lunes, 29 de diciembre de 2008

Capitulo 13

Candy se sentó en la cama rozando sus labios con la carta que había leído por la centésima vez aquella noche. Cerró sus ojos mientras sus sentimientos sitiaban su alma fatigada. Extrañamente, todos los temores, preocupaciones y resentimientos que la habían atormentado durante los días anteriores habían sido relegados a segundo término. Repentinamente, la única cosa que importaba para ella era la certeza de que Terrence estaba a punto de dejar París para enfrentar la muerte en el Frente Occidental . . .



Pasado mañana . . . .- pensaba ella mientras las manos le temblaban – ¡Estarás lejos pasado mañana! En sólo dos días te encontrarás enterrado en una de esas trincheras terriblemente oscuras esperando tu turno para ser enviado de nuevo a la línea de fuego.

Candy no podía evitar las siniestras imágenes y aterradores estruendos que invadían su mente mientras las lágrimas comenzaban a bañar su rostro. Recordó su propia experiencia la noche en que muriera el Dr. Duvall, el sonido de las detonaciones, los gritos de los heridos y la angustiosa visión del cuerpo sangrante de Terri la noche en que había llegado al hospital.



¡Dios todopoderoso! Ya sabía que esto pasaría . . .pero en el fondo de mi alma esperaba que . . . te rogué Señor. . . . tantas veces para que el final de esta guerra llegara antes . . . . para que él no fuese enviado de nuevo a ese infierno . . . Y ahora . . .- continuó ella entre sollozos – y ahora él va a regresar al Frente . . ¿ Cómo voy a vivir ahora sabiendo que él, que es mi misma alma, está arriesgando su preciosa vida otra vez?

La joven desdobló el papel una vez más y releyó las últimas líneas . . .



“. . . por favor querida Candy, encuéntrame mañana al medio día, en el Jardín de Luxemburgo, estaré esperando por ti alrededor de la fuente central, frente al Palacio”

¡Él me quiere ver!- se repetía ella con aire emocionado – Terri quiere verme antes de partir . . . Pero, ¿Qué debo decir cuando lo tenga enfrente? ¿Qué puedo decir después de las cosas que pasaron entre nosotros la otra noche?





París está dividido por un río, el Sena, el cual ha sido la frontera natural entre dos diferentes áreas, los dos rostros de París. El mundo de los negocios y la vida nocturna está en la ribera derecha o “rive droite”, mientras que la ribera izquierda es tradicionalmente conocida como el Barrio Latino o “Quartier Latin”, el hogar de la Sorbona, los artistas y los intelectuales. Estudiantes, soñadores, Chopin y Liszt, Baudelaire y Picasso son algunos de los personajes que han poblado la “rive gauche”, cada uno en su momento histórico correspondiente. Una perla en el corazón de esta versión parisina de la Academia Platónica, es el Palacio de Luxemburgo, bello y lujoso edificio rodeado de un enorme jardín que ha sido testigo de cuatro siglos de historia francesa.

El Jardín de Luxemburgo fue construido por María de Médicis al principio del siglo XVII. Es una enorme extensión de 224.500 metros cuadrados alrededor del palacio. Originalmente cubría un área todavía mayor, pero a través de los años ha sufrido un cierto número de amputaciones. A pesar de estos cambios, el jardín no ha disminuido su belleza. Luxemburgo fue abierto al público por primera vez por el Príncipe Gaston d’Orleans, durante el siglo XVIII. Aunque después de esa fecha han habido ciertos periodos en los cuales las puertas del jardín han sido cerradas a los visitantes regulares, éste es hoy en día y desde el siglo XIX, uno de los atractivos turísticos más importantes de la capital francesa, elegante parque de juegos para muchos niños, sitio de encuentro de los enamorados, usual paseo para los estudiantes universitarios y escenario de la más grande novela de Víctor Hugo.

A la derecha, el Boulevard Saint Michelle, al la izquierda la calle Guynemer, por detrás la calle Vaugirard y justo al frente la calle Auguste Compte. La Sorbona se encuentra a tan sólo una cuadra. Esa es la ubicación de ese sitio histórico ornamentado por la más grande fuente poligonal en la cual los pequeños visitantes tradicionalmente se divierten jugando con veleros de juguete. Hermosas veredas rodeadas de árboles y delicadas estatuas, callados y refrescantes rincones donde la gente puede sentarse sobre un barandal renacentista, o en una banca solitaria, o en el brocal de una fuente; eso y más es el Jardín de Luxemburgo.

Con cada paso que daba, los pliegues de su falda de piezas flotaban en una blanca ilusión de lino y organdí. Sostenido en parte por un moño de seda, su cabellos le cubría la espalda en espirales doradas que reflejaban la luz solar y, a veces, la escasa brisa veraniega hacia que un fugitivo rizo le rozara las mejillas. El nerviosismo de su cara podía ser visto fácilmente mientras sus irises verdes trataban de enfocar un punto aún borroso al final de la vereda que ella iba cruzando.

Candy estrujó su bolsa blanca con dedos aprehensivos al tiempo que su mente recordaba la conversación que había sostenido con Julienne la noche anterior, tratando de darse ánimos y sabiendo bien que con cada zancada estaba más cerca de la fuente central.



¿Qué voy a hacer ahora, Julie? - había preguntado la joven melancólicamente.

¿Acaso no lo amas? – le había respondido la morena usando otra pregunta.

¡Con todo mi corazón! – había sido la respuesta inmediata de Candy.

¿No es obvio que él también te ama?- preguntó de nuevo Julie.

Nunca lo ha dicho . . . pero . . .la otra noche estaba tan celoso – murmuró la rubio pensativa.

Entonces, no veo por qué debas estarte preguntando lo que tienes que hacer – dijo la otra mujer sonriendo.

Tengo miedo, Julie – confesó la joven – no sé qué le podría yo decir, cómo reaccionar.

Julienne sonrió dulcemente tomando la mano de Candy para infundirle valor.

No pienses en eso – explicó ella en un susurro con una expresión traviesa en la mirada – Sigue los dictados de tu corazón, Candy, sólo sigue a tu corazón. Cada latido te dirá qué hacer cuando llegue el momento.

Estoy tan nerviosa que no puedo coordinar mis ideas – dijo la joven apuntando a su cabeza con una risita tensa.

Entonces confía en mi y te diré lo que debes de hacer ahora – explicó la mujer.

¿Qué?

Tómate esto – ordenó Julienne suavemente dándole a Candy una taza que previamente había dejado descansando sobre el pequeño escritorio, cerca de la cama – esto te ayudará a conciliar el sueño. Mañana te pondrás un hermoso vestido y asistirás a esa cita. Deja que el amor haga el resto

Candy había seguido el consejo de su amiga y cuando el té hubo hecho su efecto, la joven calló en un pacífico sopor sin sueños ni pesadillas.

Deja que el amor haga el resto . . . deja que el amor haga el resto – Candy se repetía en su cabeza mientras continuaba caminando a lo largo del parque.



Como era un sábado en la mañana, el lugar estaba lleno de gente, especialmente madres y nanas con niños pequeños. Al tiempo que caminaba entre los niños que corrían por el jardín su corazón latía más fuertemente con un estruendo tal que ella pensó que podía ser escuchado en cada rincón del enorme jardín y hasta en las cámaras del Palacio. De repente, la joven se dio cuenta de que había llegado al lugar. Vio la gran fuente y se preguntó dónde exactamente podía estar él. Observó el increíble tamaño del monumento poligonal y la gran cantidad de gente que estaba sentada alrededor de ella. La muchacha probablemente tendría que caminar por varios cientos de metros antes de poder distinguir a Terrence entre el resto de los visitantes.

Sin embargo, una corazonada le hizo sentir que no debía moverse por un rato y solamente dejar que las voces en su alma le dijeran dónde estaba él. Se detuvo en silencio por unos cuantos segundos y luego empezó a caminar como si una fuerza interior la estuviera conduciendo hacia su destino. La joven no batalló mucho para encontrarlo. Ahí estaba él, de pie con su característica gallardía, anchos hombros que la hacían sentirse pequeña y el pie derecho dando ligeros golpecitos en el piso.



Está inquieto – adivinó ella sonriendo suavemente. Permaneció inmóvil por un rato admirando la figura del joven y en ese momento olvidó el último remanente de resentimientos que guardaba por las palabras dichas un par de noches antes.

Los ojos masculinos se perdían en la superficie del agua, siguiendo el rastro de uno de aquellos veleritos de juguete que dejaba una estela rizada sobre el líquido cristalino. Cualquiera que hubiese visto a aquel joven vestido en el uniforme verde oscuro del ejército americano, parado impávidamente cerca de la fuente, hubiese pensado tal vez que se trataba de una estatua más en el parque. Así de calmado e impasible se veía. Nadie se habría imaginado entonces el terrible tumulto que se agitaba dentro de él.

Estaba nervioso en verdad ¡Por todos los cielos, vaya que estaba nervioso! Más inquieto que en una noche de estreno ¿Acudiría ella a la cita? ¿Qué si no iba? ¿Cómo iba él a continuar viviendo? Su pecho era un caldero hirviente e inconscientemente su cuerpo buscó un escape golpeando el pavimento con discretos movimientos de su pie. Si ella planeaba acudir a la cita ya se estaba retrasada . . . pero tal vez ella había decidido no ir . . . La expectación era dolorosa.

Fue entonces que un dolor rápido y agudo le asestó el pecho por un segundo e inmediatamente después una fragancia de rosas invadió sus sentidos. Terri supo entonces que su corazón había presentido la presencia de Candy a sus espaldas. Aún temeroso de estarse mintiendo a sí mismo, se rehusó a darse la vuelta para ver si ella estaba realmente ahí.



¡Hola! – dijo una dulce voz y entonces él supo que su corazón no le había engañado.

El joven se volvió lentamente y cuando vio a la pequeña dama frente a él, sus ojos se perdieron en la albura de su silueta pero no pudo decir palabra. La joven se percató de la gran tensión que él llevaba a cuestas y lo animó con una sonrisa que obró milagros en el hombre.



Hola Candy – respondió él devolviendo la sonrisa y recobrando su usual autocontrol, o al menos parte de él – Estoy . . . muy contento de que hayas venido.

Bueno, no tenía otros planes para hoy . . . así que . .. me dije que podría ser buena idea aceptar la invitación de cierto soldado- respondió ella casualmente tratando de aligerar la tensa atmósfera.

Gracias – fue la única respuesta del joven pero Candy entendió que lo decía de corazón.

Ahora ¿Podrías decirme qué planes tienes para el paseo? – preguntó ella con una expresión vivaz en el rostro, sintiéndose más y más a gusto en la presencia del hombre. Una calidez familiar había empezado a envolverle el alma ante la proximidad del joven.

Ehhh...yo...yo me preguntaba- masculló él – si te gustaría caminar alrededor del jardín. Es un lugar hermoso y hay muchos rincones que valen la pena de ser vistos ¿Has estado aquí antes?

Sí, vine con Julie y . . . otros amigos- explicó Candy tratando de evitar mencionar el nombre de Yves – pero estábamos algo limitados de tiempo entonces así que no logré ver mucho del lugar.

Entonces, déjame enseñártelo todo – sugirió él - ¿Alguna vez te he contado que cuando yo tenía 12 años mi padre me mandó aquí para tomar unos cursos de verano?

No, nunca – respondió ella sorprendida – Fue un lindo detalle de su parte.

Debo admitir que al principio yo no quería venir – explicó él – en ese tiempo yo estaba demasiado resentido con mi padre por su abandono, pero ahora le agradezco la experiencia. Vine a este lugar varias veces durante aquel verano.

¡Debió haber sido emocionante! – comentó la joven – Tus maestros fueron muy amables trayéndolos a ti y a tus compañeros del colegio de verano a este parque.

¡No, no, ellos no me trajeron aquí nunca! – confesó Terri usando por primera vez en tres días aquella endiablada sonrisa que era parte de su personalidad – Yo solía venir aquí por mi cuenta – añadió mientras se rascaba la sien derecha con un gesto ladino.

¡Te escabullías, querrás decir! – dijo Candy acusadoramente.

Si lo quieres decir de ese modo . . .yo diría, más bien, que solía explorar por iniciativa propia.



Candy se rió alegremente y el sol salió para Terri. La pareja comenzó a caminar alrededor de la fuente con un paso aletargado.





¿Cuántos años han pasado desde la última vez que caminamos juntos de esta manera, Candy? – pensó Terri mientras ambos paseaban alrededor de las jardineras del palacio llenas de flores multicolores – Aquellos momentos que pasamos en el Zoológico Blue River . . . Aquellos días despreocupados están ya muy lejos . . . y aún así, tu sonrisa es todavía tan brillante como entonces, tan plena de luz y dulce frescura ¿Qué tienes Candice White, que siempre que estás a mi lado un poderoso torrente de energía me llena de pies a cabeza? Tú añades luz a mi pintura ensombrecida haciendo un hermoso claroscuro.

Continuaron caminando, charlando acerca de mil cosas sin importancia, y riéndose de el más simple de los detalles mientras sus pies los llevaban a lo largo de un sendero rodeado por una larga valla de árboles.



Solamente tú sabes cómo hacerme sentir de este modo, Terri – se dijo Candy a sí misma pretendiendo estar totalmente absorta en la contemplación de la Estatua de Pan – como si nunca hubiese sentido miedo o soledad, como si una parte que falta dentro de mi encontrase al fin su lugar y un calor íntimo envolviese mi corazón protegiéndome del más frío de los inviernos. Eres la hoguera que mantiene el calor de mi alma.

Continuaron su caminata hasta alcanzar la estatua de María de Médicis y decidieron tomar un descanso en una banca cercana.



Este lugar es maravilloso – dijo la joven emocionadamente – ¡Cada centímetro está lleno de belleza y armonía! Y mira esos robles por allá ¿No son regios?

Dime, Candy – inquirió el joven divertido ante el entusiasmo de la muchacha - ¿Cómo haces para mantener esa capacidad de asombro ante cada cosa?

Nada . . . ¡Es sólo que este mundo es admirable! – respondió ella sonriente – Dondequiera que vuelvo la mirada encuentro millones de razones para admirar y agradecer a Dios por la vida ¿No sientes lo mismo, Terri?

Bueno, mi habilidad para apreciar las cosas está siendo eclipsada por los ruidos en mi estómago – señaló él con un guiño - ¿No tienes hambre?

Ahora que lo dices – replicó ella – creo que sería buena idea tomar el almuerzo.

Entonces te invito. Conozco un “bistro” cerca de aquí donde sirven muy buena comida – sugirió él

¿Te arriesgarás a invitarme? – bromeó ella – Sabes que mi apetito y yo podríamos dejarte en la calle.

Tomaré el riesgo – dijo él sonriendo y poniéndose de pie al mismo tiempo que ofrecía su brazo a la joven dama.



Candy dudó por un segundo pero finalmente aceptó la galantería colocando su mano en el brazo del joven a pesar de los choques eléctricos que corrieron por sus músculos al primer contacto. Pronto, la pareja se encontraba caminando hacia el Portal Oriente con el propósito de tomar el Boulevard Saint Michelle.







El sol vespertino bañaba la “rive gauche” reflejando sus luces sobre los toldos rojiblancos de los restaurancillos y bares a lo largo del boulevard. En otros tiempos, verdaderas hordas de jóvenes, principalmente estudiantes, hubiesen estado plagando aquellos lugares para tomar un ligero bocadillo durante el día. Pero aquel verano mucho de esos estudiantes habían abandonado París para engrosar las filas en el Frente Occidental. Así que, los restaurantes que alguna vez fueron prósperos estaban prácticamente vacíos y los empleados languidecían de aburrimiento.

Terri llevó a Candy a uno de esos pequeños “bistros” a lo largo del boulevard Saint Michelle, con sillas pintadas en vivos colores y manteles impecablemente blancos. Las mesas estaban dispuestas afuera y adentro del establecimiento, en cada una había un vaso de cristal azul con una rosa roja para adornar la atmósfera y en el interior del lugar un joven tocaba un viejo piano de vez en cuando, para amenizar la comida. La joven pareja escogió una mesa dentro del restaurante y a pesar de las bromas de Candy sobre su apetito, la muchacha solamente ordenó un platillo muy ligero.

