lunes, 29 de diciembre de 2008

Capitulo 6

El Fin de un Mito

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Cada vuelta que se logra

Cada vuelta que se logra,

Cada vez que se termina,

Una lágrima germina

Presagiando un breve adiós.

Siete vueltas al reloj,

Doblas tres veces la esquina,

Y una suerte que camina, para bien o para mal,

Contigo se va a encontrar.

No desdeñes lo que venga,

Ábrete al sol de la vida

Despierta tu piel dormida,

Dale todo lo que tengas.

Que cada paso te enseña, para bien o para mal,

Que el amor se va a buscar,

Y está en todo lo que sientas

Contigo se va a encontrar.

Sola, joven, aguerrida,

Mujer que quiere imponer

Su hermosa forma de ser

Al son de una nueva vida,

No se ha de mover tranquila

En este mundo de hombres.

Si hace lo que corresponde, para bien o para mal,

El amor lo va a encontrar.

No desdeñes lo que venga,

Ábrete al sol de la vida,

Despierta tu piel dormida,

Dale todo lo que tengas,

Que cada paso te enseña, par bien o para mal,

Que el amor se va a buscar

Y que está en todo lo que sientas,

Contigo se va a encontrar.

Pablo Milanés

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Como cualquier mujer, a Candy le hubiese gustado estar vestida elegantemente para tal encuentro. . . No obstante, nada pudo haber estado más lejos de la realidad. La red que usaba para sostener su largo cabello rizado en un acicalado rodete se había perdido en algún lugar durante su caminata por el bosque, tal vez atrapada y rasgada por alguna rama. Así que su cabello había caído con desorden sobre su espalda y pecho y, como estaba mojado, había adquirido un tono dorado oscuro como el del bronce bruñido. En lugar de uno de los finos vestidos que tenía almacenados por pilas en la mansión de los Andley, traía puesto su sencillo uniforme de cambray azulado con una falda recta que le llegaba a los tobillos y un sobretodo de lana negra encima del modesto vestido. “Debo de ser un espectáculo realmente patético”, pensó ella de sí misma, pero se hubiese estremecido de haber podido leer la mente de Terri en ese momento. Ante los ojos del joven, Candy resultaba ser la más fascinante visión de belleza que él había tenido frente de sí en toda su vida.



De modo que, sargento – dijo el Capitán Jackson rompiendo el silencio – siendo que usted es un hombre de pocas palabras concederé que está diciendo la verdad al respecto de esta señorita. Por lo tanto debemos encontrar la manera de ayudarla junto con los heridos que dejó tras de sí.

Terri asintió en silencio pero no pudo dar una respuesta audible porque su atención había sido repentinamente atraída por el estado de las ropas de Candy. Estaba totalmente empapada y temblando.



Está titiritando de frío ¡Dios mío! – pensó.

Creo que primero debemos dar a la dama algo de ropa seca, señor – sugirió Terri con preocupación reflejada en su voz al tiempo que tomaba su propio abrigo, el cual descansaba en el respaldo de una silla cercana, para inmediatamente después dirigirse con paso decidido hacia Candy.

Consígale entonces algo de ropa seca y cuando esté lista hablaremos acerca de lo que podemos hacer por los heridos – comentó Jackson, mientras sus ojos se abrían desmesuradamente al observar con asombro la delicada atención desplegada por el hombre que él creía insensible, entretanto que Terri se aproximaba a la joven para poner su abrigo sobre los hombros de ella.

Te mostraré un lugar donde puedes cambiarte ese uniforme húmedo, Candy – dijo él suavemente, inclinando su cabeza hacia ella.

Demasiado ofuscada ante la proximidad de Terri, Candy solamente pudo despedirse del Capitán Jackson con un asentimiento de cabeza mientras Terri colocaba posesivamente un brazo alrededor de los hombros de la joven para conducirla a otra tienda. Afuera y lejos del calentador portátil del Capitán Jackson, Candy sintió la temperatura aun más fría que antes. La nieve caía aún persistentemente y Terri incrementó instintivamente la presión de su abrazo alrededor de los hombros de Candy para protegerla del viento helado, pero no había necesidad de ese recurso. Ambos sentían por dentro un vapor tan cálido que las gélidas ráfagas de la noche no eran rivales para sus joviales latidos; el dolor interno había desaparecido misteriosamente.

Terri condujo a Candy a una gran tienda de campaña. Dentro de ella, diez soldados rasos, quienes habitaban la tienda, se pusieron de pie inmediatamente al entrar la pareja, en parte porque un suboficial había aparecido, pero también a causa de la inesperada presencia de una mujer en el campamento. Los hombres se miraron los unos a los otros con incredulidad sin poder producir una sola palabra.

Terri simplemente saludó con un asentimiento dirigiendo sus pasos hacia una esquina de la tienda para tomar una camisa, un par de calcetines y pantalones de una gran mochila. Dudó por un instante pero una segunda ojeada a los pies de Candy le permitió decidirse adicionando un par de botas negras que estaban reposando en el piso, debajo de una de las camas plegadizas.



Se que están un poco grandes para ti – dijo él un poco abochornado – pero es mejor que nada.

Esta bien – replicó ella dirigiéndose a él por la primera vez en la noche.

Te dejaremos sola – dijo el joven tratando desesperadamente de mantener el control. Acto seguido se volvió para ver a los asombrados soldados detrás de él.

¡Todos afuera! – ordenó simplemente dejando el lugar antes que el resto de los hombres, pero esperando a la entrada para cerciorarse de que cada uno de ellos dejasen sola a la dama.

Candy miró con fijación a las ropas que Terri le había dejado sobre la cama plegable mientras empezaba a desnudarse con un incomprensible nerviosismo. No era el efecto de la noche fría, o el gran peligro que había enfrentado durante su caminata casi sin rumbo en el bosque nevado, ni siquiera era la situación precaria en la cual los heridos y sus amigas se encontraban . . . Este era un nerviosismo de otro tipo y Candy conocía bien aquello que lo estaba causando. Era esa única sensación en el corazón, esa placentera intranquilidad, ese derretirse de cada uno de sus músculos, ese ritmo loco del pulso, todo lo cual solamente un hombre sobre la Tierra podía provocar en ella ¡Y ahora tenía que desvestirse para ponerse las ropas de él!

Se quedó de pie por un rato, así inmóvil, sosteniendo la camisa de Terri contra sus senos desnudos dejando que el perfume de lavanda que él usaba invadiera su olfato . . .pero el segundo siguiente la imagen de Flammy y Juliene plagó su mente y tuvo que interrumpir el galope de su corazón al tiempo que comenzaba a ponerse el uniforme. Entonces, como si olas de lavanda juguetearan con sus sentidos inflamando su piel, Candy sintió que él estaba sosteniendo su cuerpo entre sus brazos tal y como lo había hecho en el pasado.



¡Dios mío, Candy! - se reconvino a sí misma al ponerse el par de botas que eran demasiado grandes para sus pequeños pies - ¡ Tienes que dominarte, mujer! . . . Recuerda, recuerda tu posición . . . su posición.

Este último pensamiento bañó su alma como un balde de agua helada sobre el corazón.

Afuera de la tienda otra flama ardía en chispas desesperadas. Cuidando el lugar que súbitamente se había convertido en un santuario, Terri esperaba a la entrada. Los latidos de su corazón tentaban a las leyes médicas, acelerándose en una alocada carrera. Aun cuando la sola idea era

imposible él estaba casi seguro de que podía escuchar cómo cada prenda caía al suelo mientras ella se desvestía dentro de la tienda. ¿Era acaso solamente su imaginación jugándole alguna

broma cruel? El suave ruido era una tortura lenta, dulce y enervante al mismo tiempo. La mente de Terri había dejado de lado cualquier consideración acerca de Candy que no fuese el hecho de que estaba cerca de él después de tan largo tiempo. Nada más en el planeta parecía importarle, como si los inmensos obstáculos que los mantenían separados se hubiesen borrado en el instante, tan mareado estaba, aun embriagado por el efecto de haberla visto de nuevo. ¡Qué tentador era

el pensar que un simple movimiento de su cabeza podía regalar a sus ojos con una vista celestial! Aun así, él no se movió un centímetro hasta que Candy apareció afuera usando su uniforme y abrigo.



Estoy lista – dijo ella sin mirarle directamente a los ojos.

Algo había cambiado en ella, notó él, como si ella hubiese cavado una trinchera entre los dos mientras se cambiaba de ropa. Caminaron lentamente hacia la tienda de Jackson luchando contra sus demonios personales cada uno en soledad, sin saber que compartían la misma tortura.

Jackson había decidido que la mejor cosa que se podía hacer, dadas las condiciones climatológicas, era traer a los heridos al campamento donde pudieran resguardarse del frío y esperar hasta que la helada les permitiese continuar su viaje a París. Así que inmediatamente le

ordenó a Terri preparar un par de camiones para encontrar al grupo abandonado. Candy, obviamente, tuvo que unirse al grupo de rescate para mostrarles el camino.

