lunes, 29 de diciembre de 2008

Capitulo 14

ntrigas, Celos y Valor

El alboroto en la casa era perennal ¿Podía ser de otro modo cuando veinte niños entre tres y diez años de edad vivían en la casa? Pero la anciana estaba acostumbrada al constante barullo y a veces llegaba a pensar que sin él no se sentiría cómoda. Veinticinco años de constante ruido, interminables aventuras domésticas, dulces e inocentes risas, y más de mil y una lágrimas que enjugar, todo eso había sido la mejor parte de su vida, y ella no se arrepentía ni por un segundo de todos esos años transcurridos en el Hogar de Pony, su casa.

Puso a un lado la cuchara y dejó que el estofado hirviese a voluntad por un rato. En ese momento una manecita jaló su larga falda y ella miró hacia abajo para ver a una carita haciendo pucheros con unos grandes ojos negros.



¿Tendré que comerme eso?- preguntó una niñita no muy emocionada con la perspectiva.

Así es, Andrea – replicó la anciana con una sonrisa maternal, - pero te daré un pedazo más grande de tarta como postre, – prometió la mujer y el rostro de la niñita se iluminó.

¡La quiero mucho, Señorita Pony! – dijo la niña extendiendo sus brazos hacia la anciana que la tomó en los suyos. Un segundo después Andrea plantaba un sonoro beso en la mejilla de la anciana y la dama no pudo evitar que el recuerdo de otra niñita que ella había criado en el pasado viniese a su mente. La Señorita Pony estrujó a la niña en sus brazos como si quisiese protegerla de un peligro desconocido ¡Cuánto deseaba ella poder mantener bajo su cuidado a cada niño que había educado, pero sabía que todos ellos tenían que dejar el nido y enfrentar al mundo tarde o temprano!

Ahora ve afuera a jugar un rato más mientras la cena está lista ¿Esta bien? – ordenó dulcemente la mujer poniendo a la niña otra vez en el suelo y la pequeña obedeció inmediatamente.

La Señorita Pony apagó el fuego y puso el estofado sobre la mesa de la cocina mientras más recuerdos inundaban su cabeza. Memorias de una niñita de cabello rubio rizado y ojos verdes y brillantes que centelleaban con múltiples luces cuando ella reía. Recuerdos de aquella niña dejando el Hogar de Pony por primera vez, conteniendo las lágrimas y luchando desesperadamente por ser valiente al tiempo que se esforzaba por sonreír. Imágenes de la niña que se había convertido en mujer y estaba lejos, muy lejos, en un país extranjero, en medio del caos, haciendo exactamente lo mismo que había hecho toda su vida, darse a sí misma a otros con amor y comprensión. La anciana no pudo evitar derramar unas lágrimas mientras miraba la foto de Candy usando su uniforme militar, la cual descansaba en la chimenea, con todas las otras fotos de los más queridos hijos de Pony ¡Cuánto deseaba la buena mujer poder proteger a su valerosa Candy como lo podía hacer cuando aún era un bebé, sosteniendo su cuerpecito en sus brazos mientras le cantaba un arrullo para hacerla dormir!

La anciana recordaba que sus temores por la seguridad de Candy habían comenzado desde muy temprano, cuando ya a los seis años de edad la niña trepaba osadamente a la copa de los árboles y ella se moría de miedo cien veces, temiendo que la pequeña pudiese lastimarse si se caía de las ramas. Conforme el tiempo pasó, la niña creció y dejó el hogar para enfrentar al mundo que más de una vez la había dejado con el corazón roto ¡Cuánto deseaba ella tener el poder de mantener a Candy sana y salva de modo que nada ni nadie la pudiese lastimar nunca más!. . . . . Pero la Señorita Pony sabía que eso era imposible.



Ya ha pasado más de un año desde la última vez que vimos a Candy, Hermana María – dijo la anciana en voz alta pero ninguna respuesta vino del cuarto contiguo -¿Hermana María? ¿Hermana María? – llamó la dama de nuevo, pero entonces se dio cuenta que la Hermana María no estaba en el comedor como había pensado.

La anciana salió de la cocina y en su camino se encontró a un pequeño corriendo en el corredor.



¿Has visto a la Hermana María, Brandon?- preguntó la Señorita Pony.

Si señorita, está en la capilla – contestó el niño y la Señorita Pony lo dejó ir mientras ella se dirigía a la habitación que usaban como capilla.

Cuando llegó al cuarto, pudo ver a su fiel compañera arrodillada frente al altar y la anciana se sintió desconcertada porque esa no era la hora en que La Hermana María acostumbraba a hacer sus oraciones y ella ciertamente era una mujer de hábitos disciplinados.

Cuando se acercó lo suficiente, la dama alcanzó a distinguir que la monja estaba encendiendo unas velas al tiempo que sus labios decían una oración.



¿Pasa algo malo, Hermana María? – se atrevió a preguntar la Señorita Pony.

No ahora – comenzó a explicar la religiosa mientras se volteaba para mirar a su vieja amiga. – Esta mañana, cuando decía mis primeras plegarias, sentí que días negros están por venir, Señorita Pony. No se cuándo vendrán o cuánto tiempo duraran esos días, pero estoy segura que tenemos que orar por nuestros hijos mayores y sus amigos – continuó diciendo la mujer. – Por eso estoy encendiendo estas velas. Las dos más grandes son para Candy y el Señor Grandchester.

¿Estarán en peligro? – preguntó la Señorita Pony persignándose.

No lo sé, Señorita Pony, pero debemos orar por ellos – contestó la Hermana María con tono serio. – Esta otra es para Annie, esta para el Señor Cornwell, estas dos para Tom y su prometida, y esta otra es para el Señor Andley. Un tiempo de prueba viene para todos ellos – concluyó la mujer persignándose también.

No podemos protegerlos, Hermana María, pero confiamos en Dios – susurró la Señorita Pony y su amiga asintió con aprobación.





Habían sido demasiadas emociones nuevas que enfrentar en tan sólo veinticuatro horas. Candy había pasado de la angustia a la más perfecta dicha y luego había sido enviada de nuevo al miedo y la añoranza. Aún así, cuando el Padre Graubner la dejó en la entrada del hospital la joven comprendió que tenía que dejar sus sentimientos de lado con el fin de cumplir con su deber. Todo parecía estar de cabeza en los pasillos del hospital, enfermeras y doctores corrían de arriba abajo, cajas de medicinas y equipo médico estaban abandonadas a medio camino, y una gran cantidad de camillas con heridos estaban ahí, como olvidadas en el suelo, mientras cada paciente esperaba su turno para ser enviado ya fuese a un pabellón o a la sala de operaciones. Candy supo inmediatamente lo que estaba pasando: un nuevo tren con heridos acababa de llegar.



¿Dónde diablos estabas, Candy? – gritó una voz femenina que la rubia reconoció al instante – ¡Se suponía que estabas de turno desde las siete de la mañana! ¿Puede saberse qué estaba haciendo la “princesa”? – demandó Flammy vehementemente.

Flammy, lo siento . . .yo . . . – comenzó Candy preguntándose cómo le explicaría a su amiga lo que había vivido en las horas anteriores.

Yo pensé que habías madurado, pero . . .

¡Detente, Flammy! – interrumpió una tercera voz de mujer con un tono firme y a la vez conciliatorio.

Candy se volvió para ver los ojos color ámbar de Julienne que la miraban comprensivos



Estoy segura de que Candy tiene una buena razón para su tan inusual ausencia – continuó Julienne,- pero no podemos perder tiempo en explicaciones ahora. Sería mejor que ella se pusiese su uniforme de inmediato y empezara a ayudarnos ¿No lo crees, Flammy? – y acercándose a la joven morena, Julienne susurró en su oído de modo que solamente Flammy pudiese escucharla. – Recuerda que tú no solamente eres la jefa aquí, sino también la amiga de Candy. Sabes bien que ella no hubiese descuidado su trabajo sin tener una buena razón para ello.

La expresión en el rostro de la morena cambió inmediatamente al escuchar las últimas palabras de Julienne.



Está bien, Candy ponte ese uniforme. Hablaremos de esto más tarde – dijo Flammy finalmente dirigiéndose a la rubia.

Las tres mujeres se separaron corriendo en diferentes direcciones mientras dos ojos azul claro las miraban con un destello de contrariedad, detrás de la puerta del cuarto de enfermeras. Cuando las tres enfermeras habían desaparecido en los corredores la dueña de esos ojos salió a la luz. Era Nancy.



Si hubiese sido yo, – pensó la mujer con amargura – Flammy hubiese sido muchísimo más dura . . . . pero siendo que se trata de su amiga . . . ¡Esa chica tonta! ¡Tan hermosa y adorable que me enferma!

Nancy Thorndike, quien había sido la pesadilla de Terri durante sus primeros días en el hospital, no había olvidado la humillación que había tenido que soportar cuando todos los pacientes del pabellón A-12 habían solicitado que Candy la remplazase. La mujer no había hecho ni un solo comentario sobre el asunto, pero había guardado el resentimiento en su corazón, esperando por una oportunidad para vengarse. Pero sus problemas no habían terminado al ser transferida al pabellón C-10. Cuando los pacientes en ese pabellón se dieron cuenta de que Nancy había sido asignada de nuevo para cuidarlos en lugar de Candy, todos ellos adoptaron una actitud muy dura con la seca mujer y se empeñaron en hacerle la vida miserable, con gran éxito.

Nancy había tenido tantos problemas que Flammy había terminado por arreglar que la mujer fuese retirada del trato directo a pacientes. Por lo tanto, Nancy había estado haciendo trabajo administrativo por cerca de un mes. Durante ese tiempo había sido asignada a los archivos del hospital donde su estricto sentido del orden había finalmente encontrado el lugar perfecto para florecer. Sin embargo, aquello no complació a Nancy porque ella aún resentía el rechazo de sus pacientes, el cual ella consideraba como un fracaso profesional. Nancy culpó a Candy por todos esos problemas.



Ella está muy segura de sí misma porque la enfermera en jefe es su mejor amiga y el doctor Bonnot babea por ella . . .¡Quién sabe! Tal vez el doctor francés ya se salió con la suya con la chica y por eso la protege tanto . . . Pero uno de estos días, Candice White, uno de estos días tu suerte se va a acabar – pensó por último antes de que comenzara a caminar hacia la oficina del Coronel Vouillard.

El sol comenzaba a ponerse sobre el vasto bosque francés. El estruendoso rugido sobre los rieles irrumpió en el plácido silencio mientras el tren cruzaba a lo largo de la arboleda en su siempre apresurada carrera. Los pocos pasajeros que quedaban dentro de los vagones habían viajado todo el día desde París, soportando los constantes retrasos en cada una de las estaciones por las que habían pasado durante la jornada. Sin embargo, con cada nueva vuelta de las ruedas de hierro se acercaban más a su destino. En cuestión de minutos el tren llegaría a Verdún.

Terrence dejó escapar un suspiro recordando que exactamente en esa misma hora, el día anterior, él estaba perdido en los brazos de Candy sobre el puente San Michelle. Una sonrisa agridulce apareció discretamente en sus labios al tiempo que una rica colección de sentimientos y sensaciones le venía a la mente. Aún así, esta vez la añoranza no era amarga, porque él sabía que con cada minuto que el reloj avanzaba, el fin de la guerra estaba más cerca y así también la felicidad que alguna vez había creído imposible. Este solo pensamiento le era suficiente para sentirse fuerte, a pesar del inminente peligro que estaba a punto de enfrentar nuevamente.

A los ojos de Terrence, todos los posibles horrores que una nueva batalla podía acarrear palidecían ante la luz que en ese momento resplandecía en su alma. La maravilla de amar y ser amado inundaba su mente con una mezcla de dulces recuerdos y brillantes expectativas. Una fragancia particular rodeaba su corazón y podía sentir cómo invadía todo su ser. Sin darse cuenta, había comenzado a sonreír abiertamente mientras sus dedos acariciaban el crucifijo que tenía en la mano.

Sentía una alegría tal que deseaba gritar su felicidad a los cuatro vientos, pero sabía que era mejor guardar el gozo sólo para sí mismo, al menos por el momento.



¡Ay, Albert! – pensó entonces - ¡Cómo quisiera que estuvieras aquí para compartir contigo todo esto! Sé que aprobarás las decisiones que hemos tomado.

En ese momento Terri decidió que Albert era la primera persona que merecía saber las nuevas y se propuso escribirle una carta tan pronto llegase a Verdún.





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Septiembre 4 de 1918.

Querido amigo:

Mientras te escribo esta carta trato de imaginarme la expresión de tu rostro cuando leas las nuevas que te mando en estas líneas. Si tú fueses otra persona probablemente te enojarías conmigo por lo que acabo de hacer, pero el Albert que alguna vez conocí aprecia y respeta las decisiones de sus amigos cuando éstas son legítimas.

Estoy consciente de que no ignoras las razones que me separaron de Candy en el pasado. Sin embargo, tal y como te dije en mi anterior carta, esos motivos ya no existen, mientras que mi amor por Candy aún vive en mi, aún más profundo y poderoso que nunca antes.

Hubo un período oscuro en mi pasado cuando llegué a pensar que este amor mío era inútil, porque creí entonces que ya no era correspondido. Pero aunque parezca asombroso, recién he encontrado una gracia inesperada y por la primera vez en mi vida decidí asirme a la felicidad con ambas manos y no dejarla ir otra vez ¡Ella me ama! ¡Eso lo dice todo! ¡Ella me ama y entonces todo el universos cambia de rostro!

Por favor, Albert, perdóname por la locura que me invadió el corazón cuando descubrí que lo que yo había creído irremediablemente perdido aún era mío. En ese momento me sentí tan abrumado que solamente puedo pensar en esta gozo que Candy y yo compartimos y me atreví, sin considerar otra cosa, a pedirle matrimonio. Ella aceptó y nos casamos hace tres días. Fue una decisión tomada en el calor del momento porque yo estaba a punto de partir de nuevo para el Frente, y ahora que lo pienso puedo decirte con orgullo que no me arrepiento ni siquiera un poco. Casarme con Candy es la mejor idea que jamás se me ha ocurrido.

No obstante, entiendo que a tu familia le hubiese gustado tener la oportunidad de asistir a una ocasión semejante y ofrecer una gran y lujosa ceremonia. Aún así, mi querido amigo, en aquel momento cualquier consideración más allá de este amor nos pareció insulsa. Queríamos estar juntos de un modo que nadie pueda ya forzarnos a una nueva separación. Ahora estoy de regreso en el Frente, en Verdún, pero el lazo que me une a Candy está más allá de las distancias geográficas. Ahora solamente esperamos a que esta guerra termine para poder regresar a casa y comenzar una nueva vida juntos.

Sé bien que tú has cuidado del bienestar de Candy desde que ella era una niña. Siempre has sido tú quien ha estado a su lado en las buenas y en las malas y ahora que ella es mi esposa, te prometo que dedicaré mi vida a cuidar de ella con esa misma devoción tuya. Tú siempre tendrás un lugar muy especial en nuestros corazones y en nuestra casa, querido amigo. Jamás olvido que Candy y yo nos conocimos porque tú decidiste mandarla a Inglaterra. Te debo mi vida y mi esperanza.

Solamente espero que tú también puedas encontrar la misma felicidad y realización que ella y yo experimentamos ahora.

Por favor, Albert, puedes decirle a nuestros amigos más cercanos acerca de esto, pero asegúrate que la prensa no se entere aún. Cuando regresemos a los Estados Unidos, encontraré la forma de enfrentarlos a todos y contarle al mundo mi alegría, pero por ahora es mejor mantenerlo en secreto porque no se suponía que yo contrajese matrimonio siendo recluta. Sé que tú comprenderás mis sentimientos.

Cuídate amigo y continua luchando para perseguir tus propios sueños. Ahora puedo decirte que a veces los sueños se hacen realidad en esta tierra.

Sinceramente

Terrence

Albert suspiró profundamente al terminar de leer. Una vieja y querida imagen de su primera juventud brilló en su memoria en ese momento. Por un breve segundo se vio otra vez a sí mismo como un adolescente y a Candy como una niñita mirándolo con rostro sorprendido y ojos aún llorosos. Ahí estaba ella, arrodillada en el césped con su cabellera imposiblemente rizada peinada en dos coletas y esas grandes lagunas verdes aún enrojecidas por su reciente llanto, tan linda y encantadora como un querubín de seis años de edad.



