lunes, 29 de diciembre de 2008

Capitulo 4

En el Frente Occidental

 

El camino a Ypres era largo y frío, frío y siniestro, siniestro y lúgubre, todo eso al mismo tiempo. Al tiempo que el tren iba dejando París detrás suyo, Candy pudo ver finalmente con sus propios ojos lo que solamente había escuchado a través de las narraciones de sus pacientes. Entre más se acercaban al Norte más desolado lucía el paisaje. Cultivos enteros abandonados o devastados, grandes áreas todavía ardiendo después de un ataque aéreo, silencio donde antes solía haber el laborioso ruido de los campesinos trabajando bajo el sol de Pas-de-Calais.

Mucha gente había sido evacuada hacia el Sur y centro del país, huyendo de la destrucción, corriendo desesperadamente para encontrar refugio; pero siempre a sabiendas de que la vida nunca podría ser la misma estando lejos del único hogar que algunos de ellos habían conocido en toda su vida. Mientras el tren marchaba Candy pudo reparar en las muchas casas abandonadas a lo largo de las vías. Su corazón se encogió frente al triste espectáculo de las cabañas abandonadas y las solitarias haciendas. Pero eso era solo el principio.

Cuando el tren llegó a Arras, la capital de Pas-de-Calais, el grupo tuvo que continuar el viaje en camión. Las trincheras aliadas se erguían a lo largo del campo no muy lejos de ahí. Al otro lado de "la tierra de nadie", los alemanes se esforzaban por mantener sus posiciones en la invadida región. Algunas vías habían sido parcialmente destruidas y las pocas líneas que permanecían intactas se reservaban para el transporte de los heridos desde el frente hasta París y otras grandes ciudades. El tren dejó al grupo y al equipo que habían traído consigo en las ruinas de algo que debió haber sido una estación. Se les había dicho que tendrían que esperar por tres horas antes de que los camiones llegasen para recogerlos. Luego entonces el grupo tuvo tiempo para digerir poco a poco la amarga vista de aquello que los estragos de la guerra habían hecho a aquella ciudad, alguna vez bella y llena de vida.

Candy decidió estirar las piernas un poco y le pidió a Julienne acompañarla. Por una razón que la rubia no comprendió Flammy se ofreció voluntariamente a ir con ellas. Una vez aventurados unos cuantos pasos fuera de la estación las jóvenes llegaron hasta una calle adoquinada que conducía a una plaza. Las ruinas de una iglesia podían verse a unos cuantos metros desde donde ellas estaban paradas. Una bala de cañón había destruido una de las paredes revelando los frescos de la cúpula interior. El techo del edificio se había caído sobre las bancas y algunas vigas de madera todavía colgaban al aire. Fuera de la iglesia un grupo de soldados escoceses, sentados en la acera, estaba charlando en voz baja, totalmente ajenos a la patética escena. Habían visto ya tantos de esos cuadros que habían llegado a acostumbrarse a ellos. Era la única manera de lidiar con los horrores de aquella pesadilla de la vida real.

Uno de los soldados dejó escapar un sofocado grito de asombro cuando se percató de la presencia de las tres jóvenes en uniformes blancos y largas capas negras. Las muchachas solamente hicieron una reverencia a manera de saludo con sus cabezas coronadas con sombreros de paja y continuaron su caminata mientras Candy se persignaba instintivamente al pasar frente al ruinoso santuario.

Arras había sido atacado furiosamente en tres ocasiones desde el inicio de la guerra. Lo que quedaba entonces del lugar no eran sino espantosas ruinas, negros y quemados edificios de madera, calles mudas donde solamente el lamento del viento otoñal podía oírse con el eco de los pasos de las tres mujeres.

Una figura solitaria y parcialmente borrada en la bruma de la noche se acercó al grupo y Candy aguzó sus ojos verdes para enfocarla. Con algo de esfuerzo pudo finalmente ver que se trataba de una figura femenina caminando hacia ellas. La mujer se aproximaba con paso lento. En sus brazos llevaba cargando un bulto informe.

 

Mesdemoiselles – dijo la mujer - Ayez la bonté de me donner un peu d’argent pour nourrir mon enfant, Je vous prie (Tenga la bondad de darme algo de dinero para alimentar a mi hijo. Se los ruego)

 

Candy dio un paso al frente para acortar la distancia entre ella y la mujer. Entonces se dio cuenta de que la mujer estaba vestida con andrajos, temblando en la frialdad de la noche. En sus brazos había un bebé inmóvil, y por el característico tono grisáceo de las mejillas del niño Candy supo que ya estaba muerto. La mujer la miraba con ojos suplicantes mientras Candy trataba de cubrirla con su capa.

 

S’il vous plaît, Mademoiselle – dijo otra vez con la mirada perdida en la niebla.

 

Candy abrazó a la mujer suavemente mientras una lágrima solitaria escurría por su rosada mejilla. Julienne y Flammy se aproximaron silenciosamente sin notar a un hombre que había estado mirando la escena a cierta distancia.

 

Mesdemoiselles – dijo finalmente el hombre saliendo de la bruma.


Julienne se volvió para ver al hombre y habló con él en francés por un rato. Parecía que ambos hablaban sobre la mujer que aún se encontraba en los brazos de Candy. Cuando hubieron terminado de hablar la enfermera se dirigió a sus colegas americanas con los ojos llenos de lágrimas.

Él dice que el niño murió hace dos días – comenzó Julienne – pero ella aún no quiere dejarlo ir. Perdió el contacto de la realidad desde la muerte del pequeño. Él es su esposo y ambos están esperando a un amigo quien los llevará en su camión hacia el Sur, donde tienen algunos parientes.

Dile que su esposa puede quedarse con mi capa – dijo Candy ayudando a la mujer a caminar hasta que estuvieron cerca del hombre que recibió a su esposa en sus brazos.

 

El hombre inclinó la cabeza agradeciendo a la hermosa extranjera enfrente de él y se alejó con la pobre mujer, quien no podía entender claramente lo que sucedía alrededor suyo. Su mente permanecía difusa en su dolor como aquella noche de noviembre. Las tres jóvenes regresaron a la estación en absoluto silencio. En todo aquel rato Flammy no había emitido ni una sola palabra pero el nerviosismo de sus ojos parpadeantes dejaba ver lo que estaba sintiendo, al menos eso era claro para Candy.

 

Pretende ser demasiado dura como para impresionarse con esta tragedia – pensó Candy- pero yo la conozco lo suficientemente bien como para notar que está profundamente turbada tanto como Julienne y yo. Esa mirada en sus ojos . . . . La recuerdo claramente, el modo en que está moviendo los iris de sus ojos y parpadeando rápidamente es la misma señal de nerviosismo que ella siempre luchaba por esconder durante la temporada de exámenes cuando éramos estudiantes. Después de todo tu corazón no puede permanecer frío frente a esta devastación sin sentido, vieja Flammy.

 

Las tres enfermeras se unieron a su grupo. Una hora más tarde llegaron los camiones y el equipo médico continuó su viaje hacia el frente. Julienne permaneció muda el resto del viaje con los ojos perdidos en la oscuridad de la frígida noche. Candy quería decir algo para animarla pero comprendió que su amiga necesitaba algo de privacía en ese momento, así que la dejo a solas con sus propios pensamientos, mientras ella misma trataba de dormir un poco. En unas cuantas horas estarían llegando a su destino.

 

 

En los primeros días de noviembre, la segunda división del Ejército Norteamericano se encontraba ya entrenando no muy lejos de Cambrai en el Norte de Francia. Aún ignoraban el lugar al cual serían asignados para entrar en acción. Sus órdenes eran simples, tenían que entrenar, ajustarse a las condiciones climáticas y reconocer el terreno tanto como fuese posible. A pesar de que los americanos se habían movilizado con asombrosa rapidez, tomando en cuenta que se trataba de un ejército entero que venía del otro lado del Atlántico, pasarían algunos meses más antes de que las topas norteamericanas estuviesen colocadas en posiciones estratégicas y listas para apoyar a los Aliados. El General John J. Pershing, comandante en jefe de la FEA, tenía órdenes muy claras de parte del Presidente Wilson: esperar y prepararse para el momento justo.

