lunes, 29 de diciembre de 2008

Capitulo 9

La Canción de Medianoche

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El siguiente capítulo contiene algunos breves pasajes en donde se utliza lenguaje vulgar con el propósito de dar mayor realismo al relato. Si ese tipo de lenguaje ofende su sensiblidad, le ruego se abstenga de leer.

1918 sería un año de grandes glorias ensombrecidas por infiernos sobrecogedores. Los Aliados habían estado luchando por más de tres años en Europa, el Norte de África, Palestina, Mesopotamia y el Mar del Norte. Durante todo ese tiempo, ambos contendientes habían perdido miles y miles de vidas valiosas, pero no parecía que se hubiesen hecho muchos avances a través de tal sacrificio. Sin embargo, al principio del año, la escena se observaba un poco más favorable para la Triple Entente debido a ciertas razones.

En primer lugar, desde 1917 diferentes conflictos internos, tanto económicos como sociales, habían provocado una guerra civil en Rusia, país que se encontraba del lado de los Aliados. Los eventos habían forzado la abdicación del Zar Nicolás II y el establecimiento de un gobierno provisional, el cual continuó con el seguimiento de la guerra por unos meses hasta que el partido Bolchevique tomó control. Uno de los factores que habían dado tanta popularidad a los bolcheviques era su fuerte oposición a la participación de Rusia en la guerra. Por lo tanto, después de su victoria en octubre de 1917, los nuevos líderes rusos ofrecieron un armisticio al gobierno alemán. El día 15 de diciembre, Rusia, Alemania y Austria firmaron dicho armisticio el cual marcó el fin de las hostilidades en el Frente Oriental. Con este evento Francia, El Reino Unido, Italia y los Estados Unidos perdieron un importante aliado.

Con la retirada de Rusia y de Rumania en 1917 los alemanes tenían una ventaja. Las tropas que habían sido asignadas al frente ruso estaban frescas y listas para entrar en acción. Tal circunstancia permitía a la Triple Entente contar con un diez por ciento de superioridad numérica sobre los ejércitos ingleses, franceses y americanos en Francia.

En segundo término, las fuerzas francesas estaban exhaustas después de tres años de luchar a la ofensiva, la moral de las tropas era muy baja y la mayoría de los hombres eran o muy jóvenes o demasiado viejos para resistir a los alemanes si éstos decidían organizar un ataque masivo. Los británicos, por su parte, padecían una escasez de refuerzos y el Primer Ministro Británico, David Lloyd George había ordenado la reducción del número de batallones por división. Al igual que en el ejército francés, los hombres que estaban disponibles en el lado británico eran principalmente soldados bisoños.

Finalmente, los norteamericanos no habían logrado reunir todas sus fuerzas desde que el país había entrado a la guerra el año anterior. Para principios de 1918 solamente habían llegado a Francia 6 divisiones norteamericanas, pero dos de ellas aún no habían entrado en acción y las cuatro restantes solamente habían prestado apoyo en ciertos sectores lejos de la línea de fuego. Sin embargo, Alemania sabía que la llegada de nuevas tropas desde Estados Unidos era inminente y, si la Triple Entente no comenzaba una ofensiva agresiva e inteligente durante los primeros meses del año, podían terminar perdiendo el Frente Occidental con la llegada de los refuerzos norteamericanos.

Así pues, la ofensiva alemana comenzó el 21 de marzo sobre la ciudad de Arras. El objetivo principal era abrir una brecha entre los británicos y los franceses que pudiese separar a esos ejércitos aliados y forzar a los británicos a replegarse hacia el Mar del Norte. Para esta ofensiva masiva los alemanes decidieron usar una nueva táctica basada en un corto pero poderoso bombardeo, seguido de un ataque frontal de la artillería y cerrado con la infantería usando ametralladoras como su arma principal. Los alemanes lograron ganar territorio, hicieron 70 000 prisioneros y mataron cerca de 200 000 hombres del lado de los Aliados. No obstante, la batalla fue considerada como un desastre estratégico porque la meta principal, la cual era separar a los ejércitos británico y francés, no pudo ser alcanzada.

El año anterior, Ferdinand Foch había sido designado como jefe del Comité General del Ejército Francés, pero el General Pétain todavía tomaba parte en las decisiones junto con el Mariscal Haig, del ejército británico. La vigorosa ofensiva alemana desplegada en Arras forzó a los Aliados a designar un solo jefe que pudiese comandar los movimientos de ambos ejércitos de manera más coordinada. Haig y Pétain estuvieron de acuerdo en que el hombre más adecuado para tal trabajo era el mismo Foch. Por lo tanto, Foch fue nombrado el 3 de abril y desde entonces dirigiría todas las fuerzas Aliadas en el Frente Occidental con determinación y agresividad.

A pesar de estas medidas, los alemanes no cesaron en su ofensiva y desde el día 9 de abril hasta el día 29 del mismo, atacaron Armentières, una ciudad en el Departamente de Nord, justo en la frontera con Bélgica. Los resultados obtenidos por el Comandante alemán Eric von Ludendorff fueron los mismos que en Arras: un éxito táctico que disminuyó las fuerzas aliadas, pero un fracaso estratégico porque los británicos lograron detener los movimientos alemanes.

¿Qué sucedía con la Fuerza Expedicionaria Americana durante todo el tiempo en que los franceses y británicos estaban tratando de resistir el ataque alemán? Los norteamericanos permanecían en la retaguardia, ya sea entrenando o ayudando en tareas menores, esperando a su destino. Poco a poco su hora se acercaba.

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Para inicios de abril, Armand Graubner hbía estado sirviendo entre las tropas norteamericanas por cuatro meses. Había sido asignado por las autoridades eclesiásticas para permanecer con los norteamericanos a fin de ayudar en la retaguardia, ofrecer apoyo espiritual, dar confesión y administrar los santos óleos si era necesario. Ser un sacerdote católico y trabajar en un ejército donde la mayoría de los elementos son protestantes no era una tarea fácil, pero el Padre Graubner era un tipo tan carismático que pronto se ganó la simpatía de cada hombre en su batallón y aún el pastor protestante que trabajaba con él se había convertido en su íntimo amigo.

Graubner tenía unos cincuenta y cinco años, era flaco y alto como un pino, con una tupida barba castaña iluminada por unos profundos ojos oscuros, y aún cuando se supone que los sacerdotes deben ser gente seria, él era el hombre menos formal en el planeta entero. Pero esa era solamente una de muchas contradicciones en su personalidad; de hecho, Armand Graubner era un hombre de paradojas. Su abuelo materno había sido un ingeniero francés que se había mudado a Alemania para trabajar en la construcción de carreteras en ese país. El Sr. Bernard era casado y tenía una hija única cuando inmigró en Alemania y finalmente se estableció en un pequeño poblado llamado Eschewege, localizado en el corazón de la nación, unos cuantos kilómetros al norte de Frankfurt. La madre de Armand creció en Eschewege y finalmente se casó con un rico granjero llamado Erhart Graubner.

Aun cuando Armand había crecido en un país protestante su madre había procurado educarlo en la fe católica, siguiendo la tradición francesa. Sin embargo, su padre había aprovechado cada oportunidad que se le presentaba para llenar la cabeza de su hijo de cada material marxista y contestatario que se encontraba en su camino. Como consecuencia de esa educación tan heterodoxa al llegar a los quince años Armand no tenía fe alguna y era un franco escéptico.

Cuando el joven Graubner terminó su educación básica viajó a París para estudiar en la Sorbona. No obstante, una vez que se encontró solo y lejos de la vigilancia paterna, el joven invirtió su tiempo en interminables fiestas, tertulias y toda clase de pasatiempos. Tres años después de su llegada a Francia se había convertido en un jugador empedernido y un “playboy” que se liaba en cualquier pleito demasiado pronto y demasiado fácilmente.

Sin embargo, de buenas a primeras, Armand cambió su forma de ser de un modo tan dramático que pasmó a sus amigos más allá de sus límites. Antes de que ellos pudiesen tener tiempo para

comprender al nuevo Armand, el joven abandonó París y marchó a Roma para entrar al seminario. Seis años más tarde tomaría los hábitos para convertirse en sacerdote en 1889.

