lunes, 29 de diciembre de 2008

Capitulo 5

Una mujer para tiempos como estos.

 


El destino, con su paciencia misteriosa y fatal, aproximaba
lentamente uno a otro estos dos seres, ambos desfallecidos y
cargados de la tempestuosa electricidad de la pasión; estas dos
almas llevaban el amor como dos nubes llevan el rayo, y debían
encontrarse y mezclarse en una mirada como las nubes en un
relámpago.

Víctor Hugo en  “Los Miserables”

 

Los primeros rayos de la aurora entraron de puntillas en la lujosa recámara. Trepando por la mullida alfombra, habían alcanzado el enorme lecho en el cual él estaba recostado despreocupadamente. Afuera, la noche helada parecía haber rendido sus oscuras huestes ante la rubia luz reflejada en la blanca sábana nevada,  sobre el inmenso prado de la mansión Andley. La habitación estaba entre penumbras y en silencio, pero él ya se había despertado, sus ojos azul claro estaban perdidos en la profundidad de sus propios pensamientos.

De repente, se incorporó poniéndose un batín de seda verde oscuro con caprichosos brocados. Su cabello dorado caía sobre sus anchos hombros en descuidado desorden y sus ojos se veían ligeramente hinchados por la falta de sueño. No había cerrado los ojos en toda la noche.

Se aproximó a la ventana y la abrió de par en par para recibir sobre su rostro bronceado el gélido frío de los copos de nieve, pequeñas motas que se derretían sobre su piel. Era como si el frío de la mañana pudiese borrar sus eternas turbulencias internas. Pero él sabía bien que ellas se quedarían a su lado hasta que finalmente se decidiese a tomar la determinación contra la cual estaba luchando.

La noche anterior había asistido a uno de esos bailes interminables que odiaba inmensamente, pero sin Candy para escudarlo de las docenas de mujeres frívolas que estaban siempre acechándolo, la situación se había vuelto casi intolerable. Afortunadamente, Archie y Annie habían ido con él y le habían ayudado a enfrentar el continuo coqueteo de todas esas jóvenes que soñaban con ser la afortunada mujer en casarse con uno de los solteros más codiciados de los Estados Unidos. No obstante, durante esos momentos en que Annie y Archie bailaban juntos dejándolo solo, el persistente asedio de mujeres solteras, e incluso casadas, no cesaba de importunarle haciéndole sentir cada vez más incómodo, inquieto y molesto con aquella sociedad que él no aprobaba.

Pero la peor parte había sido cuando Eliza Leagan había logrado encontrarlo en el solitario salón en donde él había hallado refugio de sus agresivas admiradoras.


  ¿Por qué tan solo? – le había preguntado ella con la más seductora de sus sonrisas – Tío, no debes privarnos de tu presencia.

Déjame solo – fue su única respuesta, visiblemente molesto por la joven quien, él sabía bien, había causado el sufrimiento de la persona que él más quería,  en incontables ocasiones. Él se había lamentado siempre el no haber podido salvar a Candy de todas las humillaciones que ella había sufrido en su infancia y adolescencia por causa del inexplicable odio que los Leagan le profesaban.

No deberías de ser tan tímido – murmuró ella ignorando sus palabras y acercándose al hombre con movimientos estudiados.

Es tan apuesto – pensó ella – me pregunto los prohibidos placeres que una mujer puede experimentar en la cama de un hombre como él, tan fuerte y misterioso. Si solamente pudiese hacerle caer con mis encantos . . . . Entonces, yo sería la dichosa Sra. De William Albert Andley, esposa de uno de los hombres más ricos del país, y podría también lograr mi dulce venganza en Candy, por todas las cosas que la  maldita nos ha hecho pasar a mí y a mi hermano. Eso sería maravilloso.

Yo podría hacerte compañía del modo en que Candy solía hacerlo – murmuró ella seductoramente  y después de una breve pausa añadió con tono insinuante – Yo podría hacerte compañía de una forma en que ella nunca sería capaz, como solamente una mujer de verdad puede hacerlo.


   Albert volvió el rostro para mirar a la joven enfrente de él. En sus ojos celestes se podía leer una mezcla de incredulidad y desdén.


   Pretenderé que no escuché tus insinuaciones –  dijo  él con disgusto – no tienes idea, Eliza, cuánto desprecia mi corazón a la gente de tu clase.


   El rostro de Eliza se oscureció cuando las palabras de Albert  penetraron en sus oídos. No esperaba un rechazo tan franco ya que estaba demasiado acostumbrada a tener éxito en el arte de la seducción.


   Gente como tú – añadió Albert mientras se movía hacia la puerta – son la vergüenza de la raza humana, tal vez el único error hecho por la naturaleza. Realmente me das lástima.

   Ahora, si me disculpas, tengo que partir – terminó él al tiempo que pasaba enfrente de Eliza regalándole una sonrisa llena de desprecio.


   Después del desagradable incidente, Albert había regresado a su mansión  para encerrarse en su recámara. Sin embargo, sus pensamientos no habían cesado de recriminarlo durante el resto de la noche, siempre atrapado en un dilema entre sus obligaciones familiares y su espíritu rebelde.

Albert sacudió su cabeza para aclarar la mente. Estaba tan contrariado, pero la verdad era que su intranquilidad no había sido causada ni por Eliza, ni por la larga lista de citas que siempre tenía en su agenda.


   Solamente me estoy engañando a mí mismo. Sé perfectamente bien que esta clase de vida nunca va a satisfacerme. Siento que estoy traicionando a todo en lo que creía cuando era más joven. ¿Adónde se han ido mis sueños, mis convicciones? ¿Acaso los olvidé en ese tren en Italia, o fue antes, cuando decidí dejar África? ¡Oh Candy! Aun cuando todos estamos terriblemente preocupados por ti, me siento feliz de que al menos tú puedes seguir tus sueños en Francia, haciendo lo que sientes es lo correcto, algo significativo, realmente valioso y noble. Mientras que yo. . . . ¿Qué estoy haciendo? Solamente estoy incrementando la fortuna de mi familia para ayudarles a mantener sus privilegios, al tiempo que otras personas mueren de hambre por causa de nuestro injusto sistema social.

   ¿Qué es esta vida sin sentido en la cual he hecho sucumbir mis ideales ante mis responsabilidades como el jefe de la familia Andley?


   Albert cerró la ventana y caminó lentamente hacia un sillón de ratán que había en su cuarto. Se sentó en él suspirando profundamente. En la soledad de su habitación podía siempre cerrar los ojos y ver las doradas sabanas africanas bajo el inmisericorde calor veraniego. Allá, donde la naturaleza estaba tan cerca del hombre, donde la vida era simple y los humanos podía sentir el toque de Dios, él había entendido que solamente en esas planicies doradas su corazón podía hallar descanso. Era el lugar al cual realmente pertenecía. En aquellas pequeñas comunidades, lejos de la locura de la sociedad occidental, las jerarquías no eran tan importantes, y cada hombre era señor de su propio destino. ¡Cuánto anhelaba él esa libertad!


   Admiro a aquellos que viven libremente, solamente para seguir el latido de sus corazones, yendo hacia donde sea que les lleve. Por eso te admiro Candice White. Por eso te respeto Terrence Grandchester. ¿Por  qué no puedo yo entonces, bailar a mi propio ritmo?


   Un sigiloso golpe en la puerta lo hizo despertar de sus ensoñaciones.


   Sr. Andley – le llamó una voz profunda que Albert reconoció como la de George Johnson – Hay un telegrama para usted que pienso querrá leer inmediatamente, señor.

   Entra- replicó el joven con cierto nerviosismo.