Todo el tiempo que duró el corto viaje Terri adhirió su mirada a las facciones de Candy bajo la luz de la luna, se sentía tremendamente afortunado de no ser quien estaba conduciendo el camión de modo que podía disfrutar de un paseo mental sobre cada línea del rostro de la joven. Pensó que casi había olvidado el inmenso placer que tomaba al mirar con fijación a esa naricilla respingada, esos ojos verdes rodeados de largas y oscuras pestañas, esos labios que se burlaban de su corazón cada vez que batían sus alas para hablar. Estaba en el éxtasis total, un sentimiento extraño para su alma que había estado cubierta de sombras por casi tres años. De repente, los furtivos rayos de luna reflejados sobre una superficie pulida llamaron su atención haciéndole despertar de su sueño inconsciente. Era una chispa en la mano izquierda de Candy que apuntaba el camino a seguir por el conductor. Era un anillo con un diamante solitario esparciendo su luz blanca bajo la noche negra. Entonces, la amarga verdad – o aquello que Terri creía era la verdad – abofeteó la cara del joven con violencia, forzándolo a ver su desatino.



¡Un anillo, un anillo con un diamante en su dedo anular, acompañado de una argolla . . .una argolla de matrimonio! – se dijo a sí mismo -¿Te habías olvidado de esto, idiota? ¡Está casada! ¡Prohibida! ¡ Cuán fácilmente ignoras ese pequeño detalle! ¿No es así? ¡Estúpido corazón latiendo salvajemente, soñando con esos labios que pertenecen a otro!

¿Estás bien? – preguntó Candy interrumpiendo la tortura mental del joven – palideciste de repente – añadió la joven con gran preocupación.

Estoy bien – balbuceó él volviendo el rostro para ocultar sus turbulencias interiores.

Desde ese momento Candy sintió que Terri había construido su propio muro en contra de aquel que ella misma había levantado al salir de la tienda usando la ropa del joven. Sin embargo, tenía que admitirlo, esos límites que ella había erguido, apenas si habían sobrevivido precariamente, y casi se habían derrumbado, bajo el intenso escrutinio de la mirada de Terri durante el viaje.



Es mejor así – pensó ella tristemente – No puedo soportar sus ojos sobre mi sin que tarde o temprano delate mis sentimientos.

Sólo les tomó unos cuantos minutos más hasta que finalmente avistaron el camión sobre la

superficie nevada. Tan pronto como los camiones en que ellos viajaban se detuvieron, Candy

saltó antes que nadie para correr ferozmente hacia sus amigos.

La portezuela trasera del camión abandonado se abrió para revelar a una joven con capa negra corriendo hacia Candy mientras gritaba el nombre de la rubia. Las dos mujeres se interceptaron a mitad del camino para abrazarse gozosas.



J’ai pensé que je ne te reverrais plus, mon amie! – dijo Julienne demasiado emocionada como para hablar en inglés. (Pensé que ya no te volvería a ver)

Tus plegarias debieron de haber tenido más fe que tus pensamientos, entonces – replicó Candy riendo.

Terri observó a las dos mujeres con deleite a pesar de la pesadez que había invadido a su

corazón después de haberse percatado de la argolla matrimonial en la mano de Candy.



¡Todo mundo ama a mi dulce niña pecosa! – se dijo, pero una voz interior le arguyó: Ella no es “tu” niña, no lo olvides.

Sí, lo sé – se respondió a si mismo – pero . . .ese hombre. . . !

Un acerbo veneno llenó el corazón de Terri con inesperada y oscura pasión. Por la primera vez en la noche sus ojos se abrieron para ver la realidad brutal que estaba presenciando y sus dramáticas implicaciones. Su mente se había percatado con un repentino entendimiento que la mujer que amaba estaba justo ahí, en medio del mortal vórtice de la guerra, cuando él la había creído a kilómetros y kilómetros de distancia, protegida, sana y salva. ¡Había estado caminando sola en medio del congelado frío de la medianoche, arriesgando su vida, y aún peor, estaba a la

mitad de una viaje regresando del Frente! ¡Había estado trabajando cerca del fuego del enemigo!

¿Qué clase de hombre era su marido que permitía una cosa tan aberrante? ¿Deben los ángeles vagar en el infierno? ¿Qué clase de indigno, miserable maldito idiota , era ese hombre? ( En realidad aquí Terri usa un insulto muy fuerte, característico del inglés británico vulgar que es intraducible al español.)

Una desenfrenada mezcla de celos e indignación poseyó a Terri poniéndolo de tan mal humor que si el supuesto esposo de Candy hubiese estado ahí, el joven lo hubiese estrangulado hasta que su rival imaginario exhalase. No obstante, sabiendo bien que era imposible matar al “despreciable retrasado mental”, se limitó a satisfacer su coraje ordenando a sus hombres con increíble rudeza ante los sorprendidos ojos de Candy y Julienne.

Gracias al abrupto despliegue de “energías” por parte de Terri no les tomó mucho tiempo transportar a los heridos al campamento, donde fueron revisados por el doctor de la tropa, quien dio su total aprobación al tratamiento que Candy estaba aplicando a Flammy. La rubia sintió un gran alivio cuando escuchó el diagnóstico del médico, asegurándole que Flammy se iba a curar seguramente sin necesitar amputación alguna.

Cuando estuvieron instalados en una tienda con la apropiada calefacción y todos habían ya sucumbido al sueño, exhaustos a causa de todas las emociones que habían experimentado durante

la jornada, Candy salió de la tienda, esperando que la fría aurora la ayudase a acallar el estrépito en su cabeza. ¿Cómo podría dormir aun con las ropas de Terri sobre ella? No obstante, no se había atrevido a cambiarse de uniforme ahora que ya tenía consigo su ligero equipaje, guardando con reticencia la dulce sensación de su cercanía, a pesar de los principios que le prevenían en contra de sentir cosas semejantes hacia un hombre que ella suponía casado.

Los tímidos rayos del amanecer acariciaron con su calidez las mejillas de Candy, coloreándolas con un rubor color de rosa. La luz púrpura teñía de tonos rosas y dorados la blanca cubierta entre el follaje de los árboles. El viento entre las ramas parecía repetir el nombre que ella quería olvidar, embromándola con sus silbidos. Candy tomó una gran bocanada del congelado aire de la mañana. Dentro de ella, su garganta empezaba a sufrir una desagradable irritación, prueba innegable del resfriado que había pescado en su caminata por el bosque. Entonces, como si la joven hubiese sido sacudida por un temblor interno, su corazón sintió una bien conocida presencia detrás de ella.



¿Qué estás haciendo aquí? – preguntó Terri con un inexplicable enfado en su voz.

A pesar de su enorme miedo, Candy volvió la cabeza para encarar al par de ojos más fríos, los

cuales, bajo la juguetona luz de la aurora, cambiaban del azul al verde y de nuevo al azul en un tornasol helado. Ella recordó esa misma expresión en su mirada, antes, hacía mucho tiempo antes. . . Terri estaba súbitamente enojado con ella y la joven no podía entender la razón que él podía tener para estar tan molesto.



No podía dormir y vine aquí para mirar el amanecer – replicó ella bajando los ojos sin poder sostener la intensa mirada del joven.

Esa no es la respuesta que quiero – barbotó él cáusticamente – Esta vez su tono la lastimó especialmente. Allí estaba ella, luchando en contra de sus irresistibles deseos de lanzarle los brazos alrededor del cuello y gritar su amor por él y él la trataba como si hubiese cometido un crimen. Su corazón le dolía más que nunca. Pero Candy había pasado por tantos tiempos difíciles antes que de algún modo su carácter había desarrollado una especie de reacciones defensivas que se activaban casi automáticamente. Fue uno de esos mecanismos auto- defensivos que se puso en marcha dándole el coraje para responder con igual fuerza a la provocación de Terri.

¿Pues qué clase de respuesta esperabas? – replicó ella abruptamente.

Esta vez fue el turno de Terri de sentir otra vez ese viejo dolor dentro del pecho. A pesar de ello, estaba resuelto a encontrar la respuesta que necesitaba.



¿Qué estás haciendo aquí, Candy, en medio de esta guerra, tan lejos de casa? ¿ No ves que este no es lugar para una mujer? ¿Qué no podías simplemente quedarte en casa donde perteneces? – estalló él con inflexiones amargas.

Los ojos de Candy se abrieron despavoridos. ¡Así que eso era todo, pensó ella, solamente un ataque sexista! Su orgullo de mujer se hinchó dentro de ella. Ella era, después de todo, una mujer de la era de las sufragistas y la más ligera insinuación de que ciertos lugares o tareas no podían ser alcanzadas por las mujeres la enfurecía con indignación. Si alguien se atrevía a expresar una opinión negativa acerca de las mujeres Candy solía siempre blandir una larga lista de argumentos en defensa del género femenino y a pesar de su amor por Terri, esta no iba a ser la excepción.



¡No sabía que fueras tan anticuado, Terrence! - Replicó ella visiblemente enojada, sin saber que en toda la frase que había pronunciado una sola palabra había sido suficiente como para desgarrar el corazón de Terri en pedazos. Desde su inesperado reencuentro la noche anterior Candy nunca se había dirigido al joven utilizando el nombre de él, y ahora había estallado con irritación llamándole por su nombre de pila en lugar de usar el diminutivo que solamente sus íntimos usaban para nombrarle.

