lunes, 29 de diciembre de 2008

cApitulo 8

El Aniversario

¡Miren esa carreta! ¡Ya viene! – gritaron los niños con voces jubilosas - ¡Está aquí! ¡Él está aquí!

La pequeña multitud compuesta por niños de todas las edades saltaba y gritaba agitadamente sobre el patio nevado. Un hombre en una gran carreta jalada por dos fuertes caballos se aproximaba al Hogar de Pony, y los pequeños habitantes de la casa lo habían reconocido desde que había doblado la curva. El hombre tendría alrededor de unos veintidós años y poseía una constitución física grande y fuerte, lo cual revelaba que el trabajo físico rudo no le era ajeno. A pesar de sus amplios hombros y altura impresionante, su cara era aún infantil, amable, con un placentero aire de sinceridad en sus ojos café claro.

Cuando el hombre se apeó de la carreta fue atacado por una avalancha de abrazos frenéticos, besos y amigables palmaditas en el hombro, o en cualquier cosa que los más pequeños pudieron palmear, mientras los gritos aumentaban hasta que llegaron a ser un increíble coro de preguntas confusas y frases de bienvenida.



¡Tom, Tom! ¿Trajiste los caramelos que nos prometiste? – preguntó una pequeña pelirroja.

¡Caramba, Tom! ¡Qué bonitos caballos traes! ¿Puedo montarlos, por favor? – pidió un niño con cara traviesa.

¡Leche! ¡Leche! ¡Leche! – repetía otra vocecilla entre la multitud.

Tom tomó en sus brazos a la pequeña con grandes ojos azules que pedía leche con chillidos insistentes. La niña se veía increíblemente diminuta en los brazos del joven, pero irónicamente también parecía segura y confiada en ellos, sabiendo que no había otro lugar sobre la Tierra donde pudiese estar más segura.



¿No es suficiente con la leche que da la vaca que traje la primavera pasada, Lizzy? – preguntó juguetonamente el joven.

La pequeña bajó los ojos y sonrió.



¡No sabe tan rica como la que traes, Tom! – dijo con timidez y el hombre se rió de la coquetería de su respuesta.

Compadezco al hombre que se enamorará de ti algún día, Lizzy – se rió entre dientes al tiempo que ponía a la niña en el suelo mientras los niños a su alrededor lo estrujaban con mayor fuerza.

¡Vamos, vamos! – gritó Tom sintiendo que pronto perdería el equilibrio y caería como Gulliver entre los lilliputienses – Esperen un minuto, solamente déjenme saludar a la Señorita Pony y la Hermana María y después les muestro lo que les traje – rogó él.

Ellas no están en casa – dijo uno de los niños mayores.

¿Cómo está eso? – preguntó Tom intrigado.

Fueron al pueblo con los dos hombres elegantes – respondió un segundo niño con brillantes ojos verdes.

Sus nombres son Albert y Archie – comentó un tercer niño orgulloso de la información que poseía – pero las chicas están en la casa.

¿Las chicas? – preguntó Tom incrédulo - ¿Están Annie . . . . y . . . Candy aquí?

La sola mención de la más legendaria y prestigiada habitante que el Hogar de Pony había tenido en toda su historia, la mismísima gran y ausente “jefe”, fue suficiente como para acallar a la pequeña muchedumbre con una repentina tristeza.



No Tom – dijo uno de los niños más pequeños con orgulloso acento – ¡Ella todavía está en la guerra matando alemanes! – añadió usando sus brazos como si estuviesen sosteniendo un rifle.

¡Candy no está matando a nadie! – corrigió una niña - ¡Está atendiendo los soldados heridos! ¡Tonto!

Pero Annie está aquí – añadió otra niña – la acompaña una amiga suya.

Ya veo – replicó Tom aprovechando la quietud de los niños para moverse hacia la puerta principal, pero antes de que pudiese tocar, ésta se abrió de un jalón inesperado.

¿Qué es lo que está pa . . .? – dijo una voz femenina con acento preocupado pero la frase se cortó a la mitad al tiempo que una figura alta tendía su sombra sobre la entrada, bloqueando al pálido sol invernal. Tom bajó la mirada para descubrir a la delicada joven que había abierto la puerta. Un par de dulces ojos oscuros se encontraron con los del joven por un breve segundo, y Tom se dio cuenta de que la joven en frente de él era la primer mujer que él miraba realmente. La joven se apresuró a bajar los ojos saludando al recién llegado con una tímida sonrisa.

Disculpe usted, – dijo ella siendo la primera en hablar – escuché a los niños gritar y pensé que algo andaba mal.

No pasada nada malo, señorita, – replicó Tom complacido con la natural modestia desplegada inconscientemente por la joven - los chicos y yo somos viejos amigos y el ruido que usted escuchó es su manera habitual de decirme hola.

Entiendo.

Pero déjame presentarme – dijo Tom ofreciendo su mano a la joven frente a él – Mi nombre es Thomas Stevens, pero todos me llaman Tom. Crecí aquí en el Hogar de Pony.

He oído mucho de ti, Tom – dijo la joven sonriendo nuevamente y Tom pensó que ella lucía más hermosa cada vez que lo hacía – Yo soy amiga de Candy y Annie, mi nombre es Patricia O’Brien, pero puedes llamarme Patty – dijo aceptando la mano enorme que el hombre le ofrecía.

La joven se movía nerviosamente debajo de las cubrecamas. Los rizos dorados se extendían por la almohada y caían libremente sobre su pecho mientras sus manos apretaban el grueso edredón que la protegía del frío matinal. La mujer a su lado comprendió que la joven dormida estaba teniendo una pesadilla. Estaba justo a la mitad de una de esas experiencias horrendas en las cuales necesitamos gritar pero la voz no obedece nuestras órdenes.



¡Terri! – gritó finalmente la rubia incorporando el torso violentamente hasta encontrarse sentada en la cama.

¡Candy, Candy! ¡Toda está bien! – dijo Flammy tratando de calmar a su amiga.

Candy abrió sus grandes ojos verdes para mirar la pequeña habitación con muros gris claro, la estrecha ventana a penas cubierta con unas cortinas de algodón blanco, y a Flammy Hamilton en una silla de ruedas sentada a su lado. Entonces se dio cuenta repentinamente de lo que había pasado la noche que el grupo llegó al hospital. De esa manera, dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas cuyo color usual había palidecido a causa de la fiebre.



Él ya se fue, ¿verdad? – fue su primera frase coherente.

¿Quieres decir el hombre que nos trajo de vuelta? – preguntó Flammy.

Sí – replicó Candy diciendo más con sus ojos entristecidos que con su respuesta monosilábica.