   George, siempre en un impecable traje sastre negro, entró en la habitación y aguzó la mirada para poder distinguir a su patrón en las penumbras de la recámara.


   ¿Viene de Francia? – preguntó Albert ansioso.

   Sí, señor – replicó el hombre en su característico tono flemático entregando al joven un sobre blanco.


   Albert lo abrió tan rápido como pudo. Candy nunca había mandado un telegrama en todo el tiempo que había estado lejos. Siempre enviaba una carta cada mes tal y como lo había prometido, pero un telegrama podía significar muchas cosas, ninguna de ellas buena. Albert ajustó sus ojos para leer lo que decía el lacónico mensaje:


Queridos amigos:

   Parto en una misión. Frente Occidental. No podré escribir por un tiempo. Cuídense.

Candy.
 

   Los ojos de Albert se abrieron tan desmesuradamente que Johnson pensó que se saldrían de sus órbitas. La bronceada cara del joven se había puesto pálida al momento de leer las palabras Frente Occidental, perfectamente escritas con todas sus letras. Sus manos temblaban cuando se sentó pesadamente sobre el sillón. Le tomó unos segundos recobrar su usual dominio propio, pero Johnson, quien conocía bien a su jefe, estaba consciente del gran esfuerzo que Albert estaba haciendo por conservar la calma y pensar claramente.


   George, te voy a dictar un telegrama que enviarás a Francia enseguida – dijo él después de algunos minutos de silencio.

 

   Como el asistente eficiente que era, Johnson sacó una pluma de su bolsillo y tomando una hoja blanca que estaba en un escritorio cercano empezó a escribir lo que Albert le dictaba.


‘Al coronel Louis Martín Foch:

Querido amigo:

   Es con gran preocupación que me enteré. . . .’


   Como ya lo había hecho en el pasado, Albert estaba a punto de alterar la dirección de la vida de Candy como el titiritero mueve los alambres de sus queridas marionetas, sin estar consciente de las dramáticas consecuencias que tendría ese nuevo movimiento suyo.
 

 

   En medio de la más absoluta de las oscuridades Candy se dio cuenta de que Flammy estaba quedándose dormida en contra de su voluntad. Allá en la trinchera donde Duvall había muerto, Candy había dado a Flammy un tranquilizante para ayudarle a soportar el dolor de la fractura, ahora empezaba a hacer efecto.


   ¡Oh Señor! – decía Candy –  ¿Qué voy a hacer si ella no puede moverse?  Es demasiado pesada para que yo pueda cargarla.


   Fue entonces cuando vio una débil luz moviéndose en el entorno oscuro.


¡Por favor, ayúdenme! – gritó urgentemente –  ¡ Ayúdenme a salvar a mi amiga!


   Nada, nadie, solamente el silencio respondía.


   ¡Por favor, auxilio! – gritó de nuevo, sus esperanzas parecían encogerse dentro de ella.


   La pálida luz empezó a moverse lentamente hacia ella brincando de vez en cuando como si alguien la estuviese sosteniendo y corriendo al mismo tiempo. Segundos después Candy percibió el ruido de pasos masculinos sobre el suelo lodoso de la trinchera. Al fin, una voz respondió:


   ‘¡Resista, ya llego con usted!’ dijo un hombre con la voz gutural de alguien que sobrepasa los cuarenta años de edad.


   Poco a poco la oscuridad circundante permitió que una suave luz de linterna rompiese su negra capa. Con ojos aguzados Candy vio a un hombre enorme con la cara regordeta que jadeaba al correr hacia ella.

Cuando el soldado vio a la dueña de la fina voz que había escuchado, sus ojos se abrieron de par en par de la sorpresa. Por un breve segundo el hombre pensó que finalmente estaba teniendo alucinaciones después de su largo y horrible turno en la Trinchera de Fuego. Pero inmediatamente comprendió que aun cuando nadie esperaría ver a una joven en medio de tan aberrante rincón del mundo, estaba viéndola de verdad.


   ¿Qué está usted haciendo aquí jovencita? – preguntó el hombre aún atónito al propio tiempo que ayudaba a Candy con Flammy que se había quedado completamente dormida.

   Somos enfermeras, señor – replicó Candy jadeando  - Estábamos atendiendo algunos heridos en el túnel, pero me temo que hubo una explosión que mató a todo mundo menos a mi amiga y a mi, pero ella está herida, como puede usted ver.

   Sí – dijo el hombre tratando de levantar a Flammy.

   Tenga cuidado – suplicó Candy alarmada – tiene una fractura grave.

   No se preocupe señorita – dijo el hombre con una sonrisa que Candy pudo apenas percibir en la penumbra – Un soldado viejo como yo sabe bien como manejar a un herido, sea hombre o mujer. Usted solamente sostenga la linterna.


   Candy ayudó al hombre con la luz, aún algo preocupada por la pierna de Flammy. Estaba consciente de las condiciones infecciosas del lugar, así como de las desastrosas consecuencias que éstas podían tener para Flammy si continuaba expuesta a ellas. Era necesario sacarla del lugar y procurarle atención médica completa, tan pronto como fuese posible.

El hombre le pidió a Candy seguirlo mientras blandía la linterna para iluminar el camino de regreso a la trinchera de reserva. Así pues empezaron su caminata a lo largo de siniestros corredores, mientras la artillería tronaba de nuevo en la distancia.

¿Cuánto tiempo caminaron y caminaron casi sin sentido? En los años que siguieron Candy se hizo la misma pregunta, pero siempre acabó por concluir que su estado de nerviosismo en ese momento no le había permitido a su memoria el conservar registros de esos instantes. Continuaron del mismo modo por casi un siglo, el hombre corriendo con Flammy inconsciente en sus brazos y Candy persiguiéndolos de cerca con tan sólo una débil lámpara en su mano derecha.

Conforme avanzaban más y más en la trinchera de comunicaciones fueron alcanzando un área mejor iluminada,  de modo que la oscuridad absoluta se rindió a la luz creada por manos humanas. Otro soldado les vio y corrió a ayudar al grupo, también admirado del bizarro e irónico contraste entre la belleza de Candy y la espantosa visión de la trinchera. Finalmente habían alcanzado la trinchera de reserva.
 
 

 

   El terreno se había prácticamente convertido en un pantano. Los Aliados y la Triple Entente habían luchado, abierto fuego, explotado, volado, cavado trincheras y cubierto los campos con minas, todo bajo la persistente lluvia otoñal, hasta que el suelo no era otra cosa que una increíble masa de lodo. Ambos enemigos estaban exhaustos pero la lucha por Cambrai continuaba. Hombres matando a otros hombres que nunca habían visto. Asesinando a gente que no odiaban, sin ninguna razón, por nadie, por ninguna otra cosa  que no fuese la ambición de unos cuántos líderes, quienes permanecerían intactos y a salvo en sus confortables dominios, porque los políticos saben bien cómo permanecer lejos de los infiernos que ellos mismos crean; mientras que miles de otros hombres mantienen el loco juego de la guerra matándose unos a otros.

Durante la última semana de Noviembre el arma secreta que los británicos estaban esperando llegó finalmente. Era una flotilla completa de amenazadores vehículos que Candy jamás había visto antes en toda su vida. Eran enormes monstruos blindados, armados con cañones y ametralladoras que se movían en rodadas tipo oruga. En la batalla de Cambrai el hombre orquestaría el primer asalto masivo con tanques de guerra en toda la historia de la humanidad. Cerca de cuatrocientas de esas máquinas horrendas fueron usadas por los británicos para atacar al enemigo y hacerlo retroceder por unos diez kilómetros sobre la línea de fuego alemana. El 3 de diciembre, la batalla de Cambrai concluyó con resultados positivos para la causa Aliada.

