su mano de las de Yves en un gesto instintivo – Yves, creo que ya se lo que vas a decirme y no hay necesidad de una confesión como esa.

Pero hay algo que ignoras, Candy – dijo él nerviosamente – He recibido órdenes de unirme al hospital ambulante en Arras, debo partir en un par de días más y antes de que me vaya me gustaría saber que a mi regreso una amorosa prometida me estará esperando. Por supuesto, espero que esa mujer no sea otra que tú. Eso me haría el más feliz de los hombres en este mundo.

Candy desvió sus ojos sin poder mirar directamente al rostro del joven. En toda su vida, nunca había experimentado una situación similar. Recordó la vez que Archie estuvo a punto de confesarle sus sentimientos en el Colegio San Pablo, pero en aquella ocasión, ellos eran solamente una pareja de adolescentes y las circunstancias jamás le permitieron al muchacho completar su confesión. Algunos años después había sido Neil quien le declarara su amor por ella, pero la profunda aversión que ella sentía hacia su enemigo de la infancia no le permitió sentir nada más que conmiseración. La situación con Yves era distinta, pensó ella, ahora era una mujer adulta escuchando la propuesta de matrimonio de un querido y admirado amigo, y ella sabía que tendría que rechazarlo y consecuentemente romper el corazón del joven y perder también su amistad.



Yves, eres un hombre muy bueno – dijo ella con voz a penas audible –Te admiro y te aprecio pero me temo que mi corazón no puede corresponder a tus sentimientos – concluyó deseando que el piso se abriese bajo sus pies y la tragase por completo.

Pero mi amor por ti es tan fuerte que podría suplir tu falta de pasión mientras aprendes a corresponderme – rogó él sintiendo cómo sus últimas esperanzas morían.

Candy levantó sus encantadores ojos que estaban ya llenos de lágrimas haciendo que sus pupilas verdes brillasen bajo la luz de la luna.



No tiene caso, mi querido amigo – murmuró roncamente – Mi corazón ha estado cerrado con llave por cuatro años y esa llave está en las manos de alguien más. He tratado de abrirlo muchas veces pero no parece obedecer a mis órdenes.

Yves alzó la cara hacia el cielo, haciendo un gran esfuerzo por ocultar las lágrimas que invadían sus ojos y la frustración que impregnaba cada una de sus facciones. Candy pudo notar cómo un músculo en sus sienes se tensaba con la ansiedad reprimida.



Es por Grandchester ¿No es así? – dijo él amargamente.

Yves, por favor, no te lastimes más – suplicó Candy que no estaba dispuesta a dar mayores explicaciones.

Es él quien tiene la llave de tu corazón ¿Me equivoco, Candy? – preguntó otra vez casi gimiendo de dolor - ¡Por favor Candy, necesito saber la verdad!

La rubia bajó la cabeza de nuevo, volviendo la espalda para ocultar su rostro afligido. Caminó unos cuantos pasos por el balcón. Luego, se detuvo y con los brazos cruzados sobre el pecho confesó:



Sí, estoy enamorada de él – admitió – Lo he amado por largo tiempo. A veces creo que vine a Francia tratando de huir de su recuerdo, pero el destino insiste en ponérmelo en el camino – explicó – Desearía que las cosas fueran diferentes entre tú y yo, Yves. Desafortunadamente, no puedo controlar mis sentimientos por él- concluyó Candy melancólica.

Él debe ser un hombre muy afortunado – murmuró Yves con voz temblorosa – Espero que pueda hacerte feliz como lo mereces, Candy.

Las lágrimas de la joven finalmente corrieron por sus lindas mejillas, iluminadas por los rayos lunares. La situación se había vuelto extremadamente dolorosa para ella.



No me malinterpretes, Yves – trató ella de aclarar – Amo a Terri, esa es la verdad, pero eso no significa que él corresponda mis sentimientos. Una vez él estuvo enamorado de mi, pero eso fue en el pasado. Ahora somos solamente amigos, y puede que así permanezcamos por el resto de nuestras vidas. Sin embargo, lo que él sienta o no por mi no cambiará mis sentimientos por él. Ahora sé que siempre le amaré hasta el último día de mi existencia – suspiró ella tristemente.