A pesar de la nueva dirección que había tomado su vida, Armand eran aún un amotinador en el corazón de una de las religiones más ortodoxas del mundo. Su fe era sincera y apasionada pero sus ideas eran vistas con recelo por las autoridades de la iglesia. La literatura de vanguardia que el padre de Armand había compartido con su hijo durante su niñez y juventud tenía aún una influencia muy fuerte en el sacerdote. Así pues, sus predicaciones estaban plagadas peligrosamente de afirmaciones explosivas sobre la opresión, la propiedad privada, la explotación de los obreros y toda clase de “ideas extrañas”.

Por estas razones el Padre Graubner era siempre enviado en las misiones más raras y lejos de las grandes ciudades, pero a él no le importaba mucho este asunto porque le preocupaba más tener contacto directo con la gente y no ambicionaba alcanzar una carrera exitosa en el Vaticano. De este modo, se sentía satisfecho con sus órdenes para trabajar en el campamento norteamericano y trataba de hacer su trabajo con su muy particular estilo heterodoxo.

El capitán Duncan Jackson habían encontrado en el Padre Graubner a un nuevo oponente para su ajedrez nocturno pero continuaba invitando a Terri, jugando ya sea con el joven y charlando con el sacerdote o viceversa. Sin embargo, cuando Terri no tomaba parte en el juego, Jackson y Graubner tenían que llevar la charla porque el joven había regresado de su corto viaje a París aun más sombrío y callado que antes.



Sur de Manhattan, después Inglaterra, quizá Londres – habían sido las primeras palabras que Jackson había dicho a Grandchester cuando el este último llegó al campamento.

¿Perdón, señor? – preguntó Terri con un aire ausente.

Quiero decir, sargento, que finalmente sé de dónde es usted – respondió el hombre con tono orgulloso – Usted debe haber nacido en el Sur de Manhattan, tiene ese acento de los neoyorquinos de clase alta, pero mezclado con ello hay unas inflexiones británicas en su modo de pronunciar las consonantes, lo cual me dice que usted debe haber pasado un buen tiempo en Inglaterra ¿Me equivoco?

No, señor, está usted totalmente en lo correcto – respondió Terri quien había perdido interés en el juego desde que cierta rubia había reaparecido en su vida.

Pero aún no tengo idea sobre el tipo de actividad que usted hace para ganarse la vida- admitió el hombre.

Soy actor, señor. – dijo el joven directamente sin notar el pasmo en las facciones de Jackson – Vivo en Nueva York y trabajo como actor en Broadway. No hay gran misterio en el asunto. Ahora, si me disculpa, me gustaría cambiarme de ropa.

Sí . . .sí. . . puede retirarse Grandchester – respondió Jackson muy desilusionado y molesto. Él quería encontrar por sí mismo la información, pero el joven había arruinado su pasatiempo con su repentina honestidad. Ahora tendría que encontrar un nuevo juego para invertir su tiempo.

Justamente entonces el Padre Graubner había llegado para ofrecer al Capitán Jackson lo que éste necesitaba: un buen perdedor en el ajedrez y un excelente compañero de charla.





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¿Qué tiene en esa caja, Padre? – preguntó uno de los cabos al sacerdote, una noche cuando los hombres se habían reunido alrededor del fuego.

Es un recuerdo que tengo de los años que trabajé en España – respondió Graubner con sus ojos oscuros brillando a la luz de las llamas, - es una guitarra.

¿De verdad?- inquirió el hombre con gran interés – ¿Y sabe usted cómo tocarla?

Por supuesto, cabo- se rió sofocadamente el sacerdote mientras sus manos abrían los seguros del estuche.

Entonces, toque algo para nosotros, Padre – solicitó un soldado raso sentado junto al fuego.

Sí, es una buena idea – replicó otro soldado – toque algo con buen ritmo.

El hombre barbado tomó el instrumento en sus manos y con soltura tocó una alegre melodía que toda la brigada disfrutó plenamente. Cuando hubo terminado los hombre aplaudieron con fuerza, complacidos tanto por la música como por la simpatía del sacerdote.



Eso estuvo muy bien, Padre – dijo un joven soldado raso que parecía menor de veinte años – debería de tocar con el sargento Grandchester alguno de estos días.

¡Seguro! – dijo burlonamente el primer cabo levantando los ojos al cielo en señal de incredulidad.

¿Quieren decir que el sargento Grandchester toca un instrumento también?

Bueno, sí – contestó el mismo cabo – pero nunca toca para nosotros como usted acaba de hacerlo. Ese hombre es un verdadero búho. Frecuentemente no duerme en toda la noche, lo he visto mientras estoy de guardia, se levanta a media noche y toca la armónica por horas.

Ya veo – replicó el cura.

Un tipo raro ese Grandchester – concluyó uno de los soldados rasos.

Sí, muy raro – respondieron otros dos hombres.



Candy estaba trabajando en el turno de la noche. Un gran número de hombres sufriendo de terribles quemaduras habían estado llegando desde el norte donde los alemanes atacaban Armentières. Era imposible encontrar un momento de descanso cuando todo lo que podía escucharse alrededor eran quejidos y gritos de dolor. Candy no tenía tiempo de escuchar el dolor de su propio corazón.

Con su característica energía la joven se dedicaba a sus pacientes, siempre dispuesta a iluminar sus horas, ya sea con una sonrisa, una palabra de aliento o simplemente con un oído atento que atendía a quien necesitaba ser escuchado.

Desde cierta distancia un par de ojos grises cuidaban a Candy con cariño, esperando silenciosamente por alguna señal que abriese las puertas al corazón de la joven. Pero la puerta estaba cerrada y la llave perdida en algún lugar de la retaguardia del Frente Occidental.



¡Candy! – susurró Yves haciendo una seña con su mano derecha - ¿Podrías venir?

Claro ¿Qué pasa? – preguntó la chica aproximándose al lugar donde Yves estaba de pie frente a una cama.

El joven descubrió una herida que estaba inspeccionando y mostró los detalles a la enfermera rubia cerca de él. No obstante, el doctor en él fue brevemente eclipsado por el hombre de carne y hueso y por un momento Yves se olvidó del pobre herido en la cama, mientras sus ojos deambulaban sobre los ricitos que se escapaban de la redecilla con la cual Candy sostenía sus cabellos en un rodete, luego los ojos del joven recorrieron el cuello de la muchacha preguntándose por el sabor de aquella piel cremosa y finalmente terminó su osado recorrido al borde del cuello redondo del uniforme blanco de la joven.



¿Yves? – Candy preguntó por segunda vez

¿Oui? – masculló él abruptamente, despertando de sus fantasías - ¡Ah sí! ¿Ves esta parte?- preguntó él apuntando a una sección de la herida.

Los ojos de Candy comprendieron el sentido de las palabras de Yves tan pronto como ella inspeccionó la herida del paciente y pudo percibir ese especial olor. Inmediatamente una sombra oscura cruzó por la mirada de la joven.



¿Qué vas a hacer? – se aventuró finalmente a preguntar, temiendo la respuesta que podía seguir.

Quiero que la irrigues por 24 horas – dijo él sonriendo suavemente mientras aspiraba la dulce fragancia de rosas que ella usaba – Si funcionó tan bien con Flammy, creo que debemos dar una oportunidad a esta herida ¿No crees?

¡Oh Yves! – la muchacha dejó escapar un gritito de alegría y siguiendo un impulso inocentemente abrazó a su amigo olvidándose de que el hombre junto a ella no estaba hecho de piedra. Fue sólo un gesto que no duró más que un par de segundos. Inmediatamente después, ella se apartó sin siquiera notar la confusión en el rostro del médico. Aquellas habían sido las mejores noticias que la muchacha había recibido en meses, de modo que estaba demasiado contenta como para darse cuenta de lo que uno solo de sus movimientos podía provocar en el joven.

¡Gracias por confiar en mí! – dijo ella con el rostro brillando de alegría - ¿Qué puedo hacer por ti?

Haz de nuevo lo que acabas de hacer – dijo él en un murmullo.

¿Perdón?- preguntó ella mientras se distraía en vendar la herida del paciente dormido.

Dije que no hay nada que agradecerme – mintió él – Ahora, si me disculpas, debo ver a mis otros pacientes en el pabellón contiguo – agregó él con un asentimiento de cabeza.

La joven agitó su mano en señal de despedida y un momento después se encontraba otra vez ocupada en su trabajo. Un dulce sonido de capanillas tintineó en su bolsillo y ella movió inconscientemente su mano para tomar el reloj que siempre llevaba consigo.



Son las 12 en punto – pensó cuando abrió la tapa del reloj. Inesperadamente un repentina tristeza inundó su corazón - ¿Qué es esto?- se preguntó poniendo una mano sobre su pecho- ¿Estás bien?