Durante los días que siguieron, Candy pudo ver el trágico espectáculo de aquellos hombres del bando enemigo que habían sido capturados como prisioneros. Una larga fila de jóvenes alemanes, muchos de ellos menores de 20 años, marcharon a lo largo del campamento británico hacia la estación del tren desde donde serían enviados a la retaguardia. El miedo y el odio podían adivinarse en sus rostros, sabiendo que habrían de enfrentar un destino que podría ser peor que la muerte misma, es decir, el destino incierto de un prisionero de guerra.

La mente de Candy se esforzaba infructuosamente en entender las cosas que estaba presenciando, tal despliegue de maldad estaba más allá de su entendimiento. ¿Qué clase de orgía bélica era eso que llamamos guerra? ¿Qué clase de autoridad demente ganaban los hombres en tales negros días que les permitía destruirse, lastimarse y matarse los unos a los otros? ¿Cómo podía la naturaleza humana descender tan bajo, hasta los profundidades de un infierno terrenal?

La memoria de Stear estaba siempre en la mente de Candy durante esos días. En cada joven que atendía, ella trataba desesperadamente de salvar la vida de su viejo amigo. En cada joven que moría en sus brazos, ella lloraba una vez más la muerte de su compañero de la infancia, lamentándose de las limitaciones que la ciencia tenía para reparar lo que la furia incontrolable de la guerra había destruido en su torbellino sin sentido. Pero aún entonces, tenía la sabiduría suficiente como para no culpar a Dios por los errores de la humanidad, sabiendo que no somos sino las víctimas de nuestras propias debilidades y ambiciones.

No obstante, había un ligero sentimiento, tal vez algo egoísta, que mantenía su alma luminosa y fuerte enfrente de todo aquel dolor y destrucción.


   Al menos –  se decía ella secretamente, – aquellos jóvenes que quiero entrañablemente están lejos y a salvo . . . Albert, Archie, Tom, ellos permanecen en casa y continuarán con sus vidas sin tener que enfrentar estos horrores . . . Al menos, gracias a Dios, él está bien, él está  lejos y a salvo.


   Pronto, su pequeña  esperanza se estrellaría en mil pedazos contra el vórtice de la guerra. El invierno estaba ya muy cerca. Durante las primeras semanas de diciembre continuó nevando por
varios días.
 
 

 

   Candy y Flammy habían salido de la trinchera sin otra novedad y habían regresado al hospital ambulante. El ejército británico había recibido órdenes de detener la ofensiva y mantener las posiciones recientemente ganadas hasta la llegada de los refuerzos americanos, la cual estaba planeada hasta la siguiente primavera. Por lo tanto el personal médico fue reasignado ya sea a permanecer en la plaza o a ayudar en otra área a lo largo del Frente Occidental en donde hubiese más necesidad de enfermeras y doctores capacitados.
 

   Como Flammy estaba herida, había recibido órdenes de regresar a París junto con Julienne, quien estaba sufriendo una tos persistente que podía degenerar en neumonía si no recibía debida atención y descanso en un lugar más cálido. Candy estaba preocupada por sus dos amigas, especialmente por Flammy porque recientemente había percibido un olor característico en su herida. El fantasma de la gangrena apareció en su mente inmediatamente, pero no dijo nada a nadie al respecto, temerosa de una muy posible amputación. En lugar de eso, empezó a irrigar la herida con ácido dakrin sin la autorización del doctor y en frente de los espantados ojos de Flammy.


   ¿Qué estás haciendo? – preguntó Flammy la mañana que Candy practicó la irrigación en su pierna por primera vez. Su cara estaba consternada por el pánico,  pues sabía perfectamente bien las posibles razones que Candy podía tener para hacer algo así.


   Candy miró a Flammy con ternura maternal. Después de los terribles momentos que habían vivido en la trinchera, Flammy había cambiado dramáticamente. Al despertarse y encontrar que estaba de nuevo en el hospital ambulante, recostada en una cama plegable, había gritado el nombre de Candy, llamando a su compañera con ansiedad. Un par de brazos cariñosos habían descansado suavemente sobre sus hombros.


   Estoy aquí Flammy – había dicho Candy –  ya pasó todo, estamos a salvo ahora.


   Flammy le había echado los brazos al cuello llorando fuertemente. La rubia, admirada de la reacción de su compañera,  pero siempre sensible al dolor humano, recibió a la morena con una cálida aceptación.


   ¡Oh Candy! ¿Por qué no me dejaste allá abajo? – preguntó Flammy llorando convulsivamente – nadie me hubiese echado de menos en este mundo.


   Candy, quien ya había notado la baja auto-estima de Flammy, empujó suavemente a su amiga para encararla, y mirando en sus oscuros ojos café, llenos de lágrimas, le había dicho con suave pero firme tono:


   Escucha bien Flammy  –  había ella empezado – Se que tuviste una infancia difícil, que aquellos quienes debían haber sido tu apoyo y refugio no supieron cómo hacerlo. Nadie puede juzgarles, pero debes entender esto claramente, muchacha, quien sea que te haya hecho sentir insignificante o sin importancia, estaba equivocado porque no lo eres.


   Flammy abrió ampliamente sus grandes ojos oscuros, aun sin creer en las palabras de Candy.


   Flammy, a lo largo de los años siempre me había lamentado porque no conseguimos llevarnos bien  en la escuela de enfermería –  continuó Candy tomando las manos de Flammy en las suyas, –  No te entendí entonces, tal vez no estaba preparada para tratar con alguien como tú. Sin embargo, en todo el tiempo que compartimos el cuarto y estudiamos juntas llegué a sentir una gran admiración hacia ti, Flammy. Deberías estar orgullosa de la mujer fuerte y valerosa que eres.

   ¡Candy! – dijo Flammy con asombro y sin poder pronunciar más palabras.

   Yo. . . yo. . . –  tartamudeó Candy, sin saber cómo confesar su propia admiración por el coraje y eficiencia de Flammy – yo quería ser como tú . . . .–  dijo finalmente.

   ¿Cómo yo?- inquirió Flammy confundida –¡ Era yo quien sentía envidia de ti por tu popularidad y carisma!


   Esa ocasión fue el turno de Candy para abrir los ojos  con estupor.  Ella nunca había imaginado que Flammy pudiese sentir algún tipo de admiración hacia ella. Siempre había pensado que Flammy la consideraba una enfermera débil e incompetente.

Las dos jóvenes se miraron fijamente y con gran aturdimiento durante unos segundos. Candy miró en los ojos cafés de Flammy, Flammy  retornó la mirada en las pupilas esmeralda de la rubia, ninguna de las dos mujeres sin saber realmente qué hacer. Entonces, después de un largo silencio, ambas irrumpieron en carcajadas abrazándose la una a la otra como dos niñas que comparten su juguete favorito.


   Yo quería tanto que tú me aceptaras como tu amiga – dijo Candy aún abrazando a la morena – cuando partiste, me sentí frustrada porque nunca llegué a tocar tu corazón, Flammy.

   Yo me traté de convencer a mi misma de que no necesitaba de la amistad de una chica tan popular y entusiasta – confesó Flammy por su parte – Estaba tratando de negar que tu dulzura me estaba afectando tanto como afecta a todos alrededor de ti, Candy.

   Ambas fuimos muy tontas, entonces – replicó Candy encarando a su antigua compañera de clases – pero esta vez Flammy,- continuó con una brillante sonrisa – podemos empezar de nuevo otra vez, y ser amigas ¿Te gustaría eso?


   Flammy había asentido y abrazado a la rubia una vez más, diciendo las únicas palabras que sabía estaban faltando entre ellas.


   Gracias Candy . . . por salvar mi vida.