Entretanto, la espera era difícil de soportar para los jóvenes soldados, algunos de ellos ansiosos de enfrentar verdadera acción; mientras que otros, los menos ingenuos y más realistas, guardaban con secreto temor aquello que iban a enfrentar tarde o temprano. El esperar por un futuro incierto, quizás la propia muerte, es siempre una carga agobiante para el alma humana.

La división había tomado posesión de una extensión boscosa, cada regimiento y batallón había sido asignado a un área donde los hombres podían trabajar y esperar, coordinando acciones con los demás batallones y manteniendo constante comunicación.

En las mañanas, lloviese o tronase, los soldados entrenaban por horas. Por las tardes daban mantenimiento al campamento. Así pues, las tropas llevaban una ocupada y bien organizada rutina, pero las noches . . . ¡Ahhh! Las noches eran el espacio destinado a descansar y olvidar la cruda realidad que cada hombre vivía lejos de sus familia. Los soldados se entretenían lo mejor que podían. Algunos se reunían alrededor del fuego a contarse historias, jugar baraja en todas las formas posibles, compartir las nuevas que recibían de América, hablar de cómo la FEA iba a reventar el trasero de los alemanes, o bien, a concentrarse en el tema favorito de los hombres, es decir, las mujeres.

 

Conocí a la chica más hermosa que jamás he visto a penas unos días antes de venir a Francia – dijo uno de los soldados rasos sentados junto al fuego – Desafortunadamente no tuve la oportunidad de probar mi suerte con ella. Pero lo haré tan pronto como regresemos a casa.

Para entonces ya estará casada y con tres hijos – se mofó un segundo soldado con una sonrisa burlona- más te vale encontrar una chica francesa cuando tengas tu primera licencia – concluyó.

Por supuesto que lo haré – se rió sofocadamente el primer soldado – eso es en lo único que pienso desde que llegamos, pero no parece ser muy probable que podamos hacerlo pronto.

Creo que me voy a olvidar de lo que se siente tener una mujer en mis brazos para cuando esta guerra termine – agregó una tercera voz.

Pienso igual – dijo una cuarta voz más joven haciendo que los otros tres hombres intercambiasen una mirada divertida ante el comentario del jovencito.

¡Vamos niño!- dijo el primer soldado – tú no puedes recordarlo porque nunca has tenido una mujer – terminó el hombre mientras todo el grupo estallaba en risotadas.

 

Desde una distancia razonable otro hombre observaba a sus compañeros en reservado silencio. Su cara y la parte superior de su cuerpo se encontraban parcialmente cubiertos de oscuridad  La luz y las sombras bailando en el fuego reflejaban formas misteriosas sobre sus lustradas botas así como en sus grandes y profundos ojos, únicos puntos brillantes en su obscura figura. El hombre estaba sentado despreocupadamente sobre un tronco de árbol seco con la cabeza y ancha espalda reclinadas en una pila de cajas de madera, las cuales estaban repletas de municiones. Aunque estaba obviamente mirando a los hombres que charlaban y bromeaban, parecía que su mente no se centraba realmente en la conversación, sino que divagaba en alguna ensoñación lejana, sin que nadie pudiese haber dicho a ciencia cierta si sus pensamientos eran placenteros o tristes, porque la cara del hombre no revelaba ningún tipo de emociones.

Otro hombre más salió de una de las tiendas cercanas. Su sola presencia fue suficiente para que todos los demás, incluyendo al pensador solitario en la oscuridad, se pusiesen de pie y saludaran al oficial quien habían emergido inesperadamente a entremezclarse con el vulgo. El Capitán Duncan Jackson tenía poco más de 40 años, una quijada cuadrada y una gran nariz que era el sello de su personalidad. Desde sus penetrantes ojos oscuros Jackson miraba al mundo y mantenían el control sobre cada hombre en su batallón sin perder detalle. Sus amplios hombros llenaban el espacio por dondequiera que se plantase y nadie se atrevía a cuestionar quién estaba a cargo.

 

Caballeros – comenzó Jackson – el teniente Harris ha probado ser realmente patético al jugar ajedrez, y para ser franco su estilo de juego es absolutamente aburrido para mi. Estoy chocado de vencer sus movimientos débiles – concluyó mirando a los ojos de cada uno de los hombres a los cuales se estaba dirigiendo- Así que, me pregunto – continuó Jackson- si alguno de ustedes piensa que puede ser un mejor oponente para mi, apreciaría mucho si me lo dijese – terminó con sequedad.

 

Por unos breves instantes los soldados rasos se observaron los unos a los otros totalmente confundidos ante la inusual propuesta. En el mundo militar donde las jerarquías son un asunto de tanta importancia, a veces cuestión de vida o muerte, no es común que un oficial de alto rango se rebaje a hablar con los hombres de la menor categoría en el ejército, menos aún que llegue a pedirles compartir un rato de esparcimiento.

 

Yo puedo vencerlo, señor – dijo una voz profunda que los demás soldados rasos sentados alrededor del fuego tuvieron dificultad en reconocer, pero que, después de un segundo, pudieron finalmente adjudicar al hombre que estaba sentado en las sombras.

 

Jackson observó al hombre con expresión divertida y con un cierto gesto burlón dibujado en su mirada.

 

¿No cree usted, sargento, que eso que acaba de decir es una afirmación demasiado pretenciosa? – preguntó el capitán sin poder contener una sonrisa llena de desdén.

Pruébeme señor – dijo el joven sargento sin siquiera un dejo de temor o vacilación en su voz.

Jovencito, más le vale tener un buen juego para mostrarme o no podrá salir de licencia hasta que cumpla 70 años – advirtió el capitán.

Jackson no dijo más ni esperó respuesta alguna del joven sargento. Se limitó simplemente a hacerle una seña con la mano indicándole la entrada de su tienda para comenzar a jugar.

 

Pensé que el ratón le había comido la lengua para siempre – comentó uno de los soldados una vez que el sargento y el capitán hubieron entrado en la tienda – esta es, de hecho, la primera vez que le oigo hablar, creo yo.

Bueno, ahora sabemos que no es mudo y que juega ajedrez. ¿Y qué? – preguntó el segundo soldado – Vamos a jugar póker – sugirió él con gran éxito y así los cuatro hombres se enfrascaron en el juego guardando silencio por un rato.

 

Cuando el joven sargento entró a la tienda lo primero que sus ojos turbulentos pudieron ver fue un gran tablero de ajedrez con piezas de marfil bellamente talladas a mano. Pudo reconocer el delicado trabajo de los artesanos hindúes y así se dio cuenta de que el Capitán Duncan Jackson era un hombre que había viajado y conocido gran parte del mundo. El sargento pensó que aquello era bueno porque los hombres de mundo usualmente tienen una conversación interesante, la cual es esencial cuando se juega ajedrez. A pesar de que no estaba dispuesto a hablar mucho él mismo, se sentía algo complacido de encontrar a alguien que fuese digno de ser escuchado.

"Cualquier cosa puede ser mejor que escuchar toda esa porquería allá afuera" se dijo el joven, "Pensándolo bien, casi cualquier cosa podría ser mejor que la irremediable miseria dentro de mi"
 

¿Un cigarro? – ofreció Jackson acercando un paquete de cigarros al joven sargento.

No gracias, no fumo, señor – replicó el joven fríamente.

Lástima – dijo el capitán encogiendo sus anchos hombros – Espero que no le moleste si fumo porque siempre lo hago mientras juego.

Debo confesarle que el olor no me es muy placentero ahora, debido a que fui un fumador empedernido, pero puedo soportarlo, señor – replicó el sargento despreocupadamente.

¿Cómo lo hizo? – inquirió Jackson frunciendo el ceño con curiosidad.

¿Hacer qué, señor? – preguntó el sargento con frialdad.

Dejar el cigarro, por supuesto.