No creo que le seas indiferente, Candy – dijo Yves con sinceridad – Como hombre de algún modo entiendo los sentimientos de Grandchester por ti, y aunque me encantaría decirte lo contrario, si quiero ser franco contigo y conmigo mismo, debo admitir que él ciertamente parece estar muy enamorado de ti. De alguna forma, lo sentí desde que lo vi por primera vez, la noche en que regresaste del Frente . . . De todas formas, el resultado siempre es el mismo para mi, parece que el amor me niega su gracia – concluyó él con oscuro tono.

El alma de Candy se encogió ante el comentario de Yves y su característico espíritu noble luchó desesperadamente por encontrar alguna palabra de aliento para el hombre cuyo corazón acaba de romper involuntariamente.



Yves, yo sé que todo lo que pueda decirte ahora podría sonar vacío y sin sentido – comenzó ella – Comprendo tu dolor porque he estado en situaciones similares antes, y sé lo que se siente tener el corazón roto. No obstante, el amor no siempre esconderá su rostro de ti . . . . Eres un hombre increíble y estoy segura de que muchas mujeres querrían ser amadas por ti y te corresponderían con ardor. Sólo es cuestión de tiempo.

El joven miró a Candy con una triste sonrisa. “No me importan todas esas mujeres que dices tú Candy” - pensó – “Es solamente tú quien yo desearía me correspondiera.”



Gracias amiga – dijo él luchando por contener las lágrimas – Ahora, supongo que te gustaría volver al hospital – sugirió sin mirar a los ojos de la joven.

Creo que sería lo mejor – replicó ella.

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La Sra. Kenwood hacía su ronda cuando se dio cuenta de que una de las camas estaba vacía. No obstante, como era la cama de Terri la anciana no se preocupó en lo más mínimo. El paciente estaba, después de todo, prácticamente recuperado y una pequeña caminata nocturna no le iba a hacer ningún daño. Además, no era la primera vez que él hacía algo así y la mujer lo sabía.



¡Tan joven y sufriendo de insomnio! – pensó ella- ¡Ay, pobre niño!

Después de esta consideración la anciana continuó revisando el estado de los otros pacientes.















¡Ya pasan de la media noche!- pensó él - ¿Qué diablos está ella tratando de probar?

El joven caminaba a lo largo de los oscuros corredores con pasos largos y firmes, los cuales eran clara señal de su recuperación física, pero también daban cuenta de su nerviosismo. Dejó atrás los pabellones y los quirófanos y continuó caminando hasta llegar a los dormitorios del personal. Conocía bien el lugar hacia donde se dirigía porque en los meses anteriores había recorrido el mismo camino varias veces durante las horas de la madrugada. Solía vagar hacia el cuarto de ella, reposar luego su frente en la puerta de madera de su dormitorio e imaginar que podía seguir el ritmo de los latidos del corazón de la muchacha mientras dormía. Se quedaba ahí en silencio por instantes sin tiempo, percibiendo el perfume de la joven, su calor, su sabor y el sonido de su respiración con los sentidos del alma.

Pero esa noche su expedición no era tan placentera como lo había sido otras veces. Con cada nueva zancada su cuerpo alcanzaba más alta temperatura y su mente lo envenenaba con oscuras ideas. Terrence Grandchester se odiaba a si mismo en ocasiones. Su mal carácter, su inseguridad disfrazada de arrogancia, las heridas internas aún sin sanar, su hostilidad y su apasionado corazón le habían traído siempre una buena cantidad de complicaciones, y aunque su oficio era controlar y fingir emociones, siempre que se trataba de Candice White, su auto-control se iba al traste y sus sentimientos tomaban posesión de sus actos en forma caótica.