   Esta bien Flammy, está bien – fue la única respuesta de Candy.


   Desde entonces Candy y Flammy habían progresado en una relación amistosa, que era mucho más abierta y sincera, aunque Candy no podía compararla con ninguna otra relación de amistad con personas de su mismo género que hubiese tenido antes. Flammy era aún Flammy, y siempre estaría luchando por mantener sus sentimientos ocultos dentro de sí. Pero ahora, se permitía ser agradable y hasta dulce con Candy, y de vez en cuando se atrevía a confiarle a Candy sus ideas y temores, justo como hizo el día en que Candy empezó el tratamiento de irrigación.

La rubia estaba ahora mirando a Flammy con la misma expresión preocupada y cariñosa que dirigía a sus pacientes en problemas, lo cual hizo a la morena ponerse aún más nerviosa.


   Candy, por favor – demandó ella – no soy uno de esos pacientes a quienes les puedes decir una mentira piadosa.

   No te mentiré Flammy – contestó Candy en tono serio – hay una ligera posibilidad de gangrena, Flammy, pero no le he dicho al doctor porque tengo mis razones.

   ¿Cuáles razones? – inquirió Flammy nerviosa.

   Sabes bien que el hospital está empacando ahora – explicó Candy – Así que sería imposible ahora practicar cirugía, con excepción de los casos extremamente urgentes. Si le digo al doctor acerca de tu problema ahora, no podría hacer nada por ti, pero tal vez no me permitiría hacerte la irrigación. Yo quiero tratar . . . porque pienso que hay un modo – la joven se  detuvo un momento encontrando difícil el terminar su explicación – hay un modo de evitar la amputación.


   El rostro de Flammy palideció. Con sus ojos internos pudo ver otra vez todas las sobrecogedoras escenas de amputación que había visto. La idea de convertirse en una minusválida la asustaba terriblemente.


   Voy a irrigar tu herida – susurró Candy en el tono más reconfortante que podía usar, viendo que su amiga estaba petrificada del miedo – lo haré cada hora hasta que te vayas para París mañana, entonces le pediré a Julienne que continúe haciéndolo durante el viaje hasta que lleguen allá. Una vez que veas a Yves, el decidirá lo que sea mejor para ti. Estoy segura de que tu herida estará bien y limpia para cuando llegues a París, ya verás – terminó sonriendo dulcemente.


   Flammy no estaba muy segura acerca de los efectos de un tratamiento por irrigación en un posible caso de gangrena, pero ahora que estaba empezando a creer que la vida podía ser algo más que árido trabajo, no estaba dispuesta a rechazar la única posibilidad que tenía de conservar su pierna. En consecuencia, dio su aprobación para el experimento y prometió no mencionar nada al doctor al respecto.


   O.K. Candy – dijo, - seré tu conejillo de indias.


   En ese momento alguien entró a la tienda y Candy pensó por un segundo que el doctor había llegado justo en el momento para descubrir lo que estaba haciendo sin su permiso. Afortunadamente, no era el médico quien entró, sino Julienne con un sobre en las manos.


   Candy – dijo Julienne – hay una carta del hospital para ti. Parece que son órdenes del director del hospital  – concluyó entregando la carta en un sobre oficial del ejército.


   Candy tomó el mensaje y abriendo el sobre rápidamente, leyó las pocas líneas con ojos alarmados.


   ¿Malas noticias? – preguntó Julienne curiosa y preocupada.


   Candy levantó la mirada del papel y  observó a sus amigas aún confundida y conturbada.


   ¡Vamos Candy! – dijo Flammy también intrigada.

   ¡Me están mandado de regreso a París! – contestó Candy abriendo los brazos en un gesto de incomprensión – No hay razones para que yo sea enviada de regreso – añadió  –  Esta mañana se me dijo que se estaba planeando enviarme a Verdun para ayudar en el hospital ambulante de allá, y ahora me ordenan regresar a París. ¡Simplemente no entiendo esto!

   ¿A quién le importa, Candy? – dijo Julienne sonriendo –  ¿No ves que eso significa que regresarás con nosotras, lejos de esta vida frenética? – preguntó con inflexiones felices en su voz.

   Sí, chicas, no es que me queje – admitió la rubia en frente de sus dos amigas – pero aún así es extraño. ¿ Me pregunto qué podrá significar esto?


   Candy encogió los hombros tratando de olvidar acerca de la rareza de la situación, mientras trabajaba irrigando la herida de Flammy. Julienne se quedó con ellas para mirar cómo se debía aplicar el tratamiento y conversar locuazmente por un rato, a fin de aliviar un poco el dolor de Flammy durante el proceso, así como las sospechas de Candy acerca de las nuevas órdenes. Mismas órdenes que llegarían en poco tiempo a voltear su vida de cabeza.

 


 
 

 

   El capitán Jackson estaba de nuevo en problemas. El enemigo no estaba solamente venciéndolo en el campo de batalla blanco y negro, sino también en la guerra lingüística que sostenían. Desde
la noche en que Jackson había invitado al joven sargento oji-azul a jugar con él, había repetido el encuentro “amistoso” una buen número de veces. Pero el juego entre los dos hombres iba más allá de un simple pasatiempo para matar las largas noches de otoño. Se había convertido en una clase de reto para el hombre mayor, quien insistía en conquistar dos objetivos muy difíciles, uno de ellos era vencer al mejor jugador de ajedrez que había enfrentado en toda su vida, y el otro era descubrir el origen de un personaje tan enigmático.

La primera vez que Jackson había escuchado la manera de hablar del joven sargento casi había podido asegurar que el hombre era británico, pero en la siguiente ocasión que había hablado con
el hombre su acento había cambiado en un modo tan asombrosamente convincente que Jackson llegó a dudar de su memoria y conocimientos fonéticos. La segundo ocasión que jugaron, las pocas palabras que había dicho el joven habían sido dichas con un acento sureño tan claro y distintivo que Jackson pensó que había sido transportado a la tierra de Dixie ( Así se le llama a la zona sur este de los Estados Unidos). La siguiente ocasión las inflexiones en las palabras del sargento cambiaron a un rítmico canturreo que Jackson identificó como el acento típico de los campesino galeses. Para entonces Jackson se había dado cuenta de que el joven le estaba jugando una buena broma y en un tácito acuerdo ambos hombres se enfrascaron en una adivinanza en la cual Jackson iba perdiendo hasta el momento.

El objetivo del juego parecía ser encontrar el origen del joven sin preguntarle directamente, descubrir todos esos detalles sobre su vida que él no estaba dispuesto a compartir. A la mente de Jackson venían diferentes preguntas , pero eran tres las que principalmente lo estaban molestando. Una era sobre el origen del hombre, la otra era sobre el tipo de ocupación que el tipo tenía normalmente en América – ya que Jackson sabía que el hombre se había enrolado como voluntario en el ejército – y la tercera de las preguntas, tal vez la más inquietante de todas, era si Jackson había visto la cara del hombre en algún otro lado o no. Tenían la extraña sensación de que había conocido al joven en algún lado con anterioridad, pero no podía recordar dónde. Jackson había tratado ya con diferentes trucos para hacer que el joven perdiese su férreo auto-control y terminara por delatarse, pero ninguno de esos trucos había surtido efecto a pesar de los esfuerzos del capitán.


   ¿Algo de beber? – le había ofrecido Jackson una vez.
No gracias señor, no bebo – fue la lacónica respuesta del joven.

¿Cómo es eso? La reputación de un hombre se mide por sus habilidades para beber – había sugerido Jackson con una sonrisa socarrona.

   Entonces mi reputación  está totalmente arruinada, señor. Pero debo insistir, no bebo – y con esa seca afirmación el joven cerró el tema del alcohol con un determinado silencio.