Se fue la misma noche que llegamos aquí, Candy – comenzó Flammy simpatizando con el evidente dolor de su amiga – Me temo que tenía órdenes estrictas de regresar inmediatamente.

Ya veo – dijo Candy desilusionada mientras se desplomaba en la cama pesadamente. Se dio la vuelta y permaneció en silencio por unos minutos, enterrando la cara en las almohadas.

“Una vez más él se va sin que pueda decirle adiós”, pensó Candy sintiendo cómo las lágrimas llenaban sus ojos otra vez. “¡Tengo que controlar esto! ¡Tengo que controlarlo!” se decía a sí misma.

¿Por cuánto tiempo he estado en cama, Flammy? – preguntó Candy después de un rato en un intento por alejar sus pensamientos melancólicos.

Casi 36 horas – replicó Flammy con su precisión de costumbre – Has estado más enferma de lo que imaginamos pero sobrevivirás . . . . nos guste o no - terminó ella tratando de bromear para alejar el dolor de Candy.

¡Muy graciosa! – repuso la rubia con una sonrisilla sarcástica – Necesitarás más que una simple fiebre para deshacerte de mi, Srita. Hamilton.

En eso tienes razón – aceptó Flammy y luego añadió en un tono más serio – una trinchera y un bosque nevado no han sido suficientes tampoco . . . – Flammy bajó la mirada mientras su mano buscaba la de Candy – Debo decirte otra vez, gracias, amiga.- terminó mientras estrujaba fuertemente la mano de la rubia.

Candy regaló a Flammy con una de sus sonrisas radiantes y, en lugar de contestar con palabras, arrojó sus brazos alrededor del cuello de la morena y la abrazó con ternura. Candy había decidido mandar sus pensamientos tristes al fondo del corazón, como ya estaba acostumbrada a hacer, y en la hora que siguió la joven ocupó su tiempo platicando con su amiga al mismo tiempo que devoraba un abundante desayuno frente a los ojos estupefactos de Flammy. Ésta última jamás había visto a un paciente convaleciente que pudiese comer tanto de una solo sentada. No obstante, Flammy no se dejó engañar del todo por la aparente jovialidad de Candy. La morena sabía que algo andaba mal con su antigua condiscípula y creía tener una pista sobre la verdadera causa de la tristeza que Candy reprimía.

Flammy le contó a Candy que, siendo que ambas estaban indispuestas, los doctores habían decidido ponerlas juntas en el mismo cuarto. No era propio que dos damas fuesen acomodadas en los pabellones del hospital, los cuales estaban ocupados por hombres. Julienne se había mudado al cuarto de junto y se estaba recuperando tan rápidamente que se había reincorporado al trabajo aquella misma mañana. Flammy, por el contrario, tendría que estar fuera del servicio médico por tres o cuatro meses debido a su hueso fracturado. Afortunadamente, la herida ya no era un problema. De ahí en adelante, solamente un adecuado reposo podría ayudar en la recuperación de la joven.

La conversación entre las dos jóvenes siguió animadamente. Candy preguntó por cada uno de los

pacientes que ellas habían traído del frente, por Julienne, Yves y toda su gente favorita en el hospital. Al mismo tiempo se sintió muy sorprendida cuando Flammy le mencionó que el mismísimo director del hospital había estado muy interesado en su recuperación. Candy pensó que no era muy natural que un hombre tan ocupado e importante se ocupase de la pequeña enfermerita que ella era. Por supuesto, la joven ignoraba que la influencia de los Andley tuviese un brazo tan largo.

Después del desayuno Candy trató de incorporarse por primera vez, ayudada de una silla y a pesar de las objeciones de Flammy. La morena temía que Candy pudiese sentirse mareada porque aún estaba muy demasiado débil. En su opinión profesional no era prudente intentar ese movimiento tan simple sin contar con la ayuda de alguien que pudiese sostener a Candy en caso de que ésta se desmayase; pero la rubia, como de costumbre, no prestó oídos a las súplicas de su amiga. Después de un par de intentos fallidos, Candy logró levantarse y con paso lento marchó hacia la ventana donde se quedó parada un rato, mirando el lugar donde Terri había estacionado el camión aquella noche. Un suspiro silencioso escapó de su pecho.



“¿Acaso Terri había dicho que Susana había muerto, o había sido su imaginación?” trató Candy de recordar. Cerró los ojos y la escena se desplegó de nuevo en su mente.

“¿Mi esposa Susana? Candy, nunca me casé con Susana, ella murió hace un año” había dicho él, y su voz profunda aún resonaba en los oídos de la joven. ¡Sí! Candy estaba segura que esas habían sido las últimas palabras que él le había dicho.

¿Qué vas a hacer ahora? – preguntó Flammy desde su silla de ruedas, interrumpiendo los pensamientos de Candy y visiblemente molesta por la terquedad de su amiga. –¡ Por favor Candy, regresa a la cama!

Candy se despertó de sus reflexiones para regresar a la cama con paso dudoso.



¿Ya ves Flammy? – preguntó ella triunfalmente cuando llegó a la cama – La próxima vez treparé a un árbol.

¡Eres una tonta! – la regañó Flammy con irritación fingida pero delatando su alegría con una gran sonrisa. No había persona en el mundo que pudiera hacerla reír como Candy. La joven se dijo a sí misma que había sido muy estúpida en el pasado al tratar de mantenerse distante de Candy. Pero para entonces, ella sabía que su nueva amistad iba a durar para siempre. A pesar de eso, había algo que la estaba molestando . . . algo que podría lograr separar a la morena de su recién ganada amiga.

¿Candy? – dijo Flammy dudosa cuando Candy se encontraba ya bajo las frazadas - ¿Puedo hacerte una pregunta personal?

¡Por supuesto! – replicó Candy despreocupadamente.

Bueno, no estoy segura. . . Por favor no me lo tomes a mal . . .- masculló Flammy aún indecisa.

¡Vamos Flammy, ve al grano! – repuso Candy impaciente.

Ummmm . .. Me estaba preguntando si el hombre. . . . el hombre que nos trajo de vuelta a París – comenzó ella incierta – era el mismo quien fue a nuestro hospital en Chicago para buscarte cierta noche.

Candy miró a Flammy asombrada por la pregunta y por la sorprendente memoria de su amiga. Aunque a decir verdad, ella sabía que el rostro de Terri no era uno que una mujer pudiese olvidar fácilmente, así se tratase de la insensible Flammy. Candy suspiró sonriendo tristemente, señal visible de que su amiga estaba en lo correcto.



Bueno, aparentemente no olvidas una cara – dijo Candy melancólicamente.