Y ahí estaba él, caminando en círculos a lo largo del corredor que llevaba al cuarto de Candy, mirando insistentemente al reloj en la pared y viendo repetidamente a través de la vidriera de la ventana para cerciorarse si un auto aparecía en la lejanía.



¿Qué estoy haciendo aquí?- se decía así mismo cuando el lado razonable de su yo salía a la superficie de su mente - ¿Tengo acaso el derecho de entrometerme en su vida personal? ¿Qué soy yo para ella? Solamente un amigo. Alguien que ella alguna vez amó pero que después la dejó para prometerle matrimonio a otra ¿Qué significo para ella ahora? Tal vez solamente un recuerdo de un tiempo ya en su pasado que no desea recordar. Entonces . . .¿Cómo me atrevo a estar aquí, esperándola como un marido engañado? – pero un segundo después su yo combativo protestaba - ¿Y qué hay con todas esas miradas? ¿Qué de todas las veces que tomé su mano durante estos meses y ella no la retiró? ¿Y la flor diaria en el vaso? ¿Los atardeceres que compartimos en el jardín?¿Su preocupación por mi relación con mi madre y mil otros detalles que han hecho nacer en mi la esperanza? ¡No! Ella no se va a salir con la suya con todos estos mensajes confusos que me ha mandado ¡Me debe una explicación!

Y así continuó caminando en círculos, debatiendo si debía quedarse o marcharse y torturándose a sí mismo con especulaciones morbosas acerca de lo que Candy e Yves podrían estar haciendo esa noche.





Una repentina ráfaga cruzó la noche presagiando la inminente lluvia. El auto se detuvo en frente de los dormitorios del personal. Una vez que el ruido del motor se hubo extinguido, un nuevo y desagradable silencio se cernió sobre el joven médico y la rubia. Ambos estaban conscientes de que la hora de su despedida había llegado y ninguno de ellos sabía cómo enfrentar la penosa situación. Sin decir palabra Yves abrió la portezuela y salió del auto, caminando alrededor del vehículo para abrirle la puerta a Candy. La joven aceptó la mano que el hombre le ofreció, pero una vez que se hubo apeado e intentó recuperar su mano se dio cuenta de que el joven no la quería soltar.



¿Podrías reconsiderar tu decisión? – rogó en un último intento, mirando ardientemente a las lagunas verdes en los ojos de la joven.

Por favor, Yves . Ya discutimos eso – replicó ella abrumada.

Entiendo. Discúlpame- murmuró él acremente - ¿Te veré de nuevo antes de mi partida?

No lo creo – respondió ella con los ojos fijos en el pavimento – Estaré trabajando en cirugía por dos días y supongo que tú vas a estar de licencia ¿No es así?

Así es. Puede que pase por el hospital para despedirme de mis pacientes y entregar un reporte, pero me imagino que tú vas a estar ocupada – insinuó tristemente, aún sin soltar la mano de la muchacha – Así que . . .creo que este es el adiós.

Sí.

Candy . . .quieres . . .- dudó él mientras su corazón luchaba entre su amor altruista por la joven y su pasión posesiva - ¿Quieres que hable con Grandchester, de hombre a hombre? Tal vez yo le pueda hacer ver que . . .

¡No, por favor! – interrumpió ella alarmada – Si hay algo que decir, es sólo entre Terri y yo . . . Tal vez, al final de todo, él se irá al igual que tú, y yo continuaré con mi vida como siempre lo hecho – dijo liberando finalmente su mano del fuerte apretón del joven.

La joven tomó la cola de su vestido y dando la espalda empezó a caminar, pero un segundo más tarde detuvo sus pasos y regresó hacia donde estaba el joven.



Amigo mío – dijo ella conmovida – Siento muchísimo haberte lastimado de esta manera. Desearía que las cosas entre nosotros hubiesen sido diferentes. Yves . . .¿Podrías alguna vez perdonarme por el daño que te he causado?

No hay nada que perdonar, Candy – replicó él sinceramente – Culpa al destino, a la suerte o a esta guerra sin sentido . . .Sé bien que nunca quisiste lastimarme.

Candy se quedó sin palabras por un instante.