¡Por favor, Señor, protégelo! – dijo mientras se santiguaba.

Las penas que escondemos en el fondo del alma algunas veces salen a la superficie de nuestra realidad. Durante el día, la mente usualmente ocupa sus fuerzas en múltiples preocupaciones, pero cuando la noche llega y nos vemos liberados de los triviales detalles de la vida cotidiana, los sentimientos toman el control. Si somos parte de ese afortunado y pequeño grupo de seres en paz consigo mismos, no pasa mucho tiempo antes de que un sueño tranquilo se haga cargo de la situación. No obstante, para un gran número de personas la relajación que llega cada noche es solamente la infeliz oportunidad que arrastra a nuestras mentes inquietas hacia el reino del insomnio.

Ese había sido el caso de Terri desde su infancia. Él conocía bien el sabor de esas noches interminables durante las cuales los pensamientos más tristes le perseguían robándole el necesario reposo. Pensamientos sobre el padre distante, los días solitarios en el Colegio, la madre ausente, los insoportables hermanos menores o la temida duquesa angustiaban su mente en aquellos días lejanos. Después, su insomnio había sufrido un cambio inesperado y, en lugar de los resentimientos usuales, su mente comenzó a vagar por nuevas inquietudes acerca de los diferentes tonos de verde que se desplegaban en los ojos de una joven. Pero aún esas preocupaciones más placenteras se habían tornado angustiantes a través de los años . . .

El joven miró la luna de abril sobre su cabeza y dejó escapar un suspiro profundo de su pecho. Era la media noche y en el campamento solamente se escuchaba el callado rumor de dos soldados charlando en la distancia. El muchacho se sentó sobre un tronco mientras su mano derecha buscaba dentro de su bolsillo. Era una noche cálida y llena de estrellas.



¿Algún vez conseguiré dormir por una noche completa? – pensó él al tiempo que empezaba a tocar su armónica.

El ruido de unos pasos firmes acercándose a sus espaldas se perdió con los melancólicos sonidos de la melodía que el joven tocaba. Aquellos momentos de soledad, mientras sus labios acariciaban la plateada superficie arrancando notas del instrumento que era su más preciada posesión, eran los únicos instantes de paz en su intranquila existencia. Solamente cuando hubo terminado la última not se pudo dar cuenta de la presencia de un hombre junto a él.



¿Le es difícil dormir esta noche, sargento? – preguntó el Padre Graubner buscando un lugar para sí mismo en el tronco seco.

Aparentemente – replicó Terri sin mucho interés en comenzar una conversación.

Lo mismo me solía pasar, pero eso fue en otra vida que tuve – se rió el hombre sofocadamente.

¿Otra vida? – preguntó el joven confundido.

Sí sargento, - dijo el sacerdote – la historia de mi vida está dividida en dos partes diferentes, antes y después del viejo Armand ¿Le gustaría escuchar mi cuento?

Adelante Padre, estas noches son demasiado largas y una historia es siempre un buen remedio – respondió el joven ligeramente interesado. Aquel francés con apellido alemán siempre había intrigado a Terri.

Cuando tenía más o menos su edad, sargento – comenzó el cura – dejé Alemania donde crecí y vine a Francia a estudiar a París, pero en lugar de hacer eso, ocupé mi tiempo en todos los pasatiempos menos recomendables que pude encontrar. Usted debe imaginarse: mujeres, juego, malas compañías que solía llamar amigos y así por el estilo. Había perdido mi fe de la infancia y la vida me tenía desilusionado. Nada que encontraba parecía satisfacerme, ni siquiera el amor de una joven a quien no supe apreciar.

¿La amaba usted? - se atrevió Terri a preguntar, sus ojos brillaban con destellos azules en la quietud de la noche.

No creo que realmente la amara, sargento, - replicó el hombre con mirada entristecida – ella me rogó muchas veces que dejase mi loco estilo de vida, pero yo era demasiado orgulloso para reconocer mis errores. No quería rendir mi voluntad ante nadie, y por eso la dejé. Me temo que le rompí el corazón y ella no se lo merecía.

He escuchado esa historia antes – comentó Terri con aire distraído.

Sí, desafortunadamente ese es un drama que demasiados hombres hemos reproducido una y otra vez a lo largo de la historia, sargento – dijo el hombre suspirando – Yo continué con mi vida y ni siquiera me importó cuando ella se casó con otro. Estaba demasiado ocupado complaciéndome a mi mismo y no me lamenté de nada.

¿Y cómo fue que usted terminó siendo sacerdote? – preguntó Terri quien ya estaba atrapado en el relato de Graubner.

Una de esas noches mientras jugaba cartas en un bar, me metí en una pelea con alguien que era un mal perdedor. Al final, el tipo aquel me retó y yo tuve que aceptar el duelo.

¿Un duelo real?

Sí, sargento, un duelo real y estúpido. En aquellos días estaba muy de moda batirse, pero yo casi muero a causa de esa moda – dijo el cura con seriedad – Afortunadamente el Señor me dio una segunda oportunidad y sobreviví. Le puedo decir que el hecho de estar tan cerca del otro mundo me hizo darme cuenta de mi estupidez mucho mejor todos los sermones de mi padre.

Eso fue lo que lo motivó a tomar los hábitos, entonces – inquirió Terri.

Así es. Fue la experiencia más dura que jamás he vivido. Me miré a mi mismo como realmente era en aquellos momentos cuando creí que iba a morir, y no me gustó lo que vi. Por lo tanto, cuando comprendí que mi existencia no había terminado, prometí a Aquel que me había permitido conservar la vida, dedicarme a su servicio, y no he lamentado esa decisión un solo segundo de ésta, a la que yo llamo, mi segunda vida – terminó el hombre con una sonrisa detrás de su rostro barbado.

¿Está usted verdaderamente feliz con su vida, Padre? – preguntó Terri no muy seguro de las afirmaciones del sacerdote.

¿Por qué lo duda sargento? – preguntó Graubner.

Usted no parece encajar mucho con la imagen que yo tengo de un sacerdote. Espero que no le moleste, Padre, pero esa es la manera en que pienso – recalcó Terri sin rodeos.

El sacerdote irrumpió en carcajadas ante el comentario del joven.



Bueno, jovencito – comenzó Graubner a decir mientras aun temblaba por las carcajadas - ¿Podría explicarme primero cuál es la imagen de un sacerdote que usted tiene?

Entonces fue el turno de Terri para reírse ligeramente.



Verá, Padre – dijo Terri – pasé toda mi infancia y parte de mi adolescencia en un internado católico.

¿De verdad? – interrumpió el cura sorprendido – Esa debió haber sido una experiencia espantosa, entonces – repuso el hombre sonriendo y Terri le regresó la sonrisa, divertido ante la paradoja de un sacerdote que tenía tan mala opinión sobre la educación religiosa.

Eso es justamente lo que quiero decir, Padre – continuó Terri – no se supone que usted diga que estudiar en una escuela religiosa es “espantoso”

¿Y no fue así? – preguntó el hombre levantando las cejas.

Bueno, de hecho sí – admitió Terri – fue espantoso . . . excepto por una cosa. Pero no quiero hablar de ello ahora – balbuceó, pero luego con renovadas fuerzas continuó – Aún así, usted no es precisamente como los sacerdotes y monjas en aquella escuela. Recuerdo que el otro día usted incluso se rehusó a confesar al Teniente Harris cuando él se lo pidió ¿ No se supone que ustedes los sacerdotes deben de hacerlo cada vez que un creyente lo solicite?

Déjeme explicarle este asunto, sargento – contestó el hombre – yo no creo que este acto de la confesión deba efectuarse entre dos completos extraños. Yo prefiero construir una relación con las personas y después uno pude avanzar hacía cosas más difíciles.

No creo que sus superiores miren su postura con mucha alegría – sugirió Terri.

Nunca lo han hecho, pero usualmente no les pongo mucha atención – admitió el sacerdote con una sonrisita burlona – por eso es que yo estoy aquí platicando con usted en la media noche y ellos están en el Vaticano durmiendo en sábanas de seda.

¡Usted es un rebelde, Padre! – sonrió Terri.

Algunos dicen eso, sargento – aceptó el hombre mirando al cielo estrellado.