Entiendo. – continuó Flammy sin mirar a los ojos de Candy – Supongo que te causó sorpresa verlo de nuevo bajo tales circunstancias.

Candy se llevó la mano derecha a su mentón frotándose suavemente, como si estuviese pensando qué tan lejos podía llegar hablando de sus sentimientos.

Bien, ciertamente no estaba esperando verlo después de todo este tiempo – susurró.

Tú y este hombre. . . quiero decir . . . – murmuró Flammy sin saber si debía continuar con sus preguntas.

Tuvimos algo más que amistad. – terminó Candy llanamente - Sí, tienes razón Flammy, estuvimos algo . . . emocionalmente involucrados, alguna vez.

No quería entrometerme en tu vida privada, Candy. – se disculpó Flammy sintiéndose un poco culpable – Es sólo que estaba casi segura de haberlo visto antes. Recuerdo aquella noche en Chicago . . . yo estaba enojada contigo porque habías abandonado tu guardia y traté al pobre hombre muy groseramente esa vez. Quizá me sentí un poco celosa porque tú tenías a un hombre tan bien parecido que se interesaba por ti. . . . Él estaba tan nervioso y angustiado por verte entonces . . .¿Puedo preguntas qué fue lo que pasó entre ustedes?

¡Ay Flammy! – suspiró Candy con tristeza – Por ciertas razones simplemente no funcionó. Él se comprometió con otra chica.

¿De verdad? – preguntó Flammy sorprendida – Tenía la impresión de que él estaba loco por ti. Pero si hizo eso entonces no te merecía.

Candy miró a su amiga totalmente perpleja por su comentario. Aún cuando Candy había sufrido profundamente a causa de los tristes eventos que la habían separado de Terri, nunca se le había ocurrido culparlo, porque siempre había pensado que ambos habían sido meras víctimas de las circunstancias.



Verás Flammy, no puedo condenarlo por eso. Además, al final no se casó con la otra muchacha. Me temo que ella murió – concluyó Candy.

Y tú todavía sientes algo por él, ¿no es así? – preguntó Flammy enojándose con Candy por amar a alguien quien, desde el punto de vista de la morena, no se merecía tal gracia.

Candy bajó los ojos y estrujó el edredón con sus manos.



Eso me parece, Flammy. Pero pienso que se trata de un amor mal correspondido. Las cosas cambian con el tiempo, sabes. No creo significar mucho para él ahora. – concluyó la joven. Flammy entonces abrazó a su amiga silenciosamente censurándose a sí misma por haber removido viejas heridas en el corazón de su compañera.

El fuego chispeó con callados ruidos en la chimenea de piedra. Sus suaves llamas alumbraban la habitación parcialmente, dejando el resto del lugar entre sombras; las cuales rodeaban a los dos jóvenes sentados en el modesto sofá, frente al hogar. Aquella mañana Archie y Albert habían escoltado a la Srta. Pony y a la Hermana María hasta el pueblo, con el propósito de comprar juguetes, ropa, zapatos y comida para los pequeños huérfanos. Los dos hombres se asombraron ante la interminable energía de las damas que las impulsaba de tienda en tienda con una fuerza misteriosa. Después de las primeras dos horas los jóvenes Andley estaban ya exhaustos, pero la Srta. Pony y la Hermana María aún continuaban en movimiento y prácticamente los arrastraron por otras tres horas hasta que toda la lista de compras estuvo surtida.



No hay que preguntarse dónde aprendió Candy a ser como es – comentó Albert a Archie cuando tuvieron la breve oportunidad de sentarse en la zapatería, mientras las damas compraban zapatos para cada niño del hogar.

¡Ni lo digas! – había sido la única respuesta de Archie. El joven estaba ya demasiado cansado como para ir más lejos en sus comentarios.

La verdad era que, desde que Albert se había convertido en la cabeza de los Andley, los problemas de dinero que el Hogar de Pony siempre había tenido en el pasado desaparecieron como por arte de magia. Candy y Albert habían acordado mandar al orfanato una generosa suma de manera regular, la cual resolvía la mayor parte de las necesidades de los niños. Aún más, como si la ayuda de los Andley no hubiese sido suficiente, la Srta. Pony y la Hermana María contaban también con una provisión regular de leche y carne por parte de Tom y más recientemente, con las donaciones de Annie. La joven había vencido sus propios miedos y finalmente se había atrevido a pedirle ayuda a su padre. El buen hombre, por supuesto, estuvo más que complacido de apoyar a su hija en sus nobles deseos.

No obstante, los gastos del orfanato no se habían incrementado dramáticamente porque las damas estaban conscientes de que tener todo aquello que se nos antoja no hace la felicidad. Así que eran cuidadosas con el dinero que recibían de sus generosos benefactores, antiguos asilados de la casa, quienes habían crecido para convertirse en sus patrocinadores más importantes.

Es bueno que muestren interés en nuestra causa, pero debemos enseñar a nuestros niños a vivir con sobriedad y moderación. Los lujos excesivos no alimentan el alma con los mejores sentimientos y fuerza.- solía decir la Srita. Pony.

A pesar de este sabio principio, durante aquel bendito día cuando Albert y Archie habían decidido ayudar a las damas en sus compras, la Srita. Pony y la Hermana María habían disfrutado más allá de sus más locos sueños consiguiendo todo lo que necesitaban para la celebración de las fiestas decembrinas. Después de todo, el día siguiente era Navidad y de vez en cuando – como la Hermana María diría en su lenguaje poético – es bueno romper un frasco de alabastro y esparcir un aroma fragante en toda la casa para celebrar una gran ocasión.

Esa había sido la aventurilla de Albert y Archie siguiendo a dos mujeres haciendo compras navideñas de último minuto, y aún cuando todos en la casa ya estaban durmiendo – es cosa obligada irse a la cama temprano en la Noche Buena si quieres encontrar la media repleta hasta el tope con mil maravillas- los dos hombres habían permanecido en la estancia mirando silenciosamente al fuego, mientras daban lentos sorbos a una taza de chocolate caliente. Estaban aún demasiado pasmados por su experiencia con las compras como para quedarse dormidos.



Creo que deberías cerrar el trato tan pronto como sea posible, Albert - sugirió Archie en tono serio.

¿Tú crees? – preguntó Albert dudoso.

Por supuesto, la situación política de México ha sido muy irregular en los últimos ocho años - continuó Archie con el aire de alguien quien está bien informado y seguro de sus conclusiones – No creo que debamos conservar las propiedades y la compañía petrolera. Si tienes la oportunidad de venderlas, hazlo. Nunca sabes qué nuevo líder loco y comunista puede llegar a la presidencia en México.