Adiós amigo mío , y por favor, cuídate mucho cuando estés en el Frente – dijo ella ofreciéndole su mano.

El joven tomó la delicada mano femenina e inclinando su torso hacia la muchacha depositó un beso en su mano enguantada, el cual hizo durar por unos segundos, como el último contacto robado con la mujer que nunca sería suya. Un instante después de que los labios del joven se hubieron separado de la mano de Candy, ligeras gotas de una fina llovizna empezaron a caer.



Adiós, Candy. Rezaré por tu felicidad – dijo él dejando ir a la joven y siguiéndola con la mirada hasta que ella hubo desaparecido cerrando la puerta trasera del hospital. No la volvería a ver en años.

Las gotas de lluvia empezaron a caer más insistentemente e Yves permaneció bajo el cálido chubasco veraniego dejando que el agua lavara sus penas. Después de un rato, finalmente reaccionó y se metió al auto, el cual desapareció en la distancia bajo la lluvia que incrementaba su fuerza a cada minuto.

Una vez que la joven hubo entrado en el edificio, comprendió que de nuevo alguien querido para ella salía de su vida. No estaba enamorada de Yves, pero era terriblemente doloroso perder a un amigo. No pudo evitar derramar una lágrima que se apresuró a enjugar con el pañuelo bordado que guardaba dentro de su guante. Afuera, el aguacero se hacía cada vez más tupido.



Un par de iridiscentes ojos azules observaron con desesperación la escena de los adioses de Yves y Candy. Pero desde la distancia, sin saber las palabras que se estaban diciendo y con la mente nublada por los celos, el joven en el corredor percibió una versión muy diferente de la historia. El corazón de Terri se consumió en llamas contando los minutos que Yves sostuvo la mano de Candy, imaginando las ternezas que podría estarle diciendo y pensando que cada vez que la joven bajaba la cabeza era porque se sentía abrumada por los cumplidos del joven médico. Entonces, ella pareció despedirse y alejarse unos metros, solamente para regresar después hacia donde el hombre estaba aún de pie, junto al auto. Cuando el hombre inclinó su torso hacia la joven, la sangre azul de Terri alcanzó el punto de ebullición y sin tener el valor de presenciar cómo alguien que no era él mismo besaba a la mujer de su vida, volvió el rostro alejándose de la ventana mientras una lágrima solitaria le rodaba por la mejilla. El joven no vio cómo Yves simplemente besaba la mano de Candy y ella corría hacia el hospital después de eso.

Candy subió las escaleras lentamente, sus pies se sentían tan pesados como su corazón. Solamente podía pensar en llegar a su cuarto para liberarse del corsé, tomar una ducha fría y meterse a la cama con el fin de buscar en el sueño algún tipo de alivio para su desconsuelo. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que el deseado descanso no sería posible al descubrir con ojos asombrados la figura de Terri de pie en el corredor, esperándola.

El joven, que había experimentado todas las pasiones de un corazón afligido en una sola noche, perdió los últimos vestigios de cordura que le quedaban cuando finalmente vio a la hermosa carcelera de su alma caminando hacia él. Recorrió con la mirada la curvilínea figura envuelta en la seda verde de una falda recta con una breve cola. Sus oídos pudieron percibir los suaves ruidos de sus enaguas almidonadas con cada paso que ella daba hacia él, y conforme se acercaba, el joven pudo distinguir el atrevido escote enfatizado por una banda drapeada de seda verde oscuro que regalaba la vista de dos delicados y blancos hombros y un seductor pecho que hizo que el pulso del hombre se acelerara. Interiormente Terri maldijo a la costurera por jugar con sus ansiedades masculinas justo en el momento que la última cosa que él quería, era derretirse ante la mujer que lo había hecho sufrir en toda aquella noche. Luego, el joven pensó que el mismo efecto que el revelador vestido tenía sobre él, debía haber sido sentido por Yves y los demás hombres en la gala, y esta sólo reflexión fue suficiente para ponerlo en el peor de sus humores.