Terri reclinaba su cara sobre su mano izquierda, apoyándose en el codo y con la otra jugueteaba perezosamente con el tenedor, demasiado ocupado en contemplar a la joven en frente de él como para poner atención a la comida en su plato. La chica, totalmente consciente del escrutinio del joven sobre ella, trataba de concentrarse en su plato comiendo a un paso regular con los ojos totalmente absortos en la ensalada como si se tratara de la cosa más fascinante en el mundo entero. Más tarde, cuando finalmente ella se atrevió a levantar los ojos, se encontró con un par de linternas azules que la enfocaban con una luz insistente.



Candy – dijo él rompiendo el silencio y la joven sintió que su corazón se detenía al sonido de su voz – Lo siento – dijo él solamente.

¿Qué dijiste? – preguntó ella dejando el plato a un lado, aún sin creer lo que acababa de escuchar claramente.

Dije que lo siento mucho- repitió el joven con seria expresión en sus finas facciones- Te pedí que nos viéramos hoy porque quería disculparme por mi comportamiento la otra noche.

Y . . . – alcanzó ella a decir

Y por lo tanto me disculpo, Candy – dijo él y obedeciendo un hábito que aún no perdía, atrapó la mano de la muchacha en la suya – Me siento terriblemente avergonzado por las cosas que dije . . . Ni siquiera tengo el derecho de estar compartiendo este momento contigo. Tal vez no deberías de haber venido para que así yo recibiese lo que realmente merezco ...- dijo él con voz temblorosa y ella sintió cómo él estrujaba su mano nerviosamente – pero soy tan afortunado que viniste . . . ¡Gracias, Candy!

Acepto tus disculpas, Terri – replicó ella sin poder mirarle a los ojos – Yo tampoco fui muy dulce que digamos . . . No hablemos más de ello. Sólo imagina que nunca pasó y otra vez seremos los buenos amigos que siempre hemos sido.

Está bien . . . Buenos amigos, entonces.. . como siempre – masculló él desviando la mirada hacia el hombre que tocaba el piano en una esquina del restaurante, mientras los dedos del joven actor empezaron a acariciar ligeramente el dorso de la mano de Candy. El contacto con la piel de la joven y sus palabras conciliadoras eran tan alentadores que él empezó a recuperar su habitual temeridad.



El silencio reinó por un breve instante, ni el hombre ni la mujer abrieron sus labios para hablar, mientras el músico en la esquina terminaba su canción. El joven artista tomó el vaso de vino que el dueño del “bistro” le había hecho llegar como de costumbre, y se dispuso a descansar por un rato. Otro joven sentado a la mesa próxima a la de Candy y Terri, se puso de pie repentinamente y se aproximó al pianista. Ambos hombres parecían conocerse muy bien y conversaban animadamente y con gran familiaridad. En otra esquina del “bistro”, una pareja de mediana edad tomaba el almuerzo y unos cuantos metros más a la izquierda, un hombre en uniforme bebía una cerveza con lentos sorbos. Los meseros charlaban entre sí tratando de matar el aburrimiento a fuerza de compartir anécdotas y cuentos graciosos. Fue entonces cuando el pianista se puso de pie y se dirigió a los parroquianos.



Queridos amigos – dijo en tono informal – Mi amigo Jacques Prévert, aquí conmigo, a quien algunos de ustedes ya conocen, ha escrito otro de sus bellos poemas y yo me atreví a ponerle música para hacerlo canción. Espero que les guste y que lo recuerden cuando Jacques se vuelva un poeta famoso, porque, créanme, estoy seguro de que algún día será famoso.

El joven pianista se sentó en frente del instrumento y con hábiles dedos empezó a acariciar las teclas de marfil. De las cuerdas del viejo piano se escapó entonces una cascada de notas melancólicas que invadieron el cuarto alcanzando el oído de Candy. La dulce y triste línea melódica de la canción la hizo concentrar su atención en la letra, pero a pesar del año que había vivido en Francia, su oído aún no estaba lo suficientemente bien entrenado como para entender las palabras en la canción.



La música es hermosa – murmuró ella suavemente – es una pena que no entienda muy bien la letra – admitió – pero estoy segura que el poema que inspiró esa música debe también ser hermoso.

Y lo es – replicó Terri, aún sosteniendo la mano de la rubia – aunque muy triste.

¿Qué dice?

Bueno, parece que el poeta está hablando de un amor pasado que aún no puede olvidar ¿Quieres que lo traduzca para ti?- preguntó él hundiendo su mirada azul en la de ella.

Por favor.

Déjame ver . . . dice:

Quisiera tanto que tú recordaras

Los días felices de nuestra amistad

En aquel tiempo la vida era más hermosa

Y el sol más ardiente que en esta realidad.

A las hojas muertas se las lleva el tiempo

Junto con mis memorias y mis lamentos

Y el viento del norte las lleva

Hasta la fría noche del hastío

Ya ves, cómo yo no me olvido

De las coplas que me solías cantar.



Candy escuchaba las palabras de Terri mientras su corazón se detenía por un segundo. Parecía que cada línea del poema había sido escrita para describir sus propios sentimientos, con las palabras precisas que ella no podía articular.



Es tan melancólica – musitó ella al tiempo que sentía que su mano ardía bajo el toque del joven.

Y dice más. Escucha, ahora canta el coro:

Es una canción que nos identifica.

Tú me amabas y yo te amaba,

Y así vivíamos tan unidos

Tú que me amabas, yo que te amaba.

Pero la vida separa a aquellos que se aman

Tan calladamente, sin hacer ruido.

Y el mar borra sobre la arena

Los pasos de los amantes desunidos.



Las últimas notas murieron en el piano y Terri también se quedó callado. Tantas veces en el pasado su mente había llorado con el mismo sentimiento de arrepentimiento que le poema describía que no pudo evitar asombrarse ante la coincidencia. Miró al joven poeta quien, sentado con aire despreocupado, fumaba un cigarrillo en una esquina del “bistro”. El hombre era aún un adolescente, probablemente tan joven como Terri había sido aquella noche de invierno cuando el actor había perdido a la mujer de su vida . . . Pero ahora él estaba ahí, tomando la mano de esa misma mujer y el simple hecho de que ella había acudido a la cita le daba la fuerza necesaria para continuar.



Candy- le llamó él mientras una idea le venía a la mente – Hay una promesa que me hiciste la cual no has cumplido aún.

¿De verdad? – preguntó ella regresando de su mundo interior.

Sí, dijiste que bailarías conmigo cuando me hubiese recuperado de mis heridas, por los viejos tiempo. ¿Recuerdas?

Creo que sí – replicó ella con una tímida sonrisa

Entonces . . .¿Bailarías conmigo ahora?

¿Aquí? – preguntó ella mirando alrededor, incrédula.

¿Por qué no? Hay espacio para bailar, música, tú y yo ¿Qué más necesitas? – preguntó él con una sonrisilla traviesa y un segundo después con tono más serio añadió – Mañana estaré lejos y quién sabe cuando podrás cumplir tu promesa si no lo haces hoy.



Candy sintió un aguijonazo en el pecho cuando él mencionó su próxima partida y entonces ya no le importó el sentirse algo abochornada al bailar con Terri enfrente de los clientes del restaurante. No obstante, ella no respondió.



Supongo que no quieres mancillar el honor de los Andley. Eso no le gustaría a Albert – la hostigó él con un guiño juguetón, al ver que ella se quedaba callada.

No, por supuesto que no – replicó ella finalmente – Acepto.



Terri se puso de pie y caminó hacia el pianista quien estaba tomando un descanso.



“Excusez moi, monsieur,” se dirigió Terri al joven, “Voudriez vous jouer une autre fois la chanson de votre ami?” (Disculpe, señor ¿Quisiera usted volver a tocar la canción de su amigo ?)

“Pour la belle dame qui est avec vous monsieur,” respondió el pianista con una sonrisa,

“Moi, je jouerais jusqu’à la fin du monde”concluyó el artista y sin más comentarios empezó a tocar mirando cómo la pareja se ponía de pie y empezaba a bailar. (Para la bella dama que le acompaña, yo tocaría hasta el fin del mundo)



Mientras la voz ligeramente enronquecida pero melódica del pianista empezaba una vez más a llenar el ambiente, Candy olvidaba por un mágico momento todo el terrible nerviosismo que reclamaba su corazón cada ocasión que se encontraba cerca de Terrence. Él la sostenía suavemente al tiempo que sus cuerpos se movían con lentitud al ritmo de la triste canción y ella podía sentir el aliento de él sobre sus sienes. Un dulce calor trepó por la piel de ambos, penetrando por cada poro y llegando al fondo de sus corazones. Cosas de esa naturaleza no suceden si el alma no está totalmente expuesta como lo estaban las almas de ellos en ese momento.







Ahora entiendo otra parte de la canción – murmuró Terri al oído de Candy.

¿Qué dice? – preguntó ella en un suspiro, mientras la abrumadora certeza de estar siendo abrazada por el joven le hacía temblar la columna vertebral.

Dice:

A las hojas muertas se las lleva el tiempo

Junto con mis memorias y mis lamentos

Pero mi amor silencioso y fiel

Siempre sonríe y agradece a la vida

¡Te amaba tanto! ¡Eras tan bonita!

¿Cómo quieres que yo te olvide?

En aquel tiempo la vida era más hermosa

Y el sol más ardiente que en esta realidad.

Tú eras mi amiga más dulce,

Pero ahora sólo tengo mis remordimientos

Y las coplas que solías cantarme

Que siempre, siempre escucharé.



Creo que entiendo bien lo que él quiere decir en esa última parte – se aventuró ella a decir, conmovida por las palabras que le recordaban otra canción cuya memoria ella atesoraba en un rincón dorado de su mente.

Dime – susurró él.

Supongo que quiere decir que siempre recordará esa canción, en su corazón – respondió ella mientras se separaba del abrazo de Terri y la voz del pianista moría junto con las notas del piano.



La joven pareja regresó a su mesa y el pianista los siguió con sus ojos oscuros, envidiando al joven soldado quien era el afortunado poseedor del amor de aquella mujer. Porque, ustedes verán, para el joven músico era obvio que la muchacha amaba a aquel hombre con cada latido de su corazón. La rubia y el soldado se sentaron de nuevo a la mesa y en silencio terminaron su almuerzo mientras sus pulsos lentamente se recuperaban de la dulce exaltación que la cercanía física había provocado en ambos, reforzada por la música y las palabras del poema.

Candy dejó su plato y sus írises de malaquita vagaron por la calle que se podía atisbar a través de las ventanas del “bistro”. Un camión lleno de soldados con la bandera británica pasó por ahí en aquel momento y de nuevo la joven recordó la dolorosa verdad del momento histórico que vivían.



¿A qué horas partirás mañana? – preguntó ella tratando de contener las lágrimas que ya sentía dentro del alma al momento que sorbía su vino.

A las nueve – replicó él con voz inexpresiva

Me gustaría ir a despedirte – musitó ella, aún mirando a través de la ventana

Pero estarás trabajando a esa hora – objetó tratando de encontrar la mirada verde de la joven.

Me las arreglaré, no te preocupes – respondió la rubia casualmente, haciendo un gran esfuerzo por permanecer impávida.

Tengo una mejor idea – se atrevió Terri a sugerir mientras estrujaba nerviosamente la servilleta en su mano derecha - ¿Pasarías el resto de la tarde conmigo?



La joven se volvió y finalmente miró directamente en aquellas enormes lagunas azules que la miraban con luz vehemente. Él estaba rogando con los ojos y ella entendió que un hombre como él no solía hacer tal cosa muy seguido.



Me encantaría – dijo ella y él le obsequió una de sus raras sonrisas.

París en verano siempre está concurrido por turistas, pero desde que la guerra había comenzado las antiguas calles no estaban tan pobladas por visitantes como de costumbre. Normalmente esos botes que llevan a los turistas de paseo por el Sena y alrededor de las islas siempre van llenos por las tardes sabatinas, pero aquel día solamente unos cuantos pasajeros disfrutaban del aquel encantador placer.

Una joven con largo cabello rizado se sostenía del barandal con ambas manos mientras la mitad de su cuerpo esbelto guindaba fuera del bote y sus ojos contemplaba la estela blanca sobre la superficie del río. Un joven soldado cerca de ella parecía divertirse mucho con la chispeante conversación de la muchacha. A su derecha, la majestuosa vista de las líneas góticas de Notre Dame podía ser divisada más y más claramente al tiempo que el bote se aproximaba a “Ile de la cité” ( La Isla de la Ciudad), una de las dos islas en medio del río, sobre la cual se erige la famosa catedral.

La joven rubia no paraba de hablar, como si un torrente de palabras, nacidas en algún lugar de su pequeño ser, estuviese estallando fuera de control. Sus ojos reflejaban la candidez de un infante junto con las sombras azules del Sena, pero algo en su expresión centelleante le decía al observador astuto que la muchacha no miraba al joven de la manera en que lo hubiese hecho un niño. Por otra parte, el soldado escuchaba a su elocuente compañera de viaje con oído atento, y de vez en cuando respondía con algunas palabras o un comentario bromista que siempre resultaba en una cara graciosa que hacía la rubia. Ambos componían un cuadro tan armónico que cualquier alma sensitiva se hubiese deleitado al sólo mirarlos.



Albert contestó mi carta ¿Te lo había dicho ya? – preguntó Terri casualmente.

No, no lo habías hecho ¿Qué dice él? – inquirió Candy emocionada

Parecía muy complacido de que yo le hubiese escrito. Me dijo que estaba contento de saber que me estaba recuperando después de la operación e inclusive compartió conmigo algunos de sus planes. Es claro que él sigue siendo el hombre sensato y bondadoso que conocí en Inglaterra. – explicó el joven.

¿No se siente bien estar en contacto con los amigos? – demandó la joven dejando el barandal y sentándose en una banca cercana.

Sí, debo admitirlo – replicó él siguiéndola y sentándose a su lado – No lo hubiese hecho de no haber sido por ti. Gracias

De nada – respondió ella – Sé bien cuánto ayuda recibir buenas noticias de casa cuando estás lejos.

Los extrañas a todos ¿Verdad? – preguntó él en un murmullo.



Candy, con ambas manos detrás de su cuello y mirando a las olas del río, suspiró con fuerza.



Sí, así es – aceptó la muchacha – He estado aquí por más de un año. Nunca había estado lejos de casa por tanto tiempo en toda mi vida.

Y ciertamente no ha sido un viaje de placer, sino trabajo duro. Lo sé porque lo he visto con mis propios ojos – dijo él y su voz denotó la profunda admiración que él sentía hacia la mujer a su lado.

Pero no me quejo – se apresuró ella a explicar – He conocido a mucha gente maravillosa aquí y tuve la oportunidad de hacer las paces con Flammy.

Ella ha cambiado mucho desde la primera vez que la vi en Chicago. Recuerdo que era capaz de matar a un hombre con una de sus miradas y no exactamente por la belleza de sus ojos – comentó Terri con una sonrisa burlona.

Eres cruel – le reconvino Candy – Ella es una gran enfermera y deberías admirarla. Yo estoy muy orgullosa de ser su amiga.

Estoy seguro de que siempre ha sido una buena enfermera, pero antes era aún peor que Nancy y ahora es...¿Cómo decirlo? ...¿Menos temible?

Nunca te cansas ¿No es así? – se rió Candy – De todas formas, me alegra haberme reencontrado con Flammy aquí en Francia . . . y también está Julie, y por supuesto el Dr. Duvall. Si no hubiese sido por él yo no estaría aquí hablando contigo . . .- añadió ella con tono melancólico.

El doctor que salvó tu vida ¿Correcto? – preguntó Terri sintiéndose por dentro que estaba en deuda con aquel hombre que nunca había llegado a conocer – También yo le debo mi vida, porque salvó la de ella- pensó él.