 

Por un segundo una extraña luz pasó por los ojos del joven para luego desaparecer con una rapidez tal que Jackson no pudo notarla. Acto seguido el sargento levantó e inclinó la cabeza como si estuviese luchando contra sus pensamientos, luego de este breve movimiento enfocó su mirada ausente en el oficial para responder simplemente:

 

Encontré otras cosas que hacer, creo – terminó dando a su respuesta el tono característico que la gente usa cuando quiere dar a entender su desinterés en continuar hablando de un determinado tema.

 

Ambos hombres se sentaron a la mesa sobre la cual descansaba el tablero blanqui-negro y empezaron a jugar solemnemente. Como el joven sargento anticipó, el capitán Jackson no era un hombre común y tenía una conversación vivaz, la cual no necesitaba de estimulación. El hombre habló extensamente acerca de la presente situación del ejército, de las posibles medidas estratégicas que podían ser tomadas y las reacciones más probables que podrían esperarse del enemigo. Sin embargo, al avanzar el juego Jackson se tornó menos conversador al ver que su oponente era verdaderamente hábil y nada fácil de vencer. El capitán había perdido ya más piezas de las que estaba acostumbrado y eso lo hacía sentir peligrosamente incómodo frente al silencioso joven que no decía mucho pero que jugaba como el mismo diablo.

 

Dígame sargento- comenzó otra vez el Capitán Jackson tratando de encontrar un tema para distraer la concentración que su oponente tenía fjada en el juego - ¿Cómo se siente viviendo como soldado? Estoy seguro que es una experiencia impresionante para un hombre que usualmente hace algo diferente para ganarse la vida.

Me las ingenio, señor – fue la única respuesta del joven al tiempo que hacía otro movimiento que asustó profundamente a Jackson.

 

Su acento . . . es verdaderamente raro - pensó Jackson, quien era un lingüista aficionado. De hecho, en su juventud se había sentido tan atraído por las lenguas que había planeado seguir estudios de Lingüística en la universidad de Harvard, pero su padre, siendo un oficial de alto rango del ejército norteamericano, no le había dejado más opción que ir a la academia militar de West Point. No obstante, Jackson había continuado estudiando inglés por su cuenta y estaba especialmente fascinado ante el increíble y complicado tema de la fonética. Tenía una clase de obsesión por la asombrosa variedad de acentos entre los anglo-parlantes y estaba orgulloso de su habilidad para reconocer el origen de una persona al solamente escuchar su modo de hablar.

– Casi podría decir que es. . .. ¿Británico? - continuó pensando Jackson - pero a veces suena con ligeras inflexiones norteamericanas. Americanas, sí, eso es, pero de qué región de los Estados Unidos. No puedo saberlo. Definitivamente necesito hacerlo hablar más para verdaderamente poder encontrar una respuesta más segura.


¿No extraña su hogar, sargento? – intentó de nuevo Jackson una vez que había hecho su propio movimiento en el tablero.

 

El joven sargento, frotándose ligeramente el mentón con la mano izquierda, miró a los ojos cafés del Capitán Jackson. Había una rígida expresión de tahúr en el rostro del joven, o más bien no había expresión alguna que Jackson pudiese leer. La lámpara de kerosene sobre la mesa detrás de ambos hombres alumbraba las delicadas facciones de la cara del sargento. Sus labios estaban dibujados exquisitamente, en combinación perfecta con una nariz recta y fina con aire arrogante. Un par de tupidas cejas castaño oscuro sombreaban sus ojos misteriosos.

 

Cada hombre está siempre en busca de un lugar al que llamar hogar, señor – replicó el joven con una frialdad que congeló la sangre de Jackson – pero algunos de ellos nunca lo encuentran – terminó haciendo otro movimiento inesperado en el tablero. El rey de Jackson estaba ahora peligrosamente indefenso.

 

Jackson miró al tablero intentando esconder sus temores. Si no hacía algo pronto el jovencito
terminaría ganando el juego.

 

Estoy de acuerdo – continuó Jackson reclinando la espalda en la silla de lona plegable – pero supongo que un hombre con tan buena facha como la suya, sargento, no debe tener problemas para encontrar un lugar en el corazón de las mujeres – agregó el hombre en un desesperado último intento para distraer al joven.

– El tema de las mujeres nunca falla – pensó Jackson.

Tal vez se asombre, pero la apariencia no tiene ningún poder para lograr la felicidad de un hombre, si tal cosa realmente existe, señor – aseveró el joven sargento seriamente y entonces, con un dejo de satisfacción en sus profundos ojos azules, el primer asomo de emoción que se permitió revelar en toda la noche, dijo finalmente:

Jaque mate, señor.

 

 

 

Cerca del frente el terreno era accidentado y lodoso. La lluvia otoñal no había cesado de caer desde que ellos habían abordado el camión. Las muchas heridas que la lucha constante habían propinado al suelo, junto con la lluvia despiadada habían convertido a toda la región en un verdadero pantano. El viaje que debía haber durado solamente unas horas había tomado siglos debido a este problema.

Hacia la media noche el camión había cruzado la frontera; el equipo médico estaba ya en territorio belga. No les tomó mucho tiempo el llegar a escuchar el estruendoso ruido de los cañones y las bombas. Estaban realmente cerca de la línea de fuego donde los ejércitos británico y alemán luchaban por Passendale, una pequeña villa cerca de Ypres.

Candy se despertó abruptamente con el sonido de metralletas lejanas. Así fue como supo que habían llegado a su destino. No pudo evitar que el miedo se le agolpara en el pecho, pero un
instante después, una poderosa fuerza en su interior había ya desvanecido su aprensión. " Estoy aquí para hacer mi trabajo, y no fallaré", se dijo mientras se ajustaba el sobretodo, única prenda abrigadora que le quedaba después de haber regalado su capa a la mujer en Arras.

El camión se detuvo enfrente a una larga hilera de tiendas blancas que el polvo y el lodo habían hecho tornarse grises. Toda clase de voces y gritos llenaban el frío aire de medianoche mientras las gotas de lluvia seguían cayendo sin cesar. El grupo todavía se encontraba bajando del camión cuando un hombre vestido como cirujano con la bata toda cubierta de manchas de sangre se aproximó a ellos respirando pesadamente.

 

¡Gracias a Dios que llegaron! – dijo el viejo doctor con un acento británico – necesitamos su ayuda inmediatamente. Dos cirujanos y cuatro enfermeras, por favor, apresúrense, síganme- suplicó el hombre que ya corría de vuelta hacia las tiendas.

 

Duvall, quien estaba a cargo del grupo, dio sus órdenes mientras corría detrás de su nervioso
colega.

 

¡Girard, Hamilton, Audrey, Bousseniers and Smith, vengan conmigo! – gritó – los otros apúrense a descargar el equipo – dijo por último.

 

El pequeño grupo corrió desaforadamente hacia la tienda quitándose los abrigos y capas en el camino y poniéndose los batas de cirugía que tomaron de una pila, la cual estaba acumulada en una gran caja casualmente colocada a la entrada de la tienda. El espectáculo que Candy estaba a punto de ver nunca la olvidaría por el resto de su vida:

Habían tres largas líneas de mal improvisados quirófanos en los cuales doctores y enfermeras visiblemente exhaustos trataban de hacer una operación tras de otra en las peores condiciones que Candy había visto jamás. Sucios vendajes revueltos con ropas de algodón y lana se encontraban esparcidos por todo el piso y a un lado se podía ver una palangana metálica rebosante de un agua enrojecida de sangre. El lugar estaba lastimosamente iluminado por pálidas linternas que las enfermeras sostenían al mismo tiempo que pasaban los instrumentos a los galenos.

Toda clase de gritos lastimeros se podían escuchar por todos lados. A veces se podía percibir en toda la confusión los gritos histéricos de algún doctor que intentaba desesperadamente salvar una vida.

 

¡Éter, dónde está el éter, por el amor de Dios! ¡No puedo operar a este hombre sin anestesia! – una voz decía por aquí en desesperación mientras que más allá un hombre sin las dos piernas lloraba con gritos horrendos:

¡Mátenme, por favor, no puedo soportar el dolor! – rogaba en tono espeluznante.

 

Candy se congeló por un segundo. Todo aquello en lo que creía pareció colapsarse por esa fracción. " Oh Dios mío", pensó, " ¿Dónde estás, Señor?", pero una voz interna le contestó de modo reconfortante: " Estoy aquí, y fui Yo quien te trajo a este lugar a hacer algo para mi".