Los días transcurrían lentamente, una mañana precediendo a la siguiente sobre el impasible río Sena. La nieve se había derretido rindiéndose ante el sol primaveral, y en el Jardín de las Tullerías las flores empezaban a brotar como si en el Norte del país no hubiese ni guerra, ni tribulación alguna. En las largas avenidas de París los vendedores ambulantes ofrecían esas florecillas blancas que los parisinos llaman “muguets”, con la forma de diminutas campanitas y un suave aroma dulzón. Siguiendo una vieja tradición de primavera la gente se regalaba ramilletes de “mugets” envueltos en brillantes hojas de papel celofán como muestra de amistad. Sin embargo, el aparente optimismo era frágil, siempre ensombrecido por el fantasma de la guerra y la amenaza de la poderosa ofensiva alemana. ¿Podrían los Aliados resistir la arremetida del enemigo y mantenerlo lejos de la ciudad más hermosa del mundo?

Cada semana, los periódicos publicaban una lista que muchas personas solían leer con ansiedad mezclada con miedo. Miles de ojos femeninos devoraban la lista con preocupación y a veces, después de esa inspección, sus bocas dejaban escapar un suspiro de alivio. Algunas otras ocasiones la escena no era tan afortunada. Julienne era una más de esas mujeres que corrían al puesto de periódicos cada viernes por la mañana para revisar desesperadamente dicha la lista. Siempre diciendo una plegaria silenciosa, esperaba no encontrar incluido el nombre de su esposo en el reporte semanal de las bajas militares.

Aquella mañana de abril Julienne tomó el periódico con manos temblorosas y una vez más agradeció al Cielo cuando no pudo hallar el nombre de Gerard en la lista. Inmediatamente después pasó las páginas con rapidez, tratando de encontrar noticias sobre los movimientos de los Aliados. No había mucho que decir. Los británicos aún resistían en Armentières. La joven de cabellos oscuros dobló entonces el diario y caminó de regreso al hospital.

Se escabulló a través de los corredores con paso distraído hasta que llegó al cuarto que compartían Candy y Flammy. La puerta estaba semiabierta y se sintió tentada a saludar a sus amigas.



Bonjour – sonrió – Ça va?

Oui, ça va – invitó la voz cantarina de Candy.

Flammy, quien ya se encontraba totalmente recobrada de su fractura, estaba de servicio en ese momento, así que la rubia estaba sola en la habitación. Dos novedades en el modesto cuarto captaron al acto la atención de Julienne. Una era el bouquet de “muguets” más grande que sus ojos habían visto jamás, y otra era un gran paquete que descansaba sobre la cama de Candy.

Candy reconoció la chispa de curiosidad femenina en su amiga y se sonrió divertida por la situación.



Esas me las mandó Yves – dijo la rubia con un suspiro de resignación apuntando a las florecillas que invadían el lugar con su fragancia.

¿Y la caja es . . .? – especuló Julienne con ojos titilantes.

¡¡De AMÉRICA!! – replicó Candy con una sonrisa que podía haber iluminado la noche más oscura – viene de Chicago ¿Quieres ver lo que tiene?

Bien sure, ma chère amie! – respondió Julienne sentándose sobre la cama cerca de Candy.

La más joven de las dos mujeres abrió el paquete con dedos trémulos, rasgando el papel que cubría la blanca caja rectangular. Pegada sobre la caja había una nota escrita con elegantes caracteres que Candy reconoció como la letra de la Srita. Pony. La joven leyó el contenido de la carta en voz alta para que Julienne pudiese enterarse de las nuevas.



Nuestra querida niña:

Tu cumpleaños llegará pronto y la Hermana María y yo queríamos regalarte algo especial para tu vigésimo aniversario. Nos has dado tantas alegrías desde la primera vez que entraste a nuestra humilde casa, que no podíamos dejar pasar esta ocasión sin hacerte saber que a pesar de la distancia nuestros corazones están contigo.

Tal vez encontrarás este regalo un tanto inusual, pero la Hermana María insistió y he aprendido a seguir sus instintos, los cuales rara vez yerran. No te preocupes por nuestros bolsillos porque fue nuestra noble Annie quien pagó por todo, nosotras fuimos solamente las cómplices que trazaron la idea original de este plan.

Esperamos que disfrutes tu regalo y que tengas un maravilloso cumpleaños.

Con amor

Tus dos madres.



Inmediatamente las dos mujeres se apresuraron a abrir la caja y ambas jadearon de asombro al unísono, sorprendidas por la vista de dos vestidos deslumbrantes. Uno era un rico traje de noche, hecho de seda verde esmeralda con oscuro encaje suizo y un escote muy atrevido. El otro era un vestido para el día, en un blanco impecable, de organdí y lino con mangas de globo y un cuello en forma de corazón.



¡Ay querida, son hermosos! – exclamó Julienne en el más grande pasmo porque ella no estaba tan acostumbrada como Candy a ver ropas tan elegantes. Por el contrario, la rubia estaba intrigada por la idea de la Hermana María.

¿Por qué me enviarían algo así? – dijo ella aún confundida.

Para darte una alegría, por supuesto – respondió Julienne deleitándose en el traje verde - ¿No ves cómo este vestido va con el color de tus ojos?

¿Pero cuándo voy a tener la oportunidad de ponerme estos vestidos aquí? ¿Acaso los voy a usar en el hospital ambulante? – se burló la joven y las dos mujeres se rieron mucho con la idea.

El elemento sorpresa ha sido siempre la mejor arma ofensiva y el General Ludendorff lo sabía bien. El mariscal alemán decidió atacar un punto que los Aliados habían descuidado, “El Camino de las Damas”, una carretera que bordeaba el río Aisne entre las ciudades de Soissons y Reims. Aún cuando el Servicio de Inteligencia Americano había advertido a Foch acerca de esta posibilidad, éste no había prestado atención a tal información. Cuando los ejércitos francés y británico se dieron cuenta finalmente de que los alemanes verdaderamente atacarían “El Camino de las Damas” trataron de movilizar sus fuerzas desde el Norte, pero era obvio que no podrían llegar a tiempo.

El 27 de mayo los alemanes atacaron de lleno usando una poderosa ofensiva en la cual participaron 17 divisiones en el frente y 13 en la retaguardia. El objetivo era distraer a los Aliados y forzarlos a moverse hacia el río Aisne. Luego, cuando los Aliados se movilizaran hacia el Sur, la Triple Entente comenzaría otra ofensiva en Flandes. Con esta estratagema, Ludendorff pensó que sería muy sencillo vencer a las debilitadas fuerzas británicas. A pesar de lo anterior, la ofensiva sobre “El Camino de las Damas” fue tan exitosa que Ludendorff se engolosinó con la sensación de victoria y cambió sus planes. Decidió continuar la ofensiva en la misma dirección en lugar de replegarse hacia el Norte, y de ese modo los alemanes marcharon hacia París. En tres días la Triple Entente había llegado hasta el río Marnes, a escasos 60 kilómetros de la capital francesa.

A estas alturas de los acontecimientos, el ejército francés solicitó ayuda al Comandante General de la Fuerza Expedicionaria Americana, John J. Pershing, quien accedió a enviar tropas frescas a la región. Por lo tanto, en una misión casi suicida, dos de las divisiones norteamericanas, la Segunda y la Tercera, fueron enviadas hacia el sur, recorriendo unos 175 kilómetros, movilizándose en trenes y camiones para resistir el ataque del ejército alemán en la heroica Segunda Batalla del río Marnes.

El Capitán Duncan Jackson estaba comiendo el almuerzo cuando recibió la noticia. Después de una larga espera de un año para entrar en acción, finalmente recibían órdenes para movilizarse. No obstante, los instintos de Jackson le decían que ese inesperado desplazamiento era extremadamente peligroso. Se había imaginado que la Segunda División sería enviada a Verdún para apoyar al ejército francés, pero desplazarse hacia el Sur no le parecía muy lógico, a menos que él y sus hombre estuvieran siendo usados en un intento desesperado por detener a los alemanes. Si esto último era cierto, entonces significaba que estarían solos. La F. E. A. en contra del águila alemana y nada más. Jackson era un soldado y había aprendido a seguir órdenes, no a discutirlas. Así que obedeció como le habían enseñado a hacer en West Point, sabiendo bien que ésa podría ser una misión a la cual muchos de sus hombres, tal vez él mismo, no sobrevivirían.

Por su parte, cuando el padre Graubner supo sobre el destino que seguiría la Segunda División, sintió un dolor pernicioso en el pecho. El hombre temía por su corazón pero algo dentro de él le decía que tenía una misión por cumplir en el Río Marnes y no mencionó una palabra sobre su problema. A pesar de ello, el suspicaz Doctor Norton siguió los movimientos del sacerdote con mucho cuidado.