¡Terrence!- pensó él – ¡Ahora me llamas Terrence! ¿Acaso la vida nos ha llevado tan lejos y apartados el uno del otro que ya ni te acuerdas cómo solías llamarme, amor?

Candy estaba tan enojada que no notó el destello de tristeza que cruzó los ojos del joven. En lugar de ello, Candy continuó con su discurso rebelde.



Tal vez no te has dado cuenta, pero estamos en el siglo XX.¡Las mujeres han probado que son suficientemente capaces como para realizar cualquier clase de trabajo una vez recibido el entrenamiento adecuado, y déjame decirte que yo soy una enfermera eficiente y bien preparada! – dijo ella en una lluvia de argumentos.

Cada palabra se hundió en Terri como un baño frío. Ese no era el punto que deseaba discutir. Lo que él quería y necesitaba saber con urgencia era el por qué el inmerecedor bastardo con el que Candy se había casado le había permitido a la joven arriesgar su preciosa vida al venir a Francia como enfermera de guerra.



¡Eso no es lo que quise decir! – gritó él desesperado y después lamentó su respuesta iracunda.

¿Ah sí?- preguntó ella irónica – ¿Qué otra razón podrías tener para pedirme explicaciones que justifiquen mi presencia aquí, Terrence?

Otra vez me llamó Terrence – pensó él frustrado mientras volvía el rostro hacia un lado con fastidio, gesto que Candy malinterpretó nuevamente.

Tal vez deba hacerte la misma pregunta – continuó ella, esta vez dejando entrever sus propios miedos por la seguridad de él – ¿Qué estás haciendo aquí Terrence? ¡Por el amor de Dios! Tu no eres un soldado, tú . . .tú . .tú eres un actor, ¡Un artista! ¿Por qué arriesgarías tu vida en esta lucha sin sentido? Este no es tu lugar tampoco.

¡Eso es algo muy diferente! – contestó él también herido en su orgullo masculino – yo vine aquí a defender a nuestro país. Es un asunto de honor que una chica no podría entender.

¡Asunto de honor! ¡Nuestro país! – se rió ella burlona - ¡Pamplinas! Este no es un asunto de patriotismo, este es solamente una endemoniada, loca y estúpida pesadilla creada solamente para satisfacer las ambiciones de políticos y hombres de negocios sin escrúpulos! – dijo Candy con vehemencia incrementando la tonalidad de su voz y con la cara enrojecida por la indignación - ¡Jovencitos ingenuos como tú se enrolan en esta locura sacrificando su más importante tesoro, que es la vida, por la causa de esos estúpidos ricachuelos!

Veo que te puedes poner muy visceral en este asunto – replicó Terri con una aire de franca mofa en la voz. Para esas alturas de la discusión el yo combativo de Terri estaba ya atrapado en la lucha verbal y no estaba dispuesto a renunciar a la emoción del mismo.

A pesar de ello, tu también estás apoyando esta “locura” como llamas a esta guerra, mediante tu presencia aquí. ¿Te has dado cuenta de ello mi querida líder feminista?

Terri había olvidado qué tan placentera podía ser una buena pelea con Candy. Ella siempre

había sido la única persona con quien él podía discutir y disfrutar la sensación de la pelea en

una clase de juego de coquetería que él encontraba casi erótico.



¡Hasta un ciego podría ver la diferencia! – reconvino ella con igual fervor – Me preguntas qué estoy haciendo aquí, pues bien, te lo voy a explicar como si fueses un niño de cinco años, ya que parece que no entiendes muy bien el asunto. Estoy aquí porque YO SOY ENFERMERA, recibí entrenamiento para prestar servicio como asistente quirúrgico. Estoy aquí en un intento por reparar lo que esas armas del infierno hacen a los hombres. ¡Estoy aquí para salvar vidas, mientras que tú estás aquí para matar y no veo ningún honor en eso! - concluyó ella, sus mejillas se habían ruborizado con un rojo brillante, sus ojos brillaban como espadas verdes bajo la luz del nuevo día y Terri la amaba aun más en aquel segundo, abrumado por el despliegue natural del espíritu indomable de la joven. ¡Esa era la mujer que lo había cautivado desde sus años escolares!

Los ojos del joven cambiaron repentinamente de una expresión socarrona a una íntima ternura que ella también había conocido en él anteriormente. Aunque había sido duro para ella el verlo enojado unos minutos antes, tenía que reconocer que eran muchísimo más fácil lidiar con su ira; su dulzura, por el contrario, era terriblemente difícil de aguantar. Ella bajó la mirada, dio un paso atrás y se paralizó por un momento, pero el encantamiento se rompió en miles de luces multicolores y no tuvo más opción que salir corriendo hacia la tienda, huyendo de la fuerza intensa que, como un imán, la empujaba hacia los brazos del joven. ¡Un lugar que ella creía prohibido!

Terri la miró mientras ella huía de su presencia, aun petrificado por las avasalladoras ondas de su voz. La agitadora pecosa del Real Colegio San Pablo había evolucionado en una mujer espléndida y contestataria con ideas en su cabeza que bien podían costarle la excomunión pero que ante los ojos del joven la hacían irresistiblemente seductora.



¡Dios!- Pensó él arrepentido - ¡Esa es la mujer que yo perdí estúpidamente! ¡Una en un millón!

Su mente voló hacia el pasado, hacia otro tiempo, otra vida, otro destino. Un par de años antes. Él se hallaba manejando su auto a través de las calles de Nueva York, su largo cabello castaño flotaba en el viento de verano. Su ojos estaban distraídamente perdidos en el tráfico mientras una quieta figura sentada en el asiento de enfrente le miraba con devoción. Era una mujer de hermosas facciones y largos cabellos rubio que caía en lacias y sedosas hebras sobre su espalda. Estaba vestida con buen gusto llevando un vestido de noche en chifón azul que iba bien con sus ojos color turquesa. Era su prometida, Susana Marlow.

En el asiento trasero la Sra. Marlow miraba a su futuro yerno de vez en vez, con cierto aire de desconfianza, eso cuando no estaba distraída con las luces de la ciudad o el lujoso vecindario por el cual atravesaban. La conversación había decaído dejándolos en un incómodo silencio que a Terri no parecía importarle.



¡Mira a esa hermosa casa, Suzie! – comentó la señora Marlow apuntando casualmente a una gran residencia con un enorme jardín en el frente.

Ese es el lugar preciso hacia donde nos dirigimos – dijo Terri secamente mientras torcía la muñeca para mover el volante hacia la mansión.

Se estacionaron detrás de una larga fila de automóviles en frente de la residencia. Los sonidos

de una orquesta, voces y risas salían de la casa alegremente. La fiesta a la cual habían sido

invitados estaba en su apogeo.

Terri salió del auto para abrir la cajuela y sacar la silla de ruedas de Susana. Cada uno de sus movimientos parecía estar fijado en un modo automático, su mente estaba en blanco, su corazón

paralizado. La vida del joven se había vuelto una interminable lista de citas, compromisos sociales, ensayos, presentaciones, largas noches en la sala de espera de un hospital, y un irremediable vacío. Aquella era solamente una más de esas largas veladas en las cuales su cabeza tendría que bloquear el fastidio que el parloteo sin sentido de Susana le provocaba, encerrándose en su mundo interior.

El sonido de la silla de ruedas les precedió anunciando la llegada de una de las parejas más famosas de Broadway. El show había comenzado y Terri tenía que desempeñar, una vez más, el papel que él mismo había escogido. Sabía que la gente estaba ansiosa por verlos juntos ya que Susana había estado recluida en el hospital por más de un mes en una más de sus estancias regulares a causa de su precaria salud. Ahora que ella se estaba sintiendo mejor todos esperaban su aparición al lado del altivo actor.

Aquella fiesta en la casa del Sr. Spencer, famoso banquero y admirador de Shakespeare, no era diferente de las demás a las cuales Terri regularmente asistía. Tan aburridas, frívolas y llenas de intrigas que lo hacía sentir náuseas. Susana solía entremezclarse con los invitados charlando con las demás mujeres pero siempre pegada al lado de Terri, o mirándolo desde lejos con insistencia cuando él la dejaba para tener una conversación más propiamente masculina con el Sr. Hathaway y otros actores de la compañía Stratford.

Esa ocasión estaban todos juntos en un grupo y la conversación había girado hacia un tema inesperado: ¿Debían votar las mujeres?



Realmente pienso que eso está fuera de nuestro alcance – dijo una mujer flacucha con anteojos – Nosotras no tenemos ningún interés en la política. ¿Por qué habríamos de votar, entonces?

Bueno, madame, la historia ha probado que las mujeres pueden involucrarse en la política con éxito – comentó el Sr. Hathaway sorbiendo lentamente su coñac – Tomemos a las reinas Isabel I y Victoria como ejemplo.

Esos fueron casos fortuitos y excepcionales – comentó otra mujer en el grupo – la mayor parte de las mujeres se encuentran en la total ignorancia en lo que respecta a nuestra situación política, no podríamos tomar parte en una decisión tan importante como la de escoger al presidente de la Estados Unidos. Por ejemplo yo, ni siquiera se la diferencia entre los Republicanos y los Demócratas.