Candy no necesitó más. En una extraordinaria demostración de fuerza de voluntad Candy se desembarazó de sus temores y empezó a trabajar con un impresionante autocontrol y eficiencia. Un caso de cinco heridas de bala cerca del páncreas, dos amputaciones, dos casos de envenenamiento con iperita, uno de bomba de fósforo, tres piernas rotas y cuatro casos de quemaduras serias causadas por explosiones de bala de cañón.

De vez en cuando Flammy observaba a Candy esperando ver aparecer la más mínima señal de error o de cansancio, pero la joven permaneció trabajando sin parar, con toda sus concentración enfocada en la tarea que estaba realizando. No fue hasta el día 3 de noviembre cuando el siniestro desfile de heridos redujo su paso, de manera que finalmente Candy y sus compañeros, todos agotados y aturdidos, terminaron su turno y fueron relevados para descansar por 12 horas. Habían sido más de 24 horas de trabajo incesante y fatigoso.

Candy se sentó en una silla abandonada afuera de la tienda, sin fijarse en la perenne llovizna que le caía en el rostro. Sus cabellos rizados se encontraban en caótico desorden debajo de la red que usaba para sostenerse el cabello durante la cirugía, los rebeldes mechones se salían por aquí y por allá debajo de su cofia de enfermera. El delantal quirúrgico estaba manchado de rojo por todos lados y un agudo dolor de cabeza comenzaba a clavar sus garras en las sienes de la joven. No había comido más que unos pedazos de pan y bebido un poco de té en todo ese tiempo. Flammy se acercó silenciosamente y se paró cerca de ella por un momento. Una vez más, los iris de sus ojos se movían rápidamente como si una batalla interna se estuviese librando en la mente de la morena.

 

Me equivoqué Candy – dijo ella con calma después de forcejear consigo misma por un rato- Estás a la altura del trabajo – admitió dándose la vuelta para alejarse lentamente debajo de la lluvia matinal.

 

Candy estaba muda, le parecía haber oído una especie de cumplido de los labios de Flammy. No podía creer lo que sus oídos habían escuchado, pero la figura de Flammy, quien se encaminaba ya a la tienda de las enfermeras, le hizo darse cuenta de que realmente había recibido un cumplido por parte de Flammy. Era una pena que estuviese demasiado cansada como para disfrutar plenamente esa pequeña victoria en su persistente lucha personal por ganar la confianza de Flammy.
 



No fue sino hasta tres días después que Candy realmente tuvo tiempo de hablar a gusto con Julienne. Desde su llegada las cosas habían marchado tan frenéticamente que no habían tenido ninguna oportunidad de hacer otra cosa que no fuese trabajar. Candy estaba preocupada por el cambio de estado de ánimo de Julienne desde que habían encontrado a la pobre mujer desquiciada en la ciudad de Arras. El incidente había impresionado a Julienne con una especial intensidad afectando su comportamiento en los días posteriores.

Ya era muy tarde en la noche cuando Candy entró en la tienda que compartía con otras doce enfermeras. No había nadie más que Julienne sentada distraídamente en su catre. Sus ojos
miraban fijamente un relicario que encerraba en las manos. Su largo cabello castaño caía en mechones ondulados sobre sus hombros. Sus ojos color ámbar se encontraban clavados fijamente en el objeto que sostenía entre la manos. En el interior del relicario había una foto de un hombre de unos treinta años con tristes ojos oscuros y una sonrisa franca en los labios. Era el esposo de Julienne.

Candy se acercó a Julienne silenciosamente como si no quisiese interrumpir la intimidad del momento. Entonces notó que los hombros de Julienne se agitaban ligeramente, convulsionados por sollozos sofocados. Candy se colocó frente de Julienne y la abrazó tiernamente, justo como la joven mujer lo había hecho con ella en París, la noche en que Yves había tratado de besarla. Julienne levantó sus ojos color de miel para ver el rostro de su compañera.

 

¡Oh Candy! – dijo finalmente- desde esa noche en Arras, no puedo dejar de pensar en mi esposo, verás, él anhelaba con todas sus fuerzas que tuviésemos un bebé.

Tendrás todos los bebés que sueñas cuando esta estúpida guerra se acaba, Julienne- replicó Candy tranquilizando a su compañera.

No entiendes Candy – dijo Julienne sollozando – Yo . . . yo . . . no puedo tener hijos . . . mi útero es demasiado estrecho . . . no hay nada que la medicina pueda hacer por mí. – concluyó y su voz se diluyó en un llanto amargo.

 

Entonces fue el turno de Candy para sentirse sin palabras que decir, simplemente no sabía qué decir en frente a una pena tan honda. Aunque estaba consciente de la existencia de problemas similares, solamente había visto uno solo de esos casos en su carrera de enfermera. Era siempre triste ver la angustia y la frustración de aquellas parejas que querían cumplir sus sueños de formar una familia pero acababan por descubrir su incapacidad para lograrlo. En algunos casos las cosas terminaban en divorcio, una terrible palabra en aquella época, y aún en nuestros tiempos, debido al dolor atroz que deben de enfrentar los corazones humanos que luchan frente a un fracaso sentimental.

Candy pensó también en sí misma por un breve instante. ¿Gozaría ella alguna vez del gozo infinito de cargar en sus brazos un pedazo de su propia vida? Le gustaban muchos los niños y sabía que se sentiría sobrecogida de placer al tener un pequeño que ella pudiera llamar suyo. Pero los niños no nacen de la nada . . . .

 

– Vamos Candy – se dijo ella , – Este no es el momento para estar pensando en ti misma. Julienne te necesita ahora – reaccionó la joven.

Está bien Julie, está bien – musitó Candy maternalmente – Yo fui una huérfana que jamás tuvo la oportunidad de tener una madre. Estoy segura de que me hubiese encantado tener una madre como tú y un padre como tu esposo. ¿Alguna vez pesaron ustedes en adoptar un pequeño?

Gerald me lo sugirió – susurró Julienne tímidamente – pero yo me rehusé entonces...
Ahora, ya no sé realmente.

Tendrán tiempo para pensarlo – dijo Candy sonriendo dulcemente – Solamente reza para que esta guerra termine pronto. Cuando tengas a tu esposo de regreso, ambos podrán reconsiderar la idea, pero si te dejas dominar por la depresión ahora, cuando él te vuelva a ver no podrá reconocerte, tan delgada y pálida vas a estar. Luego entonces, anímate amiga, alguien me dijo una vez que luzco más hermosa cuando río que cuando lloro, y creo que también se aplica a ti.

Gracias Candy – dijo Julienne abrazando a la joven en gratitud.

Estando aún abrazada a Julienne otro pensamiento perturbador se agitó en el alma de Candy: "
¿Tiene ella ya un hijo con él? . . . ¡Un hijo de él! . . . Un hijo de ellos dos, no mío" El aguijón de los celos eran aún tan fuerte en su interior que Candy sintió odiarse por no poder controlar sus impulsos íntimos

 

Él tomó su sombrero de fieltro, el abrigo de lana café oscuro y los finos guantes de piel para dejarlos a la entrada del gran edificio. Todo estaba quieto a pesar de que el lugar estaba completamente repleto de gente. Retiró uno de sus mechones sedosos de un suave rubio cenizo para despejarse la frente, en un gesto de fastidio. Iba a ser difícil encontrar un lugar ahora que todos estaban preparándose para los exámenes finales. En temporada de exámenes el visitar la biblioteca era una verdadero contratiempo.

Con el rabo del ojo percibió alguien moviéndose en el extremo izquierdo del pasillo. Una joven con mejillas regordetas estaba a punto de abandonar el lugar que estaba usando. "Qué suerte la mía", pensó él al propio tiempo que se abría paso hacia la silla ya vacía. Con un movimiento automático de su brazo tomó un libro y luego otro de uno de los estantes en su camino hacia el asiento vacante. Asió el respaldo de la silla con ademán posesivo y se sentó rápidamente sin perder sus características compostura y elegancia.