Para Terrence Granchester las nuevas no eran ni sorprendentes, ni preocupantes, él había ido a Francia para encontrar significado para una existencia que él creía sin sentido, y si en esta empresa tenía que morir, no podía importarle menos. Aquellos que creen no tener nada que perder frecuentemente menosprecian el don de la vida. Hubiera pensado de diferente manera si hubiese visto cómo una joven en París se estremeció cuando escuchó que el ejército norteamericano había sido enviado para detener al enemigo.





¿Alguna vez ha estado usted en una batalla, Padre? – preguntó el soldado Peterson durante el viaje a Château Thierry, el joven tenía solamente 18 años y estaba ansioso de ver un combate real.

Sí, jovencito, así es – contestó Graubner con un suspiro.

¿Dónde exactamente? – preguntó Peterson con ojos brillantes y visiblemente interesado.

En Italia, hace siete años, en la guerra contra los Turcos, y también en África. Después de eso he estado trabajando en diferentes sectores del Frente Occidental desde que se inició esta guerra – replicó el hombre sin mucho entusiasmo.

¿Cómo es, Padre? – inquirió el joven Peterson.

¿Por qué indagas sobre algo que estás a punto de enfrentar, Peterson? – preguntó una tercera voz con tono profundo – Deja que tu destino te alcance. Llegará a la cita que tiene contigo de cualquier forma – terminó Terri poniéndose de pie para estirar las piernas caminando a lo largo del reducido espacio que quedaba libre en el vagón.

El joven levantó sus ojos de un azul verdoso hacia el cielo que podía contemplarse a través de la ventanilla del tren. Realmente no importaba la estación del año. Ya fuese una noche nevada o una brillante mañana de primavera como aquella, cualquier día, o sonido o sonrisa era suficiente para inspirar a su memoria para jugarle trucos sucios en los que él siempre perdía. Pero hay memorias muy dolorosos de recordar y por lo tanto los combatimos con fuerza. Cuando estaba a punto de admitir su derrota en aquella lucha mental un gran mano tocó su hombro.



Gracias por salvarme de narrar una historia que yo no estaba muy dispuesto a relatar - dijo el Padre Graubner con una sonrisa.

De nada, Padre – contestó Terri agradecido de que el sacerdote lo hubiese rescatado de los pensamientos que lo traicionaban – Me di cuenta que lo que usted puede decirnos no es un cuento muy apropiado para aquellos que van a enfrentar la acción. No queremos asustar al joven Peterson ¿No es así?

Usted habla como si fuese considerablemente más viejo que Peterson –señaló Graubner.

Bueno, ciertamente no son tan viejo – replicó Terri encogiendo los hombros. Tengo veintiún años.

Luego entonces, sargento – inquirió el cura - ¿Puedo preguntarle qué es eso que nubla su vida cuando su sola juventud debería ser razón suficiente para iluminarla?

La pregunta tomó a Terri por sorpresa. Sin embargo, el joven inmediatamente sintió que su preciada privacidad había sido invadida, así que reaccionó a la defensiva como estaba acostumbrado.



Cada hombre tiene sus propios tumultos internos sin importar la edad, pero los míos no son de su incumbencia, Padre – replicó él con ojos endurecidos.

Graubner había sido sacerdote por casi treinta años, por lo tanto la respuesta grosera de Terri no era suficiente como para hacerle desistir tan fácilmente.



Lamento mucho haberme inmiscuido en esos asuntos personales que usted obviamente prefiere guardar para sí mismo, sargento – se disculpó el hombre – No obstante, si alguna vez se siente en necesidad de hablar de ello, puede confiar en mi – concluyó el hombre dejando a Terri solo con sus pensamientos



El célebre fabulista Jean de la Fontaine nació en Château-Thierry, una pequeña población cerca de las riveras de los ríos Marnes y Sena, no muy lejos de París. En aquella zona, en el corazón de la región de Champaña, rodeada de un famoso castillo del siglo XII y un antiguo bosque, el ejército norteamericano encontró su destino.

La Segunda División llegó a Château- Thierry para la media noche del día 31 de mayo. Tan pronto como los hombres dejaron el tren no tuvieron otro minuto más de descanso. Fue entonces cuando Terri agradeció el haber recibido un entrenamiento tal largo. De no haber tenido esa oportunidad antes, no hubiese podido enfrentar la frenética construcción de barricadas y la excavación de las trincheras a lo largo de la carretera que va de Château-Thierry hasta París. Con una eficiencia asombrosa la escena estuvo preparada y lista para el día 2 de junio.

Los alemanes habían atacado otro sector con el propósito de cruzar el río Marnes pero la Tercera División los detuvo repetidas veces durantes los días 1, 2 y 3 de junio. Como no pudieron tener éxito en ese intento, Ludendorff decidió moverse hacia el Oeste de Château-Thierry. Los alemanes no sabían que la Segunda División estaba esperándolos en esa dirección.

La noche del 3 de junio fue larga y angustiosa. Como si fuese una mala señal, el joven soldado Peterson se enfermó inesperadamente. Un repentino dolor agudo en el abdomen seguido de vómito y fiebre lo atacó fieramente. El doctor Norton diagnosticó peritonitis y aún cuando el galeno trató de hacer lo mejor que podía para salvar al joven, Peterson murió en los brazos del Padre Graubner antes del ocaso.



Eso es algo que aún no entiendo – masculló Graubner sentándose cerca de Terri en la trinchera de reserva después del rápido entierro de Peterson.

Tampoco yo, Padre – respondió Terri con voz enronquecida – Este chico estaba tan lleno de entusiasmo. ¿Recuerda cuán ansiosos estaba de ver una batalla? También estaba esperando impacientemente por la primera oportunidad que se nos presentara de visitar París. Ninguno de esos deseos se le cumplió.

Sí, sargento. Muy seguido la vida no parece muy justa ante nuestros ojos.- señaló el hombre – Jóvenes enamorados de la vida mueren mientras que . . .

Aquellos que merecerían morir quedan con vida – dijo Terri terminando la frase con acento amargo.

Graubner miró al joven con asombro. Dudó por un segundo, sin saber si debía preguntar otra vez o dejar pasar aquella nueva ocasión. Por fin, se decidió a hablar.



¿Qué le hace pensar que usted no merece vivir, sargento? Preguntó él.

Si Terri no hubiese estado tan conmocionado por la muerte de Peterson, agotado por dos días de cavar sin descanso y naturalmente temeroso por el eminente peligro que estaba a punto de enfrentar, seguramente hubiese contestado hoscamente una vez más. Pero no parecía tener mucho sentido guardar los secretos íntimos cuando probablemente moriría a la mañana siguiente. El joven alzó sus brazos para colocar las manos detrás de la nuca y con voz baja dijo simplemente.



¡Ay Padre, se trata de una mujer!

Sigue, hijo, no tengo nada que hacer más que escucharte – dijo el cura y con oído atento escuchó la historia de Terri en detalle. Con la descriptiva narración del joven Graubner conoció a los diversos personajes y eventos en la vida del muchacho. Identificó a la madre abandonada, al padre manipulado por su propia ambición, al niño solitario que creció para convertirse en el adolescente rebelde, al amor inolvidable, los giros del destino, la culpabilidad, la intriga, la fatalidad y el último encuentro. Durante el par de horas que duró el relato, Graubner comprendió las razones que hacían a aquel joven el hombre tan sombrío que el cura tenía frente de sí, pero el sacerdote fue también capaz de ver un panorama más claro que Terri no podía percibir.

Cuando Terri hubo terminado de contar su historia, bajó la cabeza en la oscuridad de la trinchera descansando sus codos sobre sus rodillas.



Ahora bien, Padre – preguntó el joven – ¿No cree usted que yo mismo arruiné mi existencia con mis propias manos?

Graubner se rascó la nuca y levantó la ceja izquierda buscando la respuesta apropiada para semejante pregunta.



Bien sargento, - comenzó – creo que usted cometió unos cuantos errores, sí, pero de ahí a haber arruinado todo, existe una gran diferencia.- afirmó el hombre frente a un Terrence muy sorprendido.

¡Sea franco, Padre! ¡Se que soy una verdadera desgracia! – exclamó el joven con vehemencia.

¿Está usted interesado en mi opinión o solamente quiere que repita lo que usted piensa? - preguntó el sacerdote con firmeza.

Me. . .me gustaría saber lo que usted piensa – admitió el joven.