No todas las mujeres son así – sugirió con una sonrisa burlona una joven de mirada inteligente y gran nariz – Hay muchas de nosotras que estamos realmente preocupadas por los asuntos de nuestro país y queremos el derecho de expresar nuestra opinión al escoger a nuestros líderes, justo como lo hacen los hombres.

Esa es una de las más grandes tonterías que he oído jamás, si las damas aquí presentes me permiten hacer gala de sinceridad – dijo el Sr. Spencer, anfitrión de la fiesta – Si permitimos que esta estupidez del voto femenino continúe el mundo se colapsará tarde o temprano. ¿Qué vendría después? Mujeres tomando toda clase de empleos, sin querer casarse, o tener hijos, abogadas, mecánicas, ingenieras, y quién sabe, podríamos hasta acabar teniendo una mujer en la Casa Blanca.

¿Sería eso tan malo? – preguntó Terri tomando parte en la conversación por primera vez, algo seducido por la posibilidad de escandalizar a la audiencia – Nunca antes lo hemos intentado, pero podríamos llegar a gustar del toque femenino en la Oficina Oval.



Susana le dirigió una relampagueante mirada a Terri, reprochándole con los ojos su atrevido comentario que de algún modo retaba las ideas del anfitrión.



Bueno, déjeme decirle señor Grandchester, que yo estaría terminantemente en contra de un hecho tan aberrante – replicó el anciano con cierto aire de irritación – las mujeres están destinadas a ser graciosas criaturas que iluminan la vida de los hombres. Todas aquellas ocupaciones gentiles y femeninas tales como el arte, la caridad, los quehaceres domésticos y el cuidado de los hijos deben ser todo su mundo.

Estoy de acuerdo Sr. Spencer – dijo la Sra. Marlow con una fingida sonrisa – por ese motivo yo alenté a mi Suzie a convertirse en actriz, ya que, a pesar de lo que algunos piensan, yo creo que es una profesión honorable de acuerdo a la naturaleza femenina. Algo relacionado con el arte, sabe usted.

Así es Sra. Marlow – dijo el Sr. Spencer, sabiendo que tendría que mentir por educación y pretender que aprobaba la farándula como carrera, cuando la verdad era que él, como la mayor parte de los miembros de la alta sociedad, estaba aun renuente a aceptar tal profesión como una ocupación honorable. – Yo no estoy en contra del trabajo femenino, pero hay ciertos extremos que son intolerables. Durante mi último viaje de negocios conocí a una familia muy fina y extremadamente rica que sufre una verdadera tragedia. Una de las mujeres de la familia, una verdadera oveja negra, es lo suficientemente indecente como para vivir sola en un departamento propio y no contenta con esto, insiste en trabajar para pagar sus cuentas siendo que su familia es una de las más acaudaladas del país.

No veo la razón para escandalizarse con eso – remarcó Terri otra vez, a pesar de los apretones que Susana le daba en la mano.

Puedo ver que usted tiende a ser más bien liberal, Sr. Grandchester – respondió el viejo banquero y después, dirigiéndose a Susana, quien había permanecido en silencio desde que la conversación se había tornado tan difícil – ¿Pero, qué es lo que su prometida piensa de todo esto? ¿Le gustaría votar Srita. Marlow?

Realmente no me interesan esos asuntos, Sr. Spencer – respondió Susanna con ojos bajos y tono tímido – pienso que podemos dejar esos problemas en las manos de los hombres. En lugar de exponernos al escarnio público encadenándonos a los postes de luz o marchando en frente de la Casa Blanca, deberíamos dedicar nuestras vidas a nuestras familias y esposos. Podemos dejar que ellos piensen por nosotras.

¡Ese es el modo en que debe hablar una mujer, Srita. Marlow! – dijo el Sr. Spencer con una sonrisa de aprobación – ¡Ha escogido la mujer apropiada, Grandchester, realmente lo ha hecho!

Terri asintió en silencio para indicar que aceptaba el cumplido.



Sí, seguro – pensó – la mujer más cabeza hueca que me pude haber encontrado.

Terri volvió al presente, sobre el nevado paisaje francés, bajo el frío congelante de aquella mañana de diciembre. Entendió entonces, con la más absoluta claridad, que amaba cada centímetro del alma de Candy tanto como su corazón rechazaba el tedioso y convencional modo de ser de Susana. ¿Por qué había dejado ir a Candy cuando sabía perfectamente bien que ella era la mujer de su vida? Él nunca se había perdonado por aquel error.





Era un hermoso día de invierno. Había nevado sobre la Colina de Pony y el lago estaba cubierto de una gruesa capa de hielo que invitaba a patinar y a divertirse de esa forma que tanto le gusta a los niños. Albert y Archie habían ido a probar la resistencia del hielo para comprobar si era lo suficientemente seguro para los niños mientras Annie y Patty se quedaban en la casa. La hermana María y la Srta. Pony estaban ocupadas con el desayuno de los pequeños y las dos jóvenes se encontraban en la estancia arreglando el árbol de Navidad.

Annie miraba con admiración mezclada con temor al gran árbol que Albert había comprado para los niños. Era realmente un árbol hermoso pero la idea de decorar aquel enorme pino hasta la punta la asustaba mortalmente. Habían traído una escalerilla portátil para ayudarse en la tarea y mil adornos se encontraban esparcidos por todo el piso, esperando su turno para ser colocados en el follaje verde.

Patty miraba a Annie con ojos dubitativos ¿Quién de las dos iba a trepar en la escalera y cómo iban a colocar las guirnaldas doradas alrededor del árbol? Esas eran las preguntas escritas en su cara, la cual había ganado un dulce aire de distinción con la llegada de su aniversario número diecinueve.



No me mires así Patty – chilló Annie con ojos asustados – yo no voy a trepar en eso.

Ni yo tampoco entonces – replicó Patty riéndose de la simpleza de ambas - ¿No me dijiste que solías ayudar a la Srita. Pony y a la Hermana María a decorar el árbol de Navidad cuando vivías aquí?

Annie abrió los brazos en un gesto de disculpa.



Bueno, primero que nada, el árbol nunca había sido tan grande, y . . . – la joven se detuvo y una sombra cruzó por su cara.

¿Y? – insistió Patty quien no había notado el repentino cambio en la expresión de Annie porque estaba embobada mirando al gran pino.

Era siempre Candy quien se trepaba en lo que sea que estuviese cerca del árbol para colocar la estrella en la punta – dijo Annie con rostro lloroso y débil voz.

Patty miró a su amiga y sin poder evitar su propias lágrimas abrazó a Annie tiernamente.



¡Oh, Annie! Yo también la extraño tanto – murmuró Patty mientras acariciaba el sedoso cabello de Annie – pero debemos mantener el ánimo muy en alto. ¿No crees que así es como a ella le gustaría que nos comportásemos?

Sí Patty, lo se – replicó Annie aun aferrada al abrazo de su amiga – pero ha pasado más de un mes desde su última carta. Estoy terriblemente preocupada – dijo y continuó llorando con sollozos aun más fuertes.

Patty sintió como si un puñal envenenado la hubiese acuchillado el corazón cuando las últimas palabras que Annie había dicho se clavaron en sus oídos. Cuando repentinamente las cartas de Stear dejaron de llegar a su ritmo habitual había sido como el primer anuncio de su trágica muerte. Patty no podía evitar el sentir una miedo agudo expandirse por su espina dorsal mientras su mente asociaba pesimistamente el caso de Stear con la presente situación de Candy. Había sido solamente un breve pensamiento que relampagueó para después desaparecer en su cabeza. A pesar de ello, la dura lección que la vida le había enseñado, la había vuelto, a la postre, suficientemente fuerte como para controlar sus miedos internos y sabiendo que su amiga necesitaba consuelo Patty dejó de lado sus propia consternación.



¡Oh, Annie! – dijo ella sin reducir la fuerza con que sostenía los hombros de la morena – Candy debe de estar muy ocupada como para escribir durante estos días. Además, sabes bien que el correo no siempre llega a su destino. Sus cartas pudieron haberse perdido.

¿Tú crees? - preguntó Annie tratando de asirse a la tímida llama de esperanza en las palabras de Patty.

Por supuesto querida – contestó Patty dándole confianza – Ahora límpiate esas lágrimas y deja de estar tan deprimida. Candy estaría muy triste si te viera así – agregó ofreciendo un pañuelo a su amiga.

Annie tomó el blanco lienzo bordado y se sentó en la mecedora de la Srta. Pony mientras Patty se sentaba a su pies en el suelo, tomando la mano libre de Annie entre la suyas. Annie miró distraídamente a los vidrios de la ventana con sus llorosos ojos cafés. Por un momento parecía que el constante ruido de los niños había desaparecido para ser remplazado por un silencio solemne muy inusual en aquella casa. Era como si la singularidad del momento hubiese

reclamado el corazón de las dos amigas llenándolos con una inesperada inquietud.



Sabes, Patty – susurró Annie con voz inexpresiva.

¿Si?

A veces . . . a veces me odio – dijo Annie abruptamente, para luego esconder el rostro entre sus manos y dejar que sus sollozos corrieran libres desde su garganta.