Sí. ¡Ojalá lo hubiese conocido, Terri! Era uno de los mejores hombres que jamás he conocido – dijo ella vehemente.

Estoy seguro. ¿Sabes? Creo que tienes razón, a pesar de todo el dolor y muerte, esta guerra ha traído algunas cosas buenas – continuó él – Si no fuera por ella no te habría vuelto a ver – dijo él en un susurro.



La joven bajó los ojos sintiendo de nuevo el mismo nerviosismo que le había llenado el pecho cuando estaba bailando con Terri en el “bistro”. La muchacha desvió entonces la conversación.



Bueno, el río Sena no es el lago Michigan – dijo ella con una risita nerviosa – pero es también muy hermoso.

Tienes muchos recuerdos ligados a ese lago – inquirió el curioso.

¡Tantos, Terri! Significa mi niñez, mi adolescencia, la aurora de mi vida. Gente que alguna vez fue muy importante para mi y que ahora está muy lejos, en un lugar que yo no puedo alcanzar porque está más allá de este mundo. Su memoria siempre estará conectada a ese lago. Por ejemplo, cuando conocí a Stear él me dio un aventón hasta la casa de los Leagan y su auto se descompuso justo en un puente sobre el lago. Ambos caímos al agua, nos mojamos hasta los huesos, sacamos uno que otro moretón y nos divertimos muchísimo – contó la joven con una sonrisa triste.

Nunca antes me contaste eso – dijo él interesado en la narración.

Ahora lo sabes. Conocí a Albert cerca del lago también, y a Archie y ...- ella se detuvo en seco.

Y a Anthony – adivinó el joven, no sin un cierto dejo de celos. No importaba cuántas cosas hubiesen sucedido entre él y la rubia, Anthony era un recuerdo que él no podía borrar de la mente de la muchacha. Él lo sabía, y la parte más razonable de su corazón aceptaba ese hecho con estoicismo, pero su lado visceral, aún se sentía resentido con la vida porque él hubiese querido ser el único hombre en el corazón de Candy. Sin embargo, Anthony no era su preocupación principal en el presente. Había otro nombre que no había sido mencionado en todo el día, que representaba para él un peligro aún mayor.

Sí, Anthony – aceptó la joven, pero no continuó la conversación sabiendo bien lo que Terri sentía hacia el desafortunado joven que ella alguna vez había amado.

¿Sabes Candy? – comentó Terri mirando al río – Quisiera alguna vez contemplar contigo el lago Michigan.



Ella volvió los ojos y miró al joven mientras él hundía las azules niñas de sus ojos en las profundidades del Sena. La chica se complació en la vista del perfil perfecto del joven actor y dejó escapar un suspiro sofocado.



A mí también me gustaría – dijo ella simplemente y no añadió más comentarios. Sin embargo, para Terri había sido suficiente para sentirse animado.

"Mira. Ese es el color más antiguo del Mundo

El matiz del Cielo y del Agua..."

El suave murmullo de Terry vino hasta mí,

traído por la delicada brisa

Luego se dispersó.

Hemos estado mirando hacia la misma dirección por largo rato

En lugar de mirarnos fijamente, el uno al otro

Quizás él no dijo ni una sola palabra

Pero mis oídos escucharon el sueño,

como el tono de una serena nota.

"Mira, Candy. Ese es el matiz del Cielo y del Agua,

El color más antiguo del Mundo...



Kyoko Misuki



Las avenidas junto al Río Sena son llamadas “quais”, y la suma de todas ellas forma un largo boulevard dividido por los puentes que conectan a las dos riberas. Cuando el bote hubo terminado su tour, dejó a los pasajeros sobre “Quai des Agustins” y la joven pareja caminó a lo largo de esta avenida hasta llegar al puente Saint Michelle, el cual conecta al Barrio Latino con la Isla de la Ciudad. Eran las cinco y media y poco a poco los colores del ocaso estaban empezando a pintar el horizonte. Terri y Candy estaban mirando al río mientras se reclinaban sobre el barandal de piedra del puente. A unos metros de ellos un organillero tocaba su instrumento mientras su pequeña hija jugaba cerca de él con una pelota.

Candy observaba fijamente el cielo cuando sintió que la gran pelota roja de la niñita le golpeaba las piernas. La joven se dio la vuelta para mirar lo que había pasado y se encontró con un par de ojos negros imposiblemente grandes que la veían con cándida curiosidad. Candy se puso en cuclillas tomando entre sus manos la pelota que rebotaba a sus pies.



C’est á toi – preguntó la rubia con una de sus sonrisas deslumbrantes (Es tuya)

Oui – respondió la niñita que debía de tener apenas tres o cuatro años.



La joven extendió su brazo hacia la criatura para darle la pelota y no pudo refrenar el impulso natural de tocar las suaves mejillas de la pequeña. Los grandes ojos de la niña la observaban con asombrada admiración, como si ella fuese una visión de otro mundo.



Comment tu t’appelles? – demandó Candy movida por un impulso maternal

(¿Cómo te llamas?)

Giannina . . . . dijo la niña con sílabas sorprendentemente bien articuladas.



Con la ingenua confianza que solamente los niños pequeños tienen, la chiquita jaló uno de los rizos rubios de Candy y sonrió brillantemente cuando se dio cuenta de que los bucles se enroscaban de nuevo cuando los soltaba. De esa forma Candy comprendió que la niña estaba maravillada con su cabello, el cual le parecía especialmente gracioso. Ambas, niña y joven, rieron ante su mutuo descubrimiento.



Estoy seguro de que ella será una madre amorosa y tierna – pensó Terri quien estaba contemplando la escena en silencio - . . . Cómo quisiera que esos hijos suyos pudiesen ser los mío.

¡Giannina, Giannina! – llamó el hombre del organillo y la niña inmediatamente corrió hacia su padre.



Candy se puso de pie mientras miraba cómo la niñita se alejaba tomada de la mano de su padre. Antes de que desapareciera por completo tras la curva del puente, la pequeña se volvió y agitó su mano en señal de despedida. La rubia respondió el gesto agitando su mano y sonriendo.



Es un amor – comentó Candy cuando ya no pudo ver a la niña.

Terri solamente respondió con una ligera sonrisa y continuó mirando al horizonte. Ambos permanecieron en silencio por largo rato al tiempo que la puesta de sol continuaba pintando su cotidiana obra maestras. No obstante, la aparente clama en la cara del joven era solamente una máscara para ocultar sus agitados pensamientos. Había una pregunta que le dolía en el corazón y él sabía que el tiempo se le estaba agotando . . . si iba a formular aquella pregunta, debía hacerlo ya.



¿Sabes, Candy? – comenzó con el corazón latiéndole estrepitosamente.

¿Si, Terri? – respondió ella.

Me siento un poco avergonzado porque dejé el hospital sin ver a Bonnot por última vez. Me temo que no pude agradecerle como se debe – comentó él con naturalidad . . . - ¡Bueno! Finalmente había mencionado el nombre de su rival . . .de ahí en adelante solamente la suerte podría decidir.

Yves no está ya en París – replicó Candy con tristeza – Fue enviado al Norte y el mismo día que tú dejaste el hospital él se fue de la ciudad.

¿En serio?- preguntó Terri abrumado con la noticia – Y . . . supongo que no estás muy contenta con eso . . .

Las últimas palabras se hundieron en los oídos de Candy con lentas ondas. Comprendió que la pregunta de Terri estaba inquiriendo por más de lo que estaba él quería dejar ver . . . Pero . . .¿Cómo se suponía que ella debía contestar a semejante cuestión?

Pues no es que me haga muy feliz saber que un amigo está arriesgando su vida en el Frente – dijo ella finalmente sin saber si había escogido las palabras correctas.

Supongo que . . .lo extrañarás – se atrevió él a preguntar.

Bueno . . .- dudó ella un poco – si . . .- y luego se quedó muda. La joven se regañó a si misma por no ser capaz de terminar la frase como lo había pensado: “No tanto como te extrañaré a ti, Terri”. Pero de algún modo las palabras no acudieron a su garganta.



Una vez más ambos se quedaron en silencio. La mujer, lamentándose por su falta de coraje; el hombre, empezando a sentir que finalmente había sido derrotado por el médico francés.

Fue entonces que los últimos rayos del sol se mezclaron con las primeras luces centelleantes de la estrella de la tarde. Las almas de Candy y Terri fueron cautivadas por aquel mágico momento. Sus miradas se perdieron en la superficie azul del río, el cual parecía encontrarse con el fondo azul del cielo en un punto lejano en el horizonte. Era el color más antiguo de la creación, pintado por el artista supremo en tonalidades iridiscentes sobre el paisaje parisino.



Hermoso . . el color más antiguo del mundo . . .simplemente hermoso – pensó ella y en aquel momento sus palabras mentales corrieron a través del fino e invisible hilo que unía el corazón de ella con el de Terri.

Sí, es increíblemente hermoso – respondió él en voz alta y un segundo después ambos estaban mirándose el uno al otro con ojos perplejos. No dijeron nada, pero comprendieron en aquel instante que acababan de experimentar otra vez, por la tercera ocasión en sus vidas, el misterioso lazo que los unían con una fuerza inmortal.



En un sólo suspiro, una vasta colección de imágenes entrañables se desplegaron en la mente de Terri. Vio de nuevo el Queen Mary en la noche brumosa y la luz de dos verdes esmeraldas mirándolo con una bondad que nunca antes él había visto en un extraño. Recordó cada encuentro furtivo que él conscientemente solía buscar durante su época colegial. Vivió de nuevo los momentos de aquel vibrante verano y sintió de nuevo el dulce calor del abrazo de Candy. Experimentó la añoranza, las repetidas separaciones, el sentimiento de pérdida total y el inmenso dolor de los remordimientos. Probó una vez más el sabor agridulce del reencuentro en una noche nevada, el despertar en aquel cuarto de hospital, el éxtasis de cada día compartido al lado de la mujer con cuya alma él se encontraba conectado por un lazo mágico. Y luego, se dio cuenta de que estaba a punto de perderla, esta vez para siempre . . . a menos que probara utilizar el último recurso: la verdad . . . pero una vez más un terrible nudo en la garganta no le dejaba hablar.

Ambos se miraron el uno al otro sin ser capaces de articular palabra. Los ruidos de los transeúntes se perdían con el golpeteo de sus corazones. Candy sintió que una pesada presión en su cuerpo invadía sus sienes y la hacía sentirse mareada. Terri, por su parte, estaba paralizado como si estuviera en uno de sus sueños. Antes que él pudiera evitarlo, una lágrima solitaria rodó por su mejilla y milagrosamente, como si la sensación fresca de su humedad lo hubiese despertado, finalmente acopió fuerzas y abrió sus labios.



He sido un tonto – masculló

Al primer sonido de su voz las lágrimas de Candy se liberaron de la prisión de sus ojos y la joven volvió la cara, buscando un punto imaginario en la nada del agua. Su rostro estaba convulsionado por las profundas emociones que se revolvían en sus entrañas.



Un verdadero tonto, Candy – continuó él con voz enronquecida – Todos estos años, desde aquella Noche de Año Nuevo cuando nos vimos por primera vez, cada minuto, cada día, cada estación del año, en cada sueño y con cada uno de los latidos de mi corazón, Candy, siempre has sido tú la única mujer que yo he amado – dijo él dejando escapar un sollozo.

Ella se volvió de nuevo para mirarlo y esta vez sus ojos color de esmeralda no pudieron escapar a la mirada azul del joven. Sin embargo, la joven no pudo emitir palabra.



Ahora se que cometí el error de mi vida cuando te dejé ir aquella noche en Nueva York – confesó él y sus palabras sorprendieron a la muchacha.

Hiciste lo correcto – habló ella finalmente

¡No! – negó él categóricamente con la cabeza – El tiempo me enseñó que estaba equivocado. He aprendido de la manera más dura que no era moral traicionar mis sentimientos por ti.

¡Pero ella te necesitaba! ¡Ella te necesitaba! – repetía la rubia entre sollozos.

Sí, pero yo no podía darle lo que ella necesitaba de mi, porque ya te lo había dado a ti desde la primera vez que posé mis ojos en ti ¿No ves que yo solamente sé ser tuyo? No tiene caso negarlo por más tiempo. Nunca, nunca pude sobreponerme a nuestro rompimiento, Candy. Estás grabada en mi corazón, tu recuerdo corre por mis venas y pulsa en mi corazón. Eres sólo tú la única que he amado siempre . . .aún si nunca supe cómo demostrártelo verdaderamente.

¡Terri! – jadeó ella creyendo que su alma se salía por la boca.

Candy, no tienes idea de cómo traté de amar a Susana, pero cada vez que yo miraba a mi corazón solamente podía sentir mi amor por ti aquí adentro. No hay espacio para otro amor que no sea este amor tuyo. No era correcto pretender que yo podría ser un buen esposo para ella cuando mi alma ya se había desposado con la tuya desde la aurora de los tiempos. Yo debí haber entendido esto y cuando aún era tiempo, romper esa mentira y luchar por el amor que tú y yo compartíamos entonces. He sido un verdadero idiota y durante los últimos días tampoco me he comportado muy inteligentemente. En lugar de decirte lo que tengo justo aquí – dijo él tocándose el pecho – actué como un retrasado mental, lleno de celos y orgullo – terminó inclinando la cabeza avergonzado.

Terri, por favor, no sigas – rogó ella – si fue un error separarnos, entonces tomo parte de esa responsabilidad también, porque yo fui quien decidió dejar Nueva York aquella misma noche. Si esa decisión mía solamente te trajo dolor, entonces yo soy quien merece cargar con la culpa – admitió - si esta separación te hizo sufrir en lugar de ayudarte a sentirte mejor . . .¡Entonces yo te lastimé y lo lamento amargamente!- concluyó ella con la más triste expresión en su rostro.

No es así, no es así, Candy – se apresuró él a decir levantando sus ojos – Yo fui quien primero te ocultó lo que estaba pasando . . .Te iba a contar todo, pero simplemente no reuní el coraje para explicártelo ante de que te enteraras de todo por ti misma . . . y después, yo fui quien empeoró las cosas dándole mi palabra de matrimonio a una mujer que no podía amar. Fui yo quien traicionó nuestro amor, fui yo quien te abandonó . . . ¡Ay, Candy! Sé bien que las palabras nunca son suficientes para compensar por el dolor causado, pero necesito pedir tu perdón . . . ¿Podrías . . podrías alguna vez perdonarme, Candy? – preguntó él con una mirada vehemente.



Ella se quedó inmóvil por segundos interminables y él sintió que la muerte trepaba por su corazón.



¿Alguna vez he podido guardar resentimientos contra ti? – murmuró ella y la gloria de la esperanza abrió sus puertas para el joven.

¡Candy!- dijo exclamó él asombrado , y luego con renovado valor, se acercó a la joven unos cuantos pasos – Candy, la otra noche en el hospital, vi tu despedida con Yves y estaba seguro de que te había perdido para siempre. De hecho, aún en este momento, acepto que no soy rival para un hombre quien nunca te ha lastimado como yo lo hice . . . yo . . . tiemblo de miedo al pensar que él pueda ya tener ese lugar especial en tu corazón . . . lugar que una vez fue mío y que no supe cómo conservar . . .Ayer, estaba convencido de que ya había sido exiliado de tu corazón para siempre, aún así algo dentro de mi me dijo que tenía que tratar una vez más diciéndote toda la verdad acerca de mis sentimientos por ti . . . Sé que no soy merecedor, sé que no debería estar diciéndote estas palabras, pero . . . si . . tú me perdonas . . .¿Podrías soportar esta confesión mía? Sé que lo nuestro está acabado . . .pero, a pesar de mis muchas fallas yo también te amo . . .ahora y siempre . . .

Terri . . .yo . . . – fue todo lo que ella pudo decir mientras las palabras del hombre continuaban llenando sus oídos, llevándola a una tierra de sueños mágicos.