Entonces tendrá que oírme por un rato y espero que no me interrumpa mientras hablo, hijo – replicó el hombre con un tono serio inusual en él. Terri solamente asintió con la cabeza aceptando la condición.

Primero que nada – comenzó el hombre – debo decirle que la decisión que hizo al ofrecer matrimonio a una mujer que no amaba fue ciertamente un gran error. El matrimonio es un estado sagrado y solamente el amor debe llevar a la gente a hacer esa clase de juramentos. Ningún sacrificio que esa joven pudiese haber hecho por usted justificaba la resolución que casi los hizo entrar en el matrimonio de un modo tan irrespetuoso, esto es, contradiciendo sus principios básicos. Se que puedo sonar duro y tal vez no muy cercano a lo que otros colegas míos le hubiesen dicho, pero yo francamente pienso que esas ideas del supuesto “deber” y “honor” que usted siguió son parte de la basura ideológica que heredamos del siglo pasado. Espero que algún día nos deshagamos de ella y desarrollemos un tipo de moral, basada en la comprensión, el amor y el mutuo entendimiento.

Nunca he estado casado, pero he trabajado para un amo aún más exigente que el matrimonio por casi 30 años. Durante ese tiempo mi orgullo ha luchado inmensamente. Sin embargo, he tomado todo ese dolor con alegría porque amo a mi Señor y él me corresponde con un amor aún mayor. El matrimonio es algo similar ¿Hubiera podido usted honrar a su esposa, rendir su egoísmo y conquistar los propios demonios por una mujer que no amaba? ¡Un verdadero matrimonio no es una máscara teatral que puede usar por un rato para después dejarla botada después de la función!

El matrimonio es un estado de vida. No hay forma en que usted hubiese podido tener éxito en semejante empresa, especialmente cuando su mente intentaba olvidar aquello a lo que su corazón se negaba a renunciar. Sin embargo, no puedo dejar recaer toda la falta en usted. Es claro que su prometida y su madre tuvieron parte de la culpa. El sufrimiento que vivió su prometida fue solamente el resultado de los propios errores de ella. Me consuela, al menos, que ella reconoció su error al final, por el bien de su alma. Por otra parta, en esta historia, me temo que su antigua novia, sargento, terminó siendo la víctima directa de la situación.

Ahora bien, hijo, espero que usted entienda que cometer errores es una seña de que somos seres humanos, todos nos equivocamos y es muy arrogante el pensar que podemos ser excluidos de tal pena. Hacemos decisiones, algunas de ellas funcionan, otras no. Disfrutamos de los beneficios de nuestras decisiones exitosas y sufrimos las consecuencias de nuestras resoluciones erradas. Pero aún cuando esas consecuencias duelan debemos seguir hacia delante, tenemos que progresar y perdonarnos a nosotros mismos por esos errores que dejamos atrás. ¡Sí! Se supone que debemos recordar la lección y madurar a través de ella, pero Dios no creó al hombre para desperdiciar toda su vida en arrepentimientos amargos.

¿No cree usted que ha sido ya suficientemente altanero al juzgarse tan duramente? El Dios en quien yo creo perdonó cada uno de sus pecados antes de que usted naciera, hijo. ¿Cómo se atreve usted a no perdonarse a sí mismo? ¡Esa es la peor de todas las herejías! Muévase, muévase y conquiste el resto de su vida con valor ¡Como un hombre! Es más, como yo veo las cosas, la vida le está dando una oportunidad preciosa ¡y usted es tan estúpido – perdóneme mi sinceridad – que no se da cuenta de ello!

Quisiera poder verlo como usted, Padre – ¡Para mí todo ya está perdido! Insistió Terri, aún abrumado por el discurso del sacerdote.

¡Eso es porque usted no abre lo ojos! – dijo el hombre con vehemencia – Esta mujer que usted ama no está ni casada ni comprometida ¿Qué más está usted esperando, muchacho? ¡Por el amor de Dios!

Pero . . .- balbuceó Terri.

Nada de ‘peros’, sargento – replicó Graubner – ¡No me va decir que no se atrevería a luchar en contra de mil doctores para ganar a su dama cuando está dispuesto a enfrentar a los alemanes mañana por la mañana!

Sinceramente, ¿usted cree . .?

¡Hijo mío! En la guerra y en el amor . . .- las palabras de Graubner fueron súbitamente interrumpidas por un grito en la oscuridad.

¡¡ESTÁN AQUÍ!! ¡¡EL ENEMIGO ESTÁ AQUÍ!! ¡¡TODOS A SUS PUESTOS!!- gritaba un soldado raso que corría por la trinchera de reserva comunicando la orden.

Ambos hombres se pusieron de pie y se miraron el uno al otro sabiendo que el momento había llegado. Terri extendió su mano y Graubner la estrechó fuertemente.



Padre, gracias por su comprensión – dijo el joven roncamente – Es una pena que no lo haya conocido antes – afirmó él con triste acento y después de una breve pausa añadió – Ahora debo asistir a una cita previamente concertada en la trinchera de fuego – concluyó y soltando la mano de Graubner, se alejó.

¡Terrence! – gritó el sacerdote usando el nombre de pila del joven por primera vez, antes de que su figura desapareciera en la obscura trinchera de comunicaciones.

Grandchester se detuvo y volvió su rostro lentamente para mirar a Graubner desde lejos.



¡Luche para detener esta locura y muera si es necesario porque estar convencido de esta causa, pero no busque la muerte para escapar de la batalla de la vida. ¡Recuerde esto: siempre hay esperanza mientras estamos vivos!

Terri asintió y saludó al sacerdote llevándose la mano derecha a las sienes. Enseguida, sin decir más palabras, el joven giro sobre sus talones y desapareció en las tinieblas, corriendo al lado de muchos otros hombres.





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La mañana del 2 de junio un nuevo equipo médico fue designado para trabajar en el hospital ambulante y Flammy Hamilton fue nombrada para tomar parte en la misión. Candy buscó una y otra vez en la lista, tratando de encontrar su propio nombre pero no había sido incluida. El grupo había sido asignado a Château-Thierry y Candy sabía que el ejército americano estaba ya luchando allá desde el día anterior. Sin poder pensar con lucidez la joven corrió por los pasillos del hospital en dirección de la oficina del director.



Quiero ver al Mayor Vouillard - dijo ella con brusquedad al secretario de la recepción.

Excusez-moi mademoiselle, Ms Le Directeur ne peux pas la voir maintenant – dijo el hombre vestido con un uniforme de sargento. (Disculpe señorita, pero el Sr. Director no puede recibirla ahora)

¡Dije que vería al director y justamente eso voy a hacer! – respondió ella moviéndose rápido en dirección de la puerta y entrando en la oficina antes de que el sargento pudiese detenerla

Vouillard estaba leyendo algunos papeles cuando fue abruptamente interrumpido por la intempestiva entrada de la rubia. El hombre reconoció a Candy a través de sus gafas inmediatamente.



Siento interrumpirlo, señor – se disculpó Candy con un asentimiento de cabeza – pero necesitaba hablarle sobre un asunto importante.

Vuoillard hizo una seña a su preocupado asistente quien había seguido a Candy hasta la oficina y estaba tratando de empezar a explicar el incidente, pero fue detenido en seco por el movimiento de Vouillard. El hombre comprendió y simplemente dejó a Vouillard solo con la muchacha.



Adelante Srta. Andley – dijo el hombre dejando a un lado los papeles que tenía en su mano – y tome asiento – ofreció él.

Estoy bien de pie, señor – replicó la joven – estoy aquí porque vi que un nuevo equipo médico será enviado a Château- Thierry esta tarde y aún cuando no fui incluída quiero ofrecerme como voluntaria, señor . . .

El grupo está completo. – interrumpió Vouillard con tono directo – Usted es una enfermera quirúrgica valiosa y con el campo de batalla tan cerca necesitaremos de manos calificadas tanto aquí como en el hospital ambulante.

Pero señor – insistió ella llevada por una fuerte necesidad enraizada en las profundidades de su corazón – pienso que sería de más ayuda allá.

Señorita Andley, – dijo Vouillard secamente – creo que ya le expliqué las razones que tenemos para retenerla aquí. Ahora, si no tiene nada más que decir, apreciaría mucho que saliera para continuar con sus deberes y me dejara a mi terminar los mío.

Candy bajó la cabeza pero aun una fuerza interior le dio el coraje para un último intento.



Señor, debo insistir, yo debería ser nombrada para. . .