Patty miró a su amiga sin creer lo que había escuchado. En los casi cinco años que tenía de

conocer a Annie, Patty nunca había escuchado a la joven de cabellos oscuros decir palabras tan

amargas



¿Qué estás diciendo Annie? – preguntó Patty aún pasmada.

Annie alzó los ojos para mirar a los de Patty. En sus profundidades, olas de arrepentimiento y

dolor se podía leer.



Me odio, Patty –. Repitió tristemente – No soy quien todos creen.

Pero Annie . . .¿ Qué quieres decir con eso? –– se preguntó Patty alarmada y sosteniendo las manos d Annie con fuerza.

Soy sólo una mocosa malcriada, Patty – gritó Annie – ¡Una mocosa que traicionó a la persona que más me ha amado!

¡Annie! – jadeó Patty conmocionada por la inesperada confesión - ¿De dónde sacas esas ideas? Tú eres una de las mejores personas que jamás he conocido.

Piensas eso porque no me conoces realmente bien, Patty – replicó Annie poniéndose de pie y moviéndose hacia la ventana - ¿Ves este hermoso vestido?- preguntó ella tomando la fina falda de tratan escocés que Archie le había dado como regalo de cumpleaños – Bueno, pues no debería de estar usándola. La casa en que vivo, la educación que recibí, mis padres, mi novio y aun mi futuro, todo eso que tengo no me pertenece ¡He robado cada cosa que tengo!- terminó con voz temblorosa.

¿Robado? – preguntó Patty - ¡Annie! No entiendo por qué te estás atormentando diciendo todas esas cosas.

¡Yo robé esta vida, Patty! ¡Se la robé a Candy! – Annie exclamó entre sollozos.

Patty, aun sin pista alguna, abrazó a Annie ofreciéndole su aceptación incondicional a pesar de

la culpabilidad incomprensible que Annie estaba revelándole.



Está bien, Annie – murmuró Patty.

¡Oh Patty! Todas las penas que Candy ha sufrido debieron de haber sido mías. Yo . . . yo . . . fui adoptada porque ella se negó a aceptar la oferta de mi padre – Annie confesó – mi padre quería adoptar a Candy, pero yo le rogué a ella que se quedase conmigo, aquí en el Hogar de Pony. Ella quería tener unos padres tanto como yo; sin embargo, no dudó en renunciar a la oportunidad de su vida por mi. Al contrario, cuando ellos me pidieron que si yo quería ser su hija . . .Yo . . .Yo . . . no me negué. ¡Oh Patty! ¡Usurpé el lugar de Candy en la vida!

Patty que estaba mirando a Annie de frente en ese momento al tiempo que la sostenía de los hombros no dio crédito a sus oídos en un principio, pero después del primer impacto causado por la culpable revelación de Annie, Patty logró articular algunas palabras de consuelo.



¡Annie! Eras sólo una niña en ese entonces ¿Qué edad tenías entonces, cinco o seis años?

Eso no cuenta, Patty, Candy era de la misma edad y por si eso fuera poco, después de mi adopción obedecí a mi madre cuando me ordenó que dejara de escribir cartas para Candy, y más tarde, cuando me la encontré en la mansión de Neil y Eliza en Lakewood, pretendí no conocerla y aun cuando Candy estaba en problemas en ese momento, yo no hice nada para ayudarla. Finalmente en el Colegio . . . tú ya sabes esa historia ¿No es así?

¡Annie! Todo lo que tú dices está en el pasado y estoy segura de que Candy ni se acuerda de eso – le reconvino Patty – no debes estar culpándote por tus errores pasados. Eso se acabó ¿Por qué no solamente enfrentas el presente y gozas de todas las cosas que los sacrificios de Candy te han permitido tener?

¡No puedo, Patty! - dijo Annie volviendo el rostro sin poder sostener la mirada oscura de Patty – mientras Candy no haya encontrado la felicidad yo siempre me sentiré culpable.

Annie se movió otra vez hacia la ventana hasta que sus manos estaban desempañando los vidrios de modo que ambas pudiesen ver bien la colina y el viejo árbol en la cumbre.



¿Quién te dice que Candy no es feliz con su vida, Annie? – preguntó Patty – ella no vive en una gran y hermosa casa porque así lo ha decidido, ama su independencia más que al dinero y los lujos. Candy hace lo que se le antoja, tiene la profesión que ella misma escogió y disfruta la vida más que tú y yo juntas.

¿Y una familia? – preguntó Annie, como si solamente estuviese hablando consigo misma - ¿Dónde están el padre y la madre que ella siempre soñó? ¿Y qué del amor? ¿Qué de los jóvenes que ella ha amado? Uno está muerto y el otro . . . Si ella hubiese aceptado a Archie en lugar de empujarlo a mis brazos. . .

¡Ya detente, Annie! – gritó Patty profundamente escandalizada por la dirección que habían tomado los pensamientos de Annie - ¿No ves que esas cosas no fueron tu culpa? Culpa a Dios o al destino si quieres encontrar responsables, pero no coloques sobre tus hombros una culpa que no te corresponde. Candy nunca estuvo interesada en Archie, y tú lo sabes bien. Es verdad que ella jugó a la casamentera entre ustedes dos y que ignoró los flirteos de Archie, pero eso no fue sacrificio alguno de su parte porque ella ya se había enamorado de Terri para entonces . . .Lo que sea que haya pasado entre Terry y Candy después no fue algo que estuviese bajo tu control. La separación de ellos dos fue decisión de ambos y no te puedes culpar por cada evento desafortunado que le sucede a Candy.

¿Pero por qué ella? – se cuestionó Annie alzando sus ojos como buscando una respuesta ene el cielo azul - ¿Por qué todas las cosas más tristes le pasan a ella? Ella solamente merece lo mejor por ser la gran mujer que es.

En eso estás en lo correcto – dijo Patty asintiendo ligeramente con lágrimas en los ojos – Pero una vez escuché que Dios solamente nos permite padecer aquellas pruebas que podemos soportar, ni más, ni menos. Es por eso que ella está en Europa ayudando a los heridos , al mismo tiempo que tú y yo estamos aquí, en este pacífico lugar. Ni tú ni yo seríamos de ayuda en Francia, pero podemos tratar de ser útiles aquí mismo.

¡Candy! – suspiró Annie – Ella siempre está haciendo las cosas más atrevidas mientras que yo solamente me quedo a un lado mirando pasivamente cómo ella ilumina todos los lugares a donde va. Ha crecido fuerte, protectora, impávida y noble como nuestro padre árbol – añadió con los ojos adheridos a la colina cercana – No sabes cuánto rezo cada día porque Candy encuentre el verdadero amor y logre tener su propia familia, justo como ella siempre soñó. No me sentiré tranquila hasta que eso pase.

¡Annie!- balbuceó Patty sin saber qué decir porque ella también anhelaba lo mejor para su amiga.

Las dos muchachas permanecieron de pie mirando por la estrecha ventana hacia la colina blanca, sin decir palabra. El árbol de Navidad había quedado olvidado detrás de las dos . . . Después de todo, Candy no estaba ahí para poner la estrella en la punta.





Candy entró en la tienda en indignada carrera. Como de rayo se dirigió a su maleta, la cual descansaba inocentemente sobre la cama vacía. Con movimientos iracundos abrió el equipaje sacando de él un uniforme blanco y su segundo y último par de botas. Con la misma violencia de gestos se quitó el uniforme verde que estaba usando sin siquiera importarle que sus pacientes

masculinos estaban dormidos en la misma tienda y podían despertarse en cualquier momento. Sin embargo, fue sólo Julienne quien se despertó con los ruiditos embravecidos de Candy mientras se vestía y el enojado monólogo que musitaba.



¡¿Qué estoy haciendo aquí?! ¡¿ Qué estás tú haciendo aquí, muchacho tonto!? - se preguntaba Candy en voz alta - ¡Cuestión de honor! ¡JA! ¡Qué estupidez!

Julienne miró con sus estupefactos ojos color ámbar cómo los dedos de Candy temblaban nerviosamente mientras trataba de abotonarse el uniforme y atarse las agujetas de las botas. Con cada movimiento sus labios producían una queja incomprensible dirigida hacia un interlocutor imaginario, pero cuando finalmente ella hubo terminado con su atuendo, sus ojos se congelaron sobre la ropa masculina que yacía sobre la cama. Se sentó abruptamente en el catre y tomando la camisa entre sus manos enterró el rostro en la tela permaneciendo en la misma posición, casi inmóvil, por un rato. Cuando finalmente descubrió sus delicadas facciones sus ojos estaban llenos de lágrimas.





El grupo se quedó en el campamento americano por más de 48 horas. Durante todo ese tiempo Candy se ocultó en la tienda que les había sido asignada, dedicándose a atender la pierna de Flammy y luchando desesperadamente en contra de sus deseos de ver otra vez a Terri. Pero como ella estaba convencida de que era mucho más seguro, tanto para su honor como para su lastimado corazón, permanecer lejos de él, resistió la tentación.