Desabotonó su chaqueta revelando una impecable camisa blanca debajo de un chaleco de seda con elegantes y masculinos diseños en sepia, castaño y un delicado amarillo crema. Pantalones cafés de pliegues haciendo juego con el saco y una corbata de moño terminaban el cuidadoso atuendo que debía haber costado una fortuna por sí solo. Tomó una pluma de oro de uno de los bolsillos interiores de su saco y empezó con su tarea. Sus tormentosos ojos café claro se enfocaron en las páginas del libro mientras garrapateaba nerviosamente algunas notas en unas hojas de papel que tenía consigo. Más de dos horas debieron de haber pasado y él todavía se encontraba concentrado en el mismo título: Principios Filosóficos de la Constitución de los Estados Unidos de América.

Sin embargo, se estaba cansando de los mismos tipos pequeños y el intrincado discurso del autor. De pronto, las citas de Aristóteles parecían saltar de las páginas y bailar alrededor de su mente fatigada. Las letras se mezclaron en frente de sus ojos y en su imaginación se juntaron para formar un hombre, un nombre de mujer repetido una y otra vez a lo largo de las páginas.

Él se restregó los ojos y se reclinó hacia atrás en la silla llevándose una mano al bolsillo de su camisa. Sacó un sobre color de rosa y lo llevó a su nariz y labios. El suave perfume de rosas del papel invadió su olfato y lo agobió de pensamientos prohibidos. "Ella huele igual", pensó con ojos soñadores sin poder controlar su mete rebelde. Había tratado antes, cientos de veces, pero siempre había resultado vencido en la batalla en contra de aquellos sentimientos tan bien arraigados en el alma, demasiado viejos y verdaderos como para ser borrados por el efecto del tiempo y el rechazo.

 

La extraño tanto- continuó él en su cabeza - Aun si no puedo tenerla, solamente saber que se encuentra cerca desborda mi corazón de alegría.

Abrió el sobre y entonces el buqué de rosas, aun más fuerte, lo embriagó con su fragancia.

 

Me pregunto cómo se siente – se aventuró a inquirir en sus adentros-... cómo se siente abrazarla estrechamente y hundir la cara en esos rizos dorados . . .¡Dios mío! – se recriminó – De este modo nunca voy a olvidarla.

 

Dirigió sus ojos color de miel a la escritura femenina para gratificarse con la salutación de la
carta:
 

"Querido Archie:"

 

Era cierto que se trataba de una mera formalidad, de algo que toda la gente escribe en todo tipo de cartas (En inglés la entrada "Dear" ,es decir querido, se utiliza inclusive en cartas de negocios), pero él no podía evitar el sentirse feliz al saborear las palabras. Después de todo, esa era la primera carta que ella le había dirigido solamente a él. En el pasado, durante los primeros días en el Colegio San Pablo, las cartas de ella siempre habían dicho: "Mis muy queridos Stear y Archie:" Un año más tarde, cuando ella había abandonado Londres para regresar a América, ellos solamente sabían de ella a través de las cartas que enviaba a las chicas, siempre con una pequeña nota mencionándolos: "Saludos para los chicos" o " Digan a Stear y a Archie que siempre pienso en ellos también"

 

Yo siempre pienso en ti, Candy – dijo Archie para sí mismo – Y ahora que estás lejos no puedo detener estos sentimientos que ansían tu compañía. . . Estoy tan preocupado por ti.

 

Archie estaba ahora garrapateando "c" en toda la hoja de papel que le quedaba limpia. Había tratado intensamente a largo de todos esos años. Había inclusive, logrado desarrollar sentimientos de cariño hacia Annie, quien era una deslumbrante belleza de la cual él se sentía orgulloso. Podía hasta decir que había aprendido a amarla en una forma suave y tierna, pero lo que sentía por Candy era diferente. Albert le había insinuado que debía mantener escondido esos sentimientos no correspondidos aún en su propia mente. Pero Archie ya se había rendido,
aceptando que estaba irremediablemente vencido cuando se trataba de pensar en Candy. Era algo más fuerte que su voluntad.

Sí, era diferente lo que sentía por Candy. Era una pasión incontenible dentro de él, algo que no podía controlar sin importar cuántos intentos hacía. En su loco soñar despierto él había hecho suya a la joven en incontables ocasiones. ¿Cuándo había iniciado esa enfermiza e inombrable costumbre? Tal vez durante los días en el colegio londinense.

 

¡Aquellos días idos! – recordó él – Stear nunca hablaba de ello, pero yo sabía que él sentía lo mismo por Candy. Tal vez aceptó su derrota mucho tiempo antes de que yo reconociera la mía, tal vez no quería verme como su rival; él siempre fue algo sobreprotector conmigo.

No lo sé . . . esto siempre ha sido tan difícil, la única cosa que Stear y yo no pudimos nunca discutir. Entonces él tuvo que aparecer. ¡Maldito seas Terrence Granchester! Mi corazón nunca cesará de despreciarte acremente. Si tan sólo hubieses sabido hacerla feliz podría haberte perdonado por robarme su corazón. Pero lo arruinaste todo estúpidamente. Cuando le rompiste el corazón pensé enloquecer. Hubiese sido tan fácil terminar entonces mi relación con Annie e intentar de nuevo ganar el amor de Candy . . . pero no hubiese servido de nada. Candy me hubiese rechazado inmediatamente, no sólo porque ella nunca ha sentido nada por mi más allá de la amistad, sino también porque nunca haría nada que lastimase a Annie. Estoy condenado a estar apasionadamente enamorado de una leal y bondadosa mujer cuya mejor amiga me ama de la misma manera. Realmente espero que tú estés viviendo una miseria peor que la mía, Terrence – susurró Archie como lanzando una maldición – Sí, debes de ser así, porque yo al menos tengo el don de su amistad cercana y tú . . . ¡Tú no tienes nada, deleznable bastardo!


Archie no tenía idea de cuán exactas eran sus especulaciones.

 

 

En noviembre 10 el ejército canadiense, el cual había llegado para apoyar a los británicos en Passendale, finalmente logró debilitar las defensas alemanas y cruzar la línea enemiga. La infantería canadiense reclamó la villa, o lo que quedaba de ella, mayormente ruinas. La ofensiva de los aliados fue parcialmente exitosa y los alemanes fueron obligados a retroceder unos diez kilómetros. Una ganancia pequeña si se consideran las 250 000 pérdidas humanas que había costado toda la batalla. Como las hostilidades cesaron hacia fines de noviembre en ese punto del frente occidental, el personal del hospital ambulante fue reducido y el excedente de médicos y enfermeras fue enviado a otra área donde tenía lugar otra batalla: Cambrai.

Candy y su equipo fueron enviados a la nueva plaza. Algunos docenas de kilómetros al sur, la segunda división de los Estados Unidos entrenaba en un área más segura, lejos de las trincheras donde los británicos luchaban en contra de los alemanes. La segunda división de infantería esperaba, sin saberlo, el momento de su heroico destino, el cual no vendría hasta la primavera siguiente.
 

 

El hospital ambulante donde Candy estaba trabajando estaba situado a menos de dos kilómetros de la trinchera de reserva. Con el fin de proteger a las tropas del mortal y constante ataque de las metralletas enemigas y el fuego de la artillería, ambos contrincantes habían construido una serie de trincheras en las cuales los soldados luchaban y vigilaban día y noche. Ambos lados tenían al menos cuatro trincheras principales, oscilando cada una entre 1.8 a 2.5 metros de profundidad. En la trinchera de fuego, las tropas en guardia resistían al enemigo o encabezaban la ofensiva según el caso.

Detrás de la línea de fuego había otras tres trincheras. La trinchera de refuerzo, la cual estaba pensada para ayudar a la trinchera de fuego y defender la posición en caso de que la primera
fuese tomada por el enemigo. La trinchera de apoyo era la tercera, donde los soldados en licencia vivían en hoyos o pequeñas cuevas cavadas dentro de la trinchera, y finalmente la trinchera de reserva, donde llegaban las provisiones, tropas frescas y municiones para después ser enviadas a las otras trincheras a través de una red de comunicaciones, en otras palabras, túneles entre las trincheras que eran conocidos como trincheras de comunicación.