   Para un soldado común y corriente la compañía de un hombre que no fumaba, no bebía o hablaba de mujeres podía ser un verdadero fastidio. Por el contrario, para el bien educado Duncan Jackson todos esos raros atributos eran razones para incrementar su curiosidad y renovar su interés en descubrir el misterio que se ocultaba detrás de las pupilas azules que miraban el tablero de ajedrez con una inhumana e insensible fijación.


   Debe haber algo que le haga bajar la guardia que mantiene sobre sí mismo – pensaba Jackson – Debe haber algo. . . ¿Pero qué?


   Una de esas noches, mientras los ojos de Jackson vagaban a través de los detalles de su tienda a la media luz de las linternas, su vista se  tropezó con un objeto brillante en la mano izquierda del
sargento. Era un anillo de oro con una esmeralda solitaria que desafiaba la belleza de la primavera con sus destellos verdes. La joya tenía un diseño simple y masculino que enfatizaba aún más la brillante piedra bajo la tímida luz de la lámpara de queroseno.

Jackson se preguntó por qué no había reparado antes en la presencia de un objeto tan hermoso en el dedo de su oponente, pero después de la primera impresión empezó a inferir cosas del mismo hecho. Era claro para Jackson que el hombre enfrente de él no era un individuo común y corriente, el lenguaje que usaba, las maneras y aún los gestos eran una clara prueba de una educación cuidadosa. Y ahora el detalle del anillo, el cual era obviamente una joya valiosa, le
decía que aquel joven no se moría de hambre precisamente.


   Lindo anillo ese que tiene usted’ dijo Jackson  despreocupadamente, –  supongo que  es una esmeralda.


   El joven dio una breve mirada a su dedo anular y una repentina chispa cruzó por sus ojos demasiado rápidamente para la vista inquisitiva de Jackson. Después, el joven se limitó a responder;


   Así es.

   ¿Me permite verla, sargento?- preguntó Jackson sin querer dejar morir el tema y esperando que pudiera traerle nuevas pistas para entender al rompecabezas humano que tenía frente suyo.


   El joven se sacó el anillo del dedo y se lo dio a su superior dejando entrever cierto fastidio con la insistencia del capitán. Jackson tomó el anillo y expuso la piedra contra la lámpara de modo que la luz  irrumpió en miles de rayos entre las deslumbrantes facetas verdes.


   ¡Es una belleza! – comentó Jackson genuinamente impresionado por la perfección de la gema.


   Mientras que el Duncan estaba aún concentrado en admirar la joya, el joven sargento se permitió evadirse momentáneamente, en tiempo y espacio, muy lejos de aquel rincón del mundo en donde estaban varados.


   La luz estallando en miles de rayos verdes sobre los prados–  pensó – verdes eran los bosques, verdes las hojas frescas del pasto veraniego. Verde profundo de la hiedra sobre los muros húmedos, verde oscuro de las montañas, verde tierno del valle. En aquellos tiempos las esperanzas eran jóvenes y frescas, el amor llenaba mi corazón  con chispas verdes a mi alrededor. . . .  ¿Alguna vez podré volver a experimentar esos goces? Aún la más rica de las esmeraldas palidece enfrente de ellos . . .  ¡No tiene caso el engañarme . . . . La verde luz de esos ojos está perdida para mí.

   Aquí tiene, sargento – dijo la voz del capitán Jackson interrumpiendo la línea de pensamientos del joven.


   Jackson extendió su mano para regresar la joya a su dueño. Un segundo antes el hombre habría podido leer revelaciones interesantes en la expresión del sargento, pero para cuando hubo despegado los ojos de la hipnotizante gema, el sargento había recobrado su usual compostura escondiendo sus emociones, tan bien entrenado estaba en el arte de fingir.

El joven se colocó el anillo en el dedo al tiempo que ambos hombres se enfrascaban de nuevo en el juego. Uno de ellos tratando de encontrar un modo de ganar en su charada discursiva, el otro experimentando una mezcla bizarra de sentimientos. Se divertía con Jackson y se entristecía consigo mismo.


   Jackson no es un mal jugador – pensó el joven – pero está tan interesado en encontrar el lugar de donde vengo que pierde concentración, comete errores elementales y termina por perder . . . . Su obsesión con el lenguaje es muy curiosa, al menos eso es algo que ambos compartimos.  Desde que comencé a jugar esta clase de juego doble, he logrado sobreponerme a mi hastío. No obstante, mi corazón nunca descansa, como si la carga de mis remordimientos fuese cada vez más pesada conforme pasa el tiempo.


   El sargento sintió un dolor repentino en el pecho que lo forzó a llevarse la mano derecha al tórax. Jackson notó el gesto, el cual estuvo acompañado de un ligero fruncimiento de ceño que apareció en la cara del joven.


   ¿Está usted bien sargento? – preguntó Jackson intrigado.

   Estoy bien señor – replicó el joven mientras hacía un nuevo movimiento en el tablero que captó la atención de Jackson inmediatamente  haciéndolo olvidarse del resto del mundo.

   ¿Qué es este dolor de nuevo? – pensó el hombre oji-azul – Se ha ido y venido de vez en vez desde que llegué a Francia.¿Por qué estará empeorando esta noche?


   Ambos hombres continuaron jugando silenciosamente mientras la primera nevada del año cubría los bosques circundantes con una gruesa sábana blanca.

 

 


 
 

 

   El hospital ambulante se mudaba en un caótico orden. Los trenes llegaban casi cada hora llevándose a los heridos hacia grandes hospitales en el Sur, transportando personal médico hacia Verdun, o cargando y descargando equipo. Solamente la mitad de la gente que estaba trabajando en el hospital durante el mes de noviembre permaneció de guardia en Cambrai para hacerse cargo de cualquier emergencia, en caso de que los alemanes decidiesen contraatacar, pero esa eventualidad era considerado como poco probable.

En pocos días los Aliados se darían cuenta de que habían hecho el movimiento equivocado. En diciembre, los alemanes orquestaron un contraataque en un furioso despliegue de coraje y el ejército británico perdió casi todo el terreno que había ganado con su redada de tanques de guerra. Entonces, los trenes empezaron a traer de regreso a más y más personal, no solamente médico, sino más que nada militar. Algunas tropas francesas llegaron para apoyar a los británicos. Las vías estaban congestionadas y algunos heridos que se suponían debían ser enviados a París tenían que ser transportados por camiones, los cuales eran mucho más lentos, pero dadas las circunstancias, era la única opción que quedaba en ese caso de emergencia.

Candy, Julienne y Flammy  fueron enviadas de regreso en uno de esos camiones la fría mañana del quince de diciembre. Candy había querido quedarse en Cambrai  pero aun cuando protestó en contra de las órdenes que había recibido, sus superiores insistieron tan enérgicamente que la joven no había tenido más opción que la de seguir sus órdenes. No podía entender por qué había sido enviada de regreso cuando estaba perfectamente saludable y había demostrado en más de una ocasión que era lo suficientemente capaz para hacer el trabajo más difícil en el hospital ambulante. Sabía que con el contraataque inesperado de los alemanes el hospital estaba sufriendo una escasez de manos, por lo tanto era absurdo enviarla a París. Sin embargo, parte de ella se sentía feliz de saber que viajaría con Flammy, y este hecho le permitiría continuar con el tratamiento de irrigación durante todo el viaje y hasta que llegasen a la capital francesa.

Las tres enfermeras junto con cinco hombres heridos dejaron Cambrai muy temprano en la mañana. Un viejo soldado había sido asignado  para conducir el camión hasta París tan pronto como fuese posible. El viaje estaba considerado como algo riesgoso porque había estado nevando copiosamente durante los días anteriores, así que se suponía que viajarían sin parar para evitar mayores complicaciones con el clima.