¡SEÑORITA Andley! – gritó el hombre visiblemente molesto esta vez – Este es el ejército y aquí seguimos las órdenes de nuestros superiores, jamás las discutimos. Yo tengo mis órdenes y usted las suyas. ¡Puede retirarse!- concluyó.

Candy jadeó de asombro, pero viendo que no había ya más caso para intentar una tercera vez, salió de la oficina silenciosamente. Cuando ella hubo salido Vouillard levantó los ojos al cielo y dio un suspiro de alivio.



No voy a ser degradado sólo porque no supe cómo cuidar de esta americanita que parece tan importante para el General Foch – pensó – ¡ Ay señor Andley! ¡Si yo tuviese una hija como la suya no sabría si sentirme orgulloso o temblar de miedo!

Era 4 de junio. El bombardeo alemán no duró mucho, el enemigo estaba desesperado por continuar su camino hacia París, así que un combate cuerpo a cuerpo era inevitable. La marina, la fuerza aérea, la artillería son siempre las armas militares que abren el camino hacia un conquista, pero es solamente a través de la infantería que el terreno puede reclamarse.

No hay experiencia que pueda compararse en sus horrores e indignidad a aquella de los hombres matándose unos a otros, sin ninguna razón más que nuestra incapacidad de arreglar nuestros problemas de un modo más racional. No hay nada que pueda competir con el rugido de los cañones rasgando en dos la quietud de la mañana, el calor del fuego abierto por miles de ametralladoras invadiendo el aire primaveral, las llamas devoradoras de cada explosión que consumen sin misericordia la frágil piel de los padres, esposos, amantes e hijos. Ninguna mente humana podría soportar esa vista apocalíptica sin ser conmovida hasta los tuétanos.

Pero para Terrence Grandchester lo peor de toda aquella pesadilla de la vida real era la súbita comprensión del poder asesino de sus propias manos. Las mismas manos que podían crear, trabajar honestamente, ayudar . . . y acariciar la tersa mejilla de una joven dormida . . .podían ser también el sostén criminal de una ametralladora que destruía a hombres como él, en frente de sus ojos, mientras su rostro podía sentir la calidez de la sangre del enemigo salpicando su cara y uniforme. No hay forma en que un hombre puede estar realmente preparado para tal tragedia.

En medio del combate, mientras él seguía automáticamente sus instintos, su mente luchaba otra batalla tratando de encontrar sentido en aquella “locura” como la había llamado el Padre Graubner. Terri se había enrolado para hacer algo útil con su vida, pero en aquel momento, por breves segundos, se preguntó dónde estaba la razón de aquella aberración. Se debatió en sus pensamientos por algún tiempo, pero luego, como si una súbita comprensión hubiese irrumpido en su cabeza, encontró una razón para mantenerse en pie y combatir: la mujer que amaba estaba a sólo 60 kilómetros de aquel lugar del mundo, y él no iba a permitir que su preciosa vida fuese puesta en riesgo bajo ninguna circunstancia. Así fue como el joven tocó el fondo de la primigenia esencia de la guerra. Tal vez era una justificación muy cuestionable, pero eso fue suficiente para forzarlo a mantenerse vivo y atacar.

La batalla duró horas que Terri no pudo contar. Los alemanes estaban luchando con fiereza pero a veces se les notaba ya cansados. No obstante, la artillería estaba causando problemas en ciertos sectores. Desde la posición de Jackson, atrincherado detrás de un gran árbol, a la orilla de la carretera, el hombre pudo ver cómo un grupo de alemanes habían conseguido colocar dos cañones en una casa abandonada. El fuego de los cañones estaba causando problemas y no les permitía avanzar.



Necesito un pequeño grupo de voluntarios que alcancen ese punto y maten a esos hijos de perra con ese maldito cañón, antes de que ellos nos maten a nosotros – ordenó.

Cuente conmigo – dijo Newman, un soldado raso de unos treinta años.

Y conmigo – replicó Terri.

Pronto otros tres hombres más también se ofrecieron voluntariamente . Jackson explicó sus órdenes a los cinco hombres.



Dos de nosotros vamos a abrir fuego desde el bosque, pero siempre moviéndonos entre los árboles para que ellos no sepan con seguridad dónde estamos. Mientras tanto los otros cuatro darán un rodeo por el flanco izquierdo y tratarán de aproximarse a las ruinas de la casa, lo suficientemente cerca como para que los frían con granadas de mano ¿Está claro? – preguntó el capitán.

Muy claro, señor - dijo Newman. El resto solamente asintió con la cabeza.

Jackson y un cabo permanecieron en el bosque y comenzaron a abrir fuego mientras Grandchester, Newman, el soldado Carson y el cabo Lewis trataban de correr, casi jugando a las escondidas detrás de cada objeto que se encontraban y que les podía servir de parapeto contra el fuego. La idea era muy arriesgada, todos sabían que podía ser la última cosa que hicieran en la vida, pero también podían morir instantes más tarde si no detenían esos cañones.



¿Crees que saldremos de esta, Newman? – preguntó Carson jadeante.

No sé tú, amigo – contestó el hombre con una sonrisa burlona- pero yo tengo tres hijos y una esposa allá en casa. Tengo que vivir por ellos.

Los cuatro hombres se movían lentamente pero sin parar. Brincando del refugio de una roca hacia un árbol y luego hacia otra roca. Parecía que el ruido que Jackson y el otro hombre estaban haciendo estaba distrayendo a los alemanes efectivamente. Aún así, tenían que apresurarse porque tarde o temprano los cañones podían alcanzar a los hombres escondidos en el bosque. Continuaron moviéndose cuando uno de los alemanes advirtió los movimientos torpes de Lewis y terminó por acribillarlo. Los otros tres hombres lograron esconderse a tiempo. Desafortunadamente, al soldado alemán no bajó la guardia y mantuvo un ojo avizor en el horizonte. Terri hizo una seña a sus hombres. No podían acercarse más, así que era hora de aventar las granadas. El primero en intentarlo fue Carson porque estaba más cerca. El joven estaba prácticamente temblando como una gelatina y cuando llegó su turno de preparar la granada sus movimientos fueron demasiado lentos, mientras que el soldado alemán fue más rápido y terminó por matarlo antes de que Carson pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando.

Solamente Grandchester y Newman quedaban vivos. Un solo soldado había matado a dos de ellos mientras que los otros alemanes estaban ocupados operando los cañones. Había mucho ruido alrededor. Antes de hacer otro movimiento tenían que librarse de aquel soldado. Entonces Terri hizo una seña con los ojos nuevamente y Newman lo entendió fácilmente, el hombre se acercó a recibir órdenes.



Uno de nosotros tiene que distraerlo – susurró Terri – el otro debe ser lo suficientemente rápido como para volar a ese maldito hijo de perra antes de que pueda moverse. Con todo el ruido que hay tal vez ni siquiera lo noten sus compañeros.

Yo seré quien los distraiga, señor – sugirió Newman.

No, eres mejor tirador que yo – objetó Terri – además, yo no tengo una esposa y tres hijos.

Newman sólo sonrió y saludó a su superior mientras empezaba a moverse.

Con una rápida carrera Terri se hizo visible ante el soldado alemán y esté empezó a atacarle. Uno, dos, tres, cuatro, cinco disparos, pero antes de que aparentemente pudiese hacer daño, el rápido gatillo de Newman dio en el blanco justo en la frente del joven alemán.



¡Esa fue por ti Carson! – susurró el hombre.

Esta ocasión los hombres no perdieron tiempo usando las granadas que tenían y arrojándolas con fuerza hacia la improvisada barricada alemana. La explosión fue efectiva y pronto una gran columna de fuego consumía las ruinas y a los hombres dentro de ellas.

Newman y Grandchester se sentaron por un rato mirando las llamas y escuchando los gritos

desvanecidos de los hombres que morían dentro de la casa.



No me gustaría que ninguno de mis hijos viera u oyera jamás una escena como esta – dijo Newman restregándose su ennegrecida frente con la mano izquierda.

Terry solamente asintió en silencio. Los gritos que venían de la casa le taladraban los oídos y le cercenaban el alma. ¿Habían sido felices aquellos hombres? ¿Qué pasaría con sus familias ahora que ellos habían muerto? Por un segundo el pensó que, bajo tales condiciones de peligro, era mejor no tener una familia por la cual preocuparse. Si él tenía que morir, podía hacerlo libremente, y aún llegó a pensar que al final de todo, su vida no había sido un fracaso total, en última instancia. Repentinamente él se sorprendió a sí mismo mientras su mente divagaba en los rincones dorados de su memoria.