A pesar de eso no los culpo – sugirió Albert con su mirada azul perdida en las formas del fuego – el viejo presidente Díaz era un tirano que solamente incrementó la riqueza de unas cuantas personas, que eran sus amigos, y dejó al resto del país en la peor de las miserias.

Es verdad, pero no creo que esos campesinos sin educación que están luchando por el poder ahora puedan resolver los problemas del país – sentenció Archie dejando su taza vacía en el suelo.

No lo sé, Archie – continuó Albert como si estuviese hablando solo – tal vez están haciendo lo correcto, quiero decir, tratando de cambiar las cosas que ellos creen son injustas, aunque no apruebo el uso de la violencia, ni siquiera en la causa más noble.

¿Podrían cambiar las cosas de otra manera? – argumentó Archie con mirada suspicaz.

Bueno, había un hindú en Sudáfrica, hace unos cinco años – comentó Albert recordando una noticia que había leído en los periódicos – este hombre obtuvo algunas cosas rehusándose a obedecer una ley injusta. Convenció a un grupo de personas y ellos le siguieron aún cuando fueron puestos en la cárcel por algún tiempo. Al final, la ley contra la cual ellos protestaban fue cambiada. Logró todo esto pacíficamente.

Creo haber oído al respecto – dijo Archie forzándose a recordar los detalles- su nombre era Handy, Gendy . .. no . . .¡Ghandi! – sonrió finalmente cuando su mente recuperó la información que buscaba.

Sí, ese era el nombre, – sonrió al responder el mayor de los dos hombres. – Ese es el tipo de método que yo apruebo, una resistencia pacífica pero organizada en contra de cualquier autoridad injusta.

Te noto muy utópico esta noche, – se rió Archie mientras daba una palmada en el hombro de Albert – no suenas como la cabeza de nuestra poderosa familia – bromeó.

Tal vez no, – murmuró Albert mirando a su taza medio vacía y entonces añadió con una extraña chispa en la mirada – me gustaría que te involucraras más en nuestros negocios una vez que te gradúes el próximo año, Archie. De hecho, me encantaría que pudieses hacerte cargo de todo en caso de que yo tenga que ausentarme por alguna razón.

¿De verdad? – preguntó Archie sin poder ocultar su alegría - ¡Me sentiría muy honrado!

Me alegra oír eso. – replicó Albert con una mirada de alivio en sus ojos – A decir verdad, una vez que te cases con Annie serás un hombres de negocios más respetable que yo. Los hombres casados tienen mayor prestigio moral que los solteros empedernidos como yo – se rió brevemente, pero interrumpió su gozo personal muy pronto, al darse cuenta de que una sombra de tristeza cruzaba el rostro de Archie.

“Y vamos de nuevo a lo mismo” se dijo Albert, “La vieja herida”.

¡Ay Albert, Albert! – suspiró Archie melancólicamente – Has mencionado otra vez el asunto que me hace dudar de mi mismo.

Es mejor no discutir eso, amigo mío – sugirió Albert en tono serio.

Archie se puso de pie para descansar sus manos en la repisa de la chimenea, sus ojos vagaban en la profundidad del fuego. Dentro del joven, una vieja lucha volvía a librarse una vez más.



¡Estoy harto de guardarme esto! – dijo finalmente con amargura, encarando a Albert con el ceño fruncido – Puedo jurarte que he luchado contra esto durante años, he querido mantener mi palabra, pero simplemente no puedo negar lo que me está quemando por dentro, Albert.

Albert dejó su taza junto a la de Archie y reclinó la espalda en el respaldo del sofá. Estaba realmente preocupado por el problema de su sobrino y sinceramente quería ayudarlo, pero sabía bien que la solución que Archie deseaba era imposible.



Archie, - dijo al fin mirando directamente a los ojos ámbar del joven – voy a decirte de una vez por todas lo que pienso de tu situación, aunque creo que no te va a gustar mucho mi opinión.

¡Adelante, Albert. Estoy desesperado! – admitió el joven.

Creo que comentes un gran error – comenzó Albert articulando cada una de sus palabras – Estás obsesionado con una ilusión que no te deja ver las bendiciones que tienes en Annie. Lo que sientes, o crees sentir por Candy, es solamente un inútil desgaste de energías emocionales porque es obvio que ella jamás se ha interesado por ti, como hombre.

¡Pero yo la he amado tan profundamente durante todos estos años! – confesó Archie. Me da mucha pena escuchar eso, – continuó Albert simpatizando con la pena de su sobrino – nada me complacería más que ver a Candy enamorada de ti. Entonces podrías casarte con ella, estar en paz contigo mismo y yo podría sentir que he cumplido con la más grande responsabilidad que he tenido jamás. Ella tendría a alguien que cuidase de ella, alguien a quien yo podría confiar la hermana pequeña que ella representa para mi.

¡Ay Albert! Yo la haría tan feliz si solamente ella me quisiese un poco . . . aunque fuese sólo la mitad del amor que ella desperdició en Grandchester.

No debes hablar sobre cosas que no comprendes, Archie,- contestó Albert cuando escuchó el nombre de su antiguo amigo – el punto aquí no es a quién ella ha amado en el pasado, sino más bien, que nunca has sido tú quien ella ha agraciado con su amor, mientras que Annie no ha tenido ojos para otra hombre que no seas tú.

¿Qué puedo hacer si después de todos estos años no he logrado sacarme a Candy de la cabeza? – preguntó el joven.

Entonces mi querido amigo, si verdaderamente piensas que no amas a Annie como ella se lo merece, termina con aquello en lo que no crees, pero no te engañes pensando que esa decisión cambiará tu situación presente con Candy – terminó Albert poniéndose de pie.

Esa es una decisión terrible – suspiró Archie con gesto temeroso.

Lo es, ciertamente – confirmó el joven – y es seguro que rompería el corazón de Annie.

Solamente espero que no lo lamentes después – sentenció Albert con seriedad

Neil Leagan se sirvió el sexto escocés de la noche. Era muy tarde y estaba molesto por haber tenido que esperar por tan largo tiempo. Junto al fino vaso de cristal habían unos cuantos papeles en un sobre amarillo con el sello de la familia Leagan. El reloj de pie dio la medianoche y el joven alzó su vaso brindando en la soledad.



¡Feliz Navidad! – dijo con sonrisa burlona.

En ese momento un hombre estirado entró en la habitación anunciando a unas visitas.



Disculpe señor – dijo el mayordomo con gesto afectado – los caballeros que usted espera han llegado.

Déjalos pasar – replicó Neil secamente y un segundo después, tres hombres con abrigos negros y sombreros de fieltro entraron a la habitación caminando decididamente hacia el bar que Neil tenía en su oficina. Por sus zancadas seguras podría haberse pensado que no era la primera vez que visitaban el lugar.