¿Se divirtió la Srta. Andley? – preguntó sardónicamente - ¡Pero qué pregunta más estúpida de mi parte, seguramente sí lo hizo. Después de todo ya son las 2 de la mañana!

Candy miró al hombre con ojos pasmados ¿Qué estaba diciendo?¿Le estaba reprochando la hora en que llegaba? ¿Estaba él ahí esperándola para regañarla como si fuera su padre? ¡Eso era el colmo! Una pelea con Terri después de los bochornosos momentos que había vivido al lado de Yves serían la gota necesaria para derramar el vaso de una noche terrible.



Por favor, Terri – rogó ella tratando de evitar una nueva pelea con el joven – He tenido un día muy difícil y no quiero pelear contigo ahora – concluyó pasando de largo frente al joven.

¿Y quién se está peleando, querida? – replicó él caminando tras de ella, sin estar dispuesto a dispensarla de su venganza – Yo solamente me preguntaba si te habías divertido bailando con ese maldito comedor de ranas ¿No piso tus piecesitos?

Ignoraré ese estúpido y grosero comentario – respondió ella altiva sin detener su paso.

Tal vez la dama debería de preocuparse por su reputación – continuó él mofándose– Salir sin chaperona no es el estilo americano, supongo. Me pregunto lo que tu conservadora familia diría si se enterara qué tan liberal te estás volviendo aquí en Francia.

¡Ja! – se rió Candy burlonamente - ¿No es irónico cómo un caballero puede presumir de sus habilidades para conquistar los afectos de muchas mujeres con vergonzosa promiscuidad, mientras que una dama debe permanecer pura e intocable, siempre resguardada por una vieja chaperona? ¡Por favor, Terri! ¡Déjame en paz! ¡Estamos en el siglo XX!

¡Ay, se me olvidaba que la dama es una feminista! – insistió él, sin estar dispuesto a renunciar – Pero no es tan radical como para rechazar la adulación cuando viene de una hombre ¿No es así? ¿No te dijo él mil veces cuán abrumadoramente bella luces esta noche? Seguramente eso complació tu ego en buena medida ¿Dime Candy, disfrutas haciendo que los hombre enloquezcan? ¿Te complace jugar con los sentimientos de ese ridículo médico francés?

La joven, que ya había llegado hasta la puerta de su cuarto, se detuvo en silencio, visiblemente molesta con los comentarios agrios de Terri.



¿Cómo puedes, tú precisamente, atreverte a decir cosas tan horribles? – le reprochó con el fuego de la ira ardiendo en el fondo de sus ojos verdes – Me conoces muy bien y deberías ser capaz de comprender que yo jamás jugaría con los sentimientos de Yves- se defendió ella encarando al joven.

¡Entonces estás jugando con los míos, mocosa malcriada! – respondió él mientras el demonio de los celos poseía su mente y cuerpo.

A este punto el joven ya no era dueño de sus reacciones. Controlado por la cólera asió violentamente a la joven por los hombros, luchando furiosamente contra los estremecimientos que le recorrían el cuerpo a causa del contacto con la suave piel de aquella mujer, y empujándola hasta acorralarla contra el muro. Terri colocó sus manos en la pared, una de cada lado de modo que la muchacha quedó atrapada en una celda cuyos barrotes eran los brazos del joven.

Candy se quedó inmóvil, los movimientos rápidos del hombre la habían tomado por sorpresa. Su proximidad le estaba haciendo bajar la guardia en contra de su voluntad. Ahí estaba él, sus atrayentes ojos encendidos en flamas verdes y azules, su agitada respiración invadiéndole el olfato con esencia de canela, y para acabar de empeorar las cosas, tal vez forzado por el calor de la noche, el hombre se había quitado la camisa y ella podía admirar sus marcados hombros y pecho.



Estoy perdida – fue lo último pensamiento coherente que ella pudo coordinar enojándose consigo misma por su debilidad y deseando tener control de la situación justo como él parecía dominarla.