Más allá de la trinchera de fuego se extendía una barrera de alambre de púas. Si algún hombre traspasaba esa barrera llegaba hasta "la tierra de nadie", el territorio entre los dos ejércitos enemigos, la muerte era fácil de encontrar en esa área donde se estaba expuesto al fuego abierto y lejos de cualquier clase de atención médica.

Cuando el enemigo se aventuraba a salir de las trincheras y atacar de lleno, parecía una mera cuestión de probabilidad para cada hombre. Algunas veces las fuerzas de la triple Entente tenían éxito en el ataque y tomaban las trincheras del oponente, en ocasiones la victoria era de los Aliados y los alemanes tenían que replegarse algunos kilómetros. De ese modo ambos lados enemigos ganaban y perdían terreno en una lucha que por más de tres años no había dado ningún buen resultado pero había causado incontables tragedias.

Si alguien era herido en las trincheras sus compañeros lo llevaban a la trinchera de reserva a través de los túneles de comunicación, los equipos de primeros auxilios, mayormente compuestos por paramédicos y proveedores militares – es decir jóvenes encargados de traer provisiones y municiones - ayudaban en la tarea. Más tarde, los heridos eran llevados al hospital ambulante en la retaguardia. Sin embargo, cuando la lucha arreciaba peligrosamente, era necesario tener un equipo médico completo en la trinchera de reserva, tantos eran los heridos y tan vertiginosamente aumentaba su número. Esta era una tarea muy temida porque el peligro en las trincheras era eminente. En cualquier momento el enemigo podía estar ahí, asaltando sorpresivamente con bombas, gases o metralletas.

La batalla de Cambrai fue extraordinariamente sangrienta y trágica. Para noviembre 25 la lucha se hizo más difícil. El hospital ambulante designó a un equipo quirúrgico para trabajar en las trincheras. Tres nombres que conocemos estaban incluidos: Marius Duvall, Flammy Hamilton y Candice White Andley.

Cuando Duvall se enteró que personal femenino, incluyendo su "petite lapine" habían sido asignado al equipo protestó firmemente arguyendo que las mujeres no eran normalmente enviadas a semejantes misiones. Desafortunadamente, sus quejas no fueron escuchadas porque la situación era de real emergencia y todos el personal masculino ya había sido enviado a las trincheras. Más asistentes quirúrgicos experimentados se necesitaban en las trincheras y tanto Hamilton como Andley habían sido señaladas como las mejores que se tenían.

A pesar del gran riesgo, cuando Candy vio su nombre en las listas se admiró de no sentir nada frente al deber que estaba por enfrentar, el más peligroso que había encarado en toda su carrera de enfermera hasta el momento. Con una serenidad que ella misma ignoraba tener Candy puso una mano en su pecho, debajo de su uniforme de cambray pudo sentir el crucifijo que la señorita Pony le regalara cuando había dejado el hogar de Pony por primera vez en su vida.

 

Estoy en tus manos, Señor – oró – Iré donde sea que me lleves. Puede no ser casual que Flammy también vaya conmigo.

 

La mañana del 28 de Noviembre, a las 5:00 am, Candy fue enviada a la trinchera de reserva donde los soldados Británicos estaban esperando desesperadamente la llegada de una nueva arma y tratando de resistir tanto como fuese posible. En la neblina de la helada mañana los cansados soldados en la trinchera pensaron por un momento que un ángel en uniforme azulado, con delantal blanco y un casco metálico había descendido del cielo al infierno que ellos
habitaban. Pero ella sabía que no era más que una joven proveniente de un pequeño rincón de América.

 

 

Señorita Pony, señorita Pony – musitó la Hermana María al oído de la señorita Pony – Levántese, señorita Pony, es una emergencia.

¿Qué pasa, hermana María?- preguntó la bondadosa anciana despertando abruptamente -¿Pasa algo malo con los niños?

No, señorita Pony – dijo la mujer – es acerca de Candy, debemos orar AHORA, ella está en peligro – concluyó la monja con voz temblorosa.

 

La señorita Pony estaba acostumbrada a ese tipo de premoniciones que la hermana María tenía de vez en cuando. La experiencia había comprobado que todas ellas eran exactas. Así que, cuando la hermana María decía que era el momento de orar por alguien porque esa persona se encontraba en grandes problemas, la señorita Pony no discutía. Todo lo contrario, se unía a su antigua compañera en fiel oración, sin importar si lo tenía que hacer durante la hora de su siesta, como entonces.

La señorita Pony se incorporó de su mecedora y siguió a la monja hasta el pequeño altar que tenían en el cuarto. Ambas mujeres se arrodillaron enfrente al crucifijo y empezaron sus plegarias en silencio. Años más tarde comprenderían por qué estaban haciendo eso.


 
 

 

Los sorprendidos hombres no daban crédito a sus perplejos ojos. El mundo debía de haber enloquecido para arriesgar la vida de una criatura tan exquisita en un trabajo como ese. Pero aúncuando nadie estaba de acuerdo con el hecho de enviar a una joven como Candy a la trinchera, sus ojos se hinchaban en gratitud por la vista celestial que estaban disfrutando. Algunos de ellos no habían visto a una mujer en meses. Duvall estaba consciente de eso y mantenía ojo avizor sobre la joven, tanto como Albert lo hubiese hecho si hubiese estado ahí. El buen doctor no sabía cuánto habría de arriesgar para proteger a la joven que le recordaba tanto a su propia hija.

Las horas en la trinchera eran largas y pesadas, más y más heridos eran traídos todo el tiempo. Si Candy había pensado que las condiciones de trabajo eran difíciles en la hospital ambulante, ahí en a trinchera eran inenarrables. El lugar era estrecho y oscuro: "¿Cómo esperan que uno de puntadas cuando todo está casi en la más completa oscuridad?" se preguntaba ella, pero ya que no tenía otra opción continuaba su trabajo en silencio bajo las miradas codiciosas de los soldados británicos y los gritos desesperados de los heridos.

Entonces, la noche del 30 de noviembre, sucedió el terrible incidente:

Candy, Duvall y Flammy estaban trabajando en un sector de la trinchera de reserva cuando un soldado llegó jadeando atropelladamente desde uno de los túneles de comunicación.

 

Por favor doctor – dijo el hombre con voz ronca – ha habido una explosión en uno de los túneles de comunicación, hay cinco hombres atrapados ahí, necesitamos su ayuda, mi hermano menor está ahí.

 

Duvall se quedó pensativo por un segundo, era ya suficientemente riesgoso estar en la trinchera de reserva como para aventurarse en la trinchera de comunicación, aún más cerca de la trinchera de fuego. El buen doctor también temía por Candy y Flammy, si algo le pasaba a él . . . Pero entonces una mano pequeña tocó su espalda.

 

Tenemos que ir, doctor Duvall – dijo Candy suavemente.

Estoy de acuerdo con Candy, estamos aquí para salvar vidas – agregó Flammy, apoyando algo que Candy había dicho, por primera vez en su vida- iremos con usted doctor.

 

Animado por el valor de las jóvenes damas Duvall tomó su instrumental y corrió detrás del soldado seguido de las dos mujeres.

La trinchera de comunicación era particularmente oscura y silenciosa. Candy podía oír su corazón golpeteando mientras corría detrás de Flammy. Por un rato pensó que no había nada más, solamente el silencio y el persistente latido de su corazón a través del túnel negro. Solamente la linterna de Duvall en su mano. Solamente los lazos blancos del delantal de Flammy flotando en el aire. Caminaron y caminaron por interminables corredores, a cada paso los sonidos de la línea de fuego podían escucharse más y más cerca. Duvall sintió horrendas ondas de miedo empezaban a asaltar su mente. Estaban llegando demasiado cerca de la trinchera
frontal.

A medida que se aproximaban al lugar de la explosión se podían oír terribles gritos de hombres pidiendo ayuda. Algunos hombres que habían sobrevivido estaban tratando de retirar las vigas que habían caído sobre algunos de los heridos. Había un hombre tirado a un lado. La explosión lo había alcanzado quemando su espalda y rompiéndole la espina dorsal. Pedía ayuda con lastimosos gritos mientras su boca borboteaba sangre. Candy observó que el hombre usaba un kilt. Era un soldado escocés. La joven se arrodilló cerca del hombre y le dijo quedamente al oído.