Llegan tarde. – fue la fría bienvenida de Neil – Les he dicho que no me gusta esperar. Disculpe usted, Sr. Leagan, – se disculpó uno de los hombres – tuvimos unos problemillas que tomaron cierto tiempo para resolverse , los polizontes, usted sabe – agregó el hombre bajando el tono de la voz.

Los perdono esta vez – replicó Neil desde el gran sillón de cuero donde estaba sentado – siempre y cuando traigan el paquete con ustedes.

Si tiene usted el nuestro consigo, señor – remarcó el segundo de los hombres mordazmente y con un extraño brillo en sus ojos grises.

Bien, caballeros, – dijo Neil a sus tres visitantes mirándolos con audacia – soy un hombre de palabra, los documentos están en el sobre, sobre la barra.

El hombre de los ojos grises hizo una breve seña al tercer hombre y este último se apresuró a verificar el contenido del sobre.



Todo está aquí, Buzzy – dijo el tercer hombre cuando hubo revisado los papeles dentro del sobre.

Bueno, Sr. Leagan, – repuso Buzzy – siempre es un placer hacer negocios con un hombre como usted. Aquí está su paquete – añadió entregando una caja.

El placer es mío – respondió Neil desde su sillón mientras sorbía su escocés una vez más - ¿Le gustaría tomar algo?

No gracias, señor. No bebemos cuando trabajamos – se rehusó gentilmente el primero de los tres hombres – pero cuando usted quiera más jugo de amapolas o esté de humor para pasarla bien en nuestra casa de juego, sabe bien que siempre estaremos a su servicio, señor.

Neil asintió graciosamente con una sonrisa sarcástica. Fue entonces cuando la puerta se abrió de repente, sobresaltando a los cuatro hombres en la habitación. Los amigos de Neil se llevaron las manos a sus abrigos en un movimiento instintivo.



¡ Neil! ¿Qué diablos . . .? – dijo una voz femenina irrumpiendo en la habitación con un ligero acento aguardentoso. Pero cuando la mujer se dio cuenta de la presencia de los tres extraños recuperó la compostura asombrosamente y con ojo rápido inspeccionó a los hombres frente de ella.

No sabía que tenías invitados, hermano – repuso Eliza Leagan mientras retorcía coquetamente uno de los rizos de color castaño rojizo que caían sobre su hombro.

Estamos por partir, madame – dijo el hombre de los ojos grises cuando sintió que la mirada de la joven se fijaba en él con destello seductor.

Disculpen ustedes la mala educación de mi hermano – replicó la mujer sin poner atención a las palabras del hombre – Déjenme presentarme caballeros, mi nombre es Eliza Leagan – dijo la joven extendiendo su mano enguantada al hombre frente de ella, aquel de los ojos grises e impecable bigote castaño, al cual habían escogido los ojos de la joven desde que había finalizado su inspección profesional sobre los tres hombres.

Enchanté madame. – dijo Buzzy besando la mano de Eliza mientras miraba a la joven con lisonja – El señor Leagan nunca nos dijo que tuviese una hermana tan hermosa.

Eso se debe a que mi hermano tiene un terrible gusto para las mujeres, – remarcó Eliza recuperando su mano y lanzando una mirada recriminadora a su hermano – pero por qué no se quedan con nosotros, hay una fiesta allá abajo y estaríamos muy complacidos si se nos unieran.

Apreciamos su bondad señorita – dijo el primero de los hombres – pero tenemos otros compromisos.

Ya veo,– replicó Eliza sin quitarle los ojos de encima al hombre del bigote – pero les veremos por aquí pronto, supongo.

Eso espero señorita – dijo el hombre de los ojos grises mientras él y sus compañeros dejaban la habitación.

Una vez que los hombres desaparecieron y los dos Leagan se encontraron solos, Eliza se volvió para ver a su hermano con una expresión divertida en el rostro.



El tipo es guapo, de verdad – comentó juguetona, y un segundo después su atención se concentró en el paquete que Neil tenía en sus manos - ¿Qué tienes ahí, hermanito?- preguntó curiosa.

Neil se incorporó moviéndose lentamente hacia el bar para volver a llenar su vaso con más whisky. Luego le dio a su hermana una mirada de complicidad mientras el líquido dorado resbalaba por su garganta haciéndolo sentirse más y más relajado.



Esto, mi querida hermana – dijo él blandiendo el paquete – es algo que puede darte un placer mayor que todos tus amantes juntos. Se llama opio.

¡Ay Neil, estás usando drogas! – dijo Eliza traviesa – Eso es algo muy malo, pero mientras no digas nada sobre esos amigos míos que visitan mi alcoba, no mencionaré palabra acerca de tu nueva distracción.

Como en los viejos tiempos ¿No? – preguntó él con un guiño – Vamos a hacer un brindis de Navidad – sugirió Neil mientras servía una copa de oporto para su hermana, sabiendo bien que ese tipo de vino era la bebida favorita de ella.

Bueno, ya que estás tan feliz, este puede ser un buen momento para decirte algunas buenas noticias que tengo para ti, querido. – comentó Eliza felizmente – Pero espera un momento, te traeré mi regalo en un segundo – dijo ella y salió del cuarto para regresar un instante después con un par de revistas en sus manos.

Neil observó que la cara de su hermana estaba radiante. Las noticias que tenía seguramente eran tan importantes como favorables. Eliza se movía alegremente hacia el bar, casi danzando un baile triunfal, hasta que se sentó en el banquillo en frente de la barra. Entonces miró a su hermano directamente a los ojos.



Querido hermano, después de esto vas a agradecerme eternamente. – dijo canturreando sus palabras al tiempo que entregaba una de las revistas a un Neil muy intrigado – Como puedes ver en el artículo principal de esta revista, tu viejo rival perdió a su prometida coja hace un año.

Los ojos de Neil se abrieron perplejos cuando se enteró de la viejas noticias y Eliza se divirtió con las reacciones del joven.



¡Ay Neil, Neil, eres un tonto! – se burló ella – Sé lo que estás pensando. Temes que ahora nuestro amado actor corra a los brazos de Candy tarde o temprano ¿No es así? – ella hizo una pausa deleitándose en el sufrimiento de Neil – Pero no lo hará. Puedo jurarlo.

¿Por qué estás tan segura? ¿Acaso vas a amarrarlo, hermanita? – preguntó Neil visiblemente molesto.

Hice algo mejor que eso – afirmó ella - ¿Recuerdas ese viaje que hice a Denver, a pesar de las quejas de la tía abuela Elroy?