No, no digas nada todavía . . .- rogó él – estoy abriéndote mi corazón pero no espero que mi amor sea correspondido. Si me dices ahora que Yves ha ganado tu cariño lo entenderé absolutamente . . .Sin embargo, si aún tienes dudas sobre tus sentimientos, entonces, Candy, por favor dime qué quieres que yo haga para ganar tu amor . . .Haré cualquier cosa que tú quieras . . . ¿Podría . . . si lo intento . . ..si llego a ser un mejor hombre . . . podría alguna vez aspirar a tenerte de nuevo? ¿Podría creer que todavía puedo recuperarte a pesar del amor de Yves por ti?



Candy bajó la cabeza y Terri sintió que el mismo infierno se abría bajo sus pies, pero esa sensación sólo duró por un instante hasta que él vio cómo la joven, con la cabeza aún colgando sobre su pecho extendía su brazo derecho hacia él abriendo la palma de su mano. Entonces, ella levantó el rostro lleno de lágrimas y sin poder pronunciar sonido alguno sus labios se abrieron para pronunciar dos simples palabras que ella había repetido una y otra vez durante los meses que él había pasado en el hospital, cada vez que ella lo ayudaba a levantarse, pero ahora esas palabras cobraban nuevo significado.



Ven aquí – dijo ella en un murmullo.

El joven caminó lentamente hacia ella, aún sin creer el significado del gesto de Candy. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, ella lo recibió cálidamente descansando su cabeza sobre el pecho del joven, mientras las manos de él encontraban su lugar en la cintura de la chica en un tierno abrazo. No hablaron por algunos minutos, saboreando silenciosamente su cercanía mientras sus cuerpos se ajustaban lentamente al dulce calor de aquel abrazo.

Al primer contacto, la joven pudo sentir claramente cómo un furioso rubor cubría sus mejillas al tiempo que el hombre la encerraba en su abrazo. No obstante, poco a poco el bochorno inicial se rindió ante otros sentimientos, más íntimos y profundos. Al fin, después de años de añoranza su corazón encontraba el camino de regreso a casa. Para Candice White, su hogar estaba justo ahí, en los brazos del hombre que amaba y solamente le tomó unos cuantos minutos el entenderlo.

La muchacha creyó en ese momento que podía pasar siglos de aquella forma, unida al cuerpo de Terri mientras las manos de él corrían lentamente por su espalda y sus cabellos, y su aliento de canela aromaba el aire, calentando sus mejillas y cuello. Dejó escapar un suspiro y en aquel instante se dio cuenta de que ella no le había dicho al joven lo que tenía en su corazón.



Terri – le llamó ella en un susurro aún fuertemente sujeta al pecho del joven.

¿Ummm? – masculló él desde el placentero trance de su ensueño.

Creo que me hiciste una pregunta que aún no he contestado- continuó ella murmurando.

Ya se la respuesta . . . aunque a penas si puedo creerlo – replicó el musitando al oído de ella.

Pero este tipo de cosas deben de ser dichas – insistió ella.

Entonces, hazlo de este modo – dijo él tomando el rostro de la chica en una de sus manos con el gesto más tierno, ayudándola para que ella pudiera verle a los ojos. Él miro al interior de las dos esmeraldas que habían plagado sus sueños desde su adolescencia, pero antes de ahogarse en ellas inclinó la cabeza hasta que los labios de la joven estuvieron cerca de su oído – Simplemente susúrrame las palabras al oído para que sólo yo las escuche – le pidió él.



La joven sonrió suavemente, muy conmovida ante su petición. Ella nunca había dicho las palabras “te amo” a ningún hombre, aunque había estado enamorada más de una vez. Candy cerró los ojos para darse valor, pero una vez más el siempre presente rubor apareció haciendo las cosas aún más difíciles.



Te amo, siempre te he amado – repitió al oído del joven y sintió que el pavimento ya no existía.

Para ambos el mundo entero parecía haber desaparecido para dejar solamente la sensación de los brazos de él sosteniéndola, estrujando su cuerpo contra el de él, sus manos suavemente aferradas al cuello del joven, el rostro de él sepultado entre los rizos rubios, la calidez de sus cuerpos, los latidos de sus corazones, las lágrimas rodando en silencio, lavanda y rosas confundiéndose en el aire, dos voces repitiendo en un murmullo: te amo.



No ha habido un solo día o noche – continuó ella murmurando a su oído sin romper el abrazo – ni aurora ni ocaso que no haya pensado en ti en todos estos años. Terri, traté de olvidarte, traté de superar este amor dentro de mi. Este amor que creí un pecado, porque pensaba que te habías casado con ella. Luché contra este amor, pero ha probado ser más fuerte que mi voluntad. Yves es solamente un buen amigo quien desafortunadamente se enamoró de mi, pero sus sentimientos no son correspondidos y esa noche que fui con él al baile le dije la verdad. Ahora él sabe que tú eres el hombre en mi corazón. Ningún hombre en este planeta podría despertar en mi los sentimientos que tú animas en tu Candy, quien es tuya y solamente tuya, quien jamás ha dejado de ser tuya a pesar del tiempo, contra viento y marea ¡Ay, Terri, mi Terri! – dijo y se detuvo, ocultando el rostro en el pecho de él, si n poder decir más porque las emociones la abrumaban, y aquello fue lo mejor porque el hombre que la sostenía en sus brazos ya era malvavisco derretido y no podía soportar más confesiones amorosas.

Permanecieron abrazados por largo rato. Demasiado sobrecogidos por el sonido de mil cerrojos que repentinamente se abrían en el corazón de ambos cuando finalmente encontraron en los brazos del otro la llave perdida de sus almas. Al contacto de su mutuo calor, una serie de pequeñas explosiones empezaron a desatarse en sus cuerpos, y antes de que pudieran comprender la naturaleza de aquel misterio, un torrente de viejas y nuevas ansias comenzó a reclamar satisfacción y Terri fue el primero en dejarse llevar por el encantamiento de la cercanía física.

El joven apretó el abrazo mientras su cabeza se retiraba lentamente y su mejilla acariciaba la de Candy, aspirando hondamente la fragancia de la chica. Él tomó el rostro de ella en su mano derecha y levantó su mentón de modo que pudieran verse a los ojos. Candy sintió que todo su cuerpo se estremecían bajo la profunda mirada de Terri, pero por una razón desconocida ella sostuvo el encuentro de sus ojos, ahogándose en las pupilas azules del joven. Él no dijo palabra pero ella comprendió que iba a besarla ahí mismo, y también supo que esa ocasión no se resistiría. Ella había deseado un beso de los labios de él por tan largo tiempo que no podía ya negarlo. Cuando el alma ha confesado sus secretos, la piel tiene que seguir esa confesión.

Lentamente él inclinó el rostro acortando la distancia hasta que su piel pudo sentir la cálida brisa del aliento de ella. Entonces, cerró los ojos y permaneció inmóvil durante un rato. Terri estaba tan embriagado con ella que tenía miedo de que se esfumase si se atrevía a tocar sus labios. Sin embargo, la naturaleza fue más fuerte que sus miedos y pronto venció el último vestigio de duda. Finalmente el joven concluyó la larga jornada que había empezado una mañana de otoño, cuando dejó Londres, al momento en que sus labios se encontraron con los de ella después de años de añoranza y dolorosa separación.

Candy recibió la caricia asombrada por la ternura desplegada por el primer contacto del joven. Breves besos llovían sobre sus labios con un ligero acento húmedo. El joven apenas rozaba la suave piel de su boca como si ella estuviese hecha de espuma y porcelana delicada. Una serie de pequeños choques eléctricos comenzó a invadir ambos cuerpos mientras la sensitiva piel de sus labios se acariciaba mutuamente. Por una razón que él no pudo entender, Terri se sentía como un niño tímido perdido en los encantos de Candy pero no lo suficientemente atrevido como para verter en ella toda la pasión reprimida en el fondo de su corazón.

De repente, ella se sorprendió a su misma respondiendo a las caricias del joven y a la suave calidez del abrazo el cual comenzaba a aumentar su intensidad. Antes de que ella se pudiera dar plena cuenta de ello, el beso de él se volvió más urgente y ella le respondió, movida por un instinto femenino que ignoraba poseer. Sin saberlo, ella abrió su boca y él inmediatamente reaccionó besándola ya no como el adolescente que alguna vez le robara un beso, sino como el hombre que la había deseado por años. Él reclamó la boca de ella para explorarla libremente en un arrebato íntimamente profundo. Ella no opuso resistencia aún cuando la última gota de aire con la que contaba se había desvanecido mucho tiempo antes. Candy comprendió que él la estaba tomando con un solo beso y con ese gesto apasionado le hacía saber que había regresado para reclamar su alma y cuerpo. La joven supo entonces que ella había nacido para ese momento dorado. Ella había sido creada como mujer sólo para amar al hombre que entonces la besaba.

Un beso, cuando es dado con amor verdadero, es la chispa que enciende los incontrolables torrentes de la pasión. Corrientes de energía eléctrica corriendo a través del cuerpo, conectando la piel con la mente y el alma, parecen despertar en nuestras venas la instigante fuerza de la naturaleza. Eso fue lo que pasó con los cuerpos de Candy y Terri en ese momento en que se entregaron el uno al otro en aquel prolongado beso. De repente Candy dejó de ser una niña para convertirse en mujer, y como mujer comprendió que las ruedas de la pasión estaban ya girando en su interior y no se detendrían hasta que pudieran calmar su mutua sed en un íntimo abrazo.

Terri, por su parte, no podía pensar mucho, totalmente perdido en la lisonjera sensación de su exploración en el cuerpo de Candy ¡Qué increíble dicha de sus labios sobre los de ella, saboreando la aromada esencia de su boca humedecida, probando su perfume de fresas, aún el mismo desde aquella tarde en que la había besado por primera vez! ¡Qué inmenso placer de cada uno de sus montes y valles estrujados contra sus músculos! ¡Que dulce sensación de la piel trémula de la joven bajo sus besos que siguieron un rastro húmedo sobre la sedosa mejilla de la muchacha hasta la cremosa hendidura de su cuello! Él percibió complacido cómo la respiración de la joven empezaba a hacerse irregular, clara señal de cómo él la estaba afectando con sus caricias. Nunca en toda la vida del joven actor había él disfrutado de una sensación tan poderosamente placentera. Era una clase de embriaguez aún más profunda e increíblemente más fuerte que aquella que el licor puede ofrecer.

Candy jadeó brevemente con voz enronquecida cuando sintió las caricias de Terri sobre su cuello mientras nuevas sensaciones invadían su cuerpo. Pero su gemido espontáneo hizo reaccionar a Terri. Pronto el joven volvió en sí y se dio cuenta de que aún se encontraban en medio de la vía pública y que él estaba arrastrando a ambos hacia la orilla de un precipicio del cual ya no habría retorno si no se detenía inmediatamente.



Él retiró sus labios del cuello de la joven muy lentamente, dejando reticentemente aquella laguna de nácar que lo seducía con su sabor. Luego hundió el rostro en los rizos de la chica y le murmuró al oído.



Perdóname, amor – susurró – Te amo tanto que olvidé que estamos en un lugar público y que tú eres una dama . . . Mi única excusa es el ansia loca que he tenido que soportar durante todos estos años. Candy, tú has sido mi más grande obsesión y ahora apenas puedo creer que aún me amas . . .yo simplemente . . . me dejé llevar.

La rubia se movió hasta que pudo ver de frente al joven. Cuando sus ojos pudieron encontrarse había una dulce sonrisa de comprensión en el rostro de ella que admiró a Terri con su madurez.



Está bien, Terri, no hay nada que perdonar – murmuró bajando los ojos en un tímido gesto – Yo...yo también necesitaba estar . . . cerca de ti – confesó.

Terri miró a la joven agradecido al tiempo que deshacía el abrazo. Tomando la mano de Candy en la suya, comenzó a caminar lentamente. La joven lo siguió encantada con el gozo increíble de caminar de la mano con el hombre que amaba. Ninguno de los dos sentía el pavimento bajo sus pies.

Habían salido del puente y caminaban ya por la avenida en completo silencio. De repente, las palabras parecían innecesarias entre ellos. El callado rumor del Sena corriendo en su impasible curso y el ruido de la ciudad se perdían en la abrumadora música de sus sentimientos. Él soltó la mano de ella para colocar su brazo alrededor de los hombros de la joven. Ella instintivamente rodeó la cintura de él y de ese modo continuaron caminando por largo rato.

Pero finalmente, el reloj de la catedral sonó las seis de la tarde y de algún modo las campanadas los hicieron regresar de la tierra de sueños que habían compartido por un tiempo que no pudieron contar. Era ese misterioso momento del día en el cual no se pude decir si el sol se acaba de poner o está a punto de levantarse.



Candy - Dijo Terri rompiendo el silencio – Mañana tendré que . . – se detuvo él con un dejo de duda en su tono.

Las palabras de Terri se hundieron en los oídos de Candy trayendo un nuevo sabor amargo a aquel momento que hasta entonces había sido perfecto.



Mañana partes al frente ¿No es así? – preguntó ella con voz temblorosa.

Sí – replicó él -. Pero te escribiré todos los días y cuando esta guerra acabe . .

¡Shh! – dijo ella posando su dedo índice sobre los labios del joven – Terri, esta guerra me ha enseñado que no podemos contar con nada que no sea el hoy . . .- y luego ella se detuvo mientras una sombra oscura cruzaba sus bellas facciones – no me prometas nada ahora, sólo Dios sabe lo que tendremos que enfrentar cuando te hayas marchado.



Terri observó como los ojos de ella se nublaban ante la perspectiva de los nuevos peligros que él tendría que enfrentar tan pronto como hubiese regresado a la línea de fuego. El joven sintió que el corazón se le encogía ante el rostro preocupado de la joven y en su mente él empezó a buscar desesperadamente por una respuesta para afrontar aquel nuevo dilema que tenían enfrente. Terri estrujó la mano de Candy en la suya y luego la condujo a una banca cercana donde ambos se sentaron.



Candy – comenzó él con tono temeroso – Entiendo claramente que en la presente situación podría parecer fútil hacerte promesas . . . pero , yo creo que necesito . . . debo . . . preguntarte esto ahora.

¡Terri! – abrió ella la boca con estupefacción, sin poder emitir más palabras.

Candice White – continuó él mirándola a los ojos con adoración mientras sostenía sus manos con gesto nervioso – me has confesado que aún me amas ¿Podría acaso inferir de tus palabras que aceptarías mi palabra de matrimonio? ¿Me considerarías para ese honor?

¡Ay Terri! – dijo ella suspirando mientras dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas - ¡ Si, sí, mil veces , sí! Dios sabe que ser tu esposa ha sido siempre mi sueño más preciado ... Pero no estoy segura si deberíamos estar hablando de esto ahora, cuando nuestro futuro es tan incierto. Tengo miedo Terri, tengo miedo del destino, el cual siempre ha sido adverso a nuestro amor. Si algo te pasara en el frente yo . . . yo

No sigas, por favor – dijo él sin poder resistir más mientras silenciaba las palabras de ella con nuevos y ardientes besos, enardecido por el significado implícito en las palabras de la joven – no digas más – masculló entre un beso y otro – Yo voy a estar bien . . . pero ahora . . . esta confesión amorosa tuya . . es demasiado . . .para mi . . . no puedo soportar . . . tanta . . . felicidad.



Luego él ya no pudo decir más, bebiendo una vez más la esencia de la boca femenina en un profundo beso. Candy lo recibió gustosa. Nada podía ser mejor en este mundo que su cercanía. Ambos permanecieron sellados a los labios del otro por algún rato mientras Venus iluminaba el horizonte sobre el río Sena. Cuando se separaron para tomar aire Terri levantó el mentón de la chica y reposó su frente sobre la frente de ella.



Escucha – explicó él – Juguémosle una mala pasada al destino esta vez. Seré el hombre más feliz de la tierra si puedo tenerte en mis brazos esta noche, pero quiero hacer las cosas bien. Acabas de decir que te casarás conmigo. Entonces cumple tu promesa ahora . . . ¡Cásate hoy conmigo!