¿Quién eres . . . un fantasma o un extraterrestre? – había ella preguntado sobresaltada.

Y entonces Albert había intentado explicarle a esa pequeñita adorable que él era un ser humano al igual que ella, y que su atuendo tan particular era solamente un traje tradicional escocés. Había notado que la niña estaba triste y trató de ponerla de mejor humor tocando la gaita para ella.



¡Suena como caracoles arrastrándose! – había sido el comentario de la niña después de escuchar la tonada escocesa que él le había tocado, y el joven no pudo evitar una franca carcajada ante una ocurrencia tan graciosa.

“Pequeña, luces más linda cuando ríes que cuando lloras”, dijo el Albert ya adulto mientras doblaba la carta y la colocaba de nuevo en el sobre. – Supongo que nuestra Candy ya no es más una niñita – pensó él mientras se reclinaba en su sillón – ahora es una mujer casada . . . ¡Ay Candy! ¡Hemos andado juntos un largo trecho desde aquel día en la Colina de Pony!

Los ojos azules de Albert destellaron con alegría recordando cuán nervioso se había sentido el día en que firmó los papeles de adopción, ocho años atrás. En aquel entonces, él se preguntaba si sería capaz de enfrentar la responsabilidad de cuidar de una jovencita. Desde aquel día, Albert siempre se preocupó preguntándose si estaba haciendo lo correcto, si las decisiones que estaba tomando por el bien de Candy eran realmente lo mejor para su protegida. Cuidar de alguien es especialmente difícil cuando uno quiere tanto a esa persona . . . Pero ahora que ella había encontrado su propio camino en los brazos del hombre que amaba, Albert sentía que había cumplido con su tarea satisfactoriamente.



¡Estoy tan feliz por ustedes dos, Candy y Terri! – se dijo a sí mismo con alegría, pero luego una sombra oscura cruzó por sus finas facciones – Pero ahora . . .hay alguien más que me debe preocupar. . . ¿Cómo voy a decirlo estas noticias a Archie?

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El personal en el Hospital Saint Jacques había trabajado doble turno por causa de la llegada de nuevos heridos desde Arras. Posteriormente la quinta parte de las enfermeras y los médicos trabajó por un tercer turno más para mantener el hospital funcionando mientras el resto de los empleados descansaba por seis horas. Después de treinta y seis horas de trabajo continuo, Candy, Flammy y Julienne regresaron a sus dormitorios para tomarse el descanso que necesitaban tan urgentemente. La joven rubia tomó un bañó y se puso el camisón mientras Flammy tomaba su turno en la ducha. Cuando la morena salió del baño recordó que Candy aún le debía una explicación por su ausencia de la otra noche.



¿Puedo saber ahora dónde estuviste? – preguntó Flammy inquisitivamente mientras se secaba su largo cabello castaño con una toalla, pero pronto se dio cuenta de que su compañera de cuarto estaba ya en la tierra de los sueños. – Tal vez tienes razón, Candy – dijo Flammy a su durmiente compañera al tiempo que ella misma se ponía sus pijamas de algodón- Debemos dormir un poco. Más tarde habrá tiempo para hablar.

Flammy se metió bajo las sábanas y antes de quedarse dormida pudo escuchar a la rubia susurrando un nombre.



¡Ay no! – suspiró Flammy con resignación – ¡Otra noche de Terri esto y Terri el otro, aún en sus sueños! ¡Dios mío ten piedad de mí! ¿Podría al menos cerrar su parlanchina boca al menos mientras duerme? – se rió Flammy antes de apagar las luces.

Un suave golpe en la puerta anunció la visita que Candy ya estaba esperando. La chica se había levantado y vestido, pero Flammy aún dormía profundamente.



Entra, – dijo Candy en casi un murmullo y la puerta se abrió silenciosamente. Era Julienne.

¿Cómo están esta mañana, chicas? – preguntó la mujer de mayor edad cerrando la puerta detrás de sí y acercándose a Candy. – Puedo ver que nuestra líder temeraria aún está soñando con los angelitos – comentó.

Se levantará pronto, ya verás – replicó Candy sonriendo y Julienne pudo advertir una nueva luz en la expresión de la rubia.

Está bien chica. Le puedes contar a Flammy toda la historia cuando ella se levante, pero tienes que soltar la sopa justo ahora para que yo me entere ¡No puedo esperar! – se rió la mujer con una chispa juguetona en sus ojos de ámbar.

¡Ay Julie! – fue todo lo que Candy pudo decir antes de que sus mejillas se sonrojasen hermosamente – No sé dónde debo empezar – dijo sosteniéndose la cara con ambas manos.

Tú cara ya ha dicho la mayor parte, – sonrió Julienne mientras invitaba a su amiga a sentarse en la cama para continuar la conversación. – Cuando no regresaste en toda la noche nuestra pobre Flammy aquí presente estaba horriblemente preocupada por ti, pero yo sabía que no había nada de qué preocuparse porque estabas con él – explicó la mujer emocionada.

No sé qué fue lo que me pasó . . .simplemente no pensé que ustedes chicas estarían consternadas por mi culpa . . . .- dijo la rubia sin poder encontrar una justificación.

Ni siquiera trates de disculparte, Candy – se carcajeó ahogadamente Julienne muy divertida con la situación. – Una pareja enamorada que está a punto de separarse no necesita disculparse por haberse olvidada del resto del mundo. Pero dime ¿Fue todo lo que tú esperabas? – preguntó la mujer intencionalmente.

Más de lo que jamás soñé, él . . .- dudó la joven un instante - ¡Él me pidió matrimonio!

¡Es lo menos que podía haber hecho ese hombre obstinado!- comentó Julienne con una risilla nerviosa.

¡Pero eso no fue todo! – continuó la rubia sonrojándose furiosamente - ¡De hecho nos casamos!

¡¡Qué hicieron qué?! – chilló una tercera voz femenina que vino de la otra cama sorprendiendo a Candy y a Julienne - ¿Se volvieron locos, o qué? Eso es ilegal . . . él, él está en el Ejército – dijo Flammy aturdida, sentándose en la cama.

¡Y tú estabas escuchando fingiendo estar dormida! – bromeó Julienne muy entretenida con el gracioso cuadro de la joven morena con el cabello desordenado y el pasmo dibujado en el rostro - ¡Vamos, Flammy, no empieces con tus remilgos ahora! Ellos están enamorados y no hay reglas en contra de eso ¿O acaso preferirías que nuestra Candy hubiese pasado la noche con un hombre sin estar casados?

¡Por supuesto que no, pero . . .! – trató de argüir la morena pero luego recordó la cara angelical de Candy mientras dormía la noche anterior, tan deslumbrante y apacible como no la había visto jamás y en ese momento Flammy comprendió la razón de aquella nueva felicidad en su amiga. – Bueno . . . no me mires así Julienne.- protestó Flammy – supongo que tendré que felicitarte, Candy – admitió la joven poniéndose de pie para abrazar a la rubia.

¡Ambas tenemos que hacerlo! – añadió Julienne uniéndose a las otras dos mujeres y una vez que la euforia se hubo calmado las dos morenas se sentaron junto a la rubia mientras Julienne le hacía a Candy algunas preguntas que hacían sonrojar a la recién casada y escandalizaban a Flammy, pero no lo suficiente como para que esta última perdiese interés en la conversación.

¿Te das cuenta lo que esto puede significar? – preguntó Julienne sosteniendo las manos de Candy en las suyas con gesto maternal - ¡Podrías estar embarazada ahora mismo!¿Habías pensado en eso? –dijo la mujer con una radiante sonrisa.

¿Tú crees? – preguntó Candy abriendo de par en par sus enormes ojos verdes mientras instintivamente se llevaba las manos al abdomen.

Bueno, eso es técnicamente posible, ustedes lo saben chicas. Pero tendremos que esperar un par de meses antes de aventurar cualquier diagnóstico – fue el comentario autorizado de Flammy, pero Candy no la escuchó porque su mente estaba ya demasiado abrumada por la dulce posibilidad de llevar en sus entrañas un hijo de Terrence.

Por años que habían parecido como siglos, ella había renunciado al íntimo sueño de criar una familia al lado de Terri. Sin embargo, repentinamente ese sueño podía convertirse en una maravillosa realidad. Se sentía tan feliz con la idea que no se detuvo a considerar que en medio de una guerra y tan lejos de casa, el estar embarazada podía ser más un problema que un gozo. A pesar de ello, nada pudo haber hecho palidecer la felicidad de Candy en aquel instante.





Mi amada Candy,

Septiembre 3 de 1918

Ya son más de veinticuatro horas desde que dejé París y ya me parecen siglos sin tenerte en mis brazos. Llegué a Verdún en la noche sin ningún problema y ahora estoy de nuevo con mi pelotón. Pareciera que no veremos acción pronto y siendo que los alemanes están retirándose en diferentes puntos de la frontera es posible que la guerra termine antes de que enfrentamos una batalla real. Por favor, mi dulce ángel, no te preocupes por mí, te prometo que estaré bien y pretendo cumplir mi promesa . . .





Septiembre 4

. . . Esta nostalgia de ti es aún muy profunda pero diferente, mi amor. Mientras en el pasado tu memoria era una entrañable herida en mi corazón que sangraba cada vez que respiraba, ahora, sabiendo que tu amor es mío, sabiendo que somos libres para entregarnos a este amor, pensar en ti es una alegría que sana mi alma y me da fuerzas para continuar . . .





Septiembre 5



. . . .Durante la noche, mientras estoy de guardia y en la distancia puedo escuchar el explosivo rugir de detonaciones lejanas, cierro mis ojos de tiempo en tiempo para ver tu dulce sonrisa y en ese momento sé que, a pesar de la oscuridad que me rodea, soy el más afortunado de los hombres en el mundo. Si alguna vez sufrí dolor, o me sentí solo, o enfrenté momentos difíciles, ahora lo he olvidado todo. Pero hoy prefiero pensar en el futuro, ¿ves?. . . . y acostumbrarme a hacer planes para nosotros. Ha pasado tanto tiempo desde que tuve que renunciar a un futuro juntos que ahora me siento como si fuese otra persona. Había intentado aceptar la idea de que en el escenario de mi vida solamente habría un monólogo, lo cual no era una perspectiva muy alentadora que digamos. Sin embargo, ahora me despierto y pienso en “nosotros” y me admiro con este maravilloso sentimiento que algunos llaman esperanza.





Septiembre 6

. . . . Tú ya conociste antes a este tipo, el Capitán Jackson. Es el hombre más gracioso que he conocido jamás . . . Por una razón que no entiendo muy bien él tiene una clase de obsesión por la forma de hablar de la gente. Pretende descubrir el pasado de las personas solamente por escuchar su manera de hablar. Le he hecho pasar un mal rato jugando con él, confundiéndole. Bueno, eso fue hasta que te vi de nuevo y por tu culpa perdí concentración y me olvidé de Jackson ¿Pero quién podría culparme por eso? ¿Cómo podría yo pensar en otra cosa cuando apareciste de forma tan repentina dejándome aturdido con esta mezcla de alegría y dolor?

Ahora que estoy de regreso Jackson siente curiosidad porque nota algo diferente en mi, pero no se puede imaginar qué es . . .¡Y eres tú! Tú, que me has hecho un hombre diferente. Tú que me has recreado para hacerme ver el mundo de una manera distinta. Tú, que traes un nuevo significado a mi vida.

Septiembre 7

. . . . Cuando pensé que te había perdido para siempre, solía jugar con una fantasía que entonces creía imposible. Soñaba que eras mía por lo menos una noche y cada vez que despertaba de ese sueño usualmente pensaba que alcanzar una gracia semejante por lo menos una sola ocasión sería suficiente para mi corazón . . . Sin embargo, ahora sé que estaba equivocado. Acabo de descubrir que mi corazón es irremediablemente codicioso cuando se trata de tus caricias. Añoro el sabor de tus labios y el calor de tu cuerpo inquietante. No es suficiente para mí con una noche de pasión contigo. Ten deseo tanto que te necesito a mi lado por el resto de mi vida y más allá. Te extraño, Candy.

Septiembre 8

. . . ¡Ay, Candy! ¡Hoy me levanté con el peor de los humores! Tenía deseos de golpear a cada ser humano que se cruzaba en mi camino, pero no entendía la razón de mi estado de ánimo. De modo que busqué un lugar apartado durante mis horas de descanso para tocar la armónica por un rato. Eso me ayudó mucho a poner mis pensamientos en orden y después de unos instantes terminé por entender qué me estaba pasando. Estaba celoso, eso era lo que me estaba molestando. Sé que es ridículo, pero no puedo evitar estar incómodamente celoso de cada persona que tiene ahora la fortuna de estar cerca de ti. Estoy celoso de aquellos que pueden ver los prados verdes de tus ojos, mientras yo estoy lejos de ti. Estoy locamente celoso de cada paciente que estás cuidando en este momento y en mi demencia estoy celoso hasta del tiempo que pasas lejos de mi, de las ropas que te acarician el cuerpo y los pensamientos que cruzan por tu mente en los cuales no estoy incluido.

¿Me amarás a pesar de mi locura? Por favor, no me reproches por ser tan posesivo. Más de una vez renuncié a ti a causa de las circunstancias y ahora que eres mía, simplemente no puedo dejarte ir. Te quiero para mi y nada más para mí. Pero no te preocupes, no voy a ser tu carcelero. Prometo que tendrás toda la libertad que quieras. Eres más bien tú quien me tiene preso en este amor de modo que no tengo otra alegría que el pensar en ti. Perdona mi demencia. Es sólo que estoy locamente enamorado de ti.



Septiembre 9

Amarte sin esperanzas fue un verdadero infierno. Imaginar que eras la esposa de alguien más fue el tormento más espantoso que jamás experimenté. Pensar que tú podrías guardarme rencor fue aún peor. Pero tal vez la pena más dolorosa fue la sola idea de que jamás te volvería a ver, que nunca podría escuchar tu voz llamando mi nombre, ni tomar tus manos en las mías, ni tomarte en mis brazos con toda esta pasión que guardo solamente para ti ¿Sentiste el mismo dolor cuando pensaste, al igual que yo, que nuestro amor estaba muerto?

Por lo tanto, nada que pueda ahora enfrentar se puede comparar a ese sufrimiento. Me siento tan feliz ahora en medio de esta estrecha trinchera donde te escribo estas líneas, que si alguien pudiera ver dentro de mi corazón en estos momentos, esa persona podría llegar a pensar que estoy totalmente loco ¿Cómo puedo tener tanta luz en mi interior cuando todo alrededor es oscuridad? No soy yo, mi amor, es más bien la hoguera de tu amor dentro de mi que ilumina mi corazón. Aún así, mi gozo no puede ser completo hasta que te tenga de nuevo a mi lado. Te necesito y a veces me gana la desesperación con esta guerra demente que quisiera pudiese desaparecer en el acto para que ambos regresáramos a casa . . . nuestra casa.

Hemos recibido órdenes de movilización. Es posible que enfrentemos al enemigo en un lugar cercano hacia el Sur. Sin embargo, eso es sólo un rumor porque aquí en el Ejército cada cosa pareciera ser un secreto y la mayor parte de las veces recibimos las instrucciones definitivas en el último momento. Por esta razón te estoy enviando ahora todas estas cartas aprovechando la oportunidad de que un camión de correo ha llegado al campamento, por primera vez desde que llegué hace una semana. Espero que puedas tener mis líneas pronto. Acabo de recibir dos cartas tuyas y las tengo cerca de mi corazón junto con tu crucifijo. Leo una y otra vez tus palabras de amor e imagino tus queridos ojos, mi ángel ¡Cuánto añoro ver mi imagen reflejada en esos espejos verdes! Por favor, mi amada esposa - ¡Por San Jorge, llamarte así es tan dulce! – cuídate y no te preocupes por mi. Estoy en las manos de Dios y tengo confianza en que Él protegerá mi vida para hacerte feliz.

Apasionadamente tuyo,

Terri

Septiembre 5

Mi amor:

Hay algo que no tuve tiempo de decirte. Este verano que está muriendo mientras te escribo, fue el primero con días soleados que he disfrutado en años. Siempre, desde que dejé Nueva York, el frío de aquella noche cubrió mi corazón manteniéndolo congelado aún durante el verano. Nada podía hacerme entrar en calor . . . nada sino tú, tu sonrisa, tu mirada, tus brazos . . . Muy en el fondo de mi yo lo sabía bien, pero trataba de negarlo. Ahora ya no necesito esconder mis sentimientos de mi misma.