 

Todo va a estar bien, señor. Estamos con usted. Usted va a estar bien – dijo haciendo después una pausa por un segundo. De repente una idea vino a su mente – ¿Conoce esa pequeña plaza en el centro de Edimburgo? – preguntó tratando de traer una memoria placentera en los últimos instantes de vida de aquel hombre.

¿Conoce Edimburgo, señorita? – preguntó él olvidando por un instante su terrible agonía.

Sí, señor – musitó ella – Pasé ahí el más hermoso verano de toda mi vida.

Le creo, mi esposa es de ahí . . . hay una vista magnífica de las montañas desde esa plazuela – replicó el hombre luchando en contra de los terribles estertores que asaltaban su cuerpo.

Ahora cierre sus ojos y piense en el cielo azul y los prados intensamente verdes – dijo ella mientras un lágrima rodaba por su mejilla, sus manos alcanzaron las manos del hombre.

Puedo verlo claramente – susurró él – Rose, mi Rose – dijo él por último mientras su cabeza se inclinaba ya sin vida. Había muerto.


 

En otras circunstancias Candy se hubiese quedado a decir una oración antes de dejar a un lado lo que acababa de convertirse en otro cuerpo sin vida más, pero la situación la forzó a decir sus oraciones mientras ayudaba a otro herido. Siempre podría llorar por los horrores que estaba presenciando en otro momento, por entonces era prioritario mantenerse concentrada.

No sabía que habías estado en Escocia – dijo Duvall mientras trabajaba frenéticamente con uno hombre cuya pierna sangraba como una fuente vertiendo agua roja.  Solamente una vez – masculló ella.

El ruido de las detonaciones se hacia más y más fuerte. A veces Candy pensaba que sus oídos explotarían. "Aún si vivo cien años, jamás olvidaré esta noche" pensó ella mientras sus manos se movían rápidamente. A diez metros de distancia Flammy trabajaba con un hombre que había perdido el brazo izquierdo en una detonación. La morena levantó sus cabeza y fue entonces cuando vio con aterrados ojos una luz repentina en el cielo nocturno. Otra detonación . . . la trinchera viniéndose abajo parcialmente . . . una montaña de tierra y lodo sobre ella . . . el dolor en la pierna . . . oscuridad absoluta.

Duvall había visto también la luz y la única cosa que su confusa mente pudo pensar en ese momento fue en la seguridad de la joven que estaba trabajando a su lado. Todo pasó en un segundo, antes de que Candy pudiese hacer cualquier cosa Duvall estaba ya cayendo sobre ella, gritando palabras en francés que ella no pudo entender.

 

¡¡¡ Al suelo!!! ¡¡¡ Candy, al suelo!!! – alcanzó él a decir en inglés antes de que ella oyese la detonación a pocos metros de donde ella se encontraba.

 

Candy sintió cómo el gran cuerpo del hombre cubría el suyo cayendo pesadamente al suelo. Un segundo más tarde solamente había silencio. Un silencio mortal en el Frente Occidental.

Tomó un buen rato ¿Cuánto tiempo? Ella nunca lo sabría, pero después de una imprecisa fracción de tiempo, un minuto, una hora o tal vez un segundo, ella abrió los ojos pero no pudo ver nada más que oscuridad, no pudo escuchar nada más que el silencio. Entonces percibió un opresivo peso sobre su cuerpo.

Trató de liberarse de esa cosa que la aplastaba contra el suelo lodoso de la trinchera. Era
virtualmente imposible, lo que se que estaba sobre de ella, era demasiado grande como para que ella pudiese empujarlo.

 

¡Oh Dios! – pensó – ¡Estoy atrapada!

 

Sorprendentemente, unos minutos más tarde, ella sintió cómo el peso sobre su cuerpo era removido al mismo tiempo que un terrible quejido escapaba de una garganta masculina. No fue sino hasta entonces que ella se dio cuenta de que había estado cubierta por el propio cuerpo de Duvall.

 

¡Doctor Duvall! – gritó desesperadamente la muchacha cuando finalmente comprendió lo que había pasado.

¡DOCTOR DUVALL! – vociferó al silencio.

Petite Lapine – chistó una débil voz cerca de ella.

Candy se movió nerviosamente en la oscuridad, palpando a ciegas el lodo hasta que sus manos encontraron a Duvall yaciendo cerca de ella.

¿Doctor Duvall?

Sí, querida. Estoy aquí pero no por mucho tiempo – dijo él con una débil carcajada.

 

Candy alcanzó una linterna con una mano y logró encenderla. Con la ayuda de la luz ella pudo finalmente ver al hombre a su lado. La sangre estaba reventando salvajemente de su espalda. Candy había visto muchos hombres mortalmente heridos durante los seis meses que había estado en Francia, pero la vista de Marius Duvall sangrando sin remedio en la oscura trinchera estaba más allá de su resistencia profesional.

 

¡Dios mío! – pensó - ¡ Está muriendo! ¡Éstá muriendo porque me protegió con su cuerpo!

 

Afortunadamente la luz era demasiado pobre en ese momento. De otra suerte Duvall hubiese visto cuán pálida se había puesto Candy. No obstante, la joven logró controlar las lágrimas haciendo un esfuerzo sobrenatural, utilizando para ello todas las energías que le quedaban. Se había percatado que esos eran los últimos momentos sobre la Tierra de aquel hombre maravilloso. No era con lágrimas como ella le diría adiós a Marius Duvall, el médico más entusiasta y bondadoso que ella jamás había conocido.

 

Candy – dijo el hombre con débil voz – toma la cadena alrededor de mi cuello, tiene los anillos de compromiso y bodas de mi esposa. Quiero que tú te quedes con ellos. Doctor Duvall – masculló ella – Ese debe ser su tesoro, si me lo da ahora, después se arrepentirá cuando hayamos salido de aquí – dijo ella negando lo evidente.

 

El hombre rió con dificultad.


¿Alguna vez alguien te ha dicho . . . que no . . que no eres buena mentirosa , petite lapine? – preguntó él.

Candy bajó los ojos y sonrió tristemente.

Me temo que alguien ya me lo dijo anteriormente – murmuró ella.

 

Los ojos del buen hombre sonrieron divertidos. Ni aun ante su propia muerte había perdido el
sentido del humor. Pero después de un breve momento volvió a ponerse serio.

 

Petit lapine – comenzó diciendo – escucha bien lo que voy a decirte. Tienes que salir de aquí lo antes posible. Pero por favor, toma los anillos contigo, consérvalos como un recuerdo, si tú quieres, y cuando te cases, me honraría mucho que tu futuro esposo, quien quiera que sea ese afortunado, los acepte como un presente de este viejo.

Prometo guardar con aprecio sus tesoros, Dr. Duvall, igual como su hija lo hubiese hecho – dijo ella finalmente tomando la alianza de oro y el anillo con un diamante solitario de la cadena en el cuello de Duvall – No se si alguna vez me case, pero conservaré estos anillos con amor – concluyó.

Póntelos niña, puedes perderlos en tu camino hacia la retaguardia.

 

Candy se probó los anillos en el dedo anular de su mano izquierda y se asombró al descubrir quele quedaban perfectamente. Miró de nuevo al doctor. La sombra de la muerte estaba ya bailando en sus ojos. Ella la conocía bien porque la había visto muy seguido en los días anteriores.

 

Te casarás, petite lapine, y tendrás hermosos niños con pecas en la nariz, como tu. – dijo él y expiró.

 

Una tímida lágrima corrió por la mejilla de Candy mientras cerraba los ojos del hombre que ellahabía aprendido a admirar y respetar en los meses que habían precedido.


¿Por qué toda la buena gente que conozco tiene que morir así? – se preguntó la joven pero tuvo que desechar esos pensamientos porque no tenía tiempo para abandonarse en amargas consideraciones. El sonido de detonaciones lejanas la hicieron percatarse de que de ahí en adelante estaría sola y tenía que correr para salvar la vida. Parecía que todos los demás en la trinchera habían muerto.