Candy abrió sus ojos de par en par, sin estar completamente segura de haber entendido bien lo que él le había dicho.



Pero Terri, tú sabes que eso es imposible – replicó ella con ojos entristecidos – eres un recluta y es en contra de las leyes militares que los reclutas solteros contraigan matrimonio en tiempos de guerra. Además, aún si fuese posible, no podríamos arreglar las cosas para esta noche.

Una gran sonrisa apareció en el rostro de Terri.



Hay un modo – dijo él – Conozco a alguien que nos puede ayudar con eso. Solamente necesito saber si tú estarías dispuesta.

Tú ya sabes eso – replicó la joven.

Pero quiero oírlo de tus labios – pidió él con su deslumbrante sonrisa.

Entonces, la respuesta es sí, acepto casarme contigo hoy, si ese milagro es posible.

Lo es – insistió él – Ahora, dame otro beso, que he languidecido de hambre por tus labios durante mucho tiempo y ahora no me sacio de ellos.



El carruaje se detuvo en el número 35 de la calle de Fontaine. El Molino Rojo estaba justo a un par de cuadras de aquella casa elegante y antigua de estilo neoclásico donde el taxi los había dejado. Estaban en el corazón de Montmartre, centro de la vida nocturna en la ribera derecha. El joven se apeó del carruaje y en lugar de ayudar a la muchacha tomándola de la mano, la asió de la cintura, levantándola hasta que ella estuvo de pie en la calle mientras que él la abrazaba con fuerza.



¡Terri, ya deja! – le regañó ella al tiempo que él insistía en besarle la mejilla y las sienes, pero como la joven se reía alegremente el hombre no puso atención a sus débiles quejas.

¿Por qué debería hacerlo? – le retó él con una sonrisa endiablada mientras le besaba el lóbulo de la oreja.

Porque ya hemos llegado a la casa ¿No vas a tocar a la puerta para ver si hay alguien? – preguntó ella tratando de soportar las cosquillas que él le causaba en la oreja.

Está bien – se rindió él ante el sentido común de la joven – pero ni siquiera pienses que me voy a detener después – insinuó él y ella se puso roja como un betabel.

El joven tocó a la puerta con pulso firme. No pasó mucho tiempo antes de que alguien desde el interior de la casa respondiera con una suave voz masculina y los cerrojos de la puerta empezaran a abrirse. Un hombre de mediana edad les abrió, y una vez que la joven pareja hubo explicado la razón de su visita el sirviente la invitó a pasar.

Ambos se sentaron en la sala decorada con gusto sobrio, mientras el joven tomaba las mano de la chica. Un minuto después un hombre alto aparecía en la habitación.



Padre Graubner. Gracias por recibirnos en su casa – dijo Terri poniéndose de pie cuando el sacerdote entró al cuarto.

Es un placer verles a ambos – dijo el hombre con una pregunta en el rostro – pero esta no es mi casa. Soy sólo un huésped. Esta es la casa del Obispo Benoit, quien está a cargo de la Basílica del Sagrado Corazón, no muy lejos de aquí.

Ya veo, la hermosa iglesia blanca sobre una colina, donde hay que subir mil escalones antes de llegar al atrio – comentó Candy cuando el sacerdote la saludaba.

Bueno, mi joven dama, – se rió sofocadamente el sacerdote ante la acotación de la chica – hay solamente 237 escalones, pero ha dicho usted lo justo, porque para un hombre con un corazón débil como el mío, esos escalones parecen realmente ser 1000. Pero tomen asiento mis amigos ¿Les gustaría tomar algo?

Una anciana trajo algo de vino para el cura y té para la pareja, y una vez que Graubner fue dejado a solas con los jóvenes, Terri explicó el verdadero motivo de su visita. Conforme el muchacho hablaba, el sacerdote giraba sus ojos oscuros viendo a ratos la radiante expresión del joven y luego el sonrojado rostro de la chica para después volver a mirar al actor. La verdad es que un hombre como Graubner, quien tenía tanta experiencia y conocía tan bien la naturaleza humana, no necesitaba ninguna explicación, bastaba con mirar a la pareja y estar consciente de los tiempos que se vivían entonces para comprender lo que estaba pasando. Pero Graubner dejó a Terri terminar su historia. Luego, con una expresión muy grave respondió:



Querido amigo – dijo dirigiéndose al joven aristócrata - ¿Te das cuenta de lo que ustedes dos me están pidiendo hacer? Sabes bien que hacer algo así sería ir en contra de las leyes militares y, nosotros los sacerdotes tenemos órdenes estrictas de respetar esas disposiciones.

Lo entendemos, padre – replicó Terri – pero usted también sabe que el amor es una autoridad superior.

¿Me estás pidiendo que desobedezca a mis superiores?- preguntó Graubner con el ceño fruncido.

No exactamente, padre – se aventuró Candy a decir – Le estamos pidiendo que se olvide de sus órdenes por unos cuantos minutos. . . . Estoy segura de que nadie lo notaría- concluyó ella con una sonrisa que hubiese derretido al hierro.

El hombre, sin poder ya ocultar cuán divertido se hallaba con la situación, se rió estruendosamente por un buen rato ante el comentario de la joven., mientras la pareja se miraba entre sí, confundida por el súbito cambio de humor en el sacerdote.



Um Himmels Willen! – exclamó Graubner doblando el cuerpo por la risa – Yo . .yo...comprendo ahora por qué los dos están tan enamorados el uno del otro. Son ustedes una pareja de rebeldes ¿Alguna vez observan las reglas, hijos míos? – preguntó el cura entre risotadas – Pero ...bueno.. Jesucristo fue también un rebelde . . .así que Dios los bendice a todos ellos.

¿Quiere usted decir que acepta?- preguntó Candy sorprendida.

¡Por supuesto que acepto, hija!- replicó el sacerdote con una sonrisa – De hecho, les pude haber ahorrado toda esa explicación, sabía ya la razón de su visita desde el momento en que miré sus caras.

Entonces usted se estaba divirtiendo con nosotros – comentó el joven con una sonrisa maliciosa – Y nunca pensó en negarnos el favor ...Usted hubiese sido un buen actor, padre.

No pude evitarlo – respondió el hombre – Pero, querido Terrence, sabes bien que a mi no me importan mucho las órdenes de mis superiores cuando están en contra de mis principios ¿Tienen ustedes idea de cuántas de estas bodas he realizado desde que empezó la guerra? . . . ¡Yo ya he perdido la cuenta! – concluyó el sacerdote y la pareja se rió ante las diabluras del cura.

El Obispo Benoit estaba en Roma visitando al Papa, así que Erhart Graubner tenía la casa para a su completa disposición por todo el tiempo que la necesitara. Se trataba de una casona confortable con una capilla privada. En aquel lugar íntimo y callado, adornado con elegantes columnas jónicas, parquet estilo Versalles en el piso, dos discretos floreros de cristal con narcisos blancos sobre el altar y un crucifijo de plata como el único icono religioso sobre las paredes azul cielo, Candice y Terrence contrajeron matrimonio la noche del primero de septiembre de 1918.

Estaban a miles y miles de kilómetros de su país natal, ninguno de sus amigos o parientes estuvo presente, no hubo tiempo para comprar un lujoso vestido de novia, el novio no portaba un frac, no hubo padrinos ni damas, o música o pastel y los anillos habían sido usados por otra pareja 25 años antes. Sin embargo, el joven aristócrata y su novia parecían no notar todas aquellas irregularidades en absoluto. Había una única verdad que les importaba, que el mismo destino que los había forzado a separarse había reparado su error permitiéndoles reencontrarse en medio del vórtice de la guerra y el amor había hecho el resto. Cualquier otra consideración más allá de este hecho era innecesaria.

A pesar de las inconveniencias, Graubner nunca vio, en todos sus años como sacerdote, otra novia más hermosa ni otro novio más deslumbrante que aquellos enfrente de él en esa noche. La joven rubia estaba bañada por la suave luz de los candelabros, la cual hacía centellear sus cabellos dorados y sus profundos ojos verdes en incontables chispas y el joven a su lado, aún demasiado abrumado por la inesperada bendición, no hallaba otro lugar para concentrar su atención que en aquella ninfa blanca que estaba desposando.

La ceremonia fue breve y más bien informal, pero quedaría grabada en el corazón de los amantes por el resto de sus vidas. Cada gesto, cada palabra, cada silencio y mirada que compartieron en ese instante mientras pronunciaban sus votos jamás se olvidaría aunque vivieran cien años . . . y aún cuando la muerte los separase.



Yo Candice White Andley, prometo amarte, Terrence Greum Grandchester, seas pobre o rico, en enfermedad o salud, por el resto de mi vida y hasta que la muerte nos separe – dijo ella mientras las lágrimas cubrían sus mejillas sonrosadas y él tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abrazarla en ese momento. Sin embargo, tuvo las fuerzas para esperar un momento más mientras él pronunciaba sus votos.

Yo, Terrence Greum Grandchester, prometo amarte, Candice White Andley, seas rica o pobre, en enfermedad o salud, por el resto de mi vida y hasta que la muerte nos separe – respondió él sabiendo que aquellas eran las líneas más importantes que diría en toda su vida.

La joven miró a Terri comprendiendo que desde ese momento todos sus proyectos, esperanzas, morada, nombre y su vida completa estarían ligados e invadidos por aquél noble arrogante que alguna vez ella había conocido en Inglaterra. Él, quien se había convertido en su ocaso y aurora, estaba finalmente unido a ella de un modo que ningún otro ser humano podría estarlo. Candy sintió entonces que la gran aventura de su vida había realmente comenzado.



Entonces, en nombre de la Santa Madre Iglesia yo los declaro marido y mujer – dijo el sacerdote y la pareja no le dio tiempo para decir más porque el novio no esperó por su autorización para besar a la novia. Pero el padre Graubner no se quejó.

Besando a su esposa por primera vez, Terrence se sintió liberado de la pesada carga que se cernía sobre sus hombros, la cual había llevado sobre de sí por largos años. Al fin, con la mujer que amaba en sus brazos, había encontrado su verdadero hogar y su alma podía descansar.





Durante tiempos de guerra es común que la gente pobre se vuelva indigente y aquellos que alguna vez fueron ricos desciendan algunos pasos en la escala social, y algunas veces enfrenten diversos problemas económicos que los llevan a la bancarrota. Ese había sido el caso de la Sra. Guibert. Su esposo, un rico hombre de negocios, había muerto 15 años antes de que la guerra estallara y sin él para administrar su riqueza, la fortuna del los Guibert había disminuido dramáticamente después de 1914. Así que la Sra. Guibert, quien era una matrona optimista, había decidido usar su casona como hotel para ganarse los francos que la herencia de su esposo no podía ya proveer.

La casa de los Guibert había sido construida en el siglo XVII y tenía un estilo prerrevolucionario con vigas de roble en el techo y gruesos muros de piedra. La residencia se encontraba en el corazón del Barrio Latino, justo en la calle Monsieur Le Prince, no muy lejos del Jardín de Luxemburgo. El lugar era escrupulosamente limpio, confortable y encantador. Terri lo había escogido por azar el día en que había dejado el hospital. Nunca imaginó que aquel sería el lugar en que él y su esposa pasarían su noche de bodas.

Cuando uno de los huéspedes entró en la casa seguido de una joven rubia, la señora Guibert, quien estaba como de costumbre en la recepción, no hizo ningún comentario. Después de ser hostelera por cerca de cuatro años durante época de guerra, la dama estaba acostumbrada a esas escenas y las tomaba como lo que eran, la cosa más natural del mundo. No obstante, cuando la mujer sintió la peculiar aura que rodeaba a aquella pareja en especial, no pudo evitar un suspiro al tiempo que recordaba los días de su primera juventud en que ella misma había estado locamente enamorada como la joven que entonces subía las escaleras luciendo un primoroso rubor coloreando sus blancas mejillas.



Santa Madre, haz que esta noche sea hermosa para ella – se dijo la mujer al tiempo que se persignaba.

Como el verano

Entre mi boca revienta un beso maduro ya para

Tus labios,

Como una roja fruta amorosa,

Plena de mieles y anhelos sabios.

Entre mis dedos una caricia se enreda ansiosa,

Presta a brotar,

Como capullo núbil de seda maravillosa.

Que mis deseos habrán de hilar.

¡Oh amado! Prueba la ardiente fruta desconocida,

coge en mi mano

la seda ansiosa de mi emoción,

siega en mi cuerpo –campo de vida-

la rubia espiga de la pasión.

Bebe en mi sangre sol de verano . . .

¡Hoy tengo el alma de la estación!



Esperanza Zambrano



El cuarto estaba casi oscuro, solamente la tímida luz de una vela sobre la mesa de noche iluminaba la habitación que súbitamente pareció tan cálida cuando ella entró. Cerré la puerta lentamente y esperé por un segundo antes de volver el rostro.

A la tenue luz de la vela, pude ver cómo ella se soltaba el cabello de la cinta blanca que estaba usando, dejando que una cascada dorada de imposibles rizos cayese sobre su espalda. Yo había soñado tantas veces con este momento pero la visión de la mujer que tenía entonces frente de mi estaba más allá de mi más loco sueño.

…………………

Miré alrededor de la alcoba y todo lo que pude ver parecía simplemente perfecto. El lugar era cálido y acogedor. Había una ventana con paneles corredizos con una linda vista de la calle bulliciosa. En la mañana esa misma ventana permitiría la entrada de los rayos solares a la recámara. A la izquierda había un escritorio de cedro con un ramo de rosas rojas. La cama estaba cubierta de un edredón tejido que era una verdadera obra de arte. Aún así, no pude apreciar mucho estos detalles a la primera vista, tan nerviosa e inquieta estaba. Nunca antes me había sentido con tanto miedo y tan feliz al mismo tiempo como me sentí en aquel momento.

Caminé hacia la ventana dando la espalda hacia él. Yo no ignoraba lo que esencialmente estaba por suceder entre nosotros aquella noche . . . pero más allá de mis conocimientos básicos proporcionados por mis clases en la escuela de enfermería yo era totalmente ingenua en cuanto al amor se refiere ¿Cómo se suponían que una mujer reaccionase en semejante situación? ¿Cómo podría yo enfrentar una intimidad semejante si sus meros besos derretían todo mi cuerpo?

Tratando de encontrar un alivio para mi mente confundida solté el moño que sostenía mi cabello. Un segundo después sentí las manos de él sobre mis hombros haciéndome volver el rostro para mirarle y ya no pude pensar más.

…………………

Cerré las distancia entre nosotros y alcancé sus hombros con mis manos. Cuando pude mirarla, noté que ella bajaba los ojos con timidez. Repentinamente se me ocurrió que aquella sería su primera vez y aún cuando esta simple idea me sobrecogía el corazón con un inmenso gozo, también me preocupaba enormemente. No quería asustar a esta joven sirena, a la cual yo había adorado y deseado desde mis años de escuela y que era, por un increíble y afortunado giro del destino, mi recién desposada compañera.

Levanté su mentón con una de mis manos usando la otra para abrazar su diminuta cintura. Le di un beso ligero como una mariposa y resistí con todas mis fuerzas para no continuar y finalmente liberar todas mis urgencias íntimas.



Pequeña pecosa – le dije suavemente – esta puede ser una experiencia única y maravillosa para ambos. No tengas miedo, yo voy a cuidar de ti. Descubramos juntos el secreto éxtasis que el amor tiene reservado para unos cuantos seres afortunados como tú y yo – susurré a su oído.

Ella levantó esos ojos acuosos ojos verdes suyos, pequeñas lagunas llenas de luz y temblorosas sombras, para mirar a los mío.

…………………

Cuando escuché sus palabras en mi oído sentí cómo mis miedos se desvanecían lentamente con el sonido de su voz que nunca había sido tan tierna como en aquel momento. De pronto supe que podía estar segura en su abrazo. Con nueva confianza miré en sus ojos azules y comprendí que él también estaba nervioso.