No obstante, nada podía estar más lejos de la realidad. Terri estaba tan perdido como Candy, subyugado por los encantos de la joven que parecían más tentadores vistos de tan cerca.



¿Es así, Candy? – preguntó él suavemente - ¿Estás jugando con mis sentimientos?

Terri , yo . . . - masculló ella y el corazón le dio un vuelco cuando él uso su mano derecha para levantar la barbilla de la joven y así verle directo a los ojos.

El hombre inclinó su rostro y Candy reaccionó entrecerrando los ojos. Se sentía bajo el influjo de una clase de encantamiento que no le permitía pensar. El rumor de la lluvia afuera del edificio y la agitada respiración de ambos era lo único que ellos podían escuchar.

Él, por su parte, miró a los labios rosas de la joven evocando el sabor a fresas silvestres que una sola vez había probado. Pero entonces, el recuerdo de la escena que había visto desde la ventana un minuto antes le apuñaló de nuevo.



¡Ay, Candy! – dijo él con vehemencia – Quiero borrar de tus labios cada beso francés que recibiste esta noche, para siempre.

¡Acto seguido la visión del joven se oscureció! Un agudo dolor en su mejilla lo despertó del trance al tiempo que la joven le abofeteaba la cara. La muchacha, con los ojos llenos de lágrimas y el alma llena de indignación aprovechó la confusión del muchacho para liberarse de su prisión y entrar a su cuarto en un solo movimiento. Pronto, el joven estaba de nuevo solo en el corredor, frustrado con el abortado deseo de un beso que nunca nació y el corazón roto por un nuevo rechazo. Pero lo peor de todo era que él comprendía claramente que su enorme boca había arruinado su oportunidad.

Dentro del cuarto Candy corrió a arrojarse en la cama donde derramó las más amargas lágrimas.



¿Cómo pudiste decir eso? – dijo ella entre sollozos -¡ Cuando tú has sido el único que he besado en toda mi vida. Hombre estúpido y arrogante!

El llanto de Candy se perdió en el barullo de la tormenta. El cielo vertió sus torrentes sobre París por el resto de la noche.





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El día siguiente era agosto 30. Terri no había conciliado el sueño ni por un instante en toda la noche y se sentía como el hombre más miserable en toda la Tierra. Sabía que no vería a Candy por dos días porque ella le había hecho saber con anticipación –antes de su pelea, por supuesto – que estaría trabajando en cirugía de tiempo completo. Por lo tanto, su desesperación era aún peor. Pensó en ir al cuarto de Candy durante la noche siguiente para disculparse, pero después cambió de opinión. Para él, era más que obvio que había perdido la batalla. Mientras Candy había tenido tiernos adioses con Yves la noche anterior, él solamente había conseguido una humillante bofetada ¿Podía acaso estar más claro que el doctor francés lo había derrotado finalmente?

Por otra parte, Yves Bonnot no se apareció en todo el día. El médico que lo substituyó no explicó qué había pasado con su colega y Terri no preguntó. Así que el día pasó lenta y penosamente. Nada podía ser peor que aquel silencio e incertidumbre, pensó el joven, pero la siguiente mañana se daría cuenta de que ciertamente había algo peor.

El día siguiente Terri recibió una carta con el sello del ejército de los Estados Unidos. El mensaje decía simplemente que se esperaba que se uniera a su pelotón en Verdún. La carta también incluía un boleto de tren para la mañana del 2 de septiembre, muy temprano. Al joven se le habían concedido dos días de licencia empezando el día 31 de agosto, en otras palabras, ese mismo día. Se suponía que abandonase el hospital de inmediato.

Así que, después de tres meses, su tiempo se había terminado y parecía que había malgastado la oportunidad de su vida lastimeramente. Con el peso de sus remordimientos sobre los hombros Terri recogió sus pertenencias y una vez que hubo retirado los vendajes de su torso, empezó a ponerse el uniforme lentamente. La enfermera de turno le trajo unos papeles que debía firmar antes de salir del hospital y él se atrevió a preguntarle acerca de Candy. La mujer solamente pudo decirle que la rubia estaba participando en una cirugía y como era un caso difícil seguramente estaría ocupada por largo rato.