Aunque estás lejos, aún me siento cálida y segura, porque sé que tu corazón está conmigo y el recuerdo de las caricias que compartimos mantiene una cálida llama en mi. Sin embargo, es innecesario decir cuánto te extraño. Añoro tus palabras en mi oído, tus bromas, tu risa y aún tus enojos, y debo confesarte que también añoro ese nuestro mundo íntimo que creamos durante esa primera noche juntos. Mi cuerpo y mi alma te necesitan, mi amor.

¡El día que partiste fue tan difícil! Tuvimos muchísimo trabajo pero aún con tantas cosas por hacer no pude dejar de pensar en ti ¿Sentiste mis pensamientos besando tus sienes?¿Escuchaste mi alma llamando a la tuya esa noche cuando me quedé dormida? ¡Ay, Terri! Cuento los días, las horas y los segundos hasta el momento en que te vea de nuevo.

Conforme pasan los días, sueño acerca de nuestros futuro juntos y la perspectiva parece tan maravillosa que a penas si puedo creerlo, y a pesar de ello, tengo que convencerme a mí misma que soy tu esposa. Cuando leo las noticias sobre las victorias de los Aliados comprendo que pronto estaré de nuevo a tu lado. Entonces me pierdo imaginando mil formas de hacerte sonreír. Guardaré todas esas ideas para la próxima vez que nos veamos. Mientras tanto, piensa en mi tanto como yo pienso en ti.

Con todo mi corazón

Candy

P.D. ¿Olvidé decirte que te amo?

La primera ráfaga fría de septiembre arrastró consigo las hojas secas sobre el jardín de los Andley, haciéndolas volar en graciosos círculos y llevándolas muy lejos de los árboles en donde habían nacido. Un ruido de cascos de caballos se oía en la lejanía, corriendo a través de la inmensa propiedad. El golpeteo rítmico se hizo más fuerte y finalmente el caballo pudo ser divisado bajando una colina. Vestido con un traje de montar negro y botas de piel, un hombre rubio cabalgaba sobre un semental árabe, corriendo por el prado. Sus cabellos claros volaban con el viento, entrelazándose con la holgada bufanda de seda que llevaba al cuello. Los ojos azules del hombre centelleaban con expresión apasionada, llena de indignación y reprimido enojo.

El caballo se aproximó a los establos y el joven rubio jaló las riendas para alentar el paso del animal hasta hacerlo detenerse. Uno de los caballerangos corrió para ayudar a su patrón y un minuto más tarde el joven vestido de negro caminaba lentamente hacia la mansión mientras un tumulto de exaltados pensamientos preocupaba su mente.



¡Un linchamiento! – se repetía Albert - ¡Cómo puede ser posible! ¡Aquí en Illinois! ¡En América, la supuesta tierra de la libertad y la esperanza! ¡Qué bajo nos pueden hacer caer la violencia y la intolerancia!

El joven entró en su habitación y con rápidos movimientos se quitó la ropa. Sacudió sus dorados cabellos con energía y se metió al baño donde una tina llena de agua tibia le estaba esperando. Un baño caliente después de una larga cabalgata siempre había tenido un efecto tranquilizador para su ánimo. No obstante, aquel día su indignación era tan profunda que no pudo encontrar el alivio usual, aún cuando sus bien marcados músculos se sumergieron en el cálido líquido.

Aquella mañana Albert había leído en los periódicos que un grupo de extrema derecha había linchado a un inmigrante alemán en el sur de Illinois porque supuestamente estaba en contra de la participación de los Estados Unidos en la guerra. Las noticias habían sido la gota que derramara el vaso para el joven millonario quien había seguido con indignación la creciente represión por parte del gobierno en aquella época de guerra.

A causa del momento histórico la administración del Presidente Wilson había creado diferentes instituciones que controlaban la producción y dirigían la economía a fin de solventar los gastos ocasionados por la guerra. Por otra parte, el gobierno también trataba de unificar la opinión pública por dos medios. Mediante una campaña publicitaria masiva que exhortaba a los ciudadanos a apoyar al ejército, así como a través de leyes y restricciones que censuraban y castigaban cualquier señal de desacuerdo con las disposiciones gubernamentales.

Mientras que Wilson tuvo éxito administrando la economía de la nación con resultados más bien positivos, la libertad de expresión se vio seriamente amenazada por su Ley del Sabotaje y su Ley de Sedición. Pero la franca oposición a la guerra no era la única idea censurada. Desde que la Revolución Rusa había comenzado, el centro y la derecha norteamericanos temieron el crecimiento del comunismo en América. Por lo tanto el partido socialista y sus simpatizantes fueron reprimidos. En general, cualquier tipo de desacuerdo público con las políticas del gobierno era severamente castigado con encarcelamiento y se instaba a la gente para que denunciaran a sus vecinos y conocidos si éstos mostraban cualquier señal de sedición. La prensa fue forzada a publicar solamente las noticias que confirmaban el éxito de los Aliados y los hechos heroicos de la Fuerza Expedicionaria Norteamericana.

Tales medidas habían despertado viejos resentimientos raciales y tendencias ultra nacionalistas. Los inmigrantes alemanes, irlandeses y judíos eran perseguidos, despedidos y rechazados abiertamente. La discriminación se convirtió en una práctica legal por el bien de la guerra y la nación. La libre expresión fue condenada en los círculos intelectuales y los estudiantes universitarios tenían que ser cuidadosos con las ideas que admitían si no querían ser expulsados. El líder humanista Eugene V. Debs, un hombre a quien Albert admiraba, había sido puesto en prisión por esas fechas a causa de sus ideas y purgaría una pena por 10 años. Finalmente, para empeorar aún más el asunto, aquella mañana los diarios contaban la historia de un linchamiento.

Albert, quien era un hombre que creía en la libertad ideológica y los métodos no violentos, estaba muy molesto con los eventos recientes. El joven estaba convencido de que un gobierno que no estaba dispuesto a escuchar la opinión de la gente cuando ésta no es favorable a las disposiciones oficiales, estaba destinado al fracaso. Aún más, él temía que incluso las medidas económicas tomadas por Wilson no serían suficientes para evitar el colapso económico que tarde o temprano la guerra acarrearía. Albert estaba seguro que lo peor estaba aún por llegar, en los años que seguirían cuando la guerra hubiese terminado.



Este conflicto traerá una terrible voracidad económica, – pensaba mientras jugaba con el jabón escurridizo en sus manos. – Cuando la lucha termine los países Aliados tratarán de hacer que los Países de la Triple Entente paguen las pérdidas ocasionadas por la guerra, éstos no tendrán suficiente dinero para pagar sus deudas y entonces se pedirán préstamos internacionales . . . ¿De dónde saldrá todo ese dinero? – se preguntaba y en su mente solamente podía encontrar una única respuesta – ¡De nosotros, los banqueros norteamericanos, por supuesto! Eso podría parecer un negocio jugoso . . . Sin embargo, a largo plazo, puede llegar a ser una aventura peligrosa . . . Tengo que advertir a Archie acerca de esto antes de dejar el negocio de la familia en sus manos.

Este último pensamiento hizo que Albert olvidara por un momento sus preocupaciones sociales y políticas y al mismo tiempo le recordó de un asunto familiar que tenía que resolver muy pronto. De hecho, había decidido enfrentar el problema ese mismo día.



¡Archie, Archie! – Albert se dijo – ¡No quiero ver tu cara cuando te diga las nuevas!- y con este último pensamiento Albert se sumergió completamente en el agua tratando de lavar sus preocupaciones. Sin embargo, un segundo después un tímido golpe en la puerta le hizo volver a la realidad.

Señor Andley – dijo la voz de George- El Sr. Cornwell está ya esperándolo en el estudio.

Dile que estaré con él en un minuto – respondió el joven saliendo de la bañera.

Como el hombre práctico que era, solamente le tomó a Albert unos cuantos minutos estar

listo en su usualmente impecable traje y sus zapatos estilo Oxford. Con las hebras rubias aún ligeramente húmedas el hombre se dirigió a su estudio, caminando con firmes zancadas a lo largo del elegante corredor. Un día aburrido de interminables negocios y decisiones por tomar estaba esperando a los dos jóvenes magnates, pero esa mañana, las transacciones financieras no eran la primera preocupación en la cabeza de William Albert Andley.

Cuando Albert llegó al estudio su sobrino ya estaba leyendo algunos de los reportes de los movimientos del mercado accionario que George les había traído. En el momento que el mayor de los dos jóvenes entró en el cuarto ambos se saludaron con la usual palmada en el hombro. Pronto, los dos se encontraban profundamente concentrados en su trabajo, mientras Albert instruía seriamente a Archie en los negocios familiares, asegurándose de transmitir a su sobrino los sobrios principios que caracterizaban su estilo personal de administración. Archie ignoraba en esos instantes que, diez años después, aquellas lecciones salvarían a la fortuna de los Andley de la bancarrota total, durante la década de la Gran Depresión.



Quiero que le des una ojeada a esto – dijo el mayor de los dos hombres a su sobrino mientras le pasaba unos documentos.

El joven revisó los papeles y después de un rato, sin dar crédito a sus ojos, despejó su frente de unas hebras color arena que lo molestaban a fin de leer de nuevo con más atención. Una vez que se hubo cerciorado de que había entendido bien el contenido de los documentos, levantó sus ojos con una mirada inquisitiva en sus iris avellanados.



Me equivoco o estos documentos terminarán nuestra sociedad con la compañía Leagan y Leagan – preguntó Archie incrédulo.

Estás en lo correcto – asintió Albert con una ligera sonrisa. – Tan pronto como estos papeles lleguen a firmarse serán el afortunado final de nuestros negocios con los Leagan.

Debo admitir que me agrada la idea de que no veré más a nuestros “queridos primos” en cada una de nuestras juntas, pero... ¿No era nuestra sociedad con su compañía algo conveniente para los Andley? – preguntó Archie escéptico.

Sólo aparentemente – respondió Albert tranquilamente – Ellos eran quienes recibían más beneficios de esa sociedad y yo pensé que podría llegar el día en que lamentaríamos semejante asociación.

¿Qué quieres decir? – demandó Archie levantando una ceja suspicazmente.

Siempre me sentí incómodo con la idea de que en un futuro Neil heredaría la fortuna de los Leagan. Sinceramente dudo que él pueda llegar a ser tan buen hombre de negocios como su padre, y también temo que en los años por venir él pueda ser una carga para nuestros propios negocios. Así pues, desde que tomé el control de nuestras compañías, decidí seguir una bien planeada estrategia para terminar con nuestra sociedad con los Leagan, poco a poco. Unas cuantas acciones hoy, otras más la siguiente semana, y así hasta este día. Espero que mañana ellos puedan firmar estos papeles y así estaremos finalmente liberados y a salvo, lo cual es especialmente importante, ya que Neil cumplirá los veintiún años muy pronto.

¿Nos costó mucho dinero todo este movimiento? – preguntó Archie aún dudoso.

No realmente si tomas en cuenta lo que acabo de descubrir, – explicó Albert dándole a Archie un gran sobre amarillo.

¿Qué es esto?

Ciertas cosas en el comportamiento de Neil me hicieron sentir algunas sospechas, así que le pedí a George que ordenara a su gente seguir los movimientos de tu “querido primo”. Lo que tienes en tus manos es un detallado informe sobre las actividades de Neil y Eliza. A través de esas páginas encontrarás que ambos están muy cercanamente relacionados con un grupo de personas de no muy recomendable reputación en esta ciudad.- Albert continuó su explicación con extraordinaria calma mientras acariciaba al callado galgo que descansaba a su lado.

¡Estos individuos son delincuentes! – exclamó Archie cuando terminó de leer el reporte.

Bueno, en cierto modo sí, pero son tan inteligentes que las autoridades no han encontrado nada para probar todos los posibles cargos en contra de ellos – replicó el hombre oji-azul.

¿Le dirás todo esto a mi tío? – preguntó Archie alarmado.

Sí, pero dudo que él crea lo que este reporte tiene que decir. Siempre se ha negado a ver el tipo de hijos que tiene. De todas formas, si Neil o Eliza llegan a involucrarse demasiado con sus nuevos amigos, nuestra familia no tendrá que temer que eso pueda afectar a nuestros negocios. Si los Leagan alguna vez se atreven a ir más allá de la ley lo sentiré mucho por Sarah, pero me temo que ni tú ni yo podremos ayudarlos a evitar las consecuencias de sus actos irreflexivos.

Puedes estar seguro que yo no moveré un dedo, Albert. Hay ciertas cosas que nunca les perdonaré. Me alegra que hicieras todo esto a tiempo – comentó Archie con satisfacción.

Yo también, pero ahora déjame mostrarte la nueva compañía de bienes raíces que acabo de adquirir . . . – el tío continuó su explicación y ambos hombres se enfrascaron en revisar una larga lista de ingresos y egresos al tiempo que Albert comentaba sobre su descontento con las políticas gubernamentales.

Tío y sobrino continuaron su trabajo diligentemente hasta que un par de horas más tarde una de las domésticas entró al salón con el té que Albert había ordenado. Entonces los jóvenes dejaron su tarea de lado para darse un descanso mientras el mayor de los dos se divertía alimentando al esbelto galgo con pedacitos de biscocho. Internamente Albert estaba tratando de encontrar el momento adecuado para decirle a Archie las noticias que habían llegado de Francia. Sin embargo, al no encontrar el modo de empezar Albert se fue por las ramas por unos instantes hablando de los avances de los Aliados en Francia e Italia, pero Archie, quien estaba algo distraído, apenas si respondía con monosílabos.



¿Me estás escuchando? – preguntó el hombre oji-azul intentando de captar la atención de su sobrino.

¿Eh? ...Ah, sí, los demócratas . . . Yo voy a votar por los republicanos, de todas formas – fue la abrupta respuesta de Archie mientras sorbía el té.

¡Archie! Terminamos ese tema hace siglos. Te estaba hablando de la guerra ¿Qué te pasa?

Lo siento, Albert . . . Es sólo que estaba pensando en Annie y en . . . – el joven dudó cambiando su postura en el sillón de cuero en donde estaba sentado.

Ya veo . . .No tienes que darme explicaciones – replicó Albert tratando de disminuir el bochorno de Archie.

Gracias . . .De hecho, creo que no te he agradecido lo suficiente por todo tu apoyo en todo este asunto, especialmente con el Sr. y la Sra. Britter – agradeció el joven con una tímida sonrisa.

De nada, Archie. Era lo mínimo que yo podía hacer como el jefe de la familia – dijo Albert casualmente.

Sí, pero entiendo que no fue muy sencillo enfrentar al Sr. Britter. Él siempre había sido un hombre amable y educado, pero este rompimiento lo molestó muchísimo y tú manejaste el problema muy prudentemente. Estoy realmente apenado de que hayas tenido que pasar por una situación tan embarazosa por mi culpa,. – se disculpó Archie sinceramente avergonzando de haber involucrado a Albert en sus problemas personales.

Ni lo digas. Sabes bien que apoyo tus decisiones solamente porque son tuyas y respeto eso. Pero no me has dicho aún cuáles son tus planes ahora que eres un hombre libre – dijo Albert viendo finalmente un modo de comenzar la conversación que estaba renuente a iniciar.

Bueno . . .tengo ciertas esperanzas . . . pero tendré que posponer todos mis planes hasta que la guerra termine . . . aunque casi no puedo esperar, – admitió el joven y sus ojos color almendra brillaron con un destello especial mientras se ponía de pie con un súbito impulso lleno de energía.

¿Esperanzas? . . . Archie, no me querrás decir que estas planeando . . – indagó Albert visiblemente alarmado con la actitud y las palabras de su sobrino.

¡Sí, Albert! Sé que tú no crees que yo pueda tener una oportunidad, pero he decidido tratar una vez más y cuando Candy regrese a casa comenzaré a cortejarla formalmente. Si ella se niega al principio por causa de Annie, no me rendiré. Lucharé por su amor sin importar cuanto tiempo me tome – dijo Archie eufórico.

¡No, tú no vas a hacer eso! –dijo Albert con vehemencia.

¿Qué quieres decir? ¿Vas a prohibirme que busque mi felicidad? Acabas de decir que respetas mis decisiones . . .¿Por qué habría ésta de ser diferente? – inquirió Archie confundido con la respuesta de su tío y amigo.