Sí.

Bueno, pues no fui a Denver, sino a Nueva York, antes de que muriese Susana y con mis blancas manecitas dejé en el buzón de Terri un regalo para él – comenzó ella a reírse con malicia.

Un regalo que era . . . – preguntó Neil a quien comenzaba a gustarle aquella adivinanza.

Un sobre con una nota de periódico, la que anunciaba el compromiso de Candy contigo, querido. Por supuesto que tu nombre no se mencionaba ahí, pero se dejaba en claro que ella se iba a casar pronto – explicó Eliza mientras le brillaban los ojos.

¡Debió de hacer un coraje de los mil diablos! – se rió Neil golpeando la barra con gran gozo.

Renté un carruaje para esperar afuera hasta que él llegara, – continuó Eliza - era ya muy tarde, pero la larga espera valió la pena verdaderamente, porque después de que él llegó no le tomó mucho para encontrar su ‘regalo’. Puedo afirmarlo gracias al alboroto que hizo ¡El muy estúpido! ¡Todavía no entiendo que le ven ustedes a esa asquerosa hospiciana!

¡Vamos Eliza, dime lo que oíste! – preguntó Neil tan complacido con la historia que ignoró los comentarios de su hermana acerca de sus propios sentimientos por Candy.

¡Debiste haber estado ahí hermanito! ¡El tipo sí que se enojó! A juzgar por los ruidos, debió haber roto cada mueble que tenía – dijo Eliza con frases entrecortadas debido a que se doblaba de la risa – Te puedo asegurar querido, que después de eso ni siquiera pensará en una reconciliación con Candy ¡Jamás!

¡Eso fue brillante, Eliza! ¡Te amo! – dijo Neil besando a su hermana en la frente.

¡Me hechas a perder el maquillaje, Neil! – chilló ella empujándolo – Pero eso no es todo – continuó Eliza entregándole una segunda revista con la foto de Terri en la portada. – Mira esta otra. Como puedes ver, esta revista es reciente.

Neil leyó el encabezado pero esta vez su sonrisa se fue desvaneciendo hasta ser remplazada por un ceño fruncido.



¡Se enroló! – musitó el joven bebiendo otro sorbo de escocés.

Sí ¿Verdad que es un estúpido? – preguntó Eliza con una risita.

Esto podría no ser tan bueno como piensas, Eliza – dijo Neil con expresión preocupada – Ahora él está en Francia, justo donde Candy se encuentra ¡No me gusta eso!

¡Vamos Neil, no seas un aguafiestas! – protestó la joven tomando su copa de oporto en la mano derecha – Aún en el remoto caso de que pudiesen verse de nuevo, Terrence creería aún que ella está casada. No pasará nada, ya lo verás, y si tienes suerte los alemanes te harán el favor de enviarlo al otro mundo. Eso, debo admitirlo, yo lo lamentaría un tanto porque aún creo que el hombre es endemoniadamente guapo, pero si eso te hace feliz estaré contenta por ti. Además, si no puedo tenerlo para mi entonces nadie debería tenerlo,- terminó ella con una sonrisa de júbilo y levantando la copa triunfalmente brindó – Por nosotros hermanito.

Por nosotros, querida hermana.

Albert no había crecido en el Hogar de Pony pero aquella mañana de Navidad parecía ser uno más de los pequeños huérfanos. El hombre jugó, se arrastró en el piso, corrió alrededor de la casa, trepó al árbol, hizo el muñeco de nieve más alto, peleó en la guerra de nieve con todas sus fuerzas, y se emocionó como un niño de cinco años cuando los chiquillos abrieron sus regalos, frente a sus muy asombrados amigos y las dos damas que manejaban el orfanato. Sin embargo, para la hora del almuerzo el joven estaba ya muy agotado y esperaba que los chicos estarían tan exhaustos como él, pero sus esperanzas probaron ser inútiles muy pronto. Después de la comida los niños recomenzaron sus interminables juegos con renovadas energías. Esta vez Albert comprendió que la única persona capaz de enfrentar semejante paso frenético era Candy y por lo tanto desistió en el intento, dejando a Tom y a Archie como las nuevas víctimas de la incansable tropa.

Sentado en la estancia, mientras las cuatro damas trabajaban laboriosamente en la cocina preparando la cena de Navidad y los otros dos pobres jóvenes estaban a punto de ser desollados por hordas de pequeños indios feroces, Albert pensaba en la conversación que había tenido con Archie la noche anterior. Durante los últimos meses Albert había estado sopesando cuidadosamente una serie de acciones que podrían llevarlo a la libertad que soñaba, con las menores inconveniencias posibles para su familia. Aún así, el plan tomaría algún tiempo y tal vez lo que le preocupaba más era la situación de Candy.

Lo que más le inquietaba no era el hecho de que ella estuviese en Francia, sino especialmente la certeza de que la joven era una mujer sola y vulnerable en un mundo de hombres. Albert se decía que no se sentiría libre para seguir los llamados de su corazón mientras su protegida no tuviese a alguien que pudiese cuidar de ella en ausencia de él. “Candy es independiente y auto-suficiente” pensaba él, “ pero estaría más tranquilo si supiese que alguien la cuida”. Las reflexiones de Albert fueron súbitamente interrumpidas por el ruido de un auto estacionándose en el patio. Dejó el libro que había estado leyendo y se puso en pie para ver quién había llegado.



El dulce aroma de la famosa tarta de navidad de la Señorita Pony invadió la cocina, el pasillo, y la estancia. Con las manos protegidas por unas guantes, Patty salió de la cocina cargando dos enormes tartas para ponerlas en la gran mesa, la cual Annie estaba arreglando. La vista fue demasiado tentadora para uno de los ‘indefensos’ vaqueros capturados por los indios inmisericordes. De repente, el vaquero se liberó de las cuerdas, las cuales no lo tenían muy bien atado que digamos, y haciendo una seña a los niños les dio a entender que estaría fuera del juego por un segundo. El joven siguió entonces a la chica de las tartas.



¿Puedo ayudarte? – preguntó Tom con tono galante, inusual en él.

¡No dejes que se acerque a esas tartas! – advirtió Annie desde la mesa - ¡Las desaparecería en un segundo!

Patty se rió con timidez y asintió amablemente para rechazar la ayuda que se le ofrecía. A pesar de la resistencia de la joven Tom la siguió, atraído por ambas tentaciones, tartas y chica.

Patty finalmente puso las tartas en la mesa mientras Annie le lanzaba a Tom una mirada recriminadora que le advertía no intentar ningún truco sucio.



¿Ves a ese hombre, Patty? – preguntó Annie con una risita nerviosa- Es el devorador de tartas de Navidad más rápido que he visto en mi vida. No te confíes ni por un instante.