El joven se despidió brevemente de los otros pacientes y al fin, mirando a aquel lugar que había sido su morada por tres meses y sintiendo los mismos dolores en el corazón que había experimentado cuando abandonó el Colegio San Pablo, seis años antes, dejó el pabellón. No obstante, cuando ya estaba en marcha, caminando por los corredores, alcanzó a mirar en la distancia al jardín interior y el cerezo. Se detuvo un instante y en su mente vio de nuevo los momentos que había disfrutado en compañía de la mujer que amaba. Terri se dio cuenta de que en todo el tiempo que había pasado en París, no había reunido el valor para decirle a ella lo que sentía.



¡Eres un cobarde y un estúpido! – se dijo a sí mismo - ¿Te vas a ir así nada más? ¿La vas a dejar ir de nuevo, sin intentarlo, por lo menos una sola vez? – le reclamó su voz interior - ¿Tendría caso hacerlo, si es claro que ella lo prefirió a él? – se contestó a sí mismo – Dices eso por lo que viste . . . o creíste ver . . . pero nunca se lo preguntaste a ella directamente ¿O sí? – respondió la voz en un reproche - ¿No sería bueno que trataras de sincerarte con ella abriéndole tu corazón? ¿Qué puedes perder? – continuó la voz – Podría recibir una nueva humillación, y ya estoy cansado de sus rechazos – dijo él – Entonces huye y deja que tu orgullo sea tu eterna compañía – concluyó la voz.

Ese último pensamiento se hundió en la mente del joven haciendo un eco que resonó una y otra vez ¿No era Candy la mujer que él amaba? . . .¿La única que él había amado jamás? Terri tomó su bolsa y caminó firmemente hacia el jardín.

Se sentó en la banca que había compartido con Candy varias veces y sacando su carpeta de piel comenzó a escribir una carta. La mano del hombre trabajó sostenidamente por un buen rato hasta que la página estuvo llena. Finalmente firmó la misiva y la puso en un sobre.

No fue difícil para Terri encontrar a Julienne Boussenières. La mujer se sorprendió cuando vio al joven vistiendo su uniforme y con una mochila al hombro.



Madame – dijo él – como usted puede ver, hoy dejo el hospital. He recibido mis órdenes.

¿De ese modo? Quiero decir, tan inesperadamente – preguntó la mujer pasmada.

Bueno, todos sabíamos que esto podía pasar de un momento a otro, pero no me quiero ir sin hablar con Candy por última vez – dijo él – Imagino que usted comprende lo que quiero decir, Madame.

Sí, Sr. Grandchester, lo comprendo – asintió la mujer.

Entonces ¿Me haría el favor de entregarle esta carta? Es importante. De hecho, Madame, ahora toda mi vida depende de esta carta – rogó él entregando el sobre en manos de la mujer.

En ese caso, Sr. Grandchester- replicó ella- puede estar seguro que la dama recibirá sus líneas.

Gracias Madame – dijo él amablemente – Espero que su esposo vuelva pronto y le deseo lo mejor – añadió ofreciendo su mano a Julienne.

Lo mismo le deseo Sr. Grandchester – respondió ella con una sonrisa.

El hombre soltó la mano de la mujer y se alejó.





Yves Bonnot había pensado mucho en hablar con Terrence. Sabía que Candy no lo aprobaría pero él sentía que necesitaba ver a su rival por última vez antes de su partida para Arras y decirle que aceptaba su derrota. Era casi una cuestión de honor. Yves no quería partir cobardemente. Desafortunadamente, cuando él llegó al hospital aquella tarde se enteró de que Grandchester había abandonado el lugar. Yves se preguntó si el actor y Candy habían llegado a un entendimiento, pero como no pudo ver a la joven rubia, tuvo que dejar la ciudad sin saber lo que había pasado con ellos. Su tren dejó París a las 8 pm aquella misma noche.