Se dio a sí misma una breve inspección. Estaba perfectamente bien. Solamente un par de raspones en la rodilla, pero nada que no hubiese sacado antes en sus aventuras trepando árboles. Se puso de pie, dio una última mirada al cadáver de Duvall y con la linterna en mano trató de ajustar sus ojos para encontrar el camino de salida. Fue entonces cuando escuchó un gemido. Una voz femenina quejándose de dolor.


¡Flammy! – dijo Candy - ¡Oh Dios, está viva!

 

Candy trató de moverse en dirección de la voz, pisando de vez en cuando en un cadáver o tropezando con un pedazo de madera en su camino ¡ Estaba tan oscuro!


¡FLAMMY! – gritó ella – Soy yo, Candy, resiste, te voy a encontrar enseguida.

 

Finalmente, después de interminables minutos de búsqueda Candy pudo ver el punto donde Flammy estaba. Se encontraba sentada en el lodo, había perdido sus lentes y su cofia. Su pierna estaba sangrando gravemente. Aparentemente la explosión no la había alcanzado pero varios pedazos de madera y metal habían caído sobre su pierna. Candy pudo ver que era una fractura con exposición de hueso.

 

¡Flammy! – chilló Candy corriendo hacia la muchacha – Oh Flammy no te preocupes, voy a sacarnos de aquí, déjame ayudarte – y diciendo esto último Candy trató de localizar el equipo de primeros auxilios que Flammy tenía consigo al momento de la explosión.

¿Estás loca Candy! – dijo Flammy en un susurro – Nunca lo lograrás si me llevas contigo. Vete, corre por tu vida. Déjame aquí. De todas formas, no le importo a nadie.

 

Candy no pudo evitar sentirse conmovida por el dolor que pudo percibir en las últimas palabras de Flammy pero nada que la joven morena pudiese haber dicho iba a hacerla cambiar de opinión. Ella iba a sacar a Flammy de aquella maldita trinchera, aun si ella no quería ser salvada.

 

No tomaré en cuenta la tontería que acabas de decir Flammy – dijo Candy con firmeza mientras buscaba desesperadamente por el perdido botiquín. Justo detrás de una gran ametralladora pudo finalmente encontrar la caja blanca y corrió hacia ella como un hombre perdido en el desierto correría para alcanzar un oasis en su camino.

Tengo que detener el sangrado – pensó – Ella obviamente no ha mirado bien su herida, pero debe saber bien cuán mal está. Tengo que distraerla.

Flammy – dijo ella tratando de iniciar una conversación – ¿Recuerdas cuando Mary Jane nos estaba enseñando a poner torniquetes? ¿Recuerdas que teníamos que practicar en nosotras mismas y que yo lo tenía que hacer en ti?

Sí creo que recuerdo – contestó Flammy débilmente – Recuerdo que eras muy mala haciéndolo – dijo y por la primera vez en meses Candy vio algo que se parecía un poco a una sonrisa en el rostro de Flammy.

Bueno, entonces – continuó Candy sonriendo – Realmente espero haber mejorado en todo este tiempo porque ahora voy a hacer exactamente lo mismo, y después te pondré un entablillado en esa pierna.

 

Candy movía sus manos frenéticamente al mismo tiempo que hablaba. A veces el cielo nocturno se iluminaba con una detonación proveniente de la "tierra de nadie". Candy estaba consciente de que otra explosión podría tener lugar en cualquier momento.

 

Bien Flammy, creo que acabo de romper el récord de Mary Jane – dijo cuando hubo terminado su trabajo.  Tal vez – murmuró Flammy.

No era común ver a Flammy tan callada, pensó Candy, pero dadas las circunstancias y toda la
sangre que había perdido Candy agradeció a Dios que la chica estuviese aún viva.

 

Esa fue la parte difícil – se dijo Candy interiormente – Ahora tendré que encontrar las fuerzas para cargarla fuera de aquí. ¡ Oh Dios, préstame tu mano!

 

Flammy estaba casi inconsciente para entonces pero aun así pudo sentir cuando Candy colocó su brazo alrededor de su propio cuello.

 

¿Qué estás haciendo? – preguntó Flammy – Nunca lo lograremos. ¿No ves que soy más pesada que tú? ¡¡¡Déjame aquí!!! – gritó.

¡¡¡NO, NO LO HARÉ!!! – replicó Candy en el mismo tono – Si tu te mueres, yo me muero, si tu vives, yo vivo. ¡Somos equipo y no te dejaré morir aquí, tonta Flammy! ¡Ahora cállate, trata de cooperar y por una vez en tu vida, haz lo que yo te digo, muchacha necia!

Flammy estaba asombrada de ver la reacción de Candy. En los años que tenía de conocer a la rubia nunca se había imaginado que la joven pudiese montar en cólera de esa forma. Ni en sus más locos sueños se le había ocurrido a Flammy pensar que Candy arriesgaría su vida para salvar la suya, de una manera semejante, así de obstinadamente, así de valerosa. Sin palabras que decir tal vez por primera vez en su vida, Flammy Hamilton se limitó a seguir las órdenes de Candy.

Candy ayudó a Flammy a pararse en la única pierna que podía utilizar por el momento. La morena puso su brazo alrededor de los hombros y cuello de la rubia y juntas empezaron una larga jornada hacia la retaguardia, a lo largo de los corredores oscuros de la trinchera de comunicaciones, guiadas solamente por el sentido de orientación natural de Candy y una débil linterna. Candy empezó a buscar en las profundidades de su alma por la fortaleza necesaria para ese momento de angustia.

Está tan oscuro – pensó – no se a ciencia cierta hacia dónde nos dirigimos. Señor, guía mis pasos.

Candy recordó que cuando era niña la señorita Pony le había enseñado diferentes porciones de las Sagradas Escrituras. La buena mujer le había dicho que esas porciones irían con ella a donde quiera que fuese, sin importar qué tan lejos del Hogar de Pony, ella pudiese llegar.

Aún si no estamos contigo, Candy – había dicho la buena mujer – Aun si sientes un miedo espantoso, si estás sola o perdida, las Escrituras estarán en tu corazón, y también el Señor estará contigo.

 

Diré yo al Señor: esperanza mía y castillo mío – comenzó Candy su oración interna – Mi Dios, en él confiaré. Y él me librará del lazo del cazador, de la peste destructora.

 

Otra detonación no muy lejos. 

Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro, escudo y adarga es su verdad.

Las luces de explosiones en el cielo, un ruido sordo desde una de los rincones del túnel. .

 

No tendrás temor de espanto nocturno, ni de saeta que vuele de día. Ni de pestilencia que ande en oscuridad, ni de mortandad que en medio del día destruya.

Unos cadáveres abandonados en una esquina de la trinchera . . .

 

Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra, mas a ti no llegará.

 

Estaba muy oscuro y frío. Flammy era realmente muy pesada. . .

 

Pues a sus ángeles mandará cerca de ti, que te guarden en todos tus caminos.

 

¿Era eso una luz al final del túnel?

 

Por cuanto en mi ha puesto su voluntad, yo también lo libraré. Lo pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre.

¡¡AUXILIO!! – gritó Candy - ¡ Necesito que alguien me ayude con mi amiga!!


3 comentarios:

  1. ay de verdad que hermoso capitulo estoy llorando mi corazon sufrio como cuando la muerte de anthony , y stear , pobre dr. duvall , dio su vida por candy snifff , y que bello que incluiste parte del salmo 91 es hermosisimo y de verdad es uno de mis favoritos por que en momentos de angustia es reconfortante . gracias ciao bella!

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  2. hermoso d verdad es el segundo capituló k me hace llorar

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  3. te lo agradesco....por estas maravillosas escrituras....me sigue gustando mucho de lo que escribes....en verdad te admiro demasiado,ya que sabes poner tensión en la drama,y nos dejas con las dudas de saber a aquellos que están en la guerra...y tal vez alla alguien especial...quien sabe??? jajajajja mi imaginación me lo dice...jaajajja pero igualmente..te felicito....saludos!!!

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