Por su parte, Terri trató de verla de nuevo por diferentes medios, pero después de que Julienne le regresó su ropa y botas, creyó que Candy estaba aun enojada con él y por lo tanto nunca se atrevió a visitarla en la tienda que ella compartía con sus pacientes. Uno de sus abiertos despliegues de rechazo había sido ya suficientemente doloroso para él. El tercer día después de la inesperada llegada de Candy al campamento el Capitán Jackson ordenó alistar un camión para transportar al equipo médico a París. El clima era entonces mucho más favorable y no era

conveniente perder más tiempo. Jackson decidió que, siendo que el camión médico estaba totalmente arruinado, era entonces necesario proveer uno nuevo así como un chofer quien pudiese, al mismo tiempo, conducir y servir de escolta para las damas.

Para gran pesar de Candy el hombre que había sido asignado para llevarlos a París no era otro que Terri. Semejante elección no había sido casual. El mismo Terri había solicitado ser asignado y Jackson no le negó la petición porque estaba particularmente divertido por el cambio abrupto en las actitudes del joven. “Es increíble lo que una mujer puede hacerle a un hombre” se decía el capitán. Era obviamente demasiado viejo como para no darse cuenta de lo evidente.

La mañana del 18 de diciembre, los heridos estaban ya instalados en la parte trasera del camión pero todavía estaba por decidirse el asunto referente a quién de las dos enfermeras viajaría en el asiento delantero. No obstante, el estado de Julienne no le dejó a Candy oportunidad de elegir. La rubia no se estaba sintiendo muy bien tampoco; de hecho, su resfriado se había convertido en influenza y empezaba a experimentar los efectos de una temperatura ligeramente por arriba de lo normal, pero la tos de Julienne tampoco mejoraba, y como en la parte trasera del autobús había un pequeño calentador el doctor le había recomendado viajar con los demás enfermos.

Todo eso resultó en que Candy y Terri viajarían juntos y solos en la cabina del conductor por el resto de la jornada. La sola idea les hizo temblar a ambos, pero por razones diferentes.

Al principio fue terriblemente incómodo soportar el tenso silencio entre los dos. Pero Candy sabía que el empezar una conversación podía llevarles a situaciones aun más peligrosas. Lo último que quería era a Terri hablando de su vida. Ella no deseaba escuchar cómo él se había casado con Susana, o pero aún, cuando habían tenido su primer hijo. Así que, a pesar de que sentía mucha curiosidad por saber las razones que Terri había tenido para enrolarse en el ejército, prefirió cerrar la boca y simplemente mantener los ojos fijos en el horizonte.

Por el contrario, Terri ansiaba preguntar por cada detalle, aun esos que él sabía le dolerían más, y especialmente por ese asunto que le estaba picando en el alma y que aun no había resuelto. Desafortunadamente, después de que hubo reunido el coraje para romper el silencio se volvió para ver a Candy y descubrió que ella se había quedado dormida como un ángel.

Fue entonces cuando Terri pudo darse el lujo de detener el camión por un instante y regalar a sus ojos con la visión de la mujer que había obsesionado sus noches y días desde los años de su adolescencia. El cabello de ella se empezaba a soltar del lazo que lo sujetaba en una cola de caballo y sus gruesas pestañas proyectaban suaves sombras sobre sus mejillas. Terri pensó en los profundos iris verdes que esos párpados ocultaban y concluyó que la esmeralda de su anillo era solamente una pobre imitación de los iridiscentes ojos de Candy. Había soñado por largo tiempo con verse de nuevo en esos acuosos estanques para saciar la sed de su corazón, pero ahora que ella estaba tan cerca de él, no podía compartir con ella los sentimientos que inundaban su alma.

La cabeza de Candy descansaba en su abrigo negro, extendido como almohada sobre la ventanilla del camión, y sus brazos estaban cruzados como si estuviese abrazándose a sí misma. Terri reclinó el torso suavemente sin poner atención a las miles de campanas que empezaron a repicar en su cabeza, como una clara advertencia en contra de lo peligroso de sus movimientos. Se acerco lo suficiente como para ver una delicada vena que cruzaba por el cuello de ella, suficientemente cerca como para inhalar la fragancia de rosas que él sabía bien ella siempre usaba, tan cerca como para rozar uno de los hombros de ella con su propio abrigo de lana. Llegó, inclusive, a levantar una mano para buscar un toque, solamente un suave y ligero toque de una de sus mejillas, pero unos centímetros antes de que sus dedos pudiesen alcanzar la suave piel, sus voces internas gritaron más alto que su deseo y abortó la caricia antes de que pudiese haber recibido ese nombre.

No es honorable – sentenció, y reiniciando el motor una vez más continuó el largo camino hacia París. Si Terri se hubiese atrevido a tocar la mejilla de Candy se hubiera dado cuenta de la fiebre que estaba empezando a encenderse en el cuerpo de la joven.

No fue sino hasta un par de horas después que Candy se despertó sintiendo una sed insaciable

junto con una ligera irritación en los ojos. El bosque había desaparecido para dar lugar a una

vasta planicie. Sobre sus cabezas el sol comenzaba a ocultarse sobre el horizonte blanco. La

atmósfera era tan plácida y abrumadoramente bella que Candy olvidó su enojo y recobró las

fuerzas para hablarle al hombre que estaba a su lado.



¿Cuándo crees que llegaremos a Paris, Terri? – preguntó ella suavemente e ignorando el efecto de sus palabras.

El joven volvió la cabeza lentamente para verla. En su estómago un ejército de mariposas parecían revolotear por todos lados. “¡Me llamó Terri!” canturreó una voz interna con gozo inesperado, un gozo que apenas pudo controlar.



Estaremos ahí esta noche – logró contestar él con voz enronquecida - ¿Estás ansiosa por regresar? – preguntó casualmente.

De hecho, sí – replicó ella mirando a través de la ventana cómo el paisaje nevado empezaba a reflejar la luz del sol poniente – Estoy preocupada por Julienne, necesita descanso y medicina para su tos, entre más pronto mejor.

Siempre preocupándote por los demás ¿No? – dijo él sonriendo por la primera ocasión en largo tiempo.

Candy bajó los ojos tímidamente, en parte por las palabras de Terri pero también porque sabía

que las sonrisas del joven eran gemas raras que él ofrecía solamente a sus seres más queridos.



Todavía recuerdo cómo siempre estabas cuidando de esas amigas tuyas – agregó Terri atreviéndose a hablar del pasado que les unía – la chica tímida con ojos grandes y la gordita de anteojos.

Patty no está “gordita” – defendió Candy, sabiendo bien que Terri estaba jugando con ella. Esta vez, también para Candy el juego resultó placentero – Ella se ha vuelto una dama muy distinguida y encantadora.

Y supongo que Annie es muy refinada también – dijo él entre risas burlonas – Eso si alguna vez se atreve a salir de su casa sin morirse de miedo por todo.

Te sorprenderías de ver cómo ha crecido y madurado, Sr. Seguridad – contestó ella levantando una ceja.

¡Fiiiuuu! – Silbó el joven fingiendo sorpresa – y supongo que no ha soltado a su catrincito tampoco ¿Cómo está él, a propósito? – preguntó Terri con un ligero cambio en el tono de su voz. Muy en el fondo, a un nivel inconsciente, Terri todavía mantenía ciertos sentimientos de desconfianza hacia Archie, los cuales no se habían desvanecido ni con los años ni con la distancia.

Está estudiando leyes ahora – replicó ella con orgullo – se graduará el año que viene.

Leí acerca de la muerte de su hermano hace unos años – mencionó Terri en un tono más serio – realmente lo lamenté, él era un gran tipo.

Sí, en verdad – contestó Candy con voz entristecida que no le gustó a Terri, razón por la cual se apresuró a sacar un tema más alegre.

También leí en los periódicos acerca de Albert – añadió suavemente – Fue una noticia impactante el saber que el hombre que una vez conocí era nada más y nada menos que el Sr. William A. Andley.

Fue impactante para mi también – replicó Candy con una risita – pero ya me he habituado con el tiempo. ¡Oye! – dijo ella con asombro – parece que te has enterado de muchas cosas sobre nuestra familia a través de los periódicos.

Bueno, no exactamente - masculló Terri repentinamente entristecido – lo que te he dicho es todo lo que se . . . De hecho, eso fue hace unos dos o tres años, ahora ya no leo los periódicos.

¡Es curioso! Tampoco yo los leo – mencionó Candy con acento distraído, un poco perturbada por la certeza de que ella tenía una buena razón para evitar cualquier clase de periódico o revista, siempre temerosa de encontrar noticias sobre su famoso interlocutor y la mujer que ella pensaba sería su esposa para entonces.

¿Cómo estás? – preguntó Terri en un susurro que acarició los oídos de ella con una brisa cálida – Quiero decir, ¿Cómo has estado en todo este tiempo, Candy? – preguntó Terri una vez más casi como una súplica.

He estado bien, Terri, muy bien – mintió ella y la conversación decayó por un instante porque ella no se atrevió a hacerle la misma pregunta.

El camión dobló una curva y justo después de ella los jóvenes pudieron ver en la distancia una

gran masa de agua moviéndose lentamente en un enorme torrente. Era el río Sena, una clara señal de que estaban acercándose a París.