Los dos hombres se unieron a su pelotón y continuaron la avanzada bajo las ametralladoras alemanas. A pesar del clamor general, la espantosa vista de los hombres mutilados, o la constante necesidad de seguir asesinando, el desesperado latir del corazón de Terri parecía haber reducido su golpeteo, sumiendo al joven en un paradójico estado de quietud, un inusual estado de tranquilidad.



No todo fue tan malo, - pensó – atesoro maravillosos recuerdos.

Una vez más la sangre de su oponente manchó sus labios pero él no lo sintió porque voces lejanas llenaban el aire con las sombras del pasado en una secuencia desordenada.





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¡Cuántas pecas! ¡Estás toda cubierta de ellas!

¡Lo siento mucho! ¡Pero la verdad es que me gustan mucho mis pecas, tanto que estoy pensando en la manera de cómo conseguir más!

¡Vaya, vaya! Y seguramente te sientes también muy orgullosa de tu naricita.

¡Por supuesto!







Por eso no podré asistir al Festival de Mayo.

¿Cómo? ¡¿No irás?!

Creo que hubiese sido muy divertido, habrá muchas flores, baile y dulces...

¡Sin mencionar esos grandes pasteles!



¿Por qué me miras así? ¿Te gusto, pecosa? Vamos, hay un lugar por allí donde podrás confesarme tu amor.

¡¿Quién quiere ir contigo?!



Ummm . . . . me tienes que pagar por ese favor, Candy . . .pon tus labios aquí

Bueno, pero tienes que cerrar los ojos.

¡Hey! ¡Me engañaste pecosa! ¡Eres una gran tramposa! . . . ¡Pero ahora es el momento de la revancha!

¡Terri!







¡Terri! ¡Estás herido, y lleno de sangre!

Les enseñé una lección a todos esos . . ¡ Bola de perdedores!

¡Has estado bebiendo, Terri!

¿Huelo? Lo siento, sólo quiero descansar por un rato . . .ese hombres confundió este como el dormitorio de los muchachos . . .Siento causarte problemas.

No hables más, o tus heridas . . .





¿Cómo has estado? Quiero decir, ¿Cómo has estado en todo este tiempo, Candy?

Bien, Terri, he estado muy bien.



Increíblemente hermoso

Sí, verdaderamente hermoso.



Bien, pues ese fue obviamente un error, porque nunca he estado comprometida . . .



Sinceramente espero que esta guerra . . . pueda terminar pronto y que tú . . . tú . . .puedas regresar a casa . . . con . . . con tu esposa Susana.

¿Mi esposa Susana? ¡Candy, nunca me casé con Susana, ella murió hace un año!

¡Ella murió!



¡Hasta un ciego podría ver la diferencia! Me preguntas qué estoy haciendo aquí, pues bien, te lo voy a explicar como si fueses un niño de cinco años, ya que parece que no entiendes muy bien el asunto. Estoy aquí porque YO SOY ENFERMERA, recibí entrenamiento para prestar servicio como asistente quirúrgico. Estoy aquí en un intento por reparar lo que esas armas del infierno hacen a los hombres. ¡Estoy aquí para salvar vidas, mientras que tú estás aquí para matar y no veo ningún honor en eso!





¡Terri! ¡Estás herido, y lleno de sangre!

¡Sangre!

Lo siento, sólo quiero descansar por un rato . . .ese hombres confundió este como el dormitorio de los muchachos . . .Siento causarte problemas.

No hables más, o tus heridas . . .

Tus heridas . . .

¡Tu sangre!

Terri empezó a sentir cómo su cuerpo perdía el control mientras el teniente Harris, que estaba junto de él, lo miraba con ojos asustados.



¡Grandchester! ¡Estás sangrando mucho!

Entonces todo se volvió confuso: el sonido de las ametralladoras cada vez menos frecuente al tiempo que los alemanes comenzaban a retirarse, el grito de los soldados norteamericanos que se felicitaban unos a otros por al inminente victoria después de dos días de lucha, la voz del Capitán Jackson a su lado, y el cielo que se movía rápidamente mientras él era llevado en una camilla hacia la trinchera de reserva.



Sí, ha sido una buena vida, después de todo – continuó él en sus pensamientos – Fui tocado por un ángel, con esencia de rosas y fresas silvestres, con ojos que desafían a las esmeraldas, con labios que saben a gloria y aún llegué a robar de ellos el primer beso de amor. Una vez hubo una canción en mi corazón, y era una tonada dulce, tan suave y cálida. Una canción para ella, siempre para ella. Una vez fui a la guerra y ayudé a mantener a mi ángel sana y salva. Sí, fue una buena vida, después de todo.

Graubner se acercó a la camilla y tomó la mano de Terri en las suyas, diciendo una callada plegaria.



Um Himmels Willen! (¡Válgame el cielo!, en alemán) – masculló el sacerdote – ¡Miren nada más lo que esta estúpida guerra hizo a este muchacho! – dijo el hombre indignado.

¡Ay Padre! – exclamó Newman que estaba junto a Graubner – yo estaba con él cuando le dispararon, pero no me di plena cuenta de ello ¡Debió haber cubierto sus heridas con la ametralladora, el muy estúpido! ¡Continuó combatiendo por horas después de eso! Debí haber notado que el alemán realmente consiguió dispararle mientras él trataba de distraer su atención – se lamentó el hombre.

No se culpe, hijo – respondió Graubner – Esas cosas pasan en combate. Tal vez ni él mismo se dio cuenta de que había sido herido.

¿Cuándo viene el doctor?- preguntó Newman desesperado.

Toma tiempo, amigo, hay demasiados heridos y solamente unos cuantos doctores y enfermeras – comentó Graubner con resignación – ¡Pero mire! ¡Parece que está volviendo en sí!

¿Padre Graubner?- preguntó Terri con débil voz.

Sí, Terrence – dijo el sacerdote cálidamente – No hables mucho, estarás bien hijo, pero necesitas mantenerte quieto – lo tranquilizó él.

Padre – musitó Terri - usted tenía razón. Las cosas . . . las cosas no son tan malas. . . yo . . .

No te esfuerces Terrence – dijo el sacerdote.

Es una lástima . . .- continuó el joven – que no me haya dado cuenta de ello antes. Pero, la vida fue buena . . .hubo una canción en mi corazón – fueron las últimas palabras que él dijo antes de cerrar los ojos.

Había una pesada presión en su pecho. Casi no podía respirar. Había música en el fondo, como una melodía triste que la hacía sentir una extraña mezcla de ansiedad y miedo. Necesitaba llorar, pero no podía. Necesitaba gritar, pero era imposible . Pensó que el dolor repentino en su corazón ya no podía ser más desgarrador de lo que ya era. Le dolía muy profundamente y no podía gritar.

Entonces, sintió una sombra que la rodeaba. Tenía miedo y corrió desesperadamente por su vida, pero antes de que pudiera escapar una mano fría alcanzó su muñeca y finalmente dio un alarido.

¡ AAAAAA! – gritó Candy despertando de su pesadilla – sus mejillas estaban cubiertas de lágrimas y su pecho le dolía como nunca antes. Estaba sola en la habitación porque Flammy había sido enviada al frente. Fue entonces que los sollozos reventaron desde su garganta.

¡Terri, Terri, Terri! – lloró amargamente - ¡Oh Dios mío, Dios mío! ¿Qué le ha pasado a Terri?

La joven se sentó en la cama enterrando su rostro en sus rodillas mientras sus brazos abrazaban sus propias piernas con nerviosa fuerza . Lloró y lloró sin saber siquiera el por qué se sentía de aquella forma, mientras la música de su pesadilla continuaba sonando en sus oídos en la soledad de la medianoche.

2 comentarios:

  1. candy y terry estan conectados
    o.O
    porque se aman :'D

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  2. waaaaaaaaaaaa..........me muero por saber lo q pasa.....no me queda mas opción que esperar hasta mañana.....una mañana que será muy largo para mi anciedad de seguir leyendo..........solo esperare a tus maravillosas escritoras amiga mia...de la cual no se cual es su nombre,y de la cual la curiosidad me invade,,,,,,GRACIAS AMIGA EN VERDAD APRECIO LO QUE ESCRIBES...además de que la noticia de Terry me tiene intrigada....no quiero que muera el hombre mas valiente y el mas amoroso de toda esta historia...ayyy!! Candy hay de ti........esperemos que Terry no muera..........='O

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