No, Archie, no es que yo te prohíba buscar tu felicidad . . . es sólo que . .

Tal vez tú mismo estás pensando en cortejar a Candy, olvidando los lazos legales que te unen a ella –barbotó el joven visiblemente molesto con la desaprobación de Albert.

¿Qué tonterías estás diciendo, Archie? - increpó Albert ofendido por la insinuación del joven, pero su naturaleza bondadosa y tranquila tomó el control de sus impulsos muy pronto e inmediatamente excusó a su sobrino, – pero te perdono porque sé que no eres dueño de ti mismo . . . Me encantaría que tú pudieses encontrar a la mujer que realmente necesitas, pero me temo que no puedes ni siquiera pensar en Candy de una manera romántica porque ahora ella está . . .

¿Qué? – preguntó Archie con una mirada flameante en sus pupilas claras.

Archie, siéntate. Hay una noticia que acabo de recibir ayer. Se la iba a comunicar a todos nuestros amigos y a ti esta semana . . .- dijo el mayor de los jóvenes tratando de tranquilizar la situación.

¿Qué le pasó a Candy? ¿Está ella bien? Por favor, no me digas que ella está . . . – indagó Archie asiendo desesperadamente a Albert por los hombros.

¡No, Archie!¡Cálmate! Ella está bien . De hecho está mejor de lo que tú y yo hemos estado jamás, los dos juntos, – se apresuró Albert a explicar mientras invitaba al joven a sentarse.

¿Entonces, qué es eso que no me permitiría confesarle a ella mis sentimientos?

Archie, por favor . . .Recibí noticias de Francia . . – Albert dijo con tranquilidad al tiempo que sacaba un sobre de su escritorio.– En esta carta se me comunica de una importante decisión que Candy ha tomado. De hecho, cuando la guerra termine, como estoy seguro que sucederá pronto, Candy no regresará a vivir en Chicago.

¿Pero, por qué? – preguntó Archie terriblemente confundido.

Archie, espero que comprendas esto y lo tomes como el caballero que eres . . cuando Candy regrese estará viviendo en Nueva York.

¿Pero por qué viviría ella en Nueva York? Candy no conoce a nadie allá . . .- los ojos de Archie vagaron por un instante tratando de encontrar una explicación para recuperar el equilibrio que su mente había perdido de repente, pero un segundo después un centelleo ansioso dominó sus ojos con una mezcla de enojo e incredulidad - . . .excepto . . .¡No! ¡No me querrás decir que ella ha decidido buscar a ese hijo de perra a quien no le importa un bledo lo que le pase a Candy!- explotó el joven.

Primero que nada, apreciaría mucho que no insultaras así a un amigo mío – reconvino Albert firmemente – y en segundo lugar, escúchame bien Archie, estás en lo correcto cuando piensas que todo esto tiene que ver con Terrence, pero no en el modo que tu estás pensando. Tal vez lo ignores, pero cuando los Estados Unidos le declararon la guerra a Alemania, Terrence se enroló en el Ejército. Después de esto, lo demás fue cuestión del destino. Candy y Terri se reencontraron en Francia . . – dijo Albert finalmente, realmente apenado por lastimar al joven tan profundamente.

¿Pero cómo fue eso? – indagó Archie con voz temblorosa.

Me temo que Terrence fue herido y enviado al mismo hospital en que Candy está trabajando. Parece que ella cuidó de él durante su convalecencia – aclaró Albert.

¡POR SUPUESTO! – gritó Archie en un arrebato mientras se ponía de pie nuevamente y caminaba sin rumbo fijo a lo largo del salón –¡ Y el bastardo se aprovechó de la situación! ¡Qué manera tan sucia de jugar!

¡Archie! – exclamó Albert sin saber que más decir

Puedo ver que tú ya te has puesto de parte de Grandchester – reprochó Archie – ¡Pero si tú crees que esta vez me voy a quedar callado y renunciar como hice antes, tú y Grandchester se equivocan! ¿Me pides que me comporte como un caballero? ¡Bueno, pues déjame decirte que estoy harto de ser un caballero! ¡Voy a luchar por el amor de Candy sin importarme si ella es su novia ahora, porque él no se la merece!- concluyó él agitando su brazo derecho con un gesto amenazante.

¡Ese es el problema Archie! ¡Ella no es su novia! – respondió Albert, seriamente preocupado por el tono que la conversación había tomado.

¿¿Qué quieres decir?? – inquirió Archie con tono iracundo y Albert comprendió que tenía que decir la peor parte de las noticias justo en ese momento.

Archie . . . Terri y Candy se casaron. Candy es ahora la señora Grandchester y cuando regrese vivirá con su marido en Nueva York ¡Te guste o no, tendrás que aceptarlo! – sentenció el joven mayor con energía.

Archie se quedó parado sin decir palabra mientras las decisivas palabras de Albert se hundían en sus oídos en un doloroso eco, resonando repetidamente, traspasando su pecho como una espada, hasta que su corazón se quebró en mil pedazos. Instintivamente, el joven crispó sus puños y sintió claramente cómo sus quijadas se atoraban impidiéndole proferir palabra. Antes de que Albert pudiese decir o hacer algo, el joven huyó presa de la furia, azotando la puerta tras de sí. Albert sabía que en semejantes momentos un hombre necesita algo de privacidad para derramar esas lágrimas que el orgullo no le permite mostrar en público. Así que simplemente dejó ir a su sobrino, esperando que una buenas dosis de soledad pudiera ayudarle a sobreponerse a ese primer golpe.

El joven corrió a través de los lujosos pasillos y salones, hasta llegar a su recámara. Una vez que se hubo asegurado de que estaba realmente solo, cayó sobre sus rodillas llorando en silencio.



¡¿Qué has hecho, Candy, mi amor?! – reprochó en medio de su llanto – Tú, dulce niña, tan sensible y compasiva cuando se trata de otros . . .¡Pero siempre tan despiadada hacia mi amor por ti! ¿Por qué eres tan ciega ante mi pasión? ¿Por qué insistes en lastimarme de esta forma una y otra vez? – dijo él entre amargos sollozos mientras su mente buscaba en sus recuerdos - ¡Te he amado por tanto tiempo!¡Desde nuestra infancia! ¡ Y siempre hubo alguien más! ¡Siempre alguien más! Acepté tu decisión cuando primero escogiste a Anthony porque yo los amabas a ustedes dos tanto. Actué caballerosamente a pesar de mi juventud y escondí la confesión amorosa que me quemaba en los labios . . .y luego . . .nuestro querido Anthony murió dejándonos a todos en una profunda pena . . .y pensé que sería mejor dejar que tu dolor sanara en el regazo de tus madres. Ingenuamente creí que más tarde, cuando nuestros corazones se hubiesen recuperado de aquella dolorosa pérdida, tú finalmente me honrarías con tu amor. Pero ese hombre del demonio tenía que aparecer, sólo para traerte más sufrimiento, una y otra vez, y yo no tuve el corazón para negarme cuando tú me pediste que cuidara de Annie . . .¿Qué estaba yo pensando entonces?

El joven se puso de pie y caminó hacia un escritorio que estaba colocado cerca de la ventana. Había sobre él un cofrecillo de madera que Archie abrió con gesto macilento, sacando una de las muchas cartas que él había acumulado durante un año. Inhaló de nuevo el perfume del sobre y los engranes de su arrepentimiento continuaron girando en su mente.



La rosa tiene una dulce fragancia – pensó y las lágrimas rodaron por sus mejillas – pero también tiene espinas para apuñalar el corazón de un hombre. ¡Y ahora, mi deliciosa rosa, has dado la estocada fatal a mi pobre alma, entregándote en los brazos de ese despreciable bastardo quien nunca supo cómo apreciar tu valor! En el pasado, cuando me di cuenta que él te había perdido, pude soportar la carga de no ser amado por ti, porque sabía que nadie tenía tu amor, pero sólo me engañaba a mi mismo egoístamente – pensó tristemente mientras sus manos soltaban la carta y un par de ojos almendrados se encontraban con su propio reflejo en un gran espejo - ¡Tú nunca me miraste! – se lamentó en voz alta, mirando sus gallardas facciones - ¡Nunca, ni un sola mirada para este hombre que otras mujeres estarían dispuestas a amar! ¡Pero, por el contrario, todo este tiempo tú has seguido amando . . . a ese maldito inglés! Él tuvo su oportunidad una vez, y la perdió ¡No debería gozar del derecho de tenerte nuevamente! Él, a quien yo creí aún más miserable que yo, porque no tenía la alegría de tu amistad . . . él, que ha terminado por ser el afortunado dueño de tu más tierno afecto... ¡Y tus más íntimas caricias! ¡Si tan sólo hubieses escogido a alguien más, este dolor sería menos agudo! ¿Por qué él, de todos los hombres del mundo, Candy? ¡Él, a quien desprecio por haberte lastimado en el pasado! Él, que será el blanco de mi odio desde este día. Él, quien llenará mis pesadillas al tiempo que lo imagino disfrutando del sabor de tus besos, el cuál yo nunca conoceré, - gritó al mismo tiempo que su puño rompía el espejo enfrente de él - ¡ Ay, Candy, mi Candy! ¡Qué maldición me has lanzado! – lloró Archie sin sentir el dolor de su mano que sangraba.

Los alemanes estaban retrocediendo, pero no todo estaba perdido para el General Ludendorff. Él sabía que tenía que resistir en el territorio francés tanto como fuese posible. Si podía mantener sus posiciones a lo largo de la frontera hasta la llegada del invierno eso daría a los diplomáticos alemanes suficiente tiempo y fuerza de presión para negociar un armisticio más conveniente. Si los poderes de la Triple Entente no podían ganar la guerra, al menos tenían que hacer su mejor esfuerzo para conseguir condiciones de paz menos desventajosas. Así pues, el plan de Ludendorff era retirarse lentamente, no todos al mismo tiempo, tratando de preservar las posiciones con menos elementos. Foch entendió las intenciones de su enemigo y decidió que había que detener la movilización alemana forzándolos a rendirse antes de que escaparan, de modo que les hicieran pagar con una humillación aún más grande y con resultados más provechosos para la causa aliada. La guerra, puede ser, después de todo, un gran negocio para aquellos que alcanzan la victoria. En 1919 llegaría el tiempo de negociar y cada lado quería estar en las mejor posición posible para obtener mejores ganancias.

Durante los meses de septiembre, octubre y noviembre, los Aliados organizaron su última ofensiva, aquella que los llevaría a la victoria final. Estaría dividida en tres principales frentes. Uno en Flandes, en la frontera norte con Bélgica, el otro sobre Cambrai y Saint Quentin y el último sobre Mecieres y Sedán. La idea era tomar control de las líneas ferroviarias que los alemanes usaban para transportar sus tropas, pertrechos y provisiones. El primer punto que Foch decidió atacar fue Saint Mihiel, una ciudad a unas cuantos kilómetros al sur de Verdún. El Ejército Norteamericano fue designado para esa misión.

Hacia septiembre de 1918, los norteamericanos habían ya organizado su cuartel central en Vesle y el Primer Ejército Norteamericano fue entonces asignado a atacar el saliente de Saint Mihiel y reducirlo de modo que los Aliados pudieran tener libre acceso a través de las líneas ferroviarias, desde París hasta la región de Lorena. El objetivo de los norteamericanos era tomar Saint Mihiel y continuar hacia el Bosque de Argona, unos cuantos kilómetros al norte. La segunda división estuvo incluida en esta misión.

Por lo tanto, la noche del 11 de septiembre Terrence Grandchester estaba otra vez sentado dentro de la trinchera frontal esperando su turno para entrar en acción. A la 1 am del día 12 se septiembre, la batalla empezó con un intenso ataque de la artillería que duró varias horas Sólo el viento otoñal y el estallido de los cañones podía escucharse, mezclado con un fuerte olor a pólvora que invadía la atmósfera. Cerca de Terrence, estaba sentado un joven que sostenía su ametralladora Browning con nerviosos dedos mientras temblaba de miedo con cada detonación. Aquella era la primera vez que vería la acción de una batalla y Terrence no podía culparlo por sentir miedo. El joven actor colocó su mano sobre el hombro de su joven compañero tratando de aliviar su terror.



Todo esto es malditamente espantoso, – comentó Grandchester – pero aún así tienes que controlarte si quieres sobrevivir.

¿Cómo puede estar tan calmado?- preguntó el joven mirando al flemático sargento.

Estoy tan asustado como tú, Matthew,- repuso Grandchester con una sonrisa irónica, - pero hago lo mejor que puedo para enfocarme en mi objetivo. Si quiero lograr mi meta, entonces debo concentrarme.

¿Y qué meta es esa? – inquirió el joven.

Tengo que vivir, Matthew – replicó el sargento con una extraña llamarada que cruzó entonces por sus ojos – Hay alguien que cuenta con eso. Por lo tanto, cuando enfrente al enemigo me centraré con todas mis fuerzas en preservar mi vida y cumplir con mi deber. No hay lugar para otros sentimientos en ese momento. Simplemente concéntrate en la sola y única razón que te mantiene vivo. Enfoca tu mente en ese pensamiento y mantén tus cinco sentidos en la lucha.

¿Y qué pasa si no puedo hacerlo? – preguntó el joven

Entonces confía en las plegarias de tu madre, Matthew, porque no creo que Dios escuche oración alguna viniendo de un pecador como tú,- bromeó el sargento dándole al joven un empujoncito para aliviar su tensión.

A las cinco de la mañana la infantería salió de las trincheras. Una vez más, Terrence tuvo que vivir el siempre espantoso cuadro de hombres matándose unos a otros y de nuevo tuvo que mancharse las manos de sangre. Él sabía que no podría borrar esas manchas, que ellas permanecería impresas en su piel aún si se lavaban una y otra vez y siempre inquietarían su conciencia siendo parte de sus pesadillas. Sin embargo, tenía un argumento que lo sostuvo durante aquellas horas: debía vivir, y si tenía que matar para preservar su vida, lo iba a hacer. Por primera vez en su vida, sabía que su existencia tenía un claro sentido.

La batalla duró casi veinticuatro horas, pero afortunadamente los alemanes no resistieron tan decisivamente como se esperaba. En septiembre 13 el saliente había sido tomado y unas horas después los norteamericanos fueron substituidos por elementos franceses. El Primer Ejército Norteamericano continuó su camino hacia el Bosque de Argona, donde un mes completo de dolorosos esfuerzos los estaba esperando.

En su camino hacia el Norte, Terrence miró a través de la ventanilla del tren al mismo tiempo que acariciaba el crucifijo en sus manos. Veía el siempre verde follaje de los pinos que contrastaba con el dorado paisaje, evidencia del otoño que se acercaba, y su mente inmediatamente le trajo el dulce recuerdo de los ojos de su esposa. Suspiró calladamente, agradeciendo a Dios que ella estaba lejos y a salvo. En la correspondencia que había mantenido con Albert en los meses anteriores el joven millonario le había confiado que había hecho arreglos para mantener a Candy lejos del Frente. Sin embargo, Terrence no se hubiese sentido tan tranquilo de haber sabido lo que estaba a punto de ocurrir en París.





Los rumores pueden ser una trampa peligrosa que tarde o temprano termina por capturar la presa deseada. Mientras Candy trabajaba diligentemente durante sus largos turnos y soñaba con el hombre que amaba en su tiempo libre, orando constantemente como nunca lo había hecho antes, alguien más estaba ocupada esparciendo una venenosa mezcla de mentiras y hechos reales, la cual fácilmente hizo eco en aquellas bocas que gozaban de las habladurías. Después de todo, no es difícil llegar hasta la faceta oscura en los corazones humanos. Uno sólo tiene que escarbar un tanto para revelar las debilidades humanas. A largo plazo, esas debilidades pueden ser muy útiles para alcanzar ciertos propósitos.

Candice White Andley había sido enviada al Frente en Ypres y luego a Cambrai el año anterior, regresando a París en diciembre, sólo unos días después que el Coronel Vouillard – entonces Mayor Vouillard – había sido designado como director del hospital. Desde entonces, cinco diferentes grupos de personal médico habían sido enviados a diferentes áreas a lo largo del Frente, pero la señorita Andley no había sido comisionada otra vez, a pesar de que tenía la experiencia y el entrenamiento necesarios.