Patty solamente sonrió mientras se quitaba los guantes de cocina que tenía en las manos y los dejaba en la mesa. Una vez liberada de los mitones, trató de arreglar su cabello castaño oscuro, el cual caía sobre sus hombros en una abundante melena que ella sostenía en una cola de caballo. A espaldas de la joven, dos ojos café claro la observaban con especial atención, ajenos a las miradas suspicaces de Annie. De algún modo, las tartas habían quedado relegadas a segundo término.



¿Puedes sostenerme esto? – preguntó Patty a Annie dándole una horquilla de pelo mientras trataba de arreglar las hebras que estaban fuera de su lugar.

No me digas, estoy ocupada, – respondió Annie traviesa – pero el caballero detrás de ti seguramente te dará una mano, no está haciendo nada más que mirar – sugirió ella.

Por supuesto, - dijo Tom despertando de sus fantasías.

Patty se volvió para mirar el rostro de Tom, pero no pudo sostener la mirada directamente y

enseguida bajó los ojos, al tiempo que le entregaba la horquilla. Luego, la joven se ocupó en arreglarse el pelo silenciosamente mientras el rubor comenzaba a cubrir sus mejillas. Entretanto, Tom simplemente observaba a la chica, reclinando su espalda en un lado de la chimenea de piedra. Fue entonces cuando la Señorita Pony y la Hermana María entraron a la habitación cargando dos pavos superdesarrollados con toda la tribu india siguiéndolas.



Ay queridos, están bajo el muérdago – señaló la Señorita Pony despreocupadamente - ¡Vamos Tom, sigue la tradición, besa a la chica! – concluyó con una sonrisa.

Si las mejillas de Patty ya estaban sonrojadas antes del comentario bromista de la Srita. Pony, cuando la anciana hubo pronunciado la terrible frase de “besa a la chica”, Patty se puso más roja que un betabel fresco en verano. Repentinamente parecía que todos en la casa estaban mirándolos intencionadamente. Un incómodo silencio los rodeó y Patty sintió que iba a desmayarse cuando se dio cuenta de que Tom inclinaba la cabeza hacia ella.

En un segundo que a la tímida joven le pareció interminable, Tom tomó la mano derecha de la chica y plantó un beso en los dedos de Patty. Toda la tropa irrumpió en risas y aplaudió ferozmente mientras Annie se preguntaba en qué momento del camino de la vida Tom había dejado de ser el chiquillo fastidiosos de su infancia, para convertirse en el amable joven que era.



¡Noticias de Francia! – gritó Albert quien entró a la estancia en ese momento acompañado de George Johnson.

La Señorita Pony y la Hermana María se santiguaron, Annie se puso pálida, Patty se olvidó del

incidente debajo del muérdago, Tom arqueó la ceja derecha, los ojos de Archie brillaron de ansiedad y los niños detuvieron el barullo que siempre hacían.



¡Vamos, hijo, dinos! – dijo la Señorita Pony.

Hay dos telegramas, – comenzó Albert en su voz de barítono – uno es de Candy y el otro del director del hospital donde ella trabaja.

¿Le pasó algo a Candy? – preguntó Annie temerosa, buscando apoyo en la mirada de Patty.

No Annie, éstas son buenas noticias. Escuchen todos – dijo Albert antes de empezar a leer:





Queridos amigos:

Estoy de regreso en París, sana y salva. Espero que el próximo año pueda estar con ustedes para Navidad. Mientras tanto, felices pascuas y que Dios les bendiga a todos.

Candy.





¡Gracias, Dios mío, por escuchar nuestras plegarias! – murmuró la Hermana María y todo el cuarto se vio invadido de un coro de voces que se repetían una a la otra: “ ella está bien”, “ está a salvo”

¿Qué dice el otro telegrama, Albert? – preguntó Archie intrigado.

Bueno, Señorita Pony, Hermana María, queridos amigos, - respondió Albert mirando a todos con ojos juguetones - me enorgullece hacerles saber lo que me escribió el mayor Erick Vouillard.



Estimado Sr. William A. Andley:

Con gran orgullo le informo que la Srita. Candice White Andley recibirá una medalla por su heroísmo, el cual salvó la vida de cinco de nuestros hombres y dos de sus colegas. La señorita Andley ha honrado a su país y a su familia con su valiente conducta.

Felicitaciones

Mayor Erick Vouillard



¡Esa es mi jefe! – gritó Jimmy Cartwrigh, quien había entrado a la habitación en el preciso momento que Albert estaba comenzando a leer el segundo telegrama. Jimmy había ido junto con su padre a hacer una visita navideña a sus vecinos y, como cualquier miembro de la familia de Pony, el mozuelo había entrado sin tocar. Eso era posible en el Hogar de Pony porque la casa nunca tenía los cerrojos puestos. Jimmy, quien para entonces tenía catorce años, había querido enrolarse en el ejército cuando la guerra había comenzado, pero su edad no se lo había permitido. De modo que tenía que conformarse con las aventuras de su “jefe” en Francia, razón por la cual, las noticias lo llenaban de orgullo.



¡Bueno, Candy está bien y ganó una medalla! – dijo la Señorita Pony esgrimiendo una botella de vino, - ahora que casi todos nuestros seres más queridos están aquí, y eso los incluye a ustedes, Jimmy y Sr. Cartwright, ¿no creen que sea ésta una buena razón para brindar?

El grupo dio buena acogida a la sugerencia y unos minutos más tarde todos tenían un vaso con algo para beber; vino para los adultos y limonada rosa para los niños.



¡Por Candy, . . . y por el fin de la guerra! – brindó la Señorita Pony y todos se le unieron levantando sus vasos.

Aquella noche, el mejor regalo de Navidad que todos habían recibido había llegado envuelto en un sobre con un sello postal francés. Entre las diferentes voces que estallaron en expresiones de júbilo, se podía escuchar un vocecilla diciendo:



¿Ya ves? Candy debe haber matado algunos alemanes por allá.

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Hay fechas en nuestras vidas que nos marcan con memorias inolvidables. Fechas que tal vez intentemos ignorar todo el año, pero conforme nos acercamos a ellas, son esas mismas fechas las que nos fuerzan a volver vivir en nuestra mente los eventos que las hicieron memorables. Algunas veces nos gustaría no ser capaces de recordar, en ocasiones quisiéramos cerrar los ojos y olvidar. Pero luego, una página del calendario nos salta a la vista y simplemente no podemos evitar la reminiscencia que embate nuestra alma con la llegada de cada aniversario.