Cuando Candy regresó a su habitación aquella noche el cuerpo le dolía horriblemente. Había estado trabajando sostenidamente por dos días sin mucha recompensa. Más de la mitad de los pacientes que habían sido intervenidos habían muerto en el quirófano ¡Su frustración era absoluta! Pero esa era una sola de las muchas cosas que ella tenía para lamentarse. Su última pelea con Terri, la noche del baile de gala, la había devastado moralmente. La muchacha no sabía si debía sentirse enojada o culpable.

Los celos de Terri habían sido tan obvios en esa ocasión que ahora la joven estaba segura de que él sentía algo por ella más allá de la amistad . . . pero sus comentarios habían sido tan ofensivos para la muchacha que aún guardaba resentimientos y, al mismo tiempo, se lamentaba por su violenta reacción. Sus sentimientos hacia Terrence jamás habían carecido de complejidad. Cuando ella llegó a su cuarto lo único que quería era dormir profundamente para olvidar sus problemas, al menos por una cuantas horas.

Candy no sabía que los eventos la iban a forzar a enfrentar su destino en vez de evadirlo con el sueño. Encima de su cama la joven encontró una carta con una letra que ella conocía muy bien. Cuando reconoció las firmes líneas el corazón le dio un vuelco dentro del pecho. Con dedos convulsos por los nervios rasgó el sobre y empezó a leer:





Agosto 31 de 1918

Mi muy querida Candy:

Una carta no es el medio correcto para expresarte mi arrepentimiento por mi conducta. Te debo unas disculpas formales y espero seas tan amable de concederme la oportunidad de expresarlas personalmente, aunque sé bien que no lo merezco. Solamente me atrevo a pedirte esto porque estoy seguro de que tienes un corazón noble.

Como debes ya saber cuando leas esta carta, he sido dado de alta en el hospital. Esta mañana recibí órdenes de reunirme con mi pelotón en el Norte y partiré en un par de días, pero antes de irme me gustaría muchísimo volverte a ver, para decirte lo avergonzado que me siento por haberte tratado en forma tan grosera. Debo insistir que este tipo de cosas tienen que decirse en persona.

Sé que mañana tendrás un día libre como siempre sucede cuando trabajas doble turno en cirugía. Comprendo que es muy pretencioso de mi parte esperar que me dediques algo de tu tiempo durante tu día libre, pero siendo que parto pasado mañana no hay otro momento que pueda verte para hablar. Tengo tantas cosas que decirte, Candy , no solamente mis humildes disculpas, sino muchos otros asuntos que no pude confiarte en todos estos meses. Tal vez lo que pueda yo decirte sea obsoleto o fútil, pero tengo que hacerlo. Por favor, te ruego, dame la oportunidad de hablar contigo.

No obstante, si decides que ya has tenido suficiente de mí, entenderé y aceptaré que he perdido para siempre tu amistad. En ese caso, yo soy el único culpable en esta historia. De cualquier manera, siempre bendeciré a mi suerte por darme la gracia de haberte conocido y atesoraré tu memoria hasta el último de mis días.

Por el contrario, si aún crees que este viejo amigo tuyo merece una última oportunidad, por favor querida Candy, encuéntrame al medio día de mañana, en el Jardín de Luxemburgo. Te estaré esperando cerca de la fuente principal frente al palacio.

Si nunca acudes a la cita, respetaré tu decisión y jamás volveré a molestarte por el resto de mi vida. Tienes mi palabra.

Siempre tuyo.

Terrence G. Grandchester

7 comentarios:

  1. si candy no va.....voy a paris y la mato! x'D

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  2. yo tambien me apunto *_* jjjjjjeeeeee

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  3. jajajajj la perseguimos y la tiramos al Cena....

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  4. ay...Candy....serias una tonta por no asistir.....te perderías la ultima oportunidad de verte con Terry...y mas aun te perderías la oportunidad que siempre anhelabas...escuchar de sus dulces labios...la palabra TE AMO........='O

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  5. Terrenceeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee *-*

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