Estaré bien, Terri – logré decir con mi tono más suave, tratando de hacerlo sentirse mejor y después me sorprendí a mi misma añadiendo – Yo deseo estar contigo tanto como tú deseas estar conmigo.

…………………

Sus dulces palabras casi hicieron explotar mi sangre, pero tenía que mantener el control sobre mis inclinaciones naturales que me exigían tomarla justo ahí y en ese mismo momento. Sabía que tenía que ser paciente y tierno. Sólo la abracé muy ligeramente mientras ella descansaba su cabeza en mi pecho. Podía escuchar su delicada respiración invadiendo mis sentidos con una mezcla de rosas y fresas silvestres.

Mi mejilla sintió el sedoso toque de su cabello dorado y desee más que nunca antes acariciar aquel caprichoso cabello ondulado. Poder desear y cumplir ese deseo al mismo tiempo era algo nuevo para mi, así que me embebí en aquel brillante laberinto dorado tan asombrado como la niñita sobre el puente ante la maravillosa melena de Candy.



Te digo un secreto – le murmuré al oído mientras acariciaba sus largos bucles – cuando era un adolescente, a veces pensaba que tú no eras real.

¿Qué era yo entonces? ¿Un duende? – se rió ella en mi pecho.

No . . . un hada con cabellera rubia increíblemente rizada – expliqué y mis palabras la hicieron alzar la cabeza y mirarme directamente a los ojos. No dijo nada pero supe que sus ojos sonreían.

Pero después – continué – comprendí que estaba equivocado.

Y te diste cuenta de que yo era sólo una chica - concluyó ella.

Te equivocas – repliqué posando mi dedo índice sobre su naricita – me di cuenta de que eras un ángel . . mi ángel - dije ahogando mis últimas palabras en sus labios y pude notar que ella se estaba acostumbrando a mis besos porque respondió casi inmediatamente.

…………………

Y una vez más me volvió a besar . . . ¿Qué número de beso era aquél? No podía ya saberlo. Desde nuestro segundo beso sobre el puente él había buscado mis labios tantas veces que era imposible llevar la cuenta. . .Sin embargo, entendí que con cada nuevo encuentro con su inquietante boca mi cuerpo aprendía más y más de aquel hombre quien inesperadamente yo había tomado como esposo . . Pronto, sus caricias se volvieron más ardientes y pude sentir cómo mi cuerpo reaccionaba naturalmente a sus exigencias. Estaba tan perdida en sus besos en mi cuello que ni siquiera me percaté del momento en que él empezó a desabotonar mi vestido.

…………………

Desde nuestro abrazo sobre el puente Saint Michelle, yo no había tocado su cuello de nuevo, consciente del encantamiento abrumador de aquella caricia y siempre temeroso de perder el control sobre mis impulsos. Pero ahí, en medio de la penumbra de la habitación, estábamos saboreando por primera vez los placeres de la intimidad total ¿Qué podía impedirme compartir con mi esposa toda la pasión que había guardado sólo para ella?

Entonces mis manos alcanzaron los botones en su espalda y finalmente concluí que la profesión de costurera era ciertamente la más infame de todas ¿Cómo puede alguien urdir la idea de diseñar un vestido con más de veinte pequeños botoncitos? A pesar de mi fastidio, debo admitir que disfruté profundamente sabiendo que estaba a punto de develar una belleza con la cual yo siempre había soñado.

Una vez que hube terminado con el último de aquellos aborrecibles botones mis manos corrieron sobre su espalda sintiendo el delicado material de su corpiño y la suave piel que estaba expuesta hasta que alcancé su cuello el cual aún mis labios se encontraban disfrutando. Pude sentir el temblor de su cuerpo cuando mis manos retiraron suavemente los hombros del vestido y ella al fin se dio cuenta de que estaba a punto de quitarle la ropa.

…………………

Sentí cómo sus labios dejaron mi garganta y sus ojos se levantaban para mirar en los mío. Me creí hipnotizada por sus profundidades azul- verdoso a un punto en que mis defensas regulares se hallaban a su nivel más bajo. Estaba consciente de que él siempre había tenido ese poder sobre mi, pero esa noche él estaba usando sus armas de seducción con todas sus fuerzas. Pasó sus manos por mis hombros y noté que estaba ya desvistiéndome. Era como si estuviera acariciándome al mismo tiempo que hacía que el vestido cayera a mis pies.

Aunque no estaba realmente desnuda frente a él, me sentí tan preocupada por mi apariencia en ese instante que cada parte de mi cuerpo me pareció incómodamente imperfecta a mis ojos. No obstante, las primeras sensaciones de bochorno desparecieron tan pronto como él dulcemente me forzó a mirarlo directamente. Fue entonces cuando pude leer en sus ojos que él no estaba decepcionado. Pero el largo viaje más allá de los límites del pudor apenas comenzaba. Él me guiaba y yo supe que lo seguiría a dondequiera que él me llevase.

Con gran incredulidad vi como él tomaba mis manos y se las llevaba hacia su pecho.



Por favor, hazlo por mí – Me suplicó. Supe entonces que él quería que yo desabrochara su camisa y cuando vio mi expresión de perplejidad me animó con una de sus sonrisas traviesas que suelen volverme loca – No será la primera vez que lo hagas, mi dulce enfermera.- bromeó

Pero esta vez es diferente – argumenté débilmente

Ciertamente . . . pero imagínate que no es así.

…………………



La observé mientras ella desabotonaba seriamente mi camisa, disfrutando con todas mis fuerzas una de las experiencias más eróticas que he tenido. Pronto me encontraba desnudo de la cintura para arriba guiando sus manos para que acariciara mi cuerpo. Percibiendo sus tímidos avances sobre mi pecho pude comprender cuán profesional ella había sido durante el tiempo que había cuidado de mi en el hospital. Sentí que ella también me deseaba, pero era tan deliciosamente tímida que no podía evitar su siempre presente rubor. Curiosamente, su timidez solamente contribuía a seducirme más.

No te imaginas lo que provocas en mí, Candy – gemí roncamente – me has embrujado, mujer ¿Qué clase de encantamiento me has lanzado?

Solamente te he amado, Terri – respondió ella dulcemente, mientras sus dedos se movían a lo largo de mi torso y hombros haciéndome estremecer bajo su toque. – con todo mi corazón. Cada día de todos estos años nunca he dejado de pensar en ti . . .soñar contigo.



A este punto no pude ya contenerme más y la tomé en mis brazos estrujando cada una de sus tentadoras curvas contra mi cuerpo y clamando la humedad de su boca con mis recién ganados derechos de esposo.

Caímos al lecho y rodamos libremente hasta que yo me encontraba sobre ella, mi peso oprimiendo su cuerpo. Mis manos se sintieron libres de las ataduras que las habían mantenido quietas antes, empezando a explorar las finas líneas de su hermosa geografía, memorizando y registrando en mis sentidos lo que mis ojos ya habían aprendido de memoria desde la primera vez que se habían posado en ella. Yo había deseado a Candy desde la primera noche en la que la vi en la niebla. Aquella primera noche después de nuestro breve encuentro me fui a la cama pensando en aquella delicada flor silvestre con quien me había tropezado. Nunca antes una chica me había parecido tan segura y osada como aquella pequeña rubia con ojos que mataban con sus destellos verdes. Recordé cómo el suave material de su vestido flotaba sobre las delicadas curvas de su cuerpo adolescente. Mi mente atrevida no pudo evitar pensar intensamente en las delicias que el vestido cubría. Aquella noche me quedé dormido imaginando que develaba la gloria de su desnudez, reclamando para mi el derecho de poseer sus favores.

Pero ahora, la misma belleza, con un cuerpo más maduro y glorificado como correspondía a una mujer adulta, estaba atrapada en mis brazos, su respiración se hacían cada vez más agitada, sus brazos acariciaban apasionadamente mis flancos y espalda mientras que su boca se abría y se entregaba a mi exploración más audaz. Giré con ella suavemente para poder descansar sobre mi flanco izquierdo. Mis labios dejaron los de ella con cierta reticencia, sólo para asaltar con igual pasión su quijada y garganta. Quería devorara aquel cremoso y largo cuello.

…………………

¿Qué pasa cuando Terri me tiene en sus brazos? Todavía no lo sé, a pesar de los años . . . Solamente atino a saber que él se convierte en el amo del juego sensual con su toque seductor e inconscientemente yo le sigo de buen grado.

Cuando llegamos a la cama sentí que nos movíamos hacia un mundo que yo nunca había imaginado. Desde ese momento todo fue descubrimiento. Nada que yo hubiese leído o visto pudo haber preparado mi mente para ese encuentro de piel y almas. Él navegó sobre mi cuello y garganta hasta que alcanzó mis hombros y sentí como deslizaba los tirantes de encaje de mi corpiño. No pasó mucho tiempo antes de que él estuviera dejando un rastro húmedo sobre mis hombros y brazos desnudos haciendo temblar todo mi cuerpo. Al mismo tiempo, pude sentir cómo sus manos recorrían mi cuerpo tocando con ávidos dedos y palmas, lugares que yo había creído intocables, moldeando bajo la crinolina mis piernas y muslos como el alfarero moldea el barro.

Repentinamente él detuvo su abrazo apasionado al tiempo que sus manos subían. Levantó su torso y otra vez sus espadas azules penetraron mi espíritu con su mirada intensa. Lentamente, desató los listones que sostenían el corpiño y entonces recordé que aquella era la última pieza de ropa que yo tenía para cubrir la desnudez de mi pecho.

…………………

Entonces mi boca llegó a la frontera de aquellas colinas blancas que el escote de su corpiño dejaba parcialmente al descubierto. En ese momento me di cuenta de que ella no estaba usando un corsé como la mayoría de las mujeres en ese tiempo. Sonreí interiormente ante este descubrimiento. Mi niña pecosa era una amotinadora aún en esos pequeños detalles, siempre yendo en contra de los códigos sociales con audacia temeraria. Y para mí, ese pequeño despliegue de insurrección femenina significaba que la belleza de sus turgentes senos que yo había admirado en secreto durante los meses en el hospital, siempre velada por su uniforme de enfermera, no era el resultado de un corsé ajustado sino su atributo natural.

Mi mano no pudo resistirse a satisfacer el febril deseo guardado por mucho tiempo, de tomar el tentador pecho de la mujer que amaba. El momento en que lo hice fue como si la gloria hubiese abierto sus puertas y me dejara ver los rayos dorados de la tierra celestial. Sus senos eran suaves y firmes a la vez; se ajustaban a mis manos perfectamente como si hubiesen sido hechos el uno para el otro.

No tomó mucho tiempo para que mis manos deshicieran los lazos de su corpiño. Por un momento detuve mi asalto sobre su cuerpo para contemplar solemnemente la gloriosa vista de mis manos desvistiéndola, mientras la excepcional vista de su torso desnudo se revelaba ante mi por la vez primera. Pude notar un ligero rasgo de nerviosismo en su rostro y una vez más me sentí temeroso frente a esa virgen que me había sido otorgada sin merecerla. La miré a los ojos y sostuve su delicado rostro en mis manos.



Eres la más hermosa criatura que jamás he visto, amor – le dijo con voz temblorosa – no te avergüences de tu belleza. Por favor, déjame compartir contigo los ocultos encantos del amor físico. Prometo que será placentero para ambos.

…………………

Algunas personas dicen que soy bonita, pero yo siempre he dudado de su juicio. No obstante, en aquel momento Terri me hizo sentir tan hermosa y deseada como una Diosa Griega y repentinamente ya no me sentí apenada. Ni siquiera cuando empezó a cubrir mis rincones más sensitivos con sus besos, bebiendo mi alma desde mi pecho, o cuando sus manos terminaron el ritual liberándonos a los dos del resto de nuestras ropas.

No era la primera vez que yo lo veía desnudo, pero las circunstancias habían sido muy diferentes antes. Aquella ocasión en el quirófano yo solamente podía pensar en salvar su vida, pero en el cuarto de hotel, en medio de la penumbra, a penas iluminado por la luz de la vela, él era una visión para dejar sin aliento. Y yo estaba ahí, contemplando su masculina belleza, admirando por primera vez la gloriosa vista de nuestras diferencias, mientras él me miraba como si yo fuese la última mujer sobre la tierra.

Alcancé su rostro con mis manos y despejé su querida frente de un mechón rebelde de cabellos castaños. No sé lo que hice en ese momento, pero debí haber transmitido mis pensamientos a su corazón en un suspiro porque él me sonrió y su cara se iluminó con una llamarada que nunca había visto en él. Lancé mis brazos alrededor de su cuello y formalmente comenzamos nuestra mutua exploración el uno en el cuerpo del otro, en una aventura común que nunca nos habíamos atrevido a imaginar en toda su extensión.

Nos confesamos una y otra vez nuestro amor mutuo, a través de nuestras más conmovidas palabras, con nuestros labios, con cada nueva caricia que aprendíamos, en cada latido que violentamente se aceleraba, con nuestros incomprensibles murmullos, a través de nuestras miradas y en cada pensamiento que adivinábamos en el otro. Era una especie de embeleso mágico, donde no había fronteras entre su cuerpo y mi cuerpo. El modo en que sus manos moldeaban mis curvas, y las mías sus músculos era solamente la lógica consecuencia de nuestra unión espiritual previa.

…………………

Miré a mi esposa con deleite y me pregunté en qué momento mi ángel se había convertido en la seductora Afrodita que estaba entonces compartiendo mi lecho por primera vez. Era más hermosa que en mis sueños más ambiciosos y yo me sentía al mismo tiempo furiosamente atraído hacia ella y atemorizado ante su imposible belleza ¿Desaparecería si la tocaba de nuevo? Dudé, pero su dulce caricia en mi frente me dijo que, sin importar lo increíble de mi suerte, yo estaba ciertamente viviendo algo real. Mi corazón explotaba de gozo, así que no tuve otra alternativa que liberar el fuego que se incrementaba en mi a través de las caricias, las cuales son el único medio que Dios ha creado para expresar aquellas cosas que van más allá de las palabras humanas.

Recorrí cada accidente de su bella geografía que se me ofrecía como un regalo generoso. Mis manos y labios midieron y probaron cada fragmento de aquel universo lácteo mientras mi pulso alcanzaba un ritmo que nunca pensé que podría sufrir y sobrevivir para contarlo. Lo que sea que yo había conocido como placer antes de esa noche se había vuelto pobre y ridículo en frente de aquella bendición hecha de deliciosas curvas y pulsantes valles. No pasó mucho tiempo antes de que todo alrededor mío se volviese dulces gemidos femeninos en mi oído, pétalos de rosa bajo las yemas de mis dedos, vasto horizonte de piel sedosa, una fuente de aromas perfumados que despertaban mis urgencias más íntimas mientras mis manos acariciaban la joya entre sus piernas.

…………………

Lo que yo había deseado de su cuerpo no era nada comparado con lo que se me regalaba aquella primera noche. Aun cuando yo había pensado que me derretiría en su abrazo, terminé por darme cuenta de que estaba sobreponiéndome al primer choque y mi corazón comenzaba a pedirme acariciarlo más y más atrevidamente cada vez. Con dedos temblorosos, muy novatos todavía pero llenos de amor, hice honor a cada parcela de su cuerpo firme mientras me maravillaba ante el suave contacto de su piel.

Nadie jamás me había dicho cómo una esposa debía complacer a su marido y, por otro lado, yo ignoraba la larga lista de prohibiciones que nuestra sociedad había creado para limitar la experiencia sensual en la mujer. Entonces, simplemente obedecí al único consejo sensato que una amiga me había dado: seguir mi corazón. Y de ese modo hice indiscriminadamente lo que el corazón me dictaba, descubriendo en cada nueva caricia aquellos rincones que encendía el fuego dentro de él.

Y sus avances, por su parte, más audaces a cada segundo, me estaban conduciendo a un precipicio de placer y pude sentir como un calor desconocido subía por el interior de mi vientre invadiendo todo mi cuerpo y haciéndome rebosar con la urgente necesidad de tenerlo aún más cerca. Más allá de un abrazo, lo más cerca que un hombre puede estar de una mujer.