El atardecer estaba entonces en su momento más hermoso. Las luces rosas, amarillas, púrpuras, naranjas y color durazno de la tarde coloreaban la tierra emblanquecida y el bello rostro de Candy con matices multicolores. En el horizonte, el cielo azul, casi encendido en llamas por el adiós del sol, se confundía con las cerúleas profundidades del Sena.



Increíblemente hermoso – pensó Terri y por un extraño efecto mágico sus pensamientos volaron hacia los oídos de Candy a través del viento invernal.

Sí, es realmente hermoso – replicó Candy con voz audible y sonrió.

El corazón de Terri dio un vuelco cuando se dio cuenta que en una experiencia psíquica ella había alcanzado sus pensamientos por un segundo, sin darse cuenta. Eso les había pasado antes, o al menos él creía que había sucedido en una ocasión, en una callada tarde en Escocia. Casi

había olvidado el suceso, pero ahora era más claro que nunca antes.

La mirada constante, la sonrisa perfecta, la palabra precisa – pensó Terri – ¿Por qué todo tiene que ser tan perfecto cuando estoy con ella? ¿Siente ella lo mismo? ¿Siente lo mismo. . . cuando está con él? – una vez más su mente le jugaba rudo llevándolo de nuevo al la negra brecha que él quería evitar.

El sol desapareció finalmente en el horizonte pero las luces distantes de París lo remplazaron

pronto. Terri y Candy suspiraron internamente cuando miraron el destello titilante de la ciudad.

Sabían que su adiós se estaba acercando ¿Sería esta vez adiós para siempre?

El corazón de Terri estaba latiendo con tanta fuerza que el joven tenía miedo que ella lo notara,

pero mirando de reojo a la muchacha pudo entender que ella estaba demasiado absorta en sus

propios pensamientos como para percatarse del bullicio interno del joven. “¡Pregúntale ahora!” le gritó una voz interior, “Hazlo ahora o nunca lo sabrás . . . y tú necesitas

saber”.



Candy – dijo él finalmente con voz temblorosa – Yo . . .yo quiero disculparme por mi rudeza el otro día. Creo que no logré dar a entender lo que realmente quería decir – comenzó mientras Candy abría los ojos con perplejidad, totalmente asombrada ante las palabras de Terri. Lo último que ella esperaba era que él se disculpara por su comportamiento, eso no era muy típico en el arrogante Terri y ella lo sabía.

Está bien, Terri – replicó la joven – yo tampoco fui muy amable.

Candy, yo no quería dar a entender que las mujeres no son suficientemente capaces como para ser útiles en esta guerra - continuó él con el corazón temblándole – yo sólo . . . me preguntaba . . . por favor no me malinterpretes . . . me preguntaba cómo fue que tu esposo te dejó venir a Francia, quiero decir, si yo fuese él . . .

¡¡ESPOSO?? – Candy exclamó en shock sin dejar a Terri terminar su frase - ¿De dónde sacaste esa idea Terri? ¡¡Yo no estoy casada!!

Terri detuvo el camión pisando a fondo el freno con todas sus fuerzas.



¡¡No estás casada!! – dijo él con renovada furia en los ojos – Por favor Candy, no juegues conmigo sobre eso. ¿Crees que soy tan estúpido como para no darme cuenta de esos anillos en tus dedo? – y diciendo esto Terri tomó con fuerza la muñeca izquierda de Candy jalando a la muchacha hacia él hasta quedar peligrosamente cerca – ¿Podrías decirme por favor, Sra. De No Se Quién, qué significan este anillo de diamantes y esa argolla matrimonial? – explotó él dejando salir toda su frustración.

Candy se dio cuenta súbitamente que Terri había visto los anillos que el Dr. Duvall le había dado antes de morir, de algún modo el joven había supuesto equivocadamente que se trataba de los anillos de compromiso y bodas de la joven. Pero lo que ella aun no entendía era la razón que él tenía para estar tan molesto. Ella había visto esa expresión en su rostro antes . . . ¿Cuándo

había sido?



Terri, estás equivocado – se apresuró ella a aclarar – Estos anillos no son míos, más bien me los dio una respetable caballero que murió en mis brazos en el frente – dijo sacándose los anillos del dedo – ¡Mira la inscripción adentro!

Terri, aún receloso, tomó la argolla que Candy le estaba dando y miró a unas letras y números

grabados al interior del anillo:



‘Marius et Lucille. Avril 14, 1893’

La cabeza del joven empezó a sentirse terriblemente mareada cuando finalmente despegó los

ojos del anillo.

¿Cómo puede ser esto? – preguntó atontado – Yo estaba seguro de que te habías casado hace más de un año ¡Lo leí! – dijo devolviendo el anillo a su dueña.



¿Lo leíste? – preguntó Candy perpleja - ¿Cómo puede ser eso?

Yo. . . yo . . – tartamudeó Terri – leí en el periódico que te ibas a casar. Era solamente una breve nota diciendo que la Srita. Candice White Andley se había comprometido con un joven millonario y que seguramente contraería matrimonio muy pronto; sin embargo, no se mencionaba el nombre de él. Después, cuando te vi usando esos anillos supuse que efectivamente te habías casado.

Bueno, pues obviamente fue un error, porque yo nunca he estado comprometida . . . – ella se interrumpió abruptamente – Espera un momento, creo que entiendo de dónde sacaste esa idea - dijo Candy chasqueando los dedos. Entonces empezó a reírse a carcajadas dejando a Terri en una confusión mayor.

¿Qué te parece tan gracioso? – preguntó Terri algo molesto.

Verás, Terri, ¿Te acuerdas de Neil? – preguntó ella.

Desafortunadamente – replicó el joven contrariado por la mera mención del hombre que según él, era el más aborrecible de todos los seres humanos que había conocido.

Entonces tú también encontrarás muy gracioso este asunto – dijo ella aún riéndose – ¿Puedes creer que el retrasado mental ese tuvo la idea de enamorarse de mi.. de entre todas las mujeres? – estalló ella en más carcajadas.

Muchas emociones cruzaron por la cara de Terri pero ninguna de ellas podría haber sido calificada como diversión. El imaginar a Neil persiguiendo a Candy no representaba un asunto gracioso para él.



Eso nos dice que Neil no es tan estúpido como alguna vez creí – comentó Terri sin darse cuenta del cumplido implícito en sus palabras – pero no me parece tan gracioso como tú pareces tomarlo.

Es verdad que no lo encontré gracioso tampoco cuando sucedió, especialmente cuando él y su hermana trataron de forzarme a un matrimonio arreglado. ¿Puedes imaginarte eso? – dijo ella poniéndose seria.

¿Quieres decir que ese maldito bastardo trató de ponerte sus sucias manos encima? – preguntó él visiblemente enojado.

Candy vio de nuevo ese brillo colérico en los ojos de Terri y finalmente pudo identificar el momento que ella había visto la misma expresión en sus ojos por primera vez. Había sido en el Blue River, el mismo día en que él le había preguntado sobre Anthony.



Bueno, ellos nunca pudieron salirse con la suya – replicó ella inmediatamente para calmarlo – Albert nunca les hubiera permitido forzarme a hacer algo que no quiero. Pero lograron publicar un artículo en los periódicos locales sobre el supuesto compromiso, esa es la nota que tu debes haber visto – concluyó ella – Nunca he estado comprometida en matrimonio con nadie, te lo puedo jurar, y no había necesidad de que usaras un lenguaje tan vulgar frente a una dama, Sr. Grandchester – terminó ella regañándolo.

Terri la miró, todavía demasiado pasmado como para disculparse por haber llamado a Neil maldito bastardo haciendo gala de su inglés británico vulgar. De hecho, a Terri no le hubieran podido importar menos mil Neils o un millón de bastardos que este mundo pudiese tener. La

verdad es que la Tierra completa pudo haberse colapsado justo en aquel momento y él no lo

hubiese notado ni un tanto ¡Ella no estaba atada a ningún hombre! ¡Era libre! ¡Después de todos

esos años, y ella era aún libre! Terri no sabía si debía reír o llorar en ese momento.



Terri – le llamó Candy por tercera vez.

¿Si? – replicó él finalmente.

Dije que debemos continuar el viaje – sugirió ella realmente confundida ante los volubles cambios de comportamiento en Terri.

¿Qué es lo que le pasa? – se preguntó ella internamente – Siempre ha sido impredecible, pero esto ya es demasiado, se pone parlanchín y juguetón un rato, luego se enoja, y más tarde ni siquiera nota que estoy aquí. No se cuánto más mi pobre corazón pueda soportar estas condiciones.

Terri encendió el motor de nuevo y así continuaron su camino bajo el cielo nocturno de París.

Una vez más el más profundo silencio les invadió junto con una honda tristeza. Los dos sabían bien que el fin de aquel viaje juntos estaba a punto de terminar. Una vez que llegaron a la ciudad Candy empezó a indicar a Terri el camino hacia el hospital y de alguna forma el hecho de

enfrascarse en esa tarea aligeró la atmósfera entre los dos. Candy empezaba a sentirse mareada al tiempo que la fiebre la invadía, pero la responsabilidad que aun le pesaba sobre los hombros la mantenía despierta y alerta. Estaba resuelta a llevar a sus pacientes y amigas a un lugar seguro, tan pronto como ellos estuviesen descansando en camas cálidas y limpias con doctores y enfermeras para cuidarlos, entonces ella podría tomar el descanso que necesitaba.