Julienne viajaba en el asiento del pasajero con el viejo chofer mientras que Candy y todos los heridos estaban en la parte trasera del camión, el cual desafortunadamente no había sido diseñado para transportar a tantas personas. Candy trató de atender a todos lo mejor posible y distraerlos con su conversación animosa; después de todo, la travesía iba a ser larga e incómoda, dadas las condiciones del transporte.

Algunas horas habían pasado desde que habían dejado el hospital ambulante y Cambrai, cuando una pequeña capa de copos de nieve empezó a caer. Candy miró cómo las delicadas motitas bailaban en el aire con graciosos movimientos y  sintió un miedo inexplicable. Había visto heladas pesadas y peligrosas en la colina de Pony desde su infancia y por alguna razón que no alcanzaba a comprender, sintió que una helada similar estaba a punto de ocurrir. Tenían que apresurarse a llegar a París lo antes posible.


   Es una vista encantadora ¿No lo crees  Flammy? – preguntó Candy para alejar sus negros presentimientos.

   ¡Podrías encontrar belleza aún en un cazuela rota y vieja, Candy! – dijo Flammy con una risita.

   ¡Vamos, Flammy!  - replicó Candy mirando al paisaje a través de la estrecha ventanilla en la puerta trasera del camión. – este lugar, la nieve en los grandes pinos, los bosques y el silencio, todo esto me recuerda a casa –  Candy cerró sus ojos para ver el amado hogar de su infancia y una suave calidez invadió su corazón por un segundo – Estoy tan lejos de casa – pensó para sus adentros. Un tímido dolor en el corazón apareció entonces y Candy se preguntó qué podría ser.


   El viaje continuó debajo de la nieve que empezó a caer con más violencia. Para la tarde, lo que había comenzado como una ligera escarcha se había convertido en una poderosa helada. Candy estaba tratando de conciliar el sueño antes de la siguiente ocasión en que había de irrigar la herida de Flammy cuando un jalón áspero la despertó abruptamente. Estaba aún abriendo los ojos cuando un grito femenino que venía de la cabina del conductor la hizo ponerse de pie y abrir la puerta de un solo salto. El camión se había detenido y aquella voz era la de Julienne pidiendo ayuda.

Candy saltó del camión y sus botas se hundieron en la gruesa capa de nieve. Corrió  con todas sus fuerzas hacia la cabina del conductor dando zancadas tan rápido como podía. En la cabina, Julienne trataba desesperadamente de ayudar al conductor quien se encontraba doblado sobre el volante.

Candy abrió la puerta del conductor con un rápido movimiento de su brazo derecho.


   ¿Qué pasa Julienne? – alcanzó a preguntar, pero la condición del hombre resultó suficientemente clara para ella. El cabo estaba teniendo un ataque cardíaco.


   Sin decir más las dos mujeres comenzaron a hacer todo aquello que podían para ayudar al hombre inconsciente. Candy trató una y otra vez de reanimar al hombre en un frenético esfuerzo por salvarle la vida. Era como si todo el mundo se hubiese detenido en aquel frío rincón del mundo. De pronto, los sonidos desaparecieron como si Candy estuviese atrapada en una burbuja, no escuchaba la voz de Julienne, o aun el sonido de su propia respiración. No había nada salvo el silencio y la básica necesidad de salvar una vida.


   ¡Candy! – llamó una voz lejana - ¡Candy!


   Ella no contestó pero continuó presionando el pecho del hombre.


   ¡Candy!  - dijo una vez más Julienne alcanzando el hombro de Candy con su mano – Se acabó Candy


   Entonces los sonidos regresaron a los oídos de Candy. El viento, la voz de Julienne, Flammy gritando desde el camión.


   Se ha ido, Candy – murmuró Julienne suavemente.

   Candy miró a su compañera sin saber qué sentir, si frustración porque no habían sido capaces de salvar al hombre, o desesperación porque habían sido abandonados a la deriva en medio de los gélidos bosques, aun a muchas millas de distancia de París. Julienne leyó los pensamientos de Candy en sus preocupados ojos.


   ¿Qué vamos a hacer, Candy? – preguntó con el miedo reflejado en su voz.

   Yo... yo creo que puedo manejar – contestó Candy tratando de mantener la calma a pesar de que estaba muy asustada – tú sabes, yo tenía un primo, él, él, él me dejó manejar su carro un par de ocasiones . . . . Yo creo que podría intentar manejar el camión . . . .  Pero primero tenemos que decidir qué vamos a hacer con el cuerpo, Julie.

   ¿¿Qué está pasando?? Gritó Flammy una vez más desde el camión.


   Candy dejó a Julienne por un segundo y fue a hablar con Flammy para calmarla. Flammy estaba tratando de incorporarse cuando Candy saltó al camión, los otros pacientes también se habían despertado y le dirigían miradas inquietas.


   ¿Candy, por qué nos detuvimos? – preguntó Flammy muy preocupada.

   Es sólo que el cabo Martin no se sentía bien, Flammy – mintió Candy ya que no quería alarmar a los pacientes y a Flammy – tu quédate aquí  y Julienne estará contigo en unos minutos. ¿Está bien eso para todos?


   No muy convencida, Flammy aceptó la explicación de Candy, en parte porque siempre deseamos creer lo mejor y también porque no quería alarmar a los pacientes con sus sospechas.

Después de una breve discusión sobre el asunto Candy y Julienne decidieron dejar el cuerpo a un lado del camino ya que no tenían pala y tiempo que perder en entierros. La helada estaba arreciando cada vez más y no era muy conveniente para la salud de Julienne el permanecer más tiempo bajo el frío congelante. Cuando terminaron de decir una plegaria antes de dejar al cuerpo solo, Julienne abordó la parte trasera del camión y Candy tomó el asiento del conductor en la cabina.

Miró el mapa y trató de adivinar en dónde estaban situados, la carretera era prácticamente invisible bajo la sábana blanca. En esos días los trenes eran aún un medio de transporte más popular que los autos y las carreteras no estaban en tan buenas condiciones como en nuestros días. Pero aún, la guerra había barrido con tantas cosas en su  loca devastación  que no habían señalamientos a la vista que Candy pudiese seguir. Una vez más tendría que obedecer a sus instintos.

La joven respiró profundamente mientras daba de vueltas a la llave del camión para encender la máquina.


   Stear, – pensó – por favor, ayúdame en esto.


   La verdad era que nunca había manejado antes pero confiaba en que las muchas veces que había visto a Stear hacerlo le ayudarían en ese momento. Candy pisó el acelerador y el camión empezó a moverse.
 

   Muy bien Dios – pensó Candy mientras manejaba temerosamente – si nos sacaste a Flammy ya a mí de esa trinchera, no vas a dejarnos morir aquí debajo de la nieve.


   Candy empezó su oración sin saber que a kilómetros y kilómetros de distancia, del otro lado del océano, dos plegarias más se levantaban rogando por su protección. El camión progresó por un par de horas, mientras el viento y la nevada aumentaban sin misericordia. El ritmo del suave movimiento, como una silente canción de cuna, hizo que los pasajeros en el camión se quedaran dormidos. Solamente Julienne permaneció despierta, molesta por su continua tos y sus múltiples preocupaciones, sabiendo que Candy estaba en la cabina del conductor tratando de encontrar el camino para salir de los gélidos bosques. Más que nunca antes el lugar estaba lleno de belleza debajo de la blanca capa de nieve, pero también entrañaba peligros mortales. La tarde se diluyó al ritmo que las sombras nocturnas comenzaron a caer sobre el vasto horizonte.