No tuve que decirle lo que quería. Una vez más él leyó mi mente.

…………………

Esta mujer que yo había conocido cuando éramos aún adolescentes. Esta mujer que yo había amado locamente desde siempre. Esta mujer que yo había perdido por mi estupidez en el pasado y que acababa de recobrar por gracia divina, la cual yo estaba seguro no merecer, estaba a punto de ser mía y sólo mía, porque yo estaba determinado no solamente a ser su primer amante, sino el único.

Miré con tierno fuego a sus ojos esmeralda y ella retornó la mirada con igual amor. Sabía bien que yo estaba a punto de tomarla y en medio de la pasión que su hermoso rostro revelaba había una extraña mezcla de solemnidad y gozo.



Sé mía – le susurré al oído bebiendo otra vez del embriagante perfume de sus cabellos – sé mi mujer, mi esposa. Sé uno conmigo.

No temas, tómame ahora – replicó ella y suavemente me introduje en ella descubriendo gozosamente que su cuerpo no luchaba demasiado para recibirme



Ella jadeó al primer toque, creo que fue por el dolor de su primera vez, lo cual me asustó de muerte. Nunca había estado con una virgen y me sentí horriblemente culpable por haber lastimado a mi Candy, quien era mi afecto más preciado.



Perdóname, amor – le supliqué abrazándola tiernamente mientras besaba sus labios una vez más.

No lo sientas. Solamente ámame, Terri – balbuceó ella entre mis besos.



Me quedé inmóvil por un momento eterno, dejándola acostumbrarse al supremo contacto de nuestros cuerpos, pero más tarde sentí que su tensión había desaparecido dejando espacio a una nueva necesidad de mi cuerpo dentro de ella. Sus caderas que se movían suavemente contra mí, me hicieron entender que el primer dolor había sido insignificante para ella y que estaba ansiosa de avanzar en nuestro abrazo íntimo.

…………………

Algo que había faltado por una eternidad simplemente encontró su lugar cuando él me tomó en su entrañable abrazo. Entonces pude entender el significado de ser mujer, la razón última del amor que había sentido por él por tanto tiempo. Lo que había sido un misterio durante mi adolescencia, todos esos miedos y dudas e inseguridades, lo que había sido solamente añoranzas por los años que siguieron a la separación, todo el dolor y el sufrimiento, todo se había desvanecido en un suspiro y yo estaba completa. Él era mío, estaba conmigo, en mi y un torrente de placeres exultantes comenzaban a alcanzar su clímax.

…………………



Entonces fue como si una luz cegadora cubriera mis ojos. Los siguientes momentos fueron cautivadores. Nunca antes había sentido un gozo y una angustia tan intensos al mismo tiempo, como si mi alma estuviera muriendo y volviendo a nacer con cada movimiento de mi cuerpo en ella. Olas de deleite abrumador cubrieron nuestros cuerpos con fuerza creciente mientras un fuego abrasador alcanzaba su calor más álgido en nosotros.

Así que esto era lo que hacer el amor significaba. Era algo más que sexo y yo nunca había experimentado un milagro como ese. Ella estaba ahí entregada a mis íntimas caricias sobre ella, alrededor de ella, dentro de ella. Su rostro transfigurado de pasión llamaba mi nombre en gritos profundos mientras sus brazos y piernas me abrazaban. Sorprendentemente, el hecho de saber que ella estaba disfrutando de nuestro intercambio amoroso era más placentero que mi propio placer.

Ella tensó su cuerpo y en un extraordinario despliegue de energía eléctrica llamó mi nombre y yo sentí que una desconocida corriente corría por mi espina dorsal al mismo tiempo. Era como si en un instante mágico nuestros cuerpos hubiesen sido llevados por el torrente de un sueño líquido arrastrándonos hasta que alcanzamos los placenteros prados de una tierra lejana, atrapados en una burbuja de apacible cansancio.

Me derrumbé sobre ella gimiendo roncamente y enterrando mi rostro en el hueco de su cuello. Ella liberó mi cuerpo del firme abrazo de sus piernas y ambos languidecimos aún unidos. Fue entonces cuando sentí una angustia inexplicable que corría por mi pecho, como un nudo dentro de mi corazón que se movía hacia mi garganta buscando una salida. El nudo alcanzó mis pulmones y cuerdas vocales con una fuerza propulsora y no se liberó hasta que rompí en llanto con sonoros sollozos.

Abracé a mi pequeño tesoro con renovadas fuerzas, temeroso de que ella se desvaneciese como un sueño. Me recuerdo a mi mismo llorando fuertemente y sin pena.



¡Candy, Candy, Candy!- repetí una y otra vez entre el llanto, sintiendo que mis sollozos no tendrían fin y apretando su cuerpo, al tiempo que ella respondía a mi explosión con una voz tranquilizadora y caricias tiernas.- Pensé que te había perdido para siempre – le confesé entre lágrimas – Vagué por la vida tan solitario y perturbado sin ti . . . Todo está tan oscuro sin ti.

Ella sonrió dulcemente como ella nada más sabe hacerlo, con esa sonrisa especial que sólo usa conmigo y con nadie más en la Tierra.



Yo también he estado muy sola sin ti, Terri. Está todo tan frío sin ti – murmuró ella – pero ahora nada nos separará otra vez. Soy tu esposa.

Sus palabras y cuidados cariñosos calmaron mi súbita angustia y en su lugar una dulce paz invadió mi corazón. Caí en el más profundo y callado de los sueños como yo jamás había disfrutado, un sentimiento de plenitud llenó mi corazón. Después de una eternidad de añoranza, mi alma había alcanzado su mitad perdida.

…………………

Un segundo después que él había alcanzado el cielo yo me le uní y después de eso todo fue una suave caída, como plumas flotando en el aire hasta posarse sobre las calladas aguas de una laguna cantarina. Él lloró en mis brazos y yo también lloré con él. Tantas veces me había dicho a mí misma que nuestro amor estaba muerto, que no había esperanzas de verlo otra vez a pesar de que ambos estábamos vivos . . . Y ahí nos encontrábamos, haciendo chocar nuestros dos universos en un sólo milagro. Después de eso, todo fue paz y realización.

Yo había abandonado la condición de doncella para alcanzar un estado superior. Era una mujer . . . su mujer.



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El dulce sonido de una antigua melodía invadió los sueños de Candy. Ella reconoció las notas y su corazón se fue llenando de un delicioso jarabe. En el pasado el simple recuerdo de esa canción la hubiese hecho llorar, pero después de haber probado la más deliciosa ambrosía del amor los recuerdos tristes parecían haberse enterrado en una tumba lejana donde ya no podían lastimarla.

Abrió sus ojos de malaquita y pudo distinguir una silueta masculina sentada a su lado. Su alma saltó de gozo cuando ella finalmente percibió que él estaba tocando la vieja armónica que una vez ella le diera. La había guardado todo ese tiempo, con el mismo cuidado con el cual él había preservado su amor por ella.



Hola – dijo él en medio de la oscuridad cuando se dio cuenta de que ella se había despertado.

Hola – contestó ella con una sonrisa que no había usado nunca antes en toda su vida.

Es como si estuviésemos en una burbuja mágica y no hubiesen más preocupaciones más allá de este amor ¿No lo crees? – preguntó él jugando con uno de los rizos de ella, los cuales cubrían la almohada en seductor desorden.

¿Acaso he estado alguna vez en otro lugar que no sean tus brazos? No me acuerdo de ello – dijo ella ladeando el cuerpo y extendiendo los brazos para abrazarlo. Él recibió a su esposa rodeándola con sus caricias en su cabello caprichosamente rizado y sobre la piel desnuda de su espalda, caderas y muslos, mientras ella enterraba la cara en el pecho del joven.

Sin embargo, debemos siempre recordar que afuera de esta habitación, hay un mundo que parece estar en contra de nosotros – murmuró él al oído de la joven – Energías extrañas, más allá de cualquier voluntad humana que nos separaron una y otra vez. Pero también hubo fuerzas que nos arrastraron hasta acercarnos, el poder de este amor nuestro, que ha probado ser más fuerte que el tiempo y el destino.

El tipo de amor que dura para siempre, querido mío – dijo ella levantando el rostro al tiempo que sus labios buscaron de nuevo el camino hacia la boca del joven. Los labios de él alcanzaron los suyos a la mitad el camino mientras el beso se hacía más profundo el silencio reinó en el cuarto a media luz.

Cuando te perdí – trató él de comenzar una explicación entre la lluvia de besos – yo...

¡Sshh! – dijo ella besándolo de nuevo – no hables de eso . . . no hay necesidad de ello – y ella silenció las palabras del joven con el voluptuoso encanto de sus caricias – Hazme el amor de nuevo – fue la última cosa que ella dijo en un tono que era una mezcla de ruego y mandato. Terri no necesitaba más instigación que esa.





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En el filo del gozo

Tu sabor se anticipa entre las uvas

Que lentamente ceden a la lengua

Comunicando azúcares íntimos y selectos.

Tu presencia es el júbilo

Cuando partes, arrasas jardines y transformas

La feliz somnolencia de la tórtola

En una fiera expectación de galgos

Y, amor, cuando regresas

El ánimo turbado te presiente

Como los ciervos jóvenes la vecindad del agua

Rosario Castellanos





Ella se desplomó sobre él totalmente exhausta, descansando su cabeza dorada sobre el pecho del joven. Las mejillas de la muchacha disfrutaron el suave contacto con la piel de él sobre los bien definidos músculos de su pecho, mientras la mano derecha de la muchacha trazaba la línea de la cicatriz a lo largo de una de sus costillas, en su lado izquierdo. La respiración de él empezó a normalizarse poco a poco, pero todavía estaba demasiado abrumado por el reciente éxtasis. El joven simplemente se quedó inmóvil disfrutando la sensación del peso de Candy sobre de él, la gloriosa presión del pecho de ella sobre su pecho, el largo de las piernas de ella enredadas con las suyas, sus manos haciendo maravillas sobre su torso y el íntimo contacto de sus cuerpos.



Antes de todo esto – dijo él finalmente con voz enronquecida – quería decirte algo, pero no me dejaste.

No hay una buena razón para hablar del pasado, amor – murmuró ella.

Yo creo que la hay – insistió él

No la veo – dijo ella con un suspiro, comenzando a sentirse adormilada.

Hay algunas cosas que me pasaron y que quiero compartir contigo ¿No estás interesada en saberlas? – preguntó él.

Estoy interesada en todo lo relacionado contigo, pero no si hablar de ello va a lastimarte – apuntó ella dulcemente.

Me sentiré mejor diciéndolo . . .además, no quiero que te enteres de esas cosas por chismes. Prefiero decírtelas yo. También hay cosas buenas en mi historia que me encantaría compartir contigo – añadió.

Siendo que es tan importante, adelante. Te escucho – dijo ella dándose por vencida mientras descansaba su cabeza sobre el pecho de él con un suspiro de resignación.

Él levantó sus brazos para abrazar el cuerpo de la joven bajo las sábanas y acariciando su espalda suavemente empezó su historia:



Candy, hay una parte de mi vida de la cual no me siento orgulloso. Cuando rompimos, primero pensé que yo podría superar la pérdida. Solamente me engañé, pero pronto me di cuenta de que yo no era tan fuerte como creía. Cada vez que estaba con Susana, solamente podía pensar en ti y el recuerdo de nuestro amor eran tan torturante que empecé a beber mucho.

Antes de que me diera cuenta me había vuelto alcohólico y abandoné mi trabajo, dejando Nueva York y a Susana detrás de mi. Candy, me dije entonces que la vida no valía la pena sin ti y en mi vergonzoso extravío traté de huir de mis problemas en lugar de enfrentarlos .Como había perdido mi trabajo, comencé a trabajar para un show ambulante de la peor clase. Te hubieses avergonzado de mi si me hubieras visto entonces . . .

Candy levantó la cabeza del pecho de su esposo donde descansaba para mirarlo directamente a los ojos. Se preguntó internamente si debía dejarlo continuar en su penosa confesión o revelarle que ya conocía la historia. . . Pero ella misma se detuvo pensando que podría ser aún más difícil para él descubrir que ella lo había visto en esa triste época de su vida.

La joven le lanzó una mirada tan enternecedora que de algún modo él se sintió confortado y decidió continuar con su historia.



Un día ese grupo teatral viajó a Chicago, querida mía, y tal vez el hecho de que yo sabía que tú vivías ahí, junto con las toneladas de whisky que yo solía consumir en esos días, me hicieron tener una visión de ti cierta noche.

¿Qué? – preguntó Candy sin poder creer lo que acababa de escuchar.

Una noche durante mi presentación – explicó Terri mirando a los ojos confundidos de su esposa – vi tu rostro en medio del público. Era sólo mi imaginación pero . . .

¡Me viste! – exclamó ella pasmada mientras levantaba su torso usando los brazos para sostener su peso - ¡No puedo creer que realmente me viste, como dijo tu madre! – dijo la joven sin poder reprimir su asombro.

Entonces llegó el turno de Terri para sorprenderse. Las palabras de Candy le revelaban repentinamente la abrumadora verdad que él estaba renuente a creer.



¿Qué quieres decir con eso?¿Y qué tiene que ver mi madre en todo esto? – preguntó él sumamente confundido – No me vas a decir ahora que tú estabas realmente ahí . . .¿O si?

¡Ay, Terri, realmente me viste! – dijo ella conmovida, lanzando sus brazos alrededor del cuello del joven -¡Sí, Terri, yo estaba ahí, pero nunca pensé que me pudieras haber distinguido en la oscuridad del lugar, amado mío, y debes saber que nunca he estado avergonzada de ti. Ciertamente me sentí triste de verte en esas condiciones, y un poco enojada de que estuvieras desperdiciando tus preciosos talentos, pero muy dentro de mi yo supe que terminarías por conquistar tus demonios, como realmente lo hiciste.

Candy le contó a Terri su versión de la historia y también le explicó su encuentro con Eleanor Baker. Por su parte, el joven habló del efecto que la aparición de Candy había tenido en él y las decisiones que tomó después de aquel momento. La pareja apenas podía creer cómo las piezas del rompecabezas encajaban tan perfectamente formando todas juntas el conmovedor cuadro del poema de amor que ambos compartían.

Continuaron hablando acerca del incidente y pronto la conversación cubrió otros momentos en el pasado cuando habían estado tan cerca de un reencuentro y las cosas habían acabado por impedirles verse. Revisaron los eventos y los sentimientos que habían experimentado en esos momentos y por la vez primera comenzaron a comprender el misterio del lazo invisible que los unía.

Aquella ocasión cuando ella había corrido para verlo en Southampton, pero no había conseguido llegar antes de que el barco zarpase, mientras él había escuchado la voz de ella en la distancia, sin creer en el llamado de su corazón. El invierno siguiente cuando ella había llegado al la Colina de Pony sólo unos minutos después de que él había estado ahí. Los insistentes dolores en sus corazones desde que habían llegado a Francia, la creciente inquietud durante aquella noche nevada en la cual se habían reencontrado, y la angustia de Candy la noche que él había sido herido . . .todo comenzaba a cobrar sentido.



Siempre has estado aquí adentro – dijo ella apuntando a su corazón – puedo sentirte como siento mis propios latidos ¿Ves? Y ahora sé que aún cuando el destino te alejó de mi tantas veces, tu nunca te fuiste, en realidad .Ahora que estás aquí conmigo entiendo que este amor estaba destinado a sobrevivir.

¡Candy! – suspiró él acariciando la mejilla de la joven con el ligero toque de la yema de sus dedos – Este amor siempre ha estado destinado a sobrevivir. Siempre habías estado en mi, en mis sueños, tal vez hasta antes de conocerte y desde entonces siempre has sido tú – y luego él añadió sonriendo con gran alegría – La voz en el barco, la presencia en la Colina de Pony, el rostro en el teatro ambulante, el dolor en mi corazón . . . y ahora, la mujer en mis brazos.