Cuando la enfermera Andley llegó al hospital después de sus días en el Frente, estuvo enferma de influenza por un par de semanas y aún cuando Vouillard supuestamente no la conocía, el militar había estado interesado en la recuperación de la joven y la había visitado un par de veces. El interés del Vouillard podía tomarse como un simple gesto de amabilidad y cortesía hacia una heroína de guerra proveniente de uno de los países aliados. Sin embargo . .. ¿Era sólo eso?

Flammy Hamilton, quien se habían mantenido siempre distante y fría con todo el personal bajo su mando, había cambiado su actitud hacia Candice Andley de repente, tan pronto como ambas regresaron a París. Algunos podrían pensar que los cambios en Hamilton obedecían al hecho que la Andley había prácticamente salvado su vida. Sin embargo, semejante transformación ocurrió exactamente al mismo tiempo en que Vouillard llegó al Saint Jacques ¿Coincidencia?

El Doctor Bonnot había cortejado a Candice Andley abiertamente por más de un año pero ella nunca había dado muestras de interés ¿Por qué una chica soltera rechazaría las atenciones de un hombre con un tan promisorio futuro como lo era Bonnot, sin mencionar la apostura del joven? ¿Había algún amor secreto que ella no podía confesar y que no le permitía corresponder el cariño de Bonnot?

Durante el verano, los pacientes del pabellón A-12 se habían amotinado prácticamente con el fin de tener a la señorita Andley como su enfermera. Vouillard había arreglado el problema enviando a la enfermera de regreso al mencionado pabellón. Algunos pensaron que esa medida había sido más bien débil y no muy acorde al estilo militar. Una solución más estricta hubiese sido la de transferir a la enfermera a otro hospital como una especie de escarmiento para los pacientes rebeldes. No obstante, Vouillar prefirió mantener a la señorita Andley en el Hospital Saint Jacques.

Finalmente, en días recientes, la joven Andley había desaparecido por una noche completa e inclusive había llegado tarde a su turno al día siguiente. Aún así, la enfermera Hamilton no hizo nada para castigar la falta de la Andley ¿No era todo esto muy raro, especialmente cuando Flammy Hamilton era siempre una jefa tan estricta?

Nancy Thorndike sabía las razones para todos estos extraños eventos. Había trabajado organizando los archivos del hospital durante un mes y en esta tarea había encontrado el expediente de Candy, descubriendo información muy interesante. De ese modo se enteró que la joven rubia era parte de una familia muy acaudalada que tenía conexiones con altos líderes militares en el Ejército Francés. Nancy leyó las cartas de Foch al Mayor Legarde, el Mayor La Salle y al Coronel Vouillard con órdenes estrictas de mantener a la Andley en la retaguardia. Eso explicaba la misteriosa dimisión de La Salle, siendo él quien mandó a la joven Andley a Ypres, así como el interés de Vouillard en mantener a Candy lejos del Frente.

Nancy ató los cabos y viendo el cuadro completo, comprendió que los eventos podían ser fácilmente mal interpretados. Después de eso, sólo le tomó un par de charlas con algunas de sus colegas que tenían reputación de expertas chismosas para esparcir la idea de que Erick Vouillard sostenía un romance con Candice Andley y que por esa razón él estaba tratando de proteger a su amante manteniéndola lejos del campo de batalla. Flammy Hamilton seguramente estaba al tanto de aquel desliz y consecuentemente, había cambiado su actitud hacia la joven Andley cuando Vouillard había sido designado como director del hospital. Por otra parte, Bonnot no podía ser rival para el Coronel, quien a pesar de ser un hombre de mediana edad y además casado, podía ofrecer mucho más a su amante de lo que Bonnot podría jamás dar a la mujer que llegase a ser su esposa. La pequeña americana, no era tan pura y cándida después de todo.

El rumor se propagó rápidamente y en una semana llegó a los oídos de Vouillard. Él, por supuesto, estaba profundamente ofendido y preocupado por su esposa. Cuando más joven, Vouillard no había sido un santo, como la mayoría de los militares, y la Sra. Vouillard había respondido a las infidelidades de su esposo con un duro resentimiento, así que su matrimonio había estado cerca del fracaso total y la separación definitiva. Afortunadamente, el tiempo, el amor y una buena dosis de perdón habían salvado a los Vouillard del inminente divorcio y en los cinco años precedentes la pareja había reconstruido la confianza mutua no sin grandes esfuerzos. Comprensiblemente Vouillard temía que el escándalo sobre su supuesto amorío con la enfermera americana podía llegar a oídos de su esposa, arruinando de nuevo la aún frágil relación. Vouillard también temía que su reputación profesional pudiese ser dañada por las habladurías, especialmente cuando se le estaba relacionando con una joven dama cuya familia tenía contactos con el Mariscal Foch. Así que Vouillard decidió hacer algo para acallar los maliciosos rumores de inmediato.





Candy estaba sola en su dormitorio. Con manos cuidadosas doblaba el vestido de lino blanco que la Srta. Pony y la Hermana María le habían enviado como regalo de cumpleaños, con el propósito de guardarlo en una caja. Se había dicho a sí misma después de lavarlo y almidonarlo esmeradamente, que no se lo pondría más. Después de todo, había sido su vestido de novia y no se lo iba a poner para una simple caminata en el parque, sino que lo guardaría como recuerdo del día que había jurado amor eterno al hombre de su vida.

Acarició ligeramente el fino organdí que adornaba el canesú y los diminutos botones en forma de perlas, sin poder evitar el recuerdo de las manos de Terri mientras los desabrochaba uno por uno con nerviosos dedos. La joven sintió cómo el rubor cubría sus rosadas mejillas, pero esta vez disfrutó de la cálida sensación mientras recordaba las caricias de su esposo sobre su cuerpo. Cerró los ojos y sintió de nuevo sus besos, escuchando sus palabras de amor en su oído. Guardó el vestido en la caja y se recostó en la cama, abandonando su mente a los más dulces e íntimos recuerdos. Buscó con su mano derecha el anillo de esmeralda que mantenía colgando a su cuello con una cadena de plata, siempre oculto debajo de su uniforme, y lo estrujó con tierno gesto.

Justo el día anterior Candy había recibido las cartas de Terrence y cada palabra que él había escrito estaba pulsando en sus venas a cada segundo, todo el día y la noche. Cerró los ojos tratando de repetirse esas frases que ya se sabía de memoria, representando una especie de secreto diálogo.

Sin embargo, ahora despierto y pienso en “nosotros” y me asombro con ese maravilloso sentimiento que algunos llaman esperanza.





¡Ah Terri! -. Suspiró – la esperanza es lo que llena ahora mi corazón . . . pensando que tal vez estoy esperando un hijo, un hijo tuyo.



Leo una y otra vez tus palabras de amor e imagino tus queridos ojos, mi ángel ¡Cuánto añoro ver mi imagen reflejada en esos espejos verdes!



Igual que yo añoro ver tus ojos y sentir tus cálidos brazos alrededor mío.



Pensar en ti es una alegría que sana mi alma y me da fuerzas para seguir. . .



Igual siento yo, amor, pero saber que estás ahora en medio de una nueva batalla me tiene inquieta y preocupada! – recordó ella súbitamente con el espíritu ensombrecido.



Estoy en las manos de Dios y tengo confianza en que Él protegerá mi vida para hacerte feliz.



¡Ay, Terri! – dijo ella en voz alta, pero como escuchó entonces que la puerta se abría se apresuró a enjugar las lágrimas que ya cubrían sus mejillas.

En ese momento Flammy entró en la habitación con sus lentes en una mano mientras ella también se enjugaba su ojos llorosos con un impecable pañuelo blanco.



¡Flammy! – exclamó Candy, sorprendida por las lágrimas de su amiga tanto como por su inesperada llegada a una hora del día cuando se suponía que ella estuviese de servicio.

¡Candy! – fue todo lo que Flammy pudo decir antes de arrojarse en los brazos de su amiga.

La joven rubia abrazó a la morena tiernamente mientras trataba de aliviar su atribulado corazón con palabras de aliento. Permanecieron abrazadas por un rato hasta que Flammy sintió que ya había vertido todas sus lágrimas. Entonces, ambas mujeres se sentaron en la cama de Candy al tiempo que la rubia sostenía las manos de su amiga.



¿Te gustaría compartir conmigo lo que tienes aquí? – preguntó Candy tocándose el pecho con una de sus manos - ¿O prefieres solamente estar conmigo por un rato, en silencio?

Candy . . . yo – tartamudeó Flammy dudosa. – Creo que estará bien hablar – concluyó preguntándose qué tanto de sus pesares podría confiarle a su amiga.

La joven morena retiró una hebra de sus cabellos oscuros que le estaba molestando en la frente y luego sacó de su bolsillo un sobre rasgado que le mostró a su amiga.



Esta carta es de Yves – explicó Flammy con desaliento.

No sabía que él te escribía – comentó Candy un tanto confundida.

No lo hace, Candy . . . .¿Cómo podía él? . . .- contestó desalentada- Le escribió a Julienne, pero ella me dio la carta para que yo la leyera.

Candy alzó la vista del sobre al rostro de Flammy, dirigiéndole a su amiga una mirada interrogadora. De repente una larga cadena de incidentes, palabras aisladas, gestos, y reacciones de Flammy finalmente cobraron sentido y Candy pudo leer en los ojos temblorosos de su amiga como lo hubiese hecho en un libro abierto.



Flammy . . . tú . . . ¡lo amas! – murmuró la rubia aún sin poder creer lo que aquellas pupilas cafés ya le habían confesado.

¡No, no, no! - Flammy se apresuró a negar, aún renuente a dar a conocer sus sentimientos más íntimos – Es sólo que estoy . . . preocupada . . yo . . .- tartamudeó sin poder encontrar una explicación lógica.

Si no es así ¿por qué estás llorando? ¿y por que tartamudeas? Esa no es la Flammy que yo conozco – repuso Candy.

¿Sólo porque tú estás tan enamorada de Terrence debe acaso todo el mundo también amar a alguien? – arguyó Flammy como último recurso.

Vamos Flammy, dijiste que querías hablar. Ayudaría un poco si fueras realmente sincera conmigo . . .¿Qué puedes perder? – preguntó Candy con su tono más dulce, y a pesar de la desconfianza de Flammy, la morena finalmente se rindió ante el carisma de su amiga. Interiormente se dijo que, siendo que Candy se había casado con Grandchester, ya no tenía sentido ocultar sus sentimientos ante su amiga.

Está bien – dijo Flammy finalmente, desviando los ojos y estrujando nerviosamente su pañuelo – Estás en lo correcto, Candy . . . yo . . .yo . . . estoy enamorada de él.

¡¿ Por qué no me contaste antes lo que sentías?! – demandó Candy confundida.

Porque tú te hubieses hecho a un lado – replicó Flammy mientras una nueva lágrima le rodaba por la mejilla. – Yo no deseaba eso. No quiero ser escogida por la caridad de otra mujer. Ese no es mi estilo . . . llámalo orgullo, si tú quieres . . . además, no estaba segura si tú podrías terminar amándolo . . . eso hubiese hecho muy feliz a Yves . . .¿Cómo podía yo interferir entonces?

¡Ay, Flammy! ¡Te quedaste callada todo este tiempo y yo fui tan ciega que no me di cuenta! – se lamentó Candy - ¡Valiente amiga he sido! – añadió reprochándose.

No . . .no, Candy. No te culpes de esa forma – respondió Flammy con una triste sonrisa llena de comprensión - ¿Cómo podías tú ver mis calladas penas cuando tú tenías tus propios torbellinos de los cuales preocuparte?

¡Flammy, eres una gran amiga! – dijo Candy profundamente conmovida, abrazando a su amiga.

Ambas mujeres permanecieron en silencio por un rato, abrazándose y sintiendo cómo el lazo invisible que las unía se volvía aún más fuerte.



¡Pero ahora basta ya de hablar de mí! – replico la rubia con una sonrisa – Tienes que decirme por qué estabas tan triste . .. ¿Es algo que Yves dice en su carta?

Bueno, sí – barbotó Flammy con un hondo suspiro. – Estaba trabajando en Arras, pero ahora ha sido enviado con el hospital ambulante para seguir al Cuarto Ejército Francés ¡Están marchando hacia el Sur, Candy! Eso podría ser muy peligroso, los alemanes tienes posiciones muy fuertes en esa área. Tengo miedo, Candy . . . ¡Aún recuerdo cómo murió el Dr. Duvall! – lloró Flammy calladamente, sin sollozar, sólo crispando sus puños y dejando caer las lágrimas.

No pienses así, Flammy – dijo Candy tratando de ser fuerte, aún cuando su corazón le dio un vuelco cuando escuchó que el ejército francés estaba marchando hacia el Sur ¿Qué había sido eso? ¿Un presentimiento? Tratando de sacudir sus propios miedos, la rubia tomó las manos de su amiga y con su más sereno acento le dijo . Yves estará bien, ya lo verás. Solamente confía en Dios y deja que Él proteja a nuestros hombres en el frente. Debemos ser fuertes . . .¡Mira a Julie! ¡Cuán valiente ha sido ella por casi cuatro años!

Tienes razón! – aceptó Flammy – No sé ni por qué me siento así cuando él ni siquiera piensa en mi. Ustedes, chicas, están preocupadas por sus esposos . . . pero yo . . . ¡él ni siquiera me escribe! – comentó ella tristemente.

Pero puede ser un buen momento para que tú comiences a escribirle – sugirió Candy con una pícara sonrisa.

Te estás volviendo loca, Candy? – respondió Flammy escandalizada por la sugerencia de su amiga – No sabría qué decirle . . .además . . .no hay ni la menor posibilidad de que a él pueda gustarle alguien como yo.

Flammy Hamilton! – reconvino Candy - ¡Nunca jamás te veas a ti misma de un forma tan irrespetuosa! Tú eres una gran mujer y si Yves no puede verlo, entonces él no te merece. Aún así . . . yo creo que hay siempre una oportunidad para aquellos que se atreven a intentarlo.

No lo sé, no me gustaría empezar a soñar sólo para desilusionarme al final de todos mis esfuerzos – alegó Flammy defensivamente.

¿Qué quieres, Flammy? – preguntó Candy con energía, frunciendo el ceño en su delicado rostro- ¿Quieres esperar hasta que te hagas vieja para darte cuenta de que lamentas las cosas que no te atreviste a hacer? ¡¡Tonterías!! – exclamó Candy poniéndose de pie y colocando sus manos a ambos lados de su cintura - ¿Alguna vez te pedí algo por haberte sacado de aquella trinchera? – cuestionó la rubia mirando a su amigo con ojos imperiosos.

No .. .¿Por qué lo dices? – preguntó Flammy sin comprender.

Bueno, ahora voy a hacerlo – replicó Candy sonriendo pero aún con esa mirada autoritaria en sus pupilas verdes. – Te vas a quedar aquí a escribir esa bendita carta mientras yo termino tu turno ¡Y no te atrevas a salir sin haberla escrito bien. Cuando hayas terminado yo misma la pondré en el correo!- ordenó ella mientras salía de la habitación antes de que Flammy pudiese decir palabra.

La morena se paró tratando de seguir a su amiga, pero cuando intentó abrir la puerta se dio cuenta de que Candy había puesto el cerrojo y tomado la llave consigo. Flammy suspiró agitando sus brazos, en parte frustrada y en parte enojada con su amiga.



¡Cómo te atreves, mocosa malcriada! – gritó Flammy pero no obtuvo respuesta.

La joven caminó de arriba abajo en el cuarto por un rato, mientras su cabeza debatía con un ejército de argumentos en contra de la idea de Candy. Sin embargo, algunos minutos después, se sentó ante el pequeño escritorio que ambas chicas compartían, y tomando un pedazo en blanco de papel, comenzó a escribir.

Una vez que los pasos nerviosos de Flammy ya no podían escucharse desde el otro lado de la puerta, Candy dejó el corredor caminando hacia el pabellón donde se suponía debía suplir a Flammy. Mientras caminaba sintió de nuevo una punzada en el corazón.



El Sur . . . el Sur de Arras ¿Qué batalla va a tomar lugar ahí? – se repetía en su mente – Me debo de estar volviendo demasiado aprehensiva . . . Terri debe estar en Saint Mihiel ahora mismo ¡Los periódicos dijeron que los norteamericanos estaban luchando allá!

Candy no sabía que la mañana anterior la Batalla de Saint Mihiel había terminado y que Terri estaba viajando hacia el Norte. Sin embargo, los diarios no decían palabra al respecto de esa movilización porque los Aliados querían tomar al enemigo por sorpresa.