Una vez más, El Hospital Saint Jacques tenía un nuevo director. El mayor Vouillard había sido designado para el puesto después de que Louis De Salle fuera enviado al Frente Occidental. En un principio, todos se preguntaron cuál había sido la razón para un cambio tan repentino. Después de todo, De Salle había dirigido el hospital por menos de dos meses y era poco usual que un director durase tan poco tiempo en el cargo. No obstante, nadie pudo comprender los motivos que habían inspirado el nombramiento de Vouillard, y el asunto fue pronto olvidado y parcialmente interpretado como uno de esas incomprensibles rarezas de los tiempos de guerra.

En un intento por apaciguar las tensiones sufridas esos días, Vouillard decidió organizar una fiesta que serviría a diversos propósitos, matando más de dos pájaro de un tiro. La ocasión le permitiría a Vouillard conocer al personal en una atmósfera más cálida, relajaría el estrés causado por los cambios recientes y serviría como marco para entregar la medalla a la heroína americana. La excusa que Vouillard había usado para organizar la fiesta había sido muy simple: el Año Nuevo.





Pasar las fiestas decembrinas en medio de la nada, lejos de casa y tal vez esperando la propia muerte no es una perspectiva muy atractiva. A pesar de esto, la Segunda División del ejército de los Estados Unidos tenía que enfrentar esa triste realidad. Todo lo que se tenía para celebrar la ocasión era un botella de vino barato y la compañía de unos cuantos sacerdotes que habían sido enviados por el gobierno francés para animar a las tropas. Para Terrence Grandchester, quien no bebía y tampoco era muy ferviente en sus creencias religiosas, el regalo de Navidad de las autoridades no había significado mucho. Aún peor, la llegada de las celebraciones de invierno era lo que él menos deseaba, especialmente por los recuerdos tristes que lo atormentaban durante esas fechas.





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¡Te ves hermosa esta noche! – dijo Yves a la joven rubia a su lado – El rosa es definitivamente tu color ¿Sabías eso?

Mi amiga Annie dice lo mismo – replicó Candy sonriendo suavemente. La joven había escogido un vestido de gasa en color rosa pálido para la ocasión. De hecho, aquel era el único vestido formal que Candy habían empacado la noche en que prácticamente había huido de su departamento. Para la ocasión Julienne había insistido en ayudar a Candy con su peinado. Como resultado, Candy llevaba su cabello en un rodete trenzado con una graciosa cascada de rizos que caían sobre su cuello.

Bueno, entonces esa amiga tuya, Annie, debe tener muy buen gusto – comentó Yves con una sonrisa. El joven doctor había estado flotando en las nubes desde que Candy lo había aceptado como su acompañante en la fiesta y se había propuesto disfrutar la velada tanto como fuese posible.

Yves había cumplido su promesa de cuidar de la salud de la rubia y estaba orgulloso del rápido restablecimiento de su paciente favorita. Sin embargo, había algo que lo tenía un tanto inquieto e

intrigado. Era esa mirada ausente en los ojos de Candy, como si por breves instantes su mente volase muy lejos, a tierras distantes que él no podía alcanzar.¿En qué pensaba Candy cada vez que sus ojos se perdían en la nada?







¿Bebe usted con nosotros, sargento? – preguntó un hombre de mediana edad con barba color castaño – Entiendo que no es el mejor de nuestros vinos, pero es Año Nuevo . . .

Disculpe usted, Padre – respondió Terri con una sonrisa amable – no tomo ningún tipo de bebida alcohólica.

¿De verdad? – dijo el sacerdote con ojos admirados – Esa es una cosa notable en un soldado. Pero, debo admitirlo, también es un hábito saludable.

Solía beber mucho. – confesó Terri, un poco conmovido por la natural simpatía que el sacerdote le inspiraba. Por alguna razón aquel hombre barbado con ojos oscuros le hacía sentir cómodo – No pude controlarlo, ve usted, así que lo dejé.

Buena decisión sargento, – respondió el cura con tono amigable – pero tal vez podría unírsenos con una taza de té caliente.

El joven sonrió tristemente pero aceptó la invitación.



El espacioso salón, los doctores y las enfermeras vestidos formalmente para la ocasión, los discursos, la ceremonia, el baile, el brindis, a los ojos de Candy todo parecía ensombrecido por una niebla espesa. A pesar de sus esfuerzos por disfrutar la noche su mente parecía no obedecer a su voluntad. Solamente podía pensar en una cosa: la fecha.

Diciembre 31, diciembre 31, diciembre 31.

Era la fecha que martilleaba sus sienes con un golpeteo insistente.



Los hombres alrededor de él, el frío invernal, el sacerdote a su lado, las bromas de los soldados, las risas . . .ante los ojos de Terri todo aparecía borroso, irreal. A pesar de que había tratado de no pensar en ello, sabía que estaba perdiendo la batalla otra vez mientras que sus recuerdos tomaban control de su mente.

Diciembre 31, diciembre 31, diciembre 31.

La fecha hacía eco dentro de su corazón y él no podía evitarlo.





Diciembre 31, – pensó Candy – Fue hace seis años. Estaba muy frío afuera y yo había bebido demasiada champaña.





Diciembre 31 – pensó Terri – Había niebla. Era 1911 y yo me sentía terriblemente triste, traicionado, abandonado . . .





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Él estaba llorando cuando lo vi – Candy se dijo - ¡ Se veía tan apuesto!





Ella llevaba el cabello sujeto con un lazo carmín. – recordó Terri – ¡Se veía tan hermosa esa noche!





Todo el personal médico levantó sus copas para brindar



Por el Mariscal Foch y la victoria sobre Alemania – dijo el mayor Vouillard con voz solemne y después añadió en un tono más alegre – Bonne année pour tous! ( Feliz Año Nuevo a todos)

En una esquina del salón una joven rubia hacía su brindis personal.



¡Feliz Año Nuevo, Terri! – dijo Candy en un susurro mientras levantaba su copa.



Por el Presidente Wilson y las batallas por venir! – brindó el Capitán Jackson con vehemencia – ¡Feliz Año Nuevo para todos nosotros!

Feliz Año Nuevo, pecas – pensó Terri levantando su taza – y feliz sexto aniversario también.

El reloj anunció la llegada del nuevo año. El histórico 1918 había nacido. En distantes rincones del globo, nuestros amigos recibieron el año que cambiaría sus vidas dramáticamente.

3 comentarios:

  1. waooo......lo que escribes me hace pensar mucho...sobre todo en como terminara la historia de Candy y Terry,quien me da mucha tristesa que por el momento estén separados...solo espero que ambos tengan un lindo final....gracias por lo que escribes....te lo agradeceré siempre...=D saludos!!!

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