Toma esta calle ahora – dijo ella – estaremos ahí enseguida.

Tomaron una ancha calle y pasaron un callado parque, el mismo en que Candy e Yves habían tenido su última conversación antes de que Candy partiese para el frente. Finalmente, un par de cuadras más adelante, pudieron avistar el gran edificio hacia el cual se dirigían. Candy no sabía si sentirse feliz porque su odisea había terminado al fin, o terriblemente herida por la separación cruel que estaba a punto de enfrentar.

Estacionaron el camión y mientras Terri se apeó para comunicarles a los pasajeros que habían llegado a su destino finalmente, Candy corrió hacia el hospital para pedir la ayuda que necesitaban para transportar a los heridos. Un segundo después todo pasó demasiado rápido y confusamente. Terri se sintió casi como un inútil entre el ejército de enfermeros que aparecieron de la nada para llevarse a los pacientes. Entre la confusión Terri pudo ver que Candy se reclinaba sobre el camión como si estuviera a punto de desmayarse.



¿Estás bien Candy? – preguntó él preocupado.

Sí, estoy bien – dijo ella en un murmullo, sin saber realmente si tendría o no las fuerzas necesarias para decir las palabras que sabía debía decir – Yo . . .yo realmente aprecio tu ayuda en todo este asunto, Terri . . .

No tienes que hacerlo – dijo él sintiendo que las lágrimas empezaban a avanzar en su camino hacia sus ojos.

Sinceramente espero que esta guerra . . . – continuó ella con débil voz – termine pronto . . . y que tú . . . tú . . . puedas volver a casa . . con . . . con tu esposa, Susana – terminó ella sin poder ocultar su tristeza.

¿Mi esposa Susana? – preguntó él frunciendo el ceño – Candy, nunca me casé con Susana, ella murió hace un año – dijo él llanamente.

¡Ella murió! – logró decir Candy antes de que su cabeza empezara a darle vueltas violentamente hasta que caer desmayada en brazos de Terri.

¡CANDY! ¡CANDY! – la llamó él desesperadamente mientras levantaba el cuerpo de la muchacha en sus brazos.

Terri corrió con la joven desmayada en dirección del hospital pero no necesitó gritar por ayuda largo tiempo porque fue inesperadamente interceptada por un joven doctor que corrió a encontrarles en el vestíbulo del hospital.



¡Candy! – gritó el médico con una mezcla de felicidad y preocupación en la voz - ¡Dios mío! ¿Qué te ha pasado? – se preguntó sin siquiera mirar a Terri. Solamente le tomó un segundo arrancar a la joven de los brazos de Terri, quien a pesar de su renuencia a separarse de la joven tuvo que dejarla ir sabiendo que aquel extraño frente de él podía ayudarla en una forma en que él no eran capaz. El hombre de la bata blanca despareció en el laberinto del hospital tomando a Candy en sus brazos, mientras Terri permanecía en el vestíbulo sin saber qué hacer con su corazón inquieto.

Terri aguardó en la sala de espera por cerca de una hora, después de ese tiempo un rostro familiar apareció enfrente de él. Terri reconoció a una de las enfermeras que viajaban con Candy, la misma que le había devuelto su ropa. Era Julienne.



Ella estará bien, sargento – comenzó la mujer tímidamente – todavía tiene fiebre, pero es muy fuerte y recibirá toda la atención que necesita. El tiempo que pasó bajo la nieve fue muy dañino.

Entiendo – dijo Terri roncamente – ¿Usted . . . cree . . . que pueda verla, . . quiero decir. . . verla antes de partir?

Julienne no pudo evitar el sentirse conmovida por la mirada preocupada del joven y le correspondió con una sonrisa de simpatía.



Por supuesto, sargento – replicó - supongo que tiene que unirse a su batallón lo antes posible.

Así es señora – aseveró él – partiré tan pronto como pueda ver a la Srta. Andley.

Entonces sígame – dijo ella empezando a moverse entre los corredores.

Caminaron a lo largo de los inmensos pasajes blancos por un momento, el más completo silencio parecía reinar en derredor, pero de vez en cuando un gemido masculino desde algún lado parecía romper la quietud de la noche. Finalmente llegaron a un pasillo estrecho que llevaba a los dormitorios de las enfermeras. Julienne se detuvo para señalar una de las puertas, indicando que Candy se encontraba en aquel cuarto.



Ella debe estar aun dormida por el medicamento que le dio el médico, pero puede permanecer con ella tanto como quiera – dijo Julienne amablemente – Ahora, si me disculpa, tengo que entregar un reporte acerca de los heridos que trajimos – la mujer asintió y desapareció entre los corredores.

Terri se acercó a la puerta y se dio cuenta de que estaba entreabierta. Pudo percibir una suave voz masculina que salía del cuarto hablando en Francés. Terri empujó la puerta suavemente para ver claramente la escena que lo apuñaló por la espalda. El mismo joven médico que se había encargado de Candy estaba cerca de la cama de ella sosteniendo la mano de la rubia dormida.



Mon amour, – decía el hombre en un tierno susurro – Tu iras bien, je vais te soigner avec mon cœur, et puis tu vas sourire comme toujours – (Mi amor, te vas a mejorar, voy a cuidarte con todo mi corazón y después vas a volver a sonreír como siempre)

Terri deseó ni haber entendido las palabras ni haber visto el amor puro en los ojos del joven, quien no era otro que Yves. Pero su padre le había obligado a tomar clases de Francés por largos años y su corazón reconocía muy bien esa sensación de escozor que tenía cuando un rival potencial aparecía, como para no entender lo que estaba pasando ante sus ojos.

Terri tocó la puerta para hacerle saber a Yves sobre su presencia. Los ojos de ambos hombres se encontraron y en un segundo cada uno pudo leer el mensaje escrito en la mirada del otro.



Disculpe, señor – dijo Terri con su mirada más fría – me gustaría saber cómo está la señorita Andley.

Yves sintió un escalofrío en la piel cuando la voz profunda de Terri se hundió en sus oídos. Repentinamente el arrogante hombre en frente de él parecía ser la criatura más desagradable del planeta, alguien que él debía mantener lejos de Candy, pasara lo que pasara.



Ella estará bien – dijo Yves dejando la silla en la que se hallaba sentado – Está bajo el cuidado de manos profesionales, señor – terminó al tiempo que bloqueaba la entrada para Terri.

Ya veo – murmuró Terri mirando a Yves con franco desdén – Realmente espero que ustedes hagan bien su trabajo por aquí, porque la dama que está ahí merece sólo lo mejor, especialmente después de todas las cosas que ha tenido que pasar últimamente.

Puede estar seguro de eso – replicó Yves cerrando la puerta.

Terri sintió un irresistible deseo de empujar al hombre que le estaba negando el derecho de estar al lado de Candy al menos por unos minutos antes de su partida, pero entonces sus voces internas le hicieron darse cuenta que aun cuando alguna vez él había tenido derechos sobre Candy era muy probable que ese hombre frente a él pudiera ser el presente dueño de tales privilegios.

“ No me he comprometido con nadie” había dicho Candy durante el viaje, pero ella no había mencionado las palabras “salir con alguien”, “tener novio” o “inclusive amar al alguien” . . . . ¿Por qué un hombre se dirigiría a una joven del modo en que este doctor lo había hecho cuando pensaba que estaba a solas con la bella durmiente en aquel pequeño cuarto?

¿Podría este hombre significar algo para Candy? Esa pregunta amartillaba en la cabeza de Terri con golpes tan inmisericordes que no logró articular más palabras y solamente se dio la vuelta tomando su oscuro camino hacia la salida del edificio.

Cuando estaba aún caminando entre los interminables corredores Julienne corrió a alcanzarlo.



Señor – le llamó ella – ¿Cómo la encontró? – preguntó inocentemente.

Muy bien cuidada, creo yo, señora – dijo él tristemente.

Ya veo – musitó ella entendiendo que Yves había estado con Candy cuando el sargento había entrado al cuarto.

¿Podría hacerme un favor, señora? – preguntó él melancólicamente.

Sí por supuesto.

Cuando ella despierte dígale . . . – empezó él pero luego se detuvo dudoso – pensándolo bien . . . no le diga nada – terminó el haciendo un saludo con la cabeza para luego desparecer en la noche helada.


4 comentarios:

  1. NOOOO
    YVES NO ENTIENDES EL ES TERRY EL AMOR DE CANDY!
    NOOOO :$$

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  2. Por favor, cuando van a estar juntos y felices, Terry por que siempre sacas tus conclusiones sin preguntar... estoy emocionadisima leyendo, pero no veo el dia que lea que por fin estan disfrutando de su amor.... jajaja asi o mas emocionada

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  3. Esta es la mejor novela de fanfics sobre Candy que he leido hasta ahora. Le felicito porque me ha hecho muy felíz y es muy cercana a la realidad, no he podido encontrar otra historia que la supere!!!!

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  4. muchas gracias por tu escrito...me tiene muy intrigada.....en verdad me gusta...lo seguire leyendo hasta el final....cuídate muchooo....saludos!!!! :D

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