La noche de aquel mismo día, el Coronel Vouillard llamó a Flammy Hamilton a su oficina. Tan pronto como la joven morena recibió sus órdenes, habiendo sido finalmente liberada de su prisión en su propia habitación después de terminar cierta carta, se dirigió inmediatamente hacia la oficina del director. Flammy no lo sabía entonces pero estaba a punto de recibir un noticia que no podría entender en ese momento.



Señorita Hamilton – ordenó Vouillard una vez que las formalidades de rutina hubieron sido dichas – En este documento está una lista con los nombres de seis enfermeras que quiero transferir al Hospital Saint Honoré. Quiero que les informe a estas damas que el Coronel Lamark estará esperando su llegada mañana por la mañana a las 700 horas. Así que tienen que empacar enseguida.

Flammy tomó el papel que Vouillard le estaba entregando y sus ojos fueron rápidamente atraídos por un nombre en la lista.



Coronel Vouillard, – se atrevió a decir la joven – hay una enfermera en esta lista que me gustaría conservar bajo mi mando. Por supuesto, con su permiso, señor. Ella es muy eficiente.

Me temo que no será posible hacer ningún cambio con los nombres en esa lista, Señorita Hamilton – respondió Vouillard categóricamente mientras encendía un puro.

Pero, señor . . .- objetó Flammy.

Tiene sus órdenes – fue la simple respuesta dada por el hombre acompañada de una mirada fría. En ese momento alguien llamó a la puerta – Adelante – llamó Vouillard.

Nancy entró con unos cuantos sobres amarillos y largos en sus manos.



Aquí tengo los archivos de las enfermeras que usted desea transferir, señor – reportó la mujer con voz nasal mientras miraba a Flammy con altanería.

Bien – comentó Vouillard sin mirar a ninguna de las mujeres en el cuarto – Asegúrese de que un mensajero lleve estos expedientes al Hospital Saint Honoré mañana en la mañana. Es extremadamente importante – remarcó él volviéndose a mirar a las enfermeras.

Flammy iba a abrir de nuevo su boca pero las palabras de Vouillard no la dejaron decir más.



En descanso y pueden retirarse, señoritas – ordenó secamente.

Cuando las dos mujeres se hubieron marchado, Vouillard se sentó en su silla respirando profundo como si hubiese sido liberado de una pesada carga.



Esto será el fin de estos rumores – pensó – y de todas mis preocupaciones por la Señorita Andley y su importante familia . Ahora ella será problema de alguien más. De todas formas, las cartas la mantendrán a salvo como lo quieren sus parientes.

Vouillard se habría sentido realmente preocupado de haber sabido que Nancy había destruido las cartas de Foch.





La mañana del 14 de septiembre Candy dejó el Hospital Saint Jacques no sin sentirse profundamente triste por dejar atrás a sus dos mejores amigas, Flammy y Julienne. Sin embargo, hizo su mejor esfuerzo por verse animada y positiva mientras se despedía. Después de todo, iba a trabajar en la misma ciudad, y las tres podían siempre verse de vez en cuando. Antes de subir al camión que la llevaría al nuevo Hospital, Candy se aseguró de poner en el buzón la carta de Flammy. Mientras todavía lo estaba haciendo, una pequeña figura salió del hospital corriendo hacia Candy tan rápido como una mujer de avanzada edad puede hacerlo.



¡Mademoiselle, Mademoiselle! – la llamó una anciana que Candy reconoció inmediatamente como una de las mujeres que hacían la limpieza en el hospital. – Tengo una pregunta que hacerle antes de que se vaya – dijo la mujer en su escaso inglés.

¿Sí señora? – respondió la joven rubia sonriente.

Debo saber quien ganó el juego – preguntó la anciana con ojos traviesos.

¿Perdone, usted? ¿El juego? –preguntó Candy desconcertada y frunciendo el ceño ligeramente.

Je veux dire . . . (Quiero decir) – dudó la mujer tratando de encontrar las palabras - ¿Quién ganó, el americano apuesto o el dulce médico? – preguntó la anciana dama con una risita nerviosa.

¡Ya veo! – exclamó Candy entendiendo finalmente la pregunta y muy divertida con la curiosidad de la viejita. La joven hizo una pausa y acercándose a la mujer le susurró al oído - ¡Ganó el americano!

¡Bien! – dijo la mujer con una expresión brillante en su ajado rostro - ¡A mi me gustaba más él!

Candy se rió de buena gana ante el comentario de la anciana y luego respondió:



¡A mi también!

Un minuto más tarde, la joven se subía al camión, se persignaba y con una de sus deslumbrantes sonrisas agitaba la mano para despedirse de la anciana sobre la acera y de las dos caras que la miraban a través de una de las ventanas, hasta que el camión desapareció en la bruma matinal.





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El Primer Ejército Norteamericano no llegó inmediatamente a Argona. Los norteamericanos se movilizaron lentamente, tratando de hacer creer al enemigo que atacarían otro punto. Los alemanes estaban muy seguros de sus posiciones en Argona porque habían convertido al bosque en una impenetrable fortaleza, apostando a sus hombres a lo largo del área montañosa, cubriendo los bosques con minas y transformando cada villa de los alrededores en un reducto de resistencia. Avanzar a través del boque sería extremadamente difícil, especialmente bajo el fuego que los alemanes, desde sus altas posiciones en las abruptas montañas y colinas, harían a discreción.

El objetivo de los aliados era empujar a los alemanes tanto como fuese posible hacia el Norte, de modo que éstos fuesen desplazados hasta atrás de las vías ferroviarias de Mezière-Sedán antes de la llegada del invierno. Esto no podría ser logrado si primero no reducían las fuerzas enemigas en Argona. El cuarto Ejército Francés, que estaba movilizándose desde el Norte, iba a atacar el flanco izquierdo y entrar al bosque, mientras que los norteamericanos iban supuestamente a atacar los puestos en el río Mosa, y luego encontrarse con la armada francesa en Grandpré y la parte septentrional del bosque.

Los americanos tenían más hombres por división pero carecían de cierto personal calificado y equipo médico. Así que, antes de que el ataque comenzara en septiembre 26, un grupo de operadores de artillería, tanques y personal médico del ejército francés, llegó para apoyar a los americanos.

Un par de días antes de que empezara la lucha Terrence Grandchester usó su hora de descanso para visitar a Matthew Anderson en el hospital ambulante. El joven había sido herido en una pierna durante la batalla de Saint Mihiel, pero ya que no habían tenido ninguna oportunidad de mandar a los heridos hacia la retaguardia, Matthew estaba aún con la tropa, en el hospital, por supuesto.



Tienes visitas, soldado Anderson – dijo un enfermero que estaba tratando de lavar una palangana manchada de sangre cerca de la cama de Matthew.

Hola, Matthew – saludó una voz grave y Matthew identificó inmediatamente a su visitante – Puedo ver que estás recibiendo un tratamiento de primera clase por aquí... Cómoda cama, un ambiente agradable, y una hermosa enfermera para cuidar de ti – se carcajeó Terrence mientras el hombre que lavaba la palangana le hacían una seña obscena como respuesta a su comentario sobre la supuesta “hermosa enfermera”

Yo no lo pondría en esos términos exactamente – replicó Matthew con una sonrisa burlona – pero he escuchado que seré enviado a París tan pronto como sea posible. El doctor me dijo que tendrán que operarme la pierna una vez más . . . después es posible que me envíen de regreso a casa – concluyó el joven mientras trataba de cambiar de posición en la cama plegable en que yacía.

Me alegra oír eso – dijo Terri, pero internamente se dijo que aquella decisión podía solamente responder al hecho de que la pierna de Matthew ya no tenía posibilidades de salvarse de una amputación. – Así que pasarás unos días en la ciudad más hermosa del mundo. Suena tentador, – continuó hablando el joven sargento tratando de animar al joven soldado.

Usted ya tuvo esa oportunidad, sargento – respondió Matthew con una ligera chispa en sus ojos verde claro – y parece que le hizo mucho bien, si me permite decirlo, señor – sugirió el joven ladinamente.

Ciertamente fue así, – se apresuró a decir una tercera voz detrás de Terrence, y el sargento sitió una pinchazo recorriéndole la espina dorsal, moviendo en su interior sus defensas más primitivas. No obstante, usando sus habilidades histriónicas para ocultar sus emociones, se volvió lentamente y con una estudiada sonrisa respondió a la voz.

¡Que coincidencia encontrarlo aquí, Dr. Bonnot – dijo Terri calmadamente, mientras su mente consideraba cómo debía actuar en semejante situación, cuando sabía bien que Bonnot ya no podía ser considerado su rival. Ese simple pensamiento le fue suficiente para hacerle desistir de actuar a la defensiva. Yves Bonnot, no era una mala persona, después de todo. – Bueno, Matthew, puedes estar seguro de que estás en buenas manos – dijo Terri finalmente, volviéndose a ver al joven cabo – este hombre que tienes aquí me salvó la vida.

Yves se sorprendió de oír las palabras conciliadoras de Terrence, pero aún así no bajó la guardia.



Estaba cumpliendo con mi deber, sargento – contestó Yves con un simple asentimiento de cabeza – Ahora, si me disculpan caballeros, tengo trabajo que hacer – dijo el joven doctor mientras se apresuraba a dejar el lugar, visiblemente molesto con el inesperado encuentro.

Supongo que el doctor no está muy contento de verlo, señor – dijo Matthew sin embages.

Yo no pondría mucha atención a esos volubles comedores de ranas – bromeó Terri tratando de minimizar la situación y cambiando el tema de inmediato – pero estábamos hablando de París . . .

Los jóvenes continuaron su conversación pero en el fondo Terrence no pudo olvidarse de Bonnot. Horas más tarde, durante su guardia, meditó un poco más en el asunto.

¿Cómo debía sentirse y reaccionar ante el hombre quien no mucho tiempo atrás había sido su rival? Si era honesto consigo mismo, él tenía que admitir que Bonnot era un buen hombre y el mismo Terri era ciertamente el último de los mortales sobre la tierra que podía reprocharle al doctor francés por haberse enamorado de Candy.



Imagino que no puedo impedir que otros hombres deseen a mi Candy – se dijo así mismo, riéndose sofocadamente – si quisiera que nadie mirara a mi esposa, debía haberme enamorada de una mujer fea y desagradable en lugar de un ángel. Además, no es la primera vez que siento esta desconfianza. Recuerdo claramente cómo era con Archibald, cuando éramos adolescentes . . . . y supongo que esta no será tampoco la última vez. Cuando un hombre tiene una joya, muchos otros pueden envidiarlo. Es parte de la naturaleza humana. Aún así, la joya será mía mientras yo la cuide tiernamente. Por otra parte, Bonnot merece mi comprensión y simpatía en lugar de mi desprecio. Si Candy lo hubiese escogido a él en lugar que a mi, yo me estaría sintiendo ahora como el más miserable de los hombres en el mundo . . . . Él debe sentirse de esa forma. Sé cómo se siente porque antes he estado en el mismo hoyo oscuro.

Terri no se equivocaba. Yves estaba pasando por un negro periodo depresivo durante aquellos días y encontrarse con Grandchester era una de las peores cosas que le podían haber pasado. Al menos, eso era lo que Yves creían en esos momentos. Las heridas del corazón estaban aún frescas en el joven médico y el más ligero roce las hacía sangrar de nuevo con resultados aún más dolorosos.



¿Qué pasó entre Candy y Grandchester? – Yves se había preguntado varias veces durante las semanas anteriores - ¿Acaso se confesaron sus sentimientos mutuos?¿O fue él tan estúpido como para dejarla ir? Después de todo él no tuvo mucho tiempo tampoco. Salió del hospital el mismo día que yo dejé París – y así por el estilo Yves volvía una y otra vez a las mismas consideraciones, siempre terminando con un terrible dolor de cabeza y prometiéndose así mismo que iba a olvidarse de ese amor sin esperanzas. Sin embargo, a pesar de esa promesa el joven volvía al mismo punto cada noche. Pero después de ver a Terrence aquella tarde, Yves comenzó a torturarse con un nuevo problema – Si ellos no se reconciliaron . . . ¿Debería yo hablar con él? . . .¿Debería quedarme callado como Candy quería? . . . ¿Es este encuentro una coincidencia? . . . ¿O es el destino? . . .Y si es así, ¿tendré yo el valor de hacer lo que debo. . . .?

No obstante, Dios no le estaba pidiendo a Yves que llegase a tales extremos del sacrificio. La siguiente mañana, después de una noche completa de insomnio, el joven médico encontró parte de sus respuestas, lo cual liberó al muchacho de la desagradable responsabilidad de hacer de casamentero entre Grandchester y la mujer que Yves aún amaba.

El joven caminaba a lo largo del campamento, con las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo, tratando de aliviar el efecto de la cada vez más fría mañana otoñal, cuando vio accidentalmente a una figura en la distancia. Era Grandchester que había terminado su guardia. Aún luchando con su conciencia, Yves se encontró de repente caminando en la misma dirección. No pudo alcanzar al otro hombre hasta que el joven sargento entraba a la tienda que compartía con otros soldados.

Cuando Yves entró en la tienda Terrence estaba ya quitándose el abrigo y el uniforme, determinado a conseguir conciliar el sueño por unas horas después de la agotadora guardia nocturna.



¡Grandchester! – lo llamó el joven médico y Terrence inmediatamente se volvió para mirarlo al mismo tiempo que arrojaba su camisa sobre la cama plegable.

Fue entonces que Yves vio un objeto brillante sobre el pecho del sargento. Inmediatamente reconoció el dije que él había visto colgando al gracioso cuello de Candy en varias ocasiones. Una vez la joven le había confiado la historia de aquel crucifijo y cuán significativo era para ella. Eso era todo lo que Yves necesitaba para entender la situación. Terrence Grandchester no había perdido el tiempo después de todo.



¿Bonnot? – preguntó Terri sorprendido por la súbita aparición de Yves, pero pronto sus ojos se dieron cuenta de que el joven doctor miraba fijamente el crucifijo en su pecho. El actor no necesito más explicaciones cuando Yves simplemente salió de la tienda sin decir palabra. Todo había sido dicho por el pequeño talismán de amor de una joven dama.

El joven doctor se pasó el resto del día con el más negro de los humores. La noche de la Gala del Coronel Vouillard, él había comprendido que sus oportunidades con la joven enfermera norteamericana estaban todas perdidas, y esa certeza había sido dolorosa, pero darse completa cuenta de que su rival había finalmente ganado el amor de la dama, eso era una nueva estocada que acababa por devastar lo que quedaba de su corazón roto. Yves vertió todo su dolor en su trabajo, aunque éste no era suficiente para aliviar su alma entristecida. Ese día todo el campo y el hospital se movilizaron hacia el río Mosa, como parte de una estratagema que los alemanes no esperaban.

La mañana del veintiséis de septiembre a las 5:30 de la mañana, el Primer Ejército Norteamericano atacó las posiciones del enemigo a lo largo del río Mosa con gran éxito. Bonnot pidió ser enviado a la línea de fuego con el equipo de primeros auxilios. El joven nunca antes había visto una batalla de cerca, pero ese día aprendió lo que algo así significaba en toda su sobrecogedora extensión. Sintió el escalofrío recorriendo su piel al escuchar el estallido de los cañones y presenció la vista apocalíptica de seres humanos volando por el aire cuando algún desafortunado soldado pisaba una mina. Nada podía ser más frustrante par a el joven médico que ver como sus esfuerzos desesperados por salvar vidas eran siempre demasiado lentos y demasiado limitados comparados con la abrumadora velocidad que las armas humanas desplegaban. La muerte es una dramática certeza que todos tenemos que enfrentar, pero el homicidio legalizado que la guerra autoriza va más allá de esa verdad natural.

Yves, conmovido hasta la médula por la impresionante vista de la crueldad bélica y sangrando internamente por el rechazo de una mujer, trabajó día y noche, descansando escasamente solamente por insistencia de sus superiores. Al principio pensó que el hecho de enfrentar las crudas escenas del campo de batalla lo harían olvidar su pena personal, pero cada tragedia humana tiene su lugar en el corazón de un hombre y aún cuando él sabía que otros tenían mayores problemas que enfrentar en medio de aquel caos, eso no hacía que su propia dolor se anulara. Más de una vez deseó estar en el lugar de cada hombre que moría en sus brazos.