El joven actor abrazó a su querida esposa fuertemente, besando ligeramente el lóbulo de su oreja y susurrándole repetidamente en el oído que ella era su ángel de la guarda. La joven respondió con un ronroneo apagado que encendió de nuevo el fuego dentro de él.



Candy, por favor – rogó él en un murmullo – dime de nuevo que me has amado a pesar del paso de los años y que has soñado conmigo tanto como yo contigo . . . dime que estabas esperando este momento.

La joven respondió con un rastro de besos sobre el pecho y cuello de él, mientras avanzaba en su camino hasta los labios del joven.



He pensado en ti, soñado contigo, y solamente he sido tuya – dijo ella entre los besos – De hecho, debes saber algo – añadió alzando su bello rostro para mirarle a los ojos – Me enojé contigo aquella noche que había salido con Yves por una simple razón. Dijiste que querías borrar de mis labios cada beso francés que había recibido, y yo me sentí muy ofendida porque hasta entonces yo solamente había sido besada una vez . . . por ti – confesó ella – Terri, yo solamente conozco el sabor de tus besos – logró decir antes de que su esposo la condujera de nuevo hacia el inextinguible fuego de la pasión que compartían.



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¿Ya quieres separarte de mí? Aun falta mucho para amanecer:

el canto que ha llegado a tus inquietos oídos es el del ruiseñor,

no el de la alondra; toda la noche está cantando en aquel granado.

Créeme, amor mío, era el ruiseñor.

Es la alondra, que anuncia la mañana, y no el ruiseñor.

Mira, amada mía, esos rayos de luz envidiosa

que atraviesan las nubes se han apagado; y en la cumbre de las montañas

cubiertas de brumas, se alza de puntillas la alegre mañana.

He de marcharme y vivir o quedarme y morir.

William Shakespeare

Ella abrió de nuevo sus ojos sintiendo cómo la tímida luz solar comenzaba a acariciar su rostro. La aurora estaba levantándose en el horizonte y Candy se despertó del sueño que había vivido en brazos de Terri. Lentamente se desenredó de su abrazo y sintiendo una furtiva ráfaga que presagiaba la llegada del otoño, se levantó para cerrar la ventana. Calladamente se pudo la combinación y con los pies desnudos se acercó a la ventana. Afuera, una pequeña alondra estaba cantando en la cornisa.

Candy llenó sus sentidos de la fragancia de aquel nuevo día y claramente sintió la muda explosión en su corazón. Aquella mañana dichosa ella se había despertado siendo la Sra. de Terrence Grandchester y la absoluta verdad de la noche apasionada que habían pasado juntos iluminaba su alma desde el altar de su nuevo cuerpo. Sin embargo, la canción matinal de la alondra era también señal de la separación que ella había temido por mucho tiempo, mismo evento dramático que estaba solamente a unas cuantas horas de hacerse realidad.



¡Candy! – la llamó una adormilada voz masculina desde el lecho y ella inmediatamente respondió al llamado de Terri.

Sigue durmiendo, aún no es hora – dijo aproximándose a la cama y tomando una vez más su lugar en los brazos de él.

¿Dirás que es el ruiseñor lo que estoy escuchando, mi dulce Julieta? – musitó él con una carcajada sofocada.

Ojalá pudiera decir eso – respondió ella comenzando a experimentar la terrible lucha entre su deseo de ser fuerte y su inminente tristeza.

Venga la Muerte y será bienvenida, pues así lo quiere Julieta . . .¿Qué dices mi alma? Hablemos que aún no es de día. – recitó él mientras retorcía en su dedo índice uno de los rizos dorados de la joven.

¡No digas esas cosas, Terri! – le regañó ella con una risita melancólica – Esta no es una obra de teatro.

Lo sé, porque nunca me he sentido tan feliz después de una de mis actuaciones. Este es un gozo de una naturaleza superior – explicó él.

Sé a lo que te refieres – asintió ella – pero ahora trata de dormir por lo menos otra hora.

Tengo una idea mejor – replicó con una de sus miradas traviesas en sus ojos azules -¡Tomemos un baño juntos!

¿Qué?

El joven no contestó y sin mayor protocolo se puso de pie estirándose a todo su largo.



¡Terri! – gritó ella arrojándole una almohada mientras un furioso rubor le cubría las mejillas.

El joven interceptó el proyectil y después de un segundo de deliberación interna para encontrar la razón de aquel ataque, comprendió que la joven se había escandalizado ante su propuesta tan liberal y ante la vista de su desnudez a la luz de la mañana. El encontró esa reacción sumamente graciosa y el lado de él que siempre estaba listo para gastar una buena broma se despertó de nuevo, poniéndolo de muy buen humor.



¿Por qué se sentiría intimidada mi esposa? – preguntó aproximándose a la cama con movimientos felinos. El joven tomó el rostro de Candy en sus manos, sonriendo maliciosamente – Dime, Candy ¿No fuiste tú la mujer con la cual compartí mis más íntimos secretos anoche? ¿Vas a ponerte tímida conmigo de nuevo?

¡No me estoy poniendo tímida! – replicó ella levantando su nariz orgullosamente.

Entonces toma un baño conmigo – la retó él – Demuéstrame que eres la misma chica atrevida que siempre he conocido.

Bueno . . . yo – dudó ella – no creo estar de humor para un baño ahora . . .

¡Excusas! – respondió él – pero no las aceptaré.

Y con esta última afirmación categórica el joven tomó a su esposa en los brazos mientras ella gritaba pidiéndole que la bajara, pero como ella mezclaba sus exigencias con abiertas carcajadas el joven no puso mucha atención a las demandas de la muchacha.

Dentro del cuarto de baño Candy trató de resistir por un rato, pero él ganó fácilmente la contienda porque su oponente no quería realmente rechazar la invitación. Sólo le tomó unos cuantos cosquilleos y besos para hacerla recuperar la confianza y asumir que la desnudez no está solamente reservada para los juegos en el lecho. Pronto la combinación de seda estaba en el piso y ellos estaban en la bañera jugando y salpicándose como dos niños pequeños.



¿Eras siempre tan malcriada cuando la Señorita Pony te bañaba? – preguntó él riendo.

Haré como que no escuché eso – replicó ella haciendo un puchero.

Supongo que eras una de esas niñitas tercas que odian el agua y el jabón. Por eso es que tienes tantas pecas. Es un castigo por tu mala conducta.

¡Ahh! ¡Puedes ser verdaderamente insoportable cuando quieres! ¿Sabías eso? – dijo la rubia soplándole espuma a la cara.

¡Oye! ¡Eso fue muy grosero de tu parte! Creo que tendré que hacer lo que esas dos buenas mujeres que te educaron debieron haber hecho- dijo él fingiendo seriedad.

¿Qué?

Darte una buena tunda – dijo él y ella se retiró defensivamente, tratando de dejar la tina antes de que él pudiera hacer algún movimiento. No obstante, el joven se movió más rápidamente y la asió por el brazo, jalándola hasta que ella estaba de nuevo en sus brazos.

Comienza a contar mientras te golpeo – dijo él comenzando a besar los hombros y espalda de la joven, pero ella no pudo llevar la cuenta.





Continuaron jugando y acariciándose tanto como pudieron, pero como el tiempo no se detiene para nadie, sea hombre o mujer, y a pesar de su reticencia, la joven pareja finalmente dejó el baño. Usando el lenguaje silencioso que habían desarrollado, los dos se alistaron para dejar el hotel. Ella ofreció al joven su ayuda para cortarle el cabello usando una navaja que él tenía consigo, a fin de que volviera a lucir el corte militar cuando llegara a Verdun.

Él se sentó frente al espejo mientras ella realizaba la tarea con manos rápidas. Al tiempo que las sedosas hebras castañas caían al suelo, el joven no quitaba los ojos de las estrellas color esmeralda que se reflejaban en el espejo. Por la primera vez en la mañana él comenzó a pensar seriamente en la inminente separación, sintiéndose terriblemente frustrado por no poder disponer de más tiempo para compartir con la persona que amaba más. Aún así, se prometió a sí mismo ser fuerte de modo que las cosas fueran más fáciles para ella.

Después de que ella hubo terminado, Terri se miró con cierto fastidio y la muchacha se rió suavemente de la resistencia del joven a usar el cabello tan corto. Mentras él se afeitaba en el baño, ella recogió los cabellos castaños del piso y tomando un mechón lo ató con uno de los listones que retiró de su crinolina.

Candy suspiró profundamente, sintiéndose un poco extraña y excitada con la nueva sensación que le causaba jugar el papel de esposa que ella siempre había soñado, aunque fuese sólo por un breve instante. Luego se aproximó al escritorio y tomando una de las rosas rojas del florero de cristal, aspiró el perfume de la flor pensando en el futuro que le esperaba tan pronto como la guerra terminase y ella y su esposo pudieran regresar a casa.

Unos minutos después partieron hacia la estación del tren.





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Terrence miró a su esposa, aún sin poder creer del todo lo que había vivido durante las horas precedentes. Siempre que su mente volvía a representar los hechos se sentía triunfante y completo. Tal como lo había decidido previamente, estaba haciendo su mejor esfuerzo para mantener una actitud optimista. Sin embargo, no pudo evitar la estocada en el pecho cuando escucharon al empleado de la estación llamar a los pasajeros que partían para Verdun en el tren de las nueve de la mañana.



Te escribiré todos los días, aún si las cartas no pueden ser enviadas con tanta frecuencia – murmuró él abrazándola con fuerza – Prométeme que te vas a cuidar, ángel.

Lo haré . . . Tú por favor cuídate mejor esta vez – suplicó ella con el rostro escondido en el pecho de él.

No te preocupes, mi amor, estaré bien – replicó él y diciendo estas últimas palabras buscó los ojos de ella – Escucha Candy , y escúchame bien . . . Cuando la guerra termine habrá mucha confusión y desorden. No me esperes. Toma el primer barco hacia América con las demás personas de tu equipo médico y espérame en Nueva York. Tienes mi dirección y la de mi madre. Cuando yo llegue te buscaré y te prometo que pasaré el resto de mi vida haciéndote feliz.

Ya me estás haciendo feliz – corrigió ella.

El empleado de la estación volvió a urgir a los pasajeros a subir al tren.



Terri, - musitó Candy mientras se llevaba las manos al cuello – Conserva esto . . . – dijo ella poniendo al cuello del joven su crucifijo dorado – Esto ha estado conmigo desde que dejé el Hogar de Pony por primera vez cuando tenía 12 años. Te protegerá y como siempre ha vuelto a mi . . . seguramente te traerá de vuelta a mis brazos muy pronto – murmuró con voz enronquecida, luchando desesperadamente por contener las lágrimas.

Entonces, por favor tú cuida esto por mi – dijo él dándole su anillo de esmeralda- esa noche amarga en Nueva York cuando te fuiste sin dejarme verte a los ojos una vez más, me sentí tan perdido que por meses tuve pesadillas al respecto – explicó el hombre con una voz suave que conmovió a Candy hasta la médula.

Mi amor – susurró ella y lo hubiese abrazado más fuertemente si él no la hubiera forzado a continuar mirándolo mientras terminaba su explicación.

Después de aquella vez que me viste en el teatro ambulante, yo estaba ya de regreso en Nueva York, buscando un regalo para el cumpleaños de mi madre cuando vi este anillo – continuó él – Al momento en que lo descubrí me di cuenta de que tenía exactamente el mismo color de tus ojos. No dudé un instante e impulsivamente lo compré para tener un recuerdo de los ojos de la mujer que había sido mi luz . . . esos ojos que no pude ver por última vez. Pero ahora, después de las cosas que han pasado, no creo necesitarlo más porque tengo la preciosa memoria de tus ojos confiándome tu amor por este hombre que aún no se siente merecedor de esta alegría. Quiero que conserves el anillo mientras yo estoy lejos y cuando nos veamos de nuevo, te regresaré tu crucifijo y tú me darás mi anillo . Además, puedo perderlo en el Frente uno de estos días. Estará más seguro en tus manos.

La joven tomó el anillo y lo guardó en su bolso junto con el mechón castaño. Un segundo después ella levantó sus ojos y lo contempló, aún profundamente conmovida por la historia que él le acababa de contar.



¡Te amo tanto que creo que voy a explotar – le dijo ella y después de eso ambos se besaban como si no lo hubieran hecho en siglos.

¡Terri! – exclamó ella abrazándolo tan apretadamente que él pensó que ya no podría volver a respirar. La joven rodeó el cuello de él con sus brazos y con los ojos cerrados elevó una oración secreta.



El tren empezó a moverse y el joven, apartándose del abrazo de la chica, saltó en él.



Recuerda – dijo él – Ahora somos uno. Soy tuyo . . . tú eres mi esposa. Nunca lo olvides. Siempre seremos uno.

La joven agitó su mano asintiendo a cada una de las palabras del joven mientras el tren se alejaba acelerando más y más. En unos cuantos segundos, era sólo un punto en el horizonte y la muchacha sobre el andén finalmente lloró con sus sollozos más tristes.



Has sido muy valiente, ahora puedes llorar todo lo que necesites, hija mía – dijo una profunda voz al tiempo que una mano cálida reposaba sobre el hombre de Candy protectoramente.

¡Padre Graubner!-. exclamó la joven arrojándose en brazos del sacerdote - ¡Siento que el ejército me está desgarrando el alma! - dijo ella entre sollozos.

Y ciertamente es así – contestó el hombre dando palmaditas en la espalda de la muchacha en un gesto reconfortante – Pero esta guerra va a terminar antes de lo que crees y él regresará a ti muy pronto . . . ya lo verás.

El cura y la joven permanecieron en el andén por un largo rato. Graubner había ido a la estación con la intención de despedirse de Terri, pero cuando había visto desde la distancia los tristes adioses de la pareja, pensó que sería una blasfemia interrumpir y había preferido esperar hasta que el joven hubiese partido para ofrecer el apoyo moral que la joven esposa necesitaría.



¡Duele tanto!- repuso ella tristemente.

Entonces, llora un poco más, hasta que te quedes sin lágrimas . . . Luego será tiempo de empezar a rezar. Entonces rezaré contigo – prometió él

Arriba, gruesas nubes cubrieron el firmamento y una ligera neblina empezó a caer sobre París.

7 comentarios:

  1. ¿Porqué será que no puedo ver las imágenes y sólo está la leyenda "pic"?
    Vi en YouTube un video con varias imágenes y son las que me hicieron buscar esta historia, ¿dónde la puedo ver completa?.

    Saludos y felicitaciones y muchas gracias por darnos su arte.

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  2. acaso no tienes imaginecion-- no estabas realmente enamorada de la historia como pensé:::
    no eres una buena lectora y te falta amor al leer 1 historia tan hermosa como esta q no necesita imagines para ver los rostros y gestos de estos maravillosos amantes O_o

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    1. muy ciertamente, no hace falta imágenes si no imaginación, vivo esta historia y la siento, cada detalle, cada fracción de emociones y todo lo que es capaz de transportarnos esta historia...

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    2. es cierto...la imaginación de conduce a todo....a toda clase de historias,historias que te hacen vivir emociones diferentes......es por ello que aveces pienso que leer historias maravillosas como estas es mejor que ver imágenes creadas por otros....es mejor utilizar tu propia imaginación...asi es mas emocionante e inquietante....=D apoyo tu comentario!!!

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  3. Hermooooso capitulo!!!
    Por fin los amantes se unieron para convertirse en uno solo...

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  4. hermoso!! es lo q yo tanto deseaba q candy y terry fueran felices,aun q la despedida me hizo llorar pero se q estaran juntos de nuevo!! estoy enamorada de la historia.

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  5. Ohhh por Dios!!! hasta la piel se me puso chinita por tal experiencia, que bello y hermoso capítulo, por fin estos amantes se entregaron al puro y exquisito placer de dos seres que realmente se aman, hacer el amor, una entrega total de nuestro ser al más digno y complaciente deseo de complementarte a tu ser amado, hasta lograr ser uno mismo.Me encantó la forma en como se aventuraron a casarse sin pensar a su alrededor, sólo existían ellos y este deseo de compartir sus vidas para siempre.

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