Eran las siete de la noche en punto, del mismo día, 15 de diciembre, Julienne nunca lo olvidaría en toda su vida, cuando el camión se detuvo para siempre. En la oscuridad del camión Julienne escuchó cómo Candy trataba de encender de nuevo la máquina, una. . .    dos. . . .  tres veces . . . muchas veces. Julienne pensó por un instante  que estaba teniendo una pesadilla, pero el ruido de la puerta trasera del camión abriéndose suavemente le hizo darse cuenta de  la cruel realidad.


   Julie – dijo un murmullo femenino- Julie.


   Julienne se aproximó a la puerta para ver a Candy parada afuera. La helada había  terminado pero la capa de nieve estaba increíblemente gruesa.  Ahí, parada en el medio de la nada, con la nieve casi hasta las rodillas, Candice White miró a Julienne con una expresión que la última jamás había visto en ningún ser humano en esta tierra. Por un momento Julienne pensó que estaba mirando a la imagen de un ángel pintado en las paredes de la iglesia de su pueblo natal. Recordaba que durante su infancia había admirado la pintura miles de veces, atraída  por la belleza de la imagen pero también terriblemente asustada por la fuerte determinación del arcángel vengador que el artista había pintado. La joven e ingenua muchacha americana que ella había conocido seis meses antes tenía entonces esa misma expresión en el rostro.


   ¿Qué pasa Candy? – preguntó Julienne aunque ya sabía la respuesta.

   El camión no nos llevará a París, Julie – dijo Candy con tono llano, inusual en ella.

   ¡Candy! – musitó Julienne, sin atreverse a preguntar más.


   Candy puso sus manos en los hombros de Julienne cerrando la distancia entre sus rostros hasta que casi se tocaban


   Julie, escucha bien lo que voy a decirte – murmuró Candy lentamente,  articulando cada una de sus palabras – este camión está muerto y atorado en la nieve, no vamos a ir a ningún lado en él, y si nos quedamos toda la noche moriremos congelados. Es claro que necesitamos ayuda y la única persona que pude intentar ir a buscarla soy yo, así que no objetes o digas nada. Solamente entra al camión, cuida de los demás y reza, tu solamente reza.

   ¡Candy! – jadeó Julienne sin saber qué decir o hacer.

   Haz lo que te dije Julie – replicó la rubia  soltando los hombros de Julienne – ¡ Vamos! – ordenó ella con voz resuelta – ¡Cierra esa puerta ahora!


   Sintiéndose como una niña pequeña asustada ante el enojo de su madre, Julienne obedeció la voz de Candy, boquiabierta frente al coraje de la rubia. A través de la estrecha ventanilla Julienne vio la figura de Candy en su abrigo negro perderse en el bosque. La morena hizo la señal de la cruz y murmuró.


   ‘Pére! que ton nom soit sanctifié; que ton régne vienne! . . .’ (Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, vénganos tu reino...)

 

   Está frío – pensó Candy mientras sus piernas daban grandes zancadas en la nieve – ya he estado bajo un frío como este antes, muchas veces . . . . el invierno en la colina de Pony puede ser aún peor. Recuerdo que Annie solía tenerle miedo a la nieve cuando era pequeña, la chiquilla simple . . .  Me pregunto cómo está ella ahora. ¿Estarán preparándose para la navidad como les recomendé? . . . .  El próximo año, cuando esta guerra acabe voy a pedirle a la señorita Pony que prepare mi tarta de frutas favorita y me la voy a comer sola, justo como siempre soñé hacerlo cuando era niña y la veía preparar su tarta la noche antes de Navidad. ¡Oh Dios, está frío! . . .  Tom siempre peleaba conmigo por la tarta, ese muchacho testarudo.  ¿Estarán Albert y Archie preparándose también para la ocasión? . . . . Más les vale . . .  No quiero oírles hablar de negocios y la universidad por un buen rato cuando regrese . . . . quiero hablar de lo mucho que les quiero a todos, decirles cuán afortunada me siento por tener su amistad . . . . cuando regrese . . . Por favor, Señor, si me trajiste hasta aquí,  y estoy segura de que lo hiciste, déjame vivir para encontrar ayuda . . .  Está oscuro de nuevo, está helado, pero tengo que vivir. . . para ellos . . . Señor, hay siete personas allá atrás en el camión, por favor . . . No es para mi que tengo que mantenerme viva.


   Candy se movía tan rápidamente como sus piernas se lo permitían. Luchando mentalmente para mantener el espíritu en alto, hablando con Dios de tiempo en tiempo y tratando desesperadamente de evocar sus mejores memorias para obtener fuerzas. Sabía que tenía que seguir manteniéndose en movimiento, despierta, concentrada y viva. Los buenos recuerdos  eran el único calor del que podía disponer en medio de la soledad de ese bosque sobre el helado suelo europeo.


   Estos bosques, se parecen tanto a los bosques de América – continuó ella en su monólogo, levantando los ojos para mirar a los enormes pinos y abetos, callados testigos de su caminata suicida – nada como la libertad del viento soplando en mi cara, mientras me siento en la copa de un árbol, la cálida brisa de mayo . . . las rosas de la mansión de Lakewood .. . . la casita en la copa del árbol . . .Stear solía ser tan original, sí , tan original. . . Anthony tenía una sonrisa tan deslumbrante . . . Conocí a  alguien como él . . . ¿Dónde está él ahora?  . . .  – Candy se detuvo, avergonzada de sus propios pensamientos  – ¿Cómo es que aún ahora no puedo dejar de pensar en ti?  . . . Este dolor en el pecho . . . Cuando llegue a París voy a ver a un médico.


 

   Duncan Jackson le había dicho a sus hombres que no quería ser interrumpido mientras jugaba, a menos que hubiese una verdadera emergencia. Pero varados como estaban, esperando pacientemente a que el invierno pasase antes de entrar en acción, no se esperaba ningún tipo de emergencia aquella noche. El enorme hombre miró el calendario en su escritorio.


   Diciembre 15 – comentó con un gruñido – no es invierno aún pero está increíblemente frío allá afuera. Creo que hemos tenido toda la nieve que el mundo puede producir esta noche.


   El hombre sentado en frente de Jackson no contestó a sus comentarios. Jackson se inclinó ligeramente sobre el tablero, mirando con muda concentración a las piezas de marfil. Después de considerar todas las opciones movió un peón y miró al rostro de su oponente en un débil intento por leer su reacción. Sabía de sobra que nada podía ser leído en la cara del joven. Fue entonces cuando Jackson alzó los ojos para ver al soldado Stewart quien había entrado en la tienda en ese momento.


   Lo siento, señor – dijo el hombre tímidamente – me temo que hay una emergencia.


   Jackson devoró al pobre hombre con una mirada furibunda hasta que el soldado Stewart se sonrojó al igual que un betabel fresco.


   Una emergencia, soldado – replicó Jackson – ¡Más le vale que sea una emergencia, por su propio bien idiota, o le haré trabajar hasta que caiga muerto mañana en la mañana!

   Señor – tartamudeó el hombre – es una emergencia de verdad.

   Entonces escúpelo  que estoy perdiendo mi paciencia – gritó Jackson enfurecido.


   El soldado Stewart miró a su alrededor, su sargento estaba sentado frente al tablero de ajedrez tan concentrado en el juego como si Jackson y él mismo no estuviesen ahí. Desde su posición a la entrada, Stewart solamente podía ver la espalda del sargento, sus cabellos oscuros y anchos hombros entre las sombras del lugar. Por un segundo Stewart pensó que el joven estaba hecho de piedra para ignorar la escena a su alrededor. El soldado estaba luchando para encontrar las palabras adecuadas para explicar al Capitán Jackson de qué se trataba la emergencia y el indiferente sargento ni siquiera lo notaba.


   Señor – empezó Stewart – hay. . .   hay una  . . .  una, una mujer en el campamento – dijo finalmente.


   Los ojos de Jackson se contrajeron sobre Stewart, era claro que el Capitán estaba a punto de explotar.


   Ese fue un buen intento soldado  - dijo Jackson irónico – ahora dígame qqué es lo que está pasando en realidad.

   Eso es lo que pasa en realidad, señor – dijo Stewart  contundentemente- hay una mujer afuera, una joven . . . está pidiendo ayuda.

   ¡Estamos en medio de la nada, soldado,  a muchos kilómetros de cualquier pueblo habitado! – gritó Jackson - ¡ Y usted viene a decirme que hay alguien afuera pidiendo ayuda, y una mujer precisamente entre todo el género humano!

   Yo. . .  yo . . . yo se que no es muy fácil de creer, señor – replicó Stewart bajando los ojos sin poder sostener la mirada de los ojos de Jackson  - la dama está allá afuera.

   Déjela entrar – dijo Jackson aún sin creerle al soldado.


   Indiferente a todo lo que estaba  pasando a su alrededor, el joven sargento no se movió de su silla cuando el soldado Stewart dijo que había una mujer en el campamento. Tampoco pronunció palabra o hizo movimiento alguno cuando la mujer entró finalmente en la tienda. Parecía que el particular e inusual evento no le causaba impresión en él. Sus ojos azules permanecían en el tablero blanco y negro mientras su mente luchaba por concentrarse en el juego. El extraño dolor en su pecho era más fuerte que nunca, poder controlar ambas cosas, es decir el dolor y el juego, eran ya suficientes como para concentrar su atención fuera de la realidad. Por su parte Jackson estaba atónito ante la absorta expresión en la cara del joven y su tremenda distracción. En ese
momento entró la mujer.


   ¡Dios mío, jovencita!  - dijo Jackson olvidándose del sargento por primera vez en un par de meses, cuando vio a una joven con un largo sobretodo, el cual estaba empapado hasta sus caderas - ¡¿ Qué hace una joven como tú aquí, por todos los cielos?!

   Soy Candice White Andley, asistente quirúrgico de la Fuerza Expedicionaria Norteamericana, señor – dijo la joven – estoy en una misión llevando personal médico y militar herido hacia París pero nuestro conductor murió en el camino y la máquina del camión en que viajábamos se murió también, tal vez a causa del frío. Dejé a mis compañeros , todos ellos están enfermos, señor, en el camión, para buscar ayuda.


   Si el Capitán Jackson hubiese estado mirando al joven sargento en ese momento hubiese notado cómo su cara había sido transfigurada justo después de que la mujer  había pronunciado la primera palabra. Sus ojos azules se abrieron de par en par, su corazón se detuvo, su mano soltó la pieza de marfil que estaba sosteniendo y ésta cayó sin vida sobre el tablero, su rostro experimentó un tumulto de incontables emociones corriendo salvajemente, estallando, y explotando como un volcán hirviendo.


   ¡Esa voz! ¡ Su voz! ¡Esa voz que resuena en mi corazón! ¿Es esto otra ilusión? ¿La he escuchado decir ese nombre querido? Mi corazón duele tan profundamente . . .¡Candy!


   Jackson miró a la joven no muy seguro si debía creer en su fantástica historia de una frágil muchacha corriendo en la nieve para buscar ayuda.


   ¿Cómo puedo saber que dice la verdad , jovencita? Preguntó él.

   Puede estar seguro acerca de eso, señor – dijo el joven sargento poniéndose de pie y dándose la vuelta para ver a la mujer de frente. – Conozco a esta joven y le puedo garantizar que está diciendo la verdad – concluyó.


   Enfrente de los ojos asombrados de  Candy, había un hombre de unos veinte años, alto con esbelta cintura y anchos hombros, cabello café castaño cortado al estilo militar. Su rostro estaba compuesto por una delicada nariz, labios delgados pero sensuales, quijada fuerte y el par de ojos más profundos e intensamente azules que ella había visto, sombreados por espesas cejas oscuras. A las primeras inflexiones de su voz profunda y aterciopelada ella había reconocido al poseedor de esa voz aún antes de que él se hubiese puesto de pie para encararla. Enfrente de ella, en un impecable uniforme verde del Ejército de los Estados Unidos y botas negras, se encontraba parado Terrence G. Grandchester.


 
 

 


   Es él – pensó ella anonadada.

   Es ella – se dijo él, aún incrédulo.


   Si pudiésemos medir la velocidad de los pensamientos que las mentes humanas pueden producir en un segundo, o índice de intensidad de los sentimientos que podemos experimentar en el tiempo que dura un suspiro, entonces Candy y Terri habrían alcanzado los puntajes más altos en ese breve instante mientras que el Capitán Jackson estaba aún asombrado de los eventos que estaba presenciando.


   ¡Eres tú! – pensó él mareado y embriagado en su presencia  – ¡No es una ilusión esta vez! Eres realmente tú, la misma . . .  pero no, no eres la misma . . . estás aún más hermosa que la última vez, más seductora.  ¡Apenas si puedo contenerme para no tomarte en mis brazos aquí y ahora! Tu cabello. ¡Oh Dios! Nunca pensé que  pudiese ser tan largo. ¡Es como una cascada de rizos soleados, imposibles, en locas espirales de tu cabeza a la cintura! Tus ojos son más verdes, como un par de diminutos acuarios; tus labios, esos pétalos de rosa. ¡Hechicera!¡Estás aun más encantadora.  . . querida mía!

   ¡Eres tú! – pensó ella sobrecogida, intoxicada de sólo verlo – ¡Estás más alto! Has ganado algo de peso también, desde la última vez . . .  en esa ocasión estabas tan pálido y delgado que mi corazón se retorció de dolor . . .  pero ahora . . . tus hombros parecen más anchos, tus brazos más fuertes, cada centímetro de ti es más varonil de lo que yo recordaba . . . Luces tan apuesto en ese uniforme, amor  ¡He tenido tanto miedo allá afuera, Terri! ¡ Cómo desearía poder correr hacia ti ahora para que me encerraras en esos brazos tuyos! ¡Pero . . . . no puedo ni moverme!


3 comentarios:

  1. ayyyyyyyyyyyyy mi querida escritora me tienes con el alma en un hilo ayyyyyyyyyyyy , que emocion mi TERRY MI AMADO TERYYYYYY , AH Y LA VALIENTE CANDY AY YA ME VOY AL OTRO CAPIYULO ESTOY MUY EMOCIONADA , AHAHA CIAO BELLA!

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  2. sin palabras.....me quede sin palabras....mi mente esta ofuscada y a la ves estoy tan emocionada.....quiero gritar y no puedo hacerlo.......oooohhh...!!!!! q emoción.......me muero por leer todo..todo y ver el final de esta maravillosa novela que me lleva a lo lejos de la imaginación....oohhh...gracias gracias....Terry y Candy, se volvieron a encontrar después de años...y cada uno mas bello....y el amor que tanto se profesan en la mente y que ofuscadamente no se lo pueden decir...intercambiaban miradas de amor...que no se podía evitar esconderlos.......aaaaaawww...el amor.....porfin!!! GRACIAS POR TU NOVELA...me ha atrapado en la historia.....lo leere..pq quiero saber mas de lo que va a pasar....saludos!!! *--*

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  3. Lloro de la felicidad!!! que excelente forma de reencontrarse de estos dos enamorados, debo admitir que tienes una manera de escribir tan buena, enserio me atrapaste con esta historia, ni modo a desvelarme se ha dicho.

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