Durante aquellos días de creciente confusión y constante desgracia Terrence observó a distancia cómo Yves se hundía en su propia desesperación y el joven actor pensaba que se podía ver a si mismo como en un espejo mientras el médico arriesgaba su vida, como si estuviese buscando su propio fin. El sargento se sentía en deuda con Yves y decidió protegerlo de sí mismo, tanto como fuese posible. Tal vez la mejor manera de lograr ese propósito fuese acercándose al médico francés, y siendo que Yves no iba a hacerse su amigo sin ayuda, Terrence trató de tomar la iniciativa.



¿Jamás descansas? – preguntó el sargento un día que había estado ayudando a unos enfermeros a llevar los heridos desde el frente hasta el hospital del campamento.

¿Para qué? – fue la ácida respuesta de Yves

Para permanecer vivo, por lo menos – replicó Terrence

Tal vez valoramos la vida demasiado ¿Alguna vez has pensado en eso?- repuso el joven doctor incómodo con la insistencia de Terrence.

Más veces de las que crees, Bonnot. – respondió Terri de una forma tan seria que hizo que Yves lo mirase directamente a los ojos – Escucha, sé que estás muy ocupado ahora, pero me gustaría hablar contigo cuando tengas un rato libre. Esto es, si alguna vez te permites tomar un descanso.

¿Y de qué podríamos hablar tú y yo?- preguntó Yves con un dejo de ironía en la voz

¿Se te ha ocurrido alguna vez que en ocasiones la gente se habla sólo para pasar el rato y porque se desea ser amigable? Y créeme, Bonnot, en medio de esta guerra, hacer amigos es algo que llegas a apreciar cuando estás allá afuera, con una metralleta alemana disparando a tus espaldas – replicó el hombre oji-azul con una franca sonrisa que Yves no había visto en todo el tiempo en que había conocido a Gradchester. – Podríamos hablar . . . del clima, si quieres – fue lo último que dijo antes de dejar a Yves, preguntándose qué había pasado con Grandchester que inesperadamente se había vuelto tan amable.

Los alemanes retrocedieron por unos 8 kilómetros a lo largo del río y los americanos intentaron entrar al bosque de Argona, pero el enemigo era realmente fuerte en aquella área. Los aliados solamente lograron avanzar unos 3 kilómetros dentro del bosque y tuvieron que detener el ataque el septiembre 30. Las tropas descansaron por unos cuantos días mientras los líderes militares replanteaban la estrategia. No había otra forma, decidió finalmente el General Pershing, los americanos tenían que abrirse paso a través de la Tercer Línea Defensiva alemana, sin importar cuán peligroso eso era o cuántas vidas costase el movimiento. El ataque reinició en octubre 4 y duraría a lo largo de cuatro dolorosas semanas en las cuales las bajas entre los norteamericanos se incrementarían a una increíble rapidez conforme pasaban los días.

Una de esas noches en las cuales Terrence estaba libre de servicio, el joven buscó un lugar solitario donde poder escribir a gusto ayudado por una lámpara de keroseno. Había ya escrito la carta número sesenta para su esposa y la había guardado junto con las otras que aún no podía enviar. Luego extrajo otra hoja de papel y continuó escribiendo algo diferente mientras las imágenes de sus compañeros agonizando en el campo de batalla invadían su mente.

Cada minuto de horror vivido en la línea de fuego estaba claramente grabado en su memoria. La visión del río Mosa teñido con la sangre de muchos hombres, los cuerpos sin vida flotando sobre la superficie del agua, los miembros mutilados, la agonía y sobre todo, los rostros de los hombres que él había tenido que matar para preservar su propia vida, eran tan atormentadores que la única forma de salvar su mente de la demencia era poner todo aquello por escrito en forma de diálogos, esperando que algún día otros pudieran escuchar las palabras que él escribía en esos momentos y reflexionar sobre la miseria humana. El mundo tenía que conocer la cruel verdad detrás de la “gloriosa victoria” y él sentía que era su deber dar cuenta de todo aquello.



Aún tienes ese hábito – dijo la voz de Yves interrumpiendo la tarea de Terri mientras se sentaba cerca del sargento.

¿Te refieres al hábito de escribir? – replicó el joven mirando a los ojos grises iluminados por la lámpara de keroseno. Él no había hablado con el médico en semanas y se sentía sorprendido de que Yves hubiese decidido acercársele.

Sí, te vi escribir muchas veces, allá en París – comentó el doctor casualmente - ¿Tienes tantas cartas que escribir?

Bueno, no realmente – admitió Terri encogiendo los hombros, – no solamente escribo cartas.

Es gracioso, Grandchester – replicó Yves con una sofocad carcajada un tanto irónica.

¿Qué es lo gracioso? – preguntó el sargento intrigado.

Que fuiste mi paciente por meses y nunca te pregunté acerca de tu profesión ¿Qué haces para vivir? ¿Eres periodista o escritor, acaso?

Ya veo – sonrió Terri comprendiendo el comentario de Yves – Soy actor – respondió simplemente.

¿Qué? –preguntó Yves sorprendido - ¿Quieres decir que actúas en un escenario y usas disfraces y maquillaje?

Sí, así es. Hago ese tipo de cosas raras – aceptó Terri riéndose, – pero no podría imaginar mi vida haciendo algo no relacionado con el teatro, y créeme, la gente piensa que soy bueno en lo que hago – añadió alzando una ceja.

Si tú lo dices . . . – fue todo lo que Yves pudo replicar.

Pero también disfruto escribiendo – continuó Terri mientras guardaba las páginas que acaba de emborronar dentro de su carpeta de cuero

¿Y sobre qué escribes? – preguntó Yves despreocupadamente.

Ahora tengo muchas historias que contar – explicó Terri sintiendo que el frío de la noche comenzaba a calarle los huesos. – Por ejemplo, escribo acerca de la vida de un joven soldado la cual no pude salvar esta mañana; sobre mi Capitán que solía ser un hombre que disfrutaba de una buena conversación, pero que se ha vuelto taciturno y callado durante este mes; sobre cómo un hombre me confió la última carta que había escrito para sus hijos antes de que una granada alemana explotara enfrente de él, y también la historia de un joven médico que parece estar buscando su propia muerte de manera desesperada cada vez que logro verlo en acción, – dijo el sargento enfatizando la última frase con toda intención.

Yves se volvió a ver aquellos ojos de un azul iridiscente con una mirada de resentimiento.



Es muy fácil juzgar a los demás cuando se tiene ese crucifijo colgando al cuello – barbotó el médico francés amargamente.

¿Cómo podría yo juzgar a un hombre que está sufriendo el mismo tipo de dolor que yo he padecido muchas veces en mi vida? – respondió Terrence sinceramente – Me malentiendes, Bonnot.

Tal vez, pero lo que puedo ver ahora es que mi existencia se ha convertido en una oscura caída y yo no puedo detenerla – aceptó el joven médico con voz temblorosa mientras desviaba su ojos para evitar la penetrante mirada de Terri.

Buscar tu propia muerte de manera tan irresponsable no te dará la respuesta, – reconvino el sargento.

¿Desde cuándo te nombraste mi consejero? – respondió Yves defensivo.

Bonnot, no estoy calificado para ser el consejero de nadie, – replicó Terri poniéndose de pie, – pero no hace mucho yo estaba en medio de la misma amarga depresión por la que estás pasando, y créeme, la mía fue cruelmente dura porque la tuve que soportar por años, llenando mi corazón con remordimientos y auto recriminación. Añoré la muerte tanto como tú la estás deseando ahora; sin embargo, ahora agradezco a Dios que no me dio lo que yo le rogaba entonces. Un hombre quien es mucho más sabio de lo que yo seré jamás me enseñó entonces que nada está escrito en las páginas de nuestras historias personales hasta que nosotros mismos nos atrevemos a trazar nuestro propio destino, y mientras aún estemos vivos, hay esperanza de llegar a escribir una mejor página la próxima vez. No te niegues esa oportunidad. Buenas noches, doctor – dijo él por último tomando su lámpara consigo y desapareciendo en la oscuridad. Yves se quedó solo con sus propios pensamientos.

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La noche del 29 de octubre Candy estaba mirando la insistente lluvia cayendo sobre la enorme tienda donde ella se encontraba, cuando sintió un desasosiego inusual en su corazón que la hizo llevarse la mano al pecho para tocar el anillo que llevaba colgado al cuello, debajo de su uniforme.



¡Dios, Dios! – murmuró - ¡Protégelo esta noche!¡Por favor, no nos abandones ahora, Señor! ¡No creo que pueda superar la pérdida si él muere ahora!

El chubasco otoñal continuó bañando el suelo lodoso y ella pudo ver en la distancia un soldado corriendo por el campamento.





La ofensiva en el bosque de Argona no había sido fácil en lo absoluto para ninguno de los dos ejércitos Aliados. No obstante, después de largos días de sangrienta batalla, los alemanes comenzaron a retirarse, aún renuentes a dejar sus posiciones en el bosque. Hacia octubre 29 casi todos los reductos habían sido tomados, pero todavía existían algunos puntos donde algunos cuantos hombres continuaban resistiendo, abriendo fuego constantemente desde sus posiciones en las colinas. Aquella noche el ataque de rutina se había detenido por unas instantes y los hombres detrás de una barricada improvisada estaban observando con desconfianza el oscurecido horizonte entre la arboleda. Sólo unos minutos antes dos de ellos habían sido enviados a buscar agua a un arroyuelo cercano.



Yo digo que fue algo realmente tonto – comentó uno de los soldados rasos – pudimos habernos aguantado sin agua.

Tal vez – contestó un segundo soldado – pero el doctor la necesita para los heridos, –concluyó señalando al joven médico que estaba trabajando frenéticamente detrás de ellos.

Sí, pero pudimos haber esperado a los hombres que fueron a la retaguardia para traer las provisiones – arguyó el primer soldado. – Cuando el sargento regrese no le va a gustar nada esta idea.

Tal vez Richmond y Whitman regresen antes – fue la última cosa que dijo el segundo soldado antes de que un par de sombras moviéndose en la oscuridad captaran su atención – Allí están . . . – pero el soldado no pudo terminar la frase porque una repentina explosión seguida de una lluvia de disparos provenientes de una colina hacia el Este lo interrumpieron.

¡Por el amor de Dios” – jadeó el primer soldado al mismo tiempo que palidecía – ¡Había una mina en el camino!

Cuando la primera descarga se detuvo los soldados detrás de la barricada pudieron escuchar los gritos de uno de los dos hombres, a sólo unos cuantos metros de donde ellos se encontraban. El joven doctor había dejado a los heridos para ver lo que había pasado sólo para descubrir que Whitman había muerto en la explosión y que la voz de un agonizante Richmond podía escucharse en la distancia.



Alguien tiene que ir allá afuera y traer a ese hombre a la barricada – dijo el médico con tono desesperado

¿Está usted loco, doctor? – preguntó el segundo de los soldados volviéndose a ver al hombre de los ojos grises – Richmond está tan muerto como Whitman. No hay modo en que él pueda resistir por mucho tiempo allá afuera, y si alguno de nosotros sale en este momento será otro hombre muerto también ¡Pueden haber otras minas!

Si ustedes no van por él entonces yo lo tendré que hacer – explotó el joven médico tomando consigo un equipo de primeros auxilios.

Señor, - barbotó el primer soldado sosteniendo el brazo del joven – Podemos permitirnos perder a un hombre, pero no a un médico. Todos lo necesitamos a usted vivo.

Tal vez, pero no voy a seguir viviendo con los gritos desesperados de ese hombre en mi conciencia, - y con esta última frase el joven médico trepó la escalera que llevaba afuera de la barricada. Como era un superior los soldados rasos no pudieron hacer nada para detenerlo.

Afuera, la noche se sentía silenciosa y fría. Solamente los débiles quejidos de Richmond podían escucharse en la distancia. El joven aguzó la vista para ajustarla a la oscuridad y después de unos segundos pudo divisar al hombre yaciendo en el suelo a unos cuantos metros de donde él estaba. Tenía que apresurarse si quería salvarle la vida. Tratando de moverse cubierto por las sombras corrió orando internamente para no encontrarse con otra mina en el camino. Desafortunadamente, cuando estaba ya casi llegando a su objetivo las nubes se movieron con el viento y la luna iluminó el claro en donde él se encontraba parado.

Los hombres detrás de la barricada se congelaron al percatarse de que los alemanes podrían descubrir al joven doctor fácilmente.



¿Qué demonios está pasando? – preguntó una voz enfurecida detrás de los soldados y ellos inmediatamente reaccionaron cuadrándose y saludando a su superior.

¡Sargento Grandchester! – exclamó el primer soldado raso temiendo la ira del joven.

El doctor francés, señor,- explicó el segundo soldado – está allá afuera tratando de salvar a Richmond.

¿Y qué estaba Richmond haciendo afuera de la barricada? – demandó el sargento con ojos furiosos.

Él . . .él fue a conseguir un poco de agua para los heridos, señor.

¡Grandioso! ¡Y ahora ese francesillo cabeza hueca está arriesgando su vida otra vez! Los alemanes van a verlo con toda esa luz de luna – dijo el joven sargento mientras sus ojos miraban cómo un proyectil caía desde las alturas pero sin causar la usual detonación ¡No era una granada!

¡Maldición! ¡Esos bastardos arrojaron una bomba de iperita! – gritó uno de los enfermeros que también presenciaba la escena.

¡Todos pónganse las mascaras! – ordenó Grandchester y todos los hombres detrás de la barricada se cubrieron de inmediato el rostro.

¿Qué está haciendo, Señor? – preguntó uno de los soldados viendo que el joven sargento tomaba una máscara extra y comenzaba a ascender la escalera que el doctor francés había usado para salir de la barricada.

¡Voy por ese comedor de ranas! ¿Qué más? Seguramente estará cegado por el gas, y si permanece bajo sus efectos será un hombre muerto en cuestión de minutos – dijo el hombre con la voz sofocada por la máscara.

¡Déjeme ir con usted! – ofreció el soldado arrepentido por haber dejado ir al joven médico solo.

Ya es suficiente con dos idiotas allá afuera. Tú quédate aquí y si no regresamos manda las cartas que tengo en mi valija y explícale a la dama cuyo nombre aparece como la destinataria, que hice lo mejor que pude para conservar mi vida, pero hay deberes que un hombre no puede omitir – explicó antes de llegar a la parte superior de la barricada y saltar lejos de su protección.

Tenía que moverse rápidamente mientras el gas aún impedía a los alemanes el distinguir figura alguna en la oscuridad. Mientras avanzaba hacia el claro pensaba en las promesas que le había hecho a su esposa. Lo que estaba haciendo en ese momento no era ciertamente muy razonable, pero Terri se sentía en deuda con Bonnot porque el médico le había salvado la vida en el quirófano y aquella era su oportunidad para saldar esa deuda.

Cuando finalmente pudo ver una silueta borrosa en la distancia el joven corrió hacia el doctor quien estaba arrodillado al lado del cadáver de Richmond. Terri alcanzó a Yves y le tocó el hombro con un gesto nervioso. Gracias al inesperado toque el médico volvió el rostro, sus ojos vagaban en la nada y Terri comprendió que Yves ya no veía.



¡ Soy yo, Granchester!- murmuró Terri - ¡Ponte esta máscara de inmediato! – le urgió el sargento.

¡¡ Por qué veniste, idiota?! – reprochó el doctor sintiéndose mareado por el gas.

¡Ya cállate y ponte la máscara antes de que el gas te destroce los pulmones! – dijo Terri prácticamente forzando a Yves a usar la máscara.

¡Déjame aquí, y salva tu vida mientras aún hay tiempo! ¡¡Déjame aquí!! – gritó el joven pero no pudo decir más porque un puño firme lo golpeó en las sienes haciéndole perder el conocimiento.

¡Lo siento francesito! – dijo Terri cargando el cuerpo del médico inconsciente – pero creo que tu conversación sería algo molesta en el viaje que tú y yo vamos a hacer juntos.

El hombre comenzó a caminar de regreso a la barricada, pero poco a poco el gas comenzaba a disiparse dejándolos expuestos a la luz de la luna. Fue entonces cuando las ametralladoras alemanas llenaron el ambiente con su rugido mortal una vez más.



¡Aquí vamos de nuevo! – pensó Terri mientras claramente sentía un punzante dolor en el brazo derecho – Si tu talismán realmente funciona, mi amor, este es el momento para que haga algo por este tonto francesillo y por mi, Candy – continuó el joven diciéndose al tiempo que finalmente llegaba a la barricada. Los segundos parecían siglos mientras los hombres del otro lado de la barricada abrían fuego para cubrir al sargento que se aproximaba con el doctor desmayado sobre su espalda.

¡Ayúdenme! – gritó Terri y uno de los enfermeros salió de la barricada y tomó a Yves consigo. Los alemanes continuaron disparando desde su puesto en la colina y entonces una nueva explosión estalló en el claro. Era otra mina que había sido activada por el fuego de los alemanes. Terri se volvió para mirar dónde había tenido lugar la explosión y se dio cuenta de que él había caminado muy cerca de aquel lugar.

¡Suba, Señor! ¡Hágalo ahora!- gritó un soldado amedrentado por la nueva detonación.

Terri trepó la barricada sintiendo un creciente dolor en el brazo pero finalmente alcanzó a llegar hasta arriba mientras más balas caían a los lados. Sin embargo, un segundo después, se encontraba a salvo del otro lado de la barricada, pálido como un papel, con el corazón latiendo a una velocidad asombrosa y con una nueva herida en el brazo derecho la cual comenzaba a sangrar profusamente.



Pensé que no la contaría, Señor – dijo uno de los enfermeros, admirado del valor del joven sargento mientras limpiaba la herida de Terri.

Yo también amigo, yo también – fue todo lo que Terri pudo decir mientras cerraba los ojos y agradecía a Dios por preservar su vida.

Oscuridad. Todo lo que podía ver era oscuridad. Los sonidos del campamento eran claros, sin embargo. Pudo identificar las voces y los gritos del hospital ambulante. Con la punta de los dedos sintió las viejas y ásperas frazadas de la cama plegable donde se encontraba acostado y también sintió un dolor agudo en su muslo derecho al tratar de moverse. Los sonidos eran fáciles de identificar, pero no podía ver. Se llevó las manos a las sienes y palpó el vendaje que le cubría los ojos.



Así que finalmente te despertaste, doctor – saludó una voz profunda que Yves conocía bien - ¡Pensé que soñarías para siempre! – continuo bromeando la voz.

¿Grandchester? – preguntó Yves volviendo el rostro en la dirección de donde provenía la voz.

¿Quién más? - respondió la voz. – Siento desilusionarte pero estás en lo cierto, soy el mismo tipo fastidioso.

¿Cómo llegué aquí? – preguntó el joven confundido.

Bueno, técnicamente fuiste traído por los enfermeros desde la línea de fuego donde tú y yo disfrutamos de un muy interesante viajecito anoche, y ahora estamos aquí gozando de unas fascinantes vacaciones. Aunque debo confesarte que realmente prefiero el servicio que ustedes dan en París. Comparado con eso encuentro el servicio de este lugar ...algo. . . insatisfactorio...si me permites decirlo,- explicó el joven con el mismo tono burlón.

Los recuerdos empezaron a cobrar sentido en la mente de Yves mientras el sargento, que súbitamente se había vuelto muy comunicativo, continuaba su explicación quejándose de los enfermeros en el campamento. Yves recordó su frustración cuando vio a Richmond dar su último suspiro y luego percibió la explosión del gas a algunos metros de donde él se encontraba. Sólo le tomó unos cuantos segundos para quedar cegado y creyó en ese momento que su vida había llegado a su fin. No sería capaz de encontrar el camino de regreso a la barricada antes de que el gas empezara a dañarle los pulmones, más tarde el fuego de los alemanes terminaría por hacer el resto. Por un momento pensó que había encontrado la mejor forma de acabar con su penosa existencia, pero no pudo evitar el sentir miedo, como nunca había sentido antes. El joven contempló sus recuerdos más queridos desplegándose en su mente. Rememoró su infancia, los rostros de sus hermanos y hermanas y la voz de su madre, el gozo que sintió cuando dio de alta a su primer paciente y la belleza del atardecer en Niza, dónde solía pasar el verano cuando niño ¿Debía volver a la barricada en un último intento por salvar su propia vida? No, era ya demasiado tarde para él. Fue entonces cuando sintió la mano de Terrence sobre su hombro.



¡Me salvaste la vida! – gritó el joven al darse cuenta, interrumpiendo así el monólogo de Terri.

Bueno, yo no lo pondría en términos tan dramáticos – replicó Terrence casualmente – Digamos que solamente le ayudé un poco a Dios para darte una oportunidad de corregir tu absurda actitud.

¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué arriesgaste tu vida por un hombre que estaba buscando su muerte, cuando tú tienes un futuro tan promisorio? – preguntó Yves sin poder entender la acción de Terri.

Ya te lo dije una vez – respondió el joven aristócrata con un tono más serio – Dios me dio la oportunidad de escribir una mejor historia con mi vida, y pensé que era mi deber ayudar a alguien más que también necesitaba aprender la misma lección . . . Además, tú me salvaste la vida allá en París. Nunca olvidaré eso.

Gracias – masculló Yves profundamente conmovido.

No nos pongamos sentimentales con esto, – se rió Terrence ahogadamente y mirando que el doctor trataba de tocarse la herida en su muslo izquierdo le explicó –En caso de que te estés preguntando acerca de tu salud, déjame decirte que fuimos muy afortunados considerando el problema en que nos metiste. Las balas solamente rozaron tu pierna y mi brazo. Nada que un poco de descanso no pueda curar y en cuanto a tus ojos, estuviste expuesto al gas por muy poco tiempo. El médico me dijo esta mañana que seguramente recuperarás la vista, con el debido cuidado. ¡Aún así, tengo algo de lo cual quejarme!

¿De qué? – preguntó Yves intrigado.

Tendré que dejar de escribir por un rato, ya sea para esperar a que mi brazo sane o a que yo aprenda a escribir con la mano izquierda, lo que pase primero.

Desearía poder ayudarte, pero no creo que pueda – comentó Yves con un dejo de sonrisa asomándole al rostro por primera vez en dos meses.

No te preocupes, amigo – contestó Terri para luego decir para sí – “Realmente no creo que llegue a confiar en ti tanto como para dictarte un carta para Candy . . . eso no lo haría con nadie en este planeta.”

Candy se adaptó al nuevo Hospital muy fácilmente. Su humor siempre animoso y alma amable le hicieron ganarse la simpatía tanto de sus nuevos compañeros de trabajo como de sus pacientes y muy pronto se encontraba de nuevo compartiendo la luz que tenía en el corazón con cada hombre y mujer que estaba a su alrededor. Desafortunadamente no tuvo tiempo para terminar de sentirse como en casa en aquel lugar. Tan sólo seis días habían pasado desde su llegada cuando recibió órdenes de viajar al Frente en Flandes, como parte del personal de un hospital en campo.

Candy no tenía buenos recuerdos de la primera vez que había trabajado en Flandes, pero sabía que más allá de sus aversiones internas ella tenía un deber que cumplir. Eso era lo que Mary Jane le había enseñado y no iba a decepcionar a su antigua profesora. Así que simplemente empacó su siempre ligero equipaje y antes de su partida fue al Hospital Saint Jacques para ver a Flammy a Julienne.

La joven había decidido mantener en secreto el hecho de que había sido enviada de nuevo al frente. No quería darle a Terri una preocupación más, así que la joven le pidió a sus amigas en el Saint Jacques recibir su correspondencia y poner periódicamente en el correo una serie de cartas que ella se había cuidado de escribir con anticipación, tanto para sus parientes y amigos en América como para Terrence, con el fin de que ninguno de ellos supiese dónde ella se encontraba realmente. Era mejor si nadie sabía la verdad. Al menos, eso era lo que ella pensaba.

Al principio a Flammy no le gustó la idea para nada porque implicaba cooperar en un clase de mentira, lo cual contradecía los estrictos principios morales de la morena. Sin embargo, Julienne estuvo de acuerdo con Candy porque ella había hecho lo mismo cada vez que había sido enviada al Frente durante los cuatro años que la guerra había durado. Su esposo Gérard nunca había sabido que ella había estado trabajando en un hospital ambulante en varias ocasiones. Así pues, Julienne convenció a Flammy y ambas mujeres prometieron ayudar a Candy con su plan. La rubia dio también instrucciones a sus amigas para leer las cartas de Terri en su lugar y en caso de que esas cartas trajesen alguna importante noticia que Candy debiera saber, las mujeres en París le enviarían un telegrama en el acto.



¡No voy a leer las cartas de tu esposo! – se quejó Flammy sintiéndose abochornada con la simple idea de leer la correspondencia ajena.

¿Y cómo te imaginas que sabré si él está bien o no? ¡ Tengo que saberlo! – replicó Candy comenzando a exasperarse con el excesivo sentido de la propiedad de su amiga.

Podríamos enviarte sus cartas al hospital ambulante – sugirió Flammy.

Eso tomaría mucho tiempo, Flammy – señaló Julienne – No te preocupes Candy , yo lo haré por ti si Flammy se siente muy incómoda con el asunto ¿Esta bien la idea para ustedes dos? – preguntó la mujer de mayor edad y ambas jóvenes asintieron aceptando su propuesta.

Yo enviaré el telegrama entonces, de ser necesario – se ofreció Flammy

Gracias a las dos – sonrió Candy y sus amigas se dieron cuenta de que la hora de despedirse había llegado – Bien, supongo que eso es todo. Tengo que irme ahora.

Las jóvenes morenas miraron a la rubia y no pudieron evitar sentir un nudo en la garganta al percatarse que su amiga estaría trabajando muy cerca de la línea de fuego nuevamente. Candy leyó la preocupación en el rostro de sus amigas y se esforzó por mostrar más optimismo.



¡Vamos, chicas! – se rió. – Podría decirse que están asistiendo a mi funeral. Esta misión no durará mucho. Puede que me tome a mi más tiempo el llegar a Flandes que a los alemanes rendirse finalmente.

Tienes que prometernos que te vas a cuidar, Candy – dijo Julienne abrazando a Candy tiernamente – Estaré haciendo lo que me dijiste aquella vez cuando nos dejaste en el camión, mientras ibas a buscar ayuda en la nieve.

¿Qué fue lo que te dije esa vez? – preguntó Candy desconcertada.

Orar, nada más orar – replicó Julienne y una lágrima rodó por su mejilla.

¡Ay, Julie! – susurró la rubia dulcemente – Todo va a estar bien, ya verás – y luego volviéndose a Flammy, Candy dijo autoritativa – y tú muchacha, tan pronto como Yves te conteste asegúrate de escribirle también, de inmediato.

¡Tontita! Siempre dando órdenes – se quejó la morena tratando de contener las lágrimas mientras abrazaba también a Candy.

Mira quién habla – se rió Candy y después de unos minutos más dejó Saint Jacques, dejando atrás a dos amigas que estarían rezando por ella día y noche.

Antes de su partida Candy también visitó al Padre Graubner y él, a pesar de ser un sacerdote, no tuvo ningún problema de conciencia como Flammy, para prometerle a Candy no decir palabra a Terrence a través de sus cartas. Todo lo contrario, el padre pensó que era una buena idea porque sabía cuán aprensivo Terri podía ser cuando se trataba de Candy. La joven y el cura pasaron unos minutos en la capilla del Obispo Benoit diciendo una oración en silencio y una vez que hubieron terminado, Graubner bendijo a Candy y con una última sonrisa la dejó partir.

Aquello sucedió una fría mañana del día 20 de septiembre. El viaje a través de la dañada línea ferroviaria fue lento y tuvo que ser interrumpido varias veces por todas las ocasiones en que miembros de los ejércitos francés y británico detenían a los trenes para verificar a los pasajeros y su equipaje. Un paisaje seguía al otro a un impasible ritmo mientras Candy se daba cuenta con gran desilusión que no estaba embarazada como lo esperaba. A pesar de su desencanto inicial, cuando finalmente llegó a la lluviosa región de Flandes, se percató de que no era el mejor momento para estar esperando un bebé, sin importar cuánto deseaba ella ese niño. Al igual que la primera vez, la vista en el hospital ambulante era desalentadora y el trabajo por hacer interminable. No obstante, la joven irguió la cabeza, se ajustó el delantal y con su acostumbrado valor hizo su trabajo diligentemente. Aún si no estaba encinta, comprendía que dentro de ella había una flama ardiendo y la esperanza de un mejor futuro estaba esperándola. Así que continuó orando y durante sus escasos ratos libres comenzó un diario, con la esperanza de que algún día su marido pudiera leer lo que realmente había pasado con ella durante esos días de silencio, en los cuales había decidido mentir por el bien de la tranquilidad de Terri.





Mi querido Terri:

Lluvia y lodo es todo lo que he visto de Flandes en las dos ocasiones que he estado aquí. Esta vez, sin embargo, las condiciones del hospital en campo no me asombran ya. Hago mi trabajo del modo en que aprendí a hacerlo e intento ayudar a mis pacientes a recuperarse tanto física como emocionalmente. No obstante, esto último es la tarea más difícil de hacer, no sólo porque todos estos hombres están pasando por muy malos momentos, sino también porque me persigue un constante miedo, día y noche, y tengo que fingir que nada está pasando, si realmente quiero animar a estos pobres soldados.

Sé que debes estar peleando en Argona en este momento. He escuchado terribles historias acerca de las cosas que están sucediendo allá y el periódico dice muy poco que pueda apaciguar mi corazón. En estos momentos comprendo que tengo que reconocer mis limitaciones y aceptar que solamente Dios puede cuidar de ti. Pero dejar mi preocupaciones en las manos del Señor no es fácil para esta mujer, porque cada célula de mi ser llama tu nombre y la mera idea de poder perderte me duele hasta la médula.

Hoy un joven soldado francés murió en mis brazos después de una operación. Luché contra la fiebre con todas mis fuerzas pero aún así el joven no resistió. Sus últimas palabras fueron para su madre y en el momento de morir creyó en su delirio que yo era ella. Me abrazó fuertemente mientras los últimos estertores de la muerte lo estremecían, me llamó madre y luego expiró. Mientras preparaba su cuerpo para ser enviado a casa, no pude contener las lágrimas pensando en la pobre mujer que dio su más preciado tesoro por el bien de Francia y como pago tendrá solamente un austero féretro con la bandera francesa. Luego, sin importar con cuántas fuerzas intento evitar todo pensamiento negativo, pensé en ti y en nosotros. Te vi morir en los brazos de alguien más como este pobre muchacho, tal vez llamando mi nombre como lo hiciste una vez en París, cuando tenías también fiebre muy alta. Y esta clase de pensamientos me persigue aún en mis sueños que últimamente se han convertido en pesadillas. Me despierto en medio de la noche y entonces hago la única cosa que parece traerme paz en estos días, orar y escribir este diario como lo hago en este momento.

Ruego y agradezco a Dios que tú no sabes dónde estoy ahora. Espero que me puedas perdonar por mentirte durante estos días. Estoy segura de que tú estás pasando por situaciones aún mucho más peligrosas que yo, y por lo tanto necesitas concentrarte completamente en lo que haces. No me perdonaría nunca si tú resultases lastimado por estar preocupándote por mi. Hasta que nos veamos otra vez, es suficiente con uno de los dos sufriendo pesadillas . . . Amarte no ha sido nunca tan doloroso como ahora.

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Una noche daba a luz a otro día y de ese modo el calendario continuaba adelgazando de la misma forma en que los alemanes se debilitaban más y más. Ludendorff dimitió hacia fines de octubre y fue substituido por el General Wilhelm Goener, cuya misión era promover el armisticio. Durante esos días, Terrence e Yves fueron heridos y después de pasar una semana en el hospital ambulante, el doctor francés fue enviado de regreso a París para su recuperación y Terrence a un hospital más pequeño en la ciudad de Buzuncy, a unas cuantas millas al norte de Argona. Esta pequeña ciudad había sido recientemente tomada por los norteamericanos. Ignorando con la mente, pero no con el corazón, lo que había sucedido con Terrence, Candy fue enviada a trabajar en Arras, después de que Flandes fue totalmente recuperada por los Aliados, evento que terminaría la ofensiva en aquella área.

En noviembre 11 La Triple Entente y los Aliados firmarían el armisticio y las hostilidades cesarían en el Frente Occidental.

2 comentarios:

  1. waooooooo...hermosa historia...me tiene intrigada....lo seguire leyendo...con los pensamientos puestos en lo que sucederá después...saludos!!!! sigue asi!